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Periodismo cultural

martes, 9 de noviembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

A propósito de mi anterior columna, de tipo cultural, el lector que se presenta como Ignacio Peña dirige a El Espectador esta comunicación: “Qué bien, ¡gracias!, enseñar tanto en tan poco espacio; de las mejores cosas de El Espectador son los columnistas que no hablan de política o que lo hacen desde el saber artístico (Ospina, Vásquez, Chinchilla, este man…)”.

“Este man”, por supuesto, soy yo. El término “man”, robado al inglés como equivalente de hombre, persona, sujeto, que cada vez se extiende más en nuestro país dentro del habla popular, y sobre todo dentro de la población juvenil, es una de esas degeneraciones de la lengua que a lo largo de los años terminarán ingresando al Diccionario de la Real Academia. Ya lo verán. Hoy el vocablo –me parece–, por más que se aplique a toda clase de personas, tiene cierto sentido deferente y suena como trato familiar, desprovisto de solemnidad y muy propio de los nuevos tiempos.

Hoy usted ya no es señor, ni doctor, ni general, ni político, ni presidente, ni periodista, y tampoco embolador, ni pordiosero, ni azotacalles, ni desplazado por la violencia: es “man”. La evolución del idioma en las capas populares consigue a veces, como se ve, el trato igualitario que propugnan los sociólogos y que no prodigan los gobiernos.

Yo no me sentí mal cuando mi anónimo lector Ignacio Peña me señaló con el “man” de los tiempos actuales. No por ese trato entre afectuoso y corriente, sino por el tributo que le rinde a la cultura expuesta en mi columna de opinión. Eso es lo extraño. Hoy el periodismo cultural anda de capa caída, y es poco lo que hacen los periódicos por reconquistar ese espacio perdido, que fue antaño (recordemos a Fidel Cano, el fundador, y a sus ilustres sucesores) bandera intelectual que, agitando al mismo tiempo principios ideológicos, fomentaba la cultura como base fundamental para el progreso de la sociedad.

Encontrar entre los lectores al “man” Ignacio Peña que se acerca a la prensa con fastidio por los temas políticos, no solo resulta gratificante para los columnistas que todavía hacemos periodismo cultural, sino que el caso es insólito. Hoy a los propios periódicos les interesa más contar el número de lectores de cualquier índole, que preocuparse por los lectores de los temas culturales (quienes, debido a su minoría vergonzante, no favorecen el conteo). Por eso el país se ha deshumanizado. El espacio para las bellas artes, las bellas letras, las expresiones del pensamiento humanístico, dejó de ser afán prioritario de las casas de periodismo. La cultura está arrinconada.

Escritores y críticos como Dickens o Sainte-Beuve eran los que les daban vida a los diarios de su época. Entre nosotros, Luis Tejada fue una luminaria que, prendida a toda hora en las rotativas de El Espectador, hacía florecer la inteligencia nacional. Aquellos días maravillosos se prolongaron, con otras plumas que cultivaban el noble estilo y les rendían culto permanente a las artes, durante mucho tiempo más, hasta que llegó el huracán devastador de esta época que barrió con las simientes de cultura sembradas por los precursores del periodismo.

Cabe exclamar con Jorge Robledo Ortiz: ¡Siquiera se murieron los abuelos! Y surgió la era de la superficialidad, de la ligereza, de la chabacanería, de la pasión morbosa, del sensacionalismo y la poca profundidad, que trastocó las sanas costumbres e implantó el sello de la frivolidad y la ordinariez.

No es sino ver, en los periódicos que abrieron espacios para los llamados foros de lectores, el sartal de denuestos y vulgaridades que llueven sobre los columnistas de opinión cuando tratan temas que no agradan a los furibundos corresponsales (protegidos por el incomprensible anonimato que se les dispensa).

Buscando que por ese medio se ampliaran canales para la sana controversia y la libre expresión, lo que se obtuvo fue un manto de protección para el libertinaje de la palabra y la explosión de abyectas pasiones. La anarquía no puede ser democracia. Gloria Chávez Vásquez, escritora y periodista colombiana residente en Estados Unidos, me comenta que en ese país los periódicos no publican nada anónimo, y cuando la persona pide por especiales circunstancias que se oculte su nombre, puede permitírsele hacerlo, pero con plena identificación y siempre que la crítica sea responsable.

Pero no todo entre nosotros es procaz. La mayoría de los periódicos preservan las reglas del bien decir y cuentan con columnistas de categoría que les dan brillo a sus páginas. Lo extraño es el desfogue que se permite a personas resentidas que abusan de la generosidad que se les concede. Esto no lo entiendo yo. Ni lo entienden periodistas como Daniel Samper Pizano, Óscar Collazos y Felipe Zuleta, que pidieron que se les suspendiera el espacio para las manifestaciones de los lectores, en vista de los desvíos a que da lugar esa excesiva apertura conceptual.

En medio de la turbiedad de ciertos lenguajes y de ciertas pasiones rastreras, tonifica leer cartas como la antes señalada. De esta manera, así sea buscando con la linterna de Diógenes, hay que aplaudir a lectores anónimos como Ignacio Peña, ese “man” refundido en la multitud, que se detienen ante mi columna cultural. Que los hay, los hay.

Eje 21, Manizales, 9 de noviembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, 10 de noviembre de 2008.

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Comentarios:

Muy interesante tu artículo. Qué tal la filosofía de los que dicen que el mejor gancho para vender periódicos o revistas es poner “un pollo” en la portada, refiriéndose a una chica entre más desnuda mejor. Yo pensé de optimista alguna vez que esa “filosofía” desaparecería con la civilización, pero veo que en lugar de evolucionar la sociedad desenvoluciona. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Columnas como la tuya son lo que hace falta en esta aridez de periodismo que soportamos. Maruja Vieira, Bogotá.

Leí con entusiasmo tu columna. Y en cuanto a ella, estoy de acuerdo contigo, y en particular, puntualmente hablando, con lo de que “La cultura está arrinconada”. Y sobre el “man”, parece buen “man”. Admiro tu buena forma de escribir. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

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