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Las cosas que nos faltan

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Voy a intentar hacer una lista de las principales cosas que faltan en nuestra cara ciudad. Es un respetuoso pliego de peticiones a las autoridades.

Comencemos por el gas. La razón es obvia: con él conservamos el estómago lleno. Es el que calienta los hoga­res o prende la chispa del mal genio. Antes los carros re­partidores se disputaban el favor de los domicilios.

El gas se evaporó: si conseguimos la pipa, vendrá llenada a medias y con escapes. Para evitar una explosión se acudirá a la luz eléctrica, cuyo costo se volvió intolerable después de la revisión que practican unos señores deseosos de saber cuántos televisores tenemos (una utopía), cuántos sonidos (como si no bastara con el del gas), cuántas lavadoras, cuántos bombillos… A los cinco minutos se va la luz. Nos quedamos, entonces, sin almuerzo.

Ni siquiera podemos tomarnos el vaso de agua, por­que llega borrascosa por el tubo, si es que llega. El agua cristal ya no se ve. Es uno de los repartos más irregula­res de la ciudad. Quisiéramos llamar a alguien para bajar la tensión. Pero el teléfono no funciona. Y si hay línea, escu­chamos a dos comadres hablando en lenguaje enreda­do y chismoso, que más nos exaspera, o a alguien que pregunta por Catalina, cuando suponíamos estar hablando con Mercedes. En estos cruces se nos indispone más el estómago vacío. Sin gas, agua, luz ni teléfono, pero con cuentas desaforadas que uno ignora de dónde salen, la vida no es un sueño, sino una pe­sadilla.

Si nos vamos al centro de la ciudad, quedamos enredados en medio del tráfico endiablado que no camina ni para adelante ni para atrás. Sobran agentes y faltan semáforos. No encontramos par­queaderos, pues permanecen copados. Si deja­mos el vehículo cinco minutos en la calle, llega la grúa, la que produce ingresos municipales, y terminamos en los patios.

El otro día faltaban casas y apartamentos para alqui­lar. Hoy sobran, pero faltan pesos. Los arriendos baratos se acabaron. Mi amigo el comer­ciante pagaba $ 5.000 hace tres años, y hoy paga  $30.000.

La lista, en fin, sería muy larga. Es una pequeña muestra para que pensemos que la ciudad se nos va de las manos. Crecimos, pero nos desbordamos. Nos faltan vías, agua, pavimento, aseo, urbanismo… Falta espíritu cívico y sobra indolencia. Faltan sitios pa­ra albergar a los ancianos, los locos, los gamines. Falta decisión para eliminar de las calles a los atracadores. Falta espíritu cultural.

Vivimos sofocados, porque cambiamos el reposo por el vértigo. Se están acabando la cortesía, las buenas maneras, la paciencia….

La Patria, Manizales, 7-XI-1980.

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