Inicio > Temas literarios > El escritor y el periodista

El escritor y el periodista

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Un buen amigo a quien siem­pre escucho aconseja al escritor no dejarse manejar de la urgen­cia. Es el mal de la época. Con lo cual estoy identificado. Cin­cuenta años atrás se hacía un periodismo pausado y pensante. El tiempo permitía repasar y pulir con mayor es­crutinio. Una página era so­metida a implacable ejer­cicio de moldura, de dicción, de obra artesanal. Tanto era el afán de perfección, que a veces se llegaba al perfeccionismo, un extremo que traiciona al es­critor.

Don Luis Cano, maestro de periodistas y escritores, cin­celaba cada editorial con pa­ciencia de orfebre. Sus escritos son modelo de periodismo ejemplar. Se vivía entonces bajo la tutela del país gra­matical donde la mala dicción desentonaba, y el estilo, que tanto se ha perdido en nuestros días, era rótulo de categoría.

En épocas recientes, Gil­berto Alzate Avendaño sudaba los editoriales que al día si­guiente sacudirían la opinión del país. Era el suyo pe­riodismo cerebral, henchido de ideas. Dueño de prosa florida, jugaba con la retórica y desgranaba adjetivos ondulan­tes que debían encajar en forma precisa, o de lo contrario eran sacrificados.

Silvio Villegas se desem­peñaba con garra, con nervio, con alma de poeta. Desde La Patria de Manizales escribía en tono magistral para la amplia audiencia que disfrutaba de su prosa original y combativa, lírica y refinada. Ya en sus úl­timas jornadas se sentía aprisionado por el periodismo y buscaba el reposo de la bi­blioteca, luego de haber vivido la pasión del tribuno y la lisonja del diplomático. Se proponía iniciar las memorias que la muerte le frustró. Su verdadera vocación la suponía en el quehacer literario, aparte del afán editorial del periódico, donde pudiera enhebrar sus ideas con calma y delectación, superadas las angustias de la escritura veloz. Como para­doja, su mejor obra la escribió de afán.

Dostoievski realizó su no­velística inmortal acosado por los usureros y agobiado por dolencias físicas y espirituales. Pienso que el escritor ne­cesita cierto desasosiego como acicate para herir su mundo interno. La comodidad y el exceso de reposo no son los mejores tónicos para la produc­ción.

En el campo alternado del periódico y el libro se han movido no pocos de nuestros ilustres hombres de letras. Para Eduardo Caballero Cal­derón el periodismo restringe y desvía la calidad del escritor. Los temas se tocan al vuelo, sin mayores contornos, dentro de las exigencias de un público que va de prisa y que quiere notas breves para llenar la curiosidad de cada día.

Hay quienes piensan lo con­trario. Al no permitirles la velocidad del tiempo y el cerco de las preocupaciones sentarse a escribir un libro continuo, alejados del bullicio, van estruc­turando entre líneas de corrido las dimensiones de una obra a largo plazo. Tal el ejemplo de Luis Tejada, que se propuso escapar de lo circunstancial y lo efímero para fabricar breves ensayos que resistieran la embestida del tiempo. Sus Gotas de tinta, vertidas en El Es­pectador y trabajadas con minucias y mira ele­vada, son tratado de pe­riodismo ágil y profundo.

José Umaña Bernal, esteta y cirujano de la palabra, trabajador nocturno y maña­nero de duros rigores, huyó en sus Carnets de lo transitorio, lo provisional y lo inauténtico. En su columna de El Tiempo fue recorriendo, paso a paso, largas travesías.

Surge la pregunta intran­quila: ¿La gente prefiere el libro o el periódico? ¿O no le in­teresa ninguno de los dos gé­neros?0 Se llega al momento de la gran interrogación y es saber para quién se escribe. El mundo es hoy ligero y se aparta de los libros pesados. Prefiere la nota rápida. La idea debe llegar escueta, pero expresiva. Lo im­portante es transmitirla con gracia y simplicidad. Lo único que no pere­cerá es el estilo.

¿Se estará perdiendo el tiem­po en la fugacidad del perió­dico? Desde luego que no, si hay estructura para pensar. Se puede ser escritor perdurable en las glosas dispersas que con el tiempo unirán un itinerario intelectual. El periodista debe ser, por esencia, escritor. No siempre lo es. El buen escritor supone un buen periodista. La fórmula ideal está en la fusión de ambas calidades.

Se conciliarían todas las co­rrientes con dos puntadas fi­nales. La obra que mucho se piensa, que se trabaja con demasiadas exigencias, a lo mejor nunca se termina o no se entiende. Y es de pronto el ar­ticulo de urgencia, del afán cotidiano, que escarba aquí y allá, el que perdura. Creo que el arte no consiste en tratar temas profundos, sino en presentarlos con novedad. Cae al dedillo el consejo de escribir de prisa y con emoción, para luego co­rregir despacio.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-1978.
El Pueblo, Cali, 23-VII-1978.
Aristos Internacional, n.° 44, Alicante, España, agosto/2021.

 

Comentarios cerrados.