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Nicolás Arcila Giraldo

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando la muerte tocó en su mo­rada, él la recibió con serenidad. Se encaprichó con él al llegarle en el pleno vigor de una vida que prometía mucho más, y su formación de hombre consciente y templado para la adversidad le hizo enfrentar el duro trance con el valor que robustece las energías del espíritu. Cabe en su caso la sentencia de Santaya: “Para un hombre que ha cumplido sus deberes naturales, la muerte es tan natural y bienvenida como el sueño”.

Varón justo, cuya vida fue una parábola de dignidad y distin­ción y una síntesis de acendrados principios, realizó el tránsito terrenal con la mira en alto, ajeno a las bajas pa­siones y ennoblecido con la fortuna del corazón generoso. Aprendió a sublimar la existencia practi­cando las lecciones del hijo y el hermano modelo, del esposo y el padre amantísimo, del recto magistrado, del ciudadano ejem­plar.

El Quindío, al que sirvió con ho­nestidad y brillo, puede sentir­se orgulloso al haber contado con su colaboración espléndida y haber tenido en él al funcio­nario capaz y de invulnerable rectitud. En todas las posiciones por donde pasó, dejó muestras del desempeño cabal y sobre­saliente. Para él importaba, ante ­todo, el cumplimiento del deber, y no podía ser de otra manera si sabía que el hombre debe ser íntegro para que sea meritorio.

No toda la gente se da cuenta de las disciplinas ajenas. Es posible que muchos ignoren, inclusive sus antiguos colegas de magistratura, que era lector voraz, y no solo de tratados de derecho, sino de li­teratura clásica de todos los tiem­pos. Con esa humanización del espíritu no es de extrañar que se tratara del hombre sensible a las expresiones estéticas de la vida.

Se destacó en diferentes posi­ciones, como la personería y la alcaldía de Armenia, primer secre­tario de Gobierno del naciente departamento del Quindío, luego Gobernador encargado; en la rama judicial recorrió distintas escalas, hasta magistrado, y dio ejemplo de eficiencia y decoro. No supo de intrigas ni desdobles de la personali­dad para avanzar en su carrera, y por eso, cuando se le presentó algún contratiempo, lo superó con elegancia y recatada conducta.

Habrá que recordar a Nicolás Arcila Giraldo, el amigo y el con­fidente, como arquetipo huma­no que pocas veces se repite, sobre todo cuando hoy los valo­res vienen en decadencia. En su hogar inyectó sabias lecciones que perdurarán, porque la buena simiente es fértil. Con Ma­ría Elena, la afligida esposa, y sus desconcertados hijos Elena Ma­ría, Adriana Patricia y Nicolás Felipe hemos tributado, en el pri­mer aniversario de su muerte, sentido homenaje a su memo­ria.

La Patria, Manizales, 4-VI-1980.

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