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Carmelina Soto

domingo, 22 de mayo de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Una rauda, entusiasta caravana partió de Ar­menia a Manizales como séquito privilegiado de Carmelina Soto. La cita era en la sala cultural de La Patria.  Pocos esce­narios como este, cuna de los más nobles cultores de la inteligencia, para que Carmelina leyera algu­nos de sus poemas de Tiempo Inmóvil. Fue una velada solemne e inolvidable. El dueño de casa, doc­tor José Restrepo Restrepo, señor de la hidalguía, y una pléyade de la intelectualidad caldense, espera­ban el arrebato de las musas en la voz encarnada, hecha palpitación, de esta admirable mujer que es mito y vida a un tiempo.

Poemas de entrañables profundidades, son co­mo mariposas suspensas en los abismos del tiempo, presas de misteriosas irradiaciones. Porque el hálito que inspira el pensamiento de Carmelina Soto se detiene a veces como saetas sorprendidas. Su poesía es explosión, es arrebato. Le canta a la vida. Los sentimientos se vuelcan, se hacen transparentes y afloran con raíces de trigos y con presagios de «iné­ditas auroras». Si en ocasiones saborea el amargo del vino y muestra el gesto desdeñoso y el ademán convertido en tormenta, es solo una afirmación vital.

Carmelina le canta a la vida. Es un canto de perenne emoción, de airadas melodías. Sus versos son tempestad, soledad, nostalgia, y antes fueron llama, claridad y vida. Se recorre su poemario como sobre un manan­tial de diáfanos destellos. Verso humano el suyo, palpitar estremecido, que desdobla recónditas emo­ciones.

Carmelina Soto, mujer de América. No se es poeta impunemente. Estos aires raizales recibieron ya el polen fecundo y caminan por los contornos del continente llevando el sabor del trigo y transmi­tiendo el éxtasis de la palabra enamorada.

La Patria, Manizales, 28-XI-1974.

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