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A Horacio Gómez Aristizábal

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los libros son para leer. Sobraría la manifestación, pero hay que hacerla. Muchos, o la mayoría de los libros, tienen como triste suerte la de llenar anaqueles y simular solemnidad, sin que su propietario se tome siquiera el trabajo de ojearlos. Hojearlos, repasarlos, ya sería pedir mucho para quienes viven ajenos a la cultura.

Semejante preámbulo es para decirte que tus Defensas penales no han dormido el sueño de los espacios inertes de las bibliotecas. He penetrado en tu libro con interés y cierta intriga, esta última muy explicable en mí que no soy especialista en Derecho y que por eso mismo el terreno se me presentaba misterioso a primera vista.

A poco andar me encontré con una obra humana, de fácil y erudita penetración. Cuando creía hallarme ante el fatigoso tomo doctoral, muy propio de los abogados, recorría las experiencias del humanista que sabe el difícil arte de transmitir conocimientos en forma sencilla y elemental.

Te ganas el interés del lector con amenidad, con frases directas y vigorosas, y no descuidas la intención profunda ni la sabia enseñanza. Matizas la materia con la ocurrencia anecdótica, con la cita precisa y la estocada certe­ra de quien ha recorrido a la par que las disciplinas del Derecho, los caminos de la vida.

Veo que defiendes con ardentía la dignidad del hombre. Ahí está tu humanismo en bruto, pero el otro, el humanismo diserto, se encuentra en la evolu­ción de tu pensamiento, que se afian­za en cada frase y en cada idea para proyectar calor y reclamar solidaridad para con la tragedia del hombre.

Tus otros libros apenas los conozco por referencias. Por el que has hecho el privilegio de obsequiarme deduzco tu formación no sólo de escritor sino de pensador inquieto y de vastos escrutinios. Pretendes, me parece, lanzar las experiencias de tu ejercicio profesional a consideración de los estu­diosos del Derecho para que sirvan de guía y de meditación, y tal vez sin darte cuenta logras un tratado accesible a otras personas. Te dejas, en definiti­va, leer hasta de los profanos, y esto es enaltecedor. Eres abogado muy respetable, pero no conseguirías comu­nicarte con el mundo si no fueras al propio tiempo escritor y humanista.

Estas líneas sirven para avisar reci­bo de tu envío. Quedas, pues, enterado de que tu libro no ha corrido el pobre destino de las bibliotecas inhóspitas.

La Patria, Manizales, 3-IX-1979.  

* * *

Misiva:

Tu comentario –magnífico y generosísimo– me hizo recordar al «nuevo rico» que recibió una tarjeta en la que decía –parte final– «corbata negra” y, perplejo, no sabía si mandar un sufragio o una corona. Y si de lo social se pasa a lo cultural, se observa que los nuevos ricos y muchísimos más confunden una biblioteca con una librería. Ad­quieren textos por metros, con lomos dorados y exóticos para decorar flamantes residencias. No. Una biblioteca es una colonización paciente, ennoblecida por el amor a la cultura. Un libro es un amigo, un hermano, el mejor compañero. Cómo es de grato, cuando todos nos abandonan, entregar­nos a las esclarecedoras confidencias de un autor preferido. Horacio Gómez Aristizábal, Bogotá.

 

 

 

 

 

 

 

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