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Adel y su Gloria

miércoles, 5 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Toda una vida consagrada a la literatura otorga a Adel Ló­pez Gómez el titulo de maestro. El distintivo de maestro, re­servado en otras épocas a los peritos en las distintas ramas del saber humano, está hoy degradado por el abuso. Ahora se le dice maestro a cualquiera y por el hecho más simple. El poetastro que acaba de pecar contra la estética al publicar un sartal de sandeces que nadie leerá, queda graduado como maestro. También es maestro el novelista ingenuo con vora­cidad de triunfo prematuro. Y lo es el cuentista aventure­ro, y el músico desentonado, y el emborronador de lienzos, y el comediógrafo barato, y has­ta el diablo.

Como ironía, ha perdido esa distinción el más auténtico de los maestros, el que enseña las primeras letras, no sólo porque se acabaron los maestros, sino por no conformarse el de escuela con ribete distinto al de profe­sor o catedrático.

Pero el maestro Adel López Gómez… ese sí es maestro. Dueño de ejemplar lenguaje castizo, sobresale co­mo uno de los escritores más fecundos y más notables, au­tor de cuentos de inspira­ción campesina e intérprete de costumbres y paisajes ver­náculos que traslada a su am­plio público en amenas notas pe­riodísticas, convertidas en cá­tedra del buen decir. Desde su columna diaria de La Patria ha recorrido distancias que ya no es posible retro­ceder, para orgullo de las letras y premio a sus esfuerzos.

Hoy mirará el escritor esas correrías desde la cima de su gloria, con la emoción del ca­minante aprovechado que fue sembrando vientos de amor y esperanza, de fres­cura y ensoñación. Los perso­najes de sus obras están pegados a la tierra como seres de la esencia misma del hombre que ama, que odia y vive entre gozos y penas.

Infatigable en la búsqueda estética del hombre, ha hecho de lo cotidiano y lo trivial el canto de cada día. Pule su ins­piración con pulso de ciruja­no y ennoblece lo prosaico con toques de genialidad. Pocos lo­gran una trayectoria de tan mar­cada perseverancia y tan bri­llante destino Huésped de los periódicos y las revistas más prestigiosos de Colombia, la pluma docta de Adel López Gómez es como un penacho de esta nacionalidad nuestra que se precia de su vocación humanística, la mayor embes­tida contra las asperezas del ru­do vivir.

Penetre usted, maestro, a los nimbos de la inmortalidad de manos de sus personajes. Son ellos los que lo empuja­rán –y el día esté lejano– al cenáculo de los convidados de la gloria.

Cuando José Restrepo Restrepo, director de La Patria, recoge como «homenaje de admiración y aprecio al maestro y al amigo” algunas de las colaboraciones con que Adel ha enaltecido la existencia de uno de los periódicos más selec­tos de Colombia, se siente en­vidia por el maestro. La sanda­lia y el camino, un certificado de buen comportamiento en las letras, es mensaje de honda amistad.

En feliz encuentro con el maestro y el amigo, y al amparo de la hospitalidad de Eduardo Arango Palacio, personaje en­trañable de los libros y la vida de Adel, acabamos de compar­tir con mi mujer, en la frescura de estos predios quindianos de tan plácidos atardeceres, gratos momentos de efusión. Es admirable la plenitud físi­ca de quien, pletórico en sus años intensos, mira atrás sólo para nutrirse de vivencias, al lado de la amantísima compañe­ra de todas sus travesías.

Tam­bién se hallaba en la tertulia Ramón Londoño Peláez, otro báculo del maestro, eximio hombre público que un día, como gobernador de Caldas, fundó la biblioteca de autores caldenses, con la asesoría y la presión de Adel como jefe de la imprenta oficial.

Y como trasfondo de la tar­de campesina, estaba la dicha del escritor de vientos y atajos quindianos, el creador de amo­res y reyertas comarcanas, es­te Adel López Gómez que transita sereno las luces del oto­ño, con la gloria en los ojos y en el corazón. Gloria, la hija dilecta, es su galardón y su mejor conquista. La fiel discípula, ya con nombre pro­pio como escritora de limpio estilo, puede rubricar la obra de quien le transmitió la ternu­ra humana y la talló a su gusto como prolongación de sus venas y de su estirpe literaria.

La Patria, Manizales, 22-X-1978.

 

 

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