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El enredo de las vías

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Armenia se mueve prácticamente por dos carreras, la 18 y la 19. La una de ida, la otra de venida. Ambas desembocan en la 14, llamada Avenida Bolívar, en la parte alta de la ciudad. En algunos tramos echan mano de vías auxiliares para impulsarse o salir del atolladero. Como hay insuficiencia de ramales, los funcionarios de turno viven devanándose los sesos para tratar de hacer más veloz el tránsito.

Unas veces desplazan los vehículos por calles o carreras menores y los ponen a dar vueltas en busca de salidas más rápidas; otras, invierten el sentido de la 18 y la 19 (las mayores víctimas de la imprevisión municipal) y prueban lo mismo con la 13 y la 14, las que un día miran de una manera y al poco tiempo al revés.

Parece que manejar nuestras calles se ha convertido en verdadero acto de gobierno. Parece que siempre que se posesiona el alcalde o el director de tránsito, lo que primero piensa es en las calles, antes incluso de remover toda la nómina, y no simplemente en la calle, dentro del argot de la burocracia, a donde también llegarán en corto tiempo.

Aquí, donde el alcalde debería tener el mismo período que el presidente de la República para que lograra hacer algo, es donde me­nos tiempo tiene. El actual, muy bien intencionado y con de­seos de hacer obra, como todos, aca­ba de llegar y ya está preparando las maletas, porque dicen que en enero se acabará la paloma.

Hoy hubo de nuevo cambio de vías, precedido de la persistente advertencia para que el desprevenido transeúnte no quede de pron­to incrustado contra el vehículo que camina en contravía. Esto de cambiar los hábitos es desastroso, y más cuan­do el mal se vuelve recurrente. El funcionario que ordena, llámese alcalde o director de tránsito, aplica su sabiduría para corregir lo que supone defectuoso v termina enredando más el ovillo El que lo sucede rectificará la medida, con peores resulta­dos.

Consecuencia: la ciudad infartada. Lo cierto es que Armenia no tiene vías, y punto. Es ciudad embotellada. Nos estamos ahogando entre este montón de vehículos que complicaron, sin ser responsables, la vida del lugar antes apa­cible.

Los planeadores se dejaron ganar de las calles. Acaso lo primero que deben calcular las autoridades es el problema de la circulación. Alguien di­jo que después del lenguaje el mejor  invento del hombre es la ciudad. Este concepto de ciudad supo­ne la adecuación de servicios para que el hombre respire, deambule y se sienta cómodo.

Es todo lo contrario de lo que hoy ocurre. El habitante urbano no respira, porque las impurezas del ambiente lo man­tienen medio ahogado; no camina, porque el enjambre de peatones y vehículos lo intercepta a cada instan­te y amenaza desintegrarlo; y menos va a sentirse cómodo, rodeado de ruidos, motos, locos, marihuaneros y atracadores. La vida urbana, cada vez más sofocante, es uno de los mayores verdugos del hombre. Per­dónenme los políticos si les digo que su mayor compromiso es el de hacer vivible la ciudad. ¿Por qué han falla­do?

Digamos, en síntesis, que las ca­lles de Armenia se volvieron un rom­pecabezas que nadie consigue armar. Los alcaldes y los directores de trán­sito continuarán reacomodando las flechas en las esquinas y lanzando pe­lotones de muchachos para que ad­ministren el infarto del tránsito, pero el problema seguirá vivo. Hay que encontrar la ciudad racional, la que se nos fue de las manos, y no sólo a los políticos, sino a todos. Esto no es fácil de lograr cuando las cosas han cogido ventaja.

La Patria, Manizales, 26-VIII-1980.

 

 

 

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