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¡Mi libro!

domingo, 10 de abril de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Recortes. Mensajes. Fotografías. Todo permanece en reposo, en absoluta quietud, entre la silenciosa carpeta que se ha encarga­do de coleccionar los comentarios y referencias sobre mi novela Destinos cruzados. Al iniciar el archivo me impuse la discipli­na de no repasarlo hasta tener alguna base para ensayar un ba­lance, una conclusión, en torno a este acopio de crítica. Era recomendable que la obra se desdoblara ante la opinión.

Quedan 100 ejemplares. Miro la existencia y experimento triste­za. Podría ser alegría, en lenguaje mercantilista. Pero estoy triste. ¡Se van mis amigos! Me acostumbré a sentirme acompaña­do por mis libros y ahora quieren dejarme solo. Al empacar cada remesa, he dialogado con mis amigos a través de los libros. Es­tos han sido portadores de muchos mensajes de amistad. Han sido motivo de distracción, vínculo de enlace. He sentido más cerca la amistad.

La amistad, con todo, ha llevado a veces al desencan­to, El libro, mi libro, desenmascaró cosas ignoradas. Delató fal­sas amistades. Y las actitudes débiles sucumbieron ante su po­der. Coseché insospechadas experiencias. Nuevas amistades. Apren­dí a vivir más. Por todo esto me hallo triste. Mi escurridizo compañero quiere irse. Se ahuyenta poco a poco.

Sobre mi escritorio he depositado el contenido de la silencio­sa carpeta. Repaso las críticas, los comentarios. Encuentro elogios. Mido el alcance de cada uno. Sé valorarlos, a cada cual por separado. No confundo la lisonja con el encomio. Ni el acu­se de recibo con el examen verdadero. No falta, desde luego, la censura. Desde quien está contrariado porque la bella Cristina se haya enloquecido –por amor, afortunadamente–, hasta quien se declara una vez más enemigo irrevocable del adverbio. Malos momentos, sin duda, le ha jugado el adverbio, si acentúa tanto su encono para con este noble recurso gramatical.

No falta lo pintoresco, Se desdobla la carta de un amigo dis­tante que me acusa recibo del libro y me cuenta que la carátula le llegó invertida, pero la consideró correcta, como parte de Destinos cruzados. ¿Broma? ¿Ingenuidad? Prefiero que tome no­ta el ilustre editor.

En el revuelto escritorio está mirándome la nota de Juan Ra­món Segovia, de La Patria. Me persigue, definitivamente, el ad­verbio. Acaba de escapárseme uno  rimbombante en presencia, nada menos, que de su acérrimo enemigo. Releo sus elogios y censuras. Los respeto. Repaso, para infundirme áni­mos y proseguir la marcha, las palabras de Jorge Luis Borges a un aspirante a escritor: «Mi primer consejo sería que no se olvidara nunca de ese personaje un poco olvidado que es el lector y tratara de distraerlo y no de asombrarlo. Luego le acon­sejaría el empleo de un vocabulario sencillo. Escribir en un len­guaje escrito que se pareciera un poco al lenguaje oral.»

Otro recorte de periódico salta en esta danza del papel. Adrián Acero fortalece mi ánimo desde su columna de La Patria. Espera encontrarme en un libro de clamor, de protesta. Quiere si­tuarme en la temática del momento y empujarme a tumbar imperios y monarcas. «Quizás no es mi especialidad», me consuelo.

Han regresado a su quietud los recortes, los mensajes, las fotografías. ¿Está hecho el balance? ¿Existe la conclusión? ¡No! La vida del libro es incalculable, misteriosa. Hay quienes sostienen que nunca muere. Algún día espero volver a mis archivos. Sopesaré de nuevo las opiniones. Es posible que para entonces encuentre defectos que no se habían descubierto y, de pronto, alg­una cualidad. Si la época no es de transformación y angustia, ni de exploraciones del espacio, ni de narcóticos, ni de barbu­dos, quizás alguien me invite a escribir sobre el amor de las palomas. Por ahora déjenme regocijado con mi libro, mi inmejorable amigo.

Armenia, 28-II-1972.

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