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Pensión a los 60

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Las mujeres, que quieren tanto sus años, han sido las primeras en protestar contra el proyecto del Gobierno de elevar a 60 años la edad para el disfrute de la pensión de jubilación. Piensan ellas que una década en estas alturas de la vida, cuando la cuesta del calendario se torna más empinada y azarosa, es demasiada ofrenda para ayudar a re­solver el desequilibrio financiero del país.

Es un esfuerzo exagerado que no están dispuestas a realizar. Los autores del proyecto no tuvieron el cuidado de reflexionar, a la luz de elementales miramientos femeninos, en qué terreno espinoso se iban a meter. Lo que más afecta a la mujer es la edad y de ahí los supremos esfuerzos que ella realiza para engañar el paso inevitable del tiempo a base de cosméticos, gim­nasias, drogas rejuvenecedoras y men­tiras.

Aumentarles en diez años la entrada al ocio remunerado, y todo porque las finanzas públicas se han manejado a la diabla, es lo mismo que condenarlas a terrible senectud. Hoy la mujer colombiana se siente más vieja que en los gobiernos anteriores y por eso se pone en pie de combate para defender sus conquistas laborales.

A los nombres se les pide un sacrificio menor, en apariencia. El límite de edad subiría para ellos en cinco años, al correrse también a 60 lo que ahora está en 55. Pero como para los varones el tiempo cuenta el doble, por cierta similitud con la guerra, desde ya, con el solo anuncio de la pretendida reforma laboral, se sienten destrozados. Calcu­lan ellos que si el límite de superviven­cia masculina difícilmente supera en Colombia los 60 años, el Gobierno les está decretando la jubilación para el cementerio.

Al nivelarlos en esta prestación con las mujeres, suprimiendo de paso un raro privilegio femenino (mucho se habla hoy del machismo), no se les está concediendo una gracia sino im­poniéndoles una carga. Por eso, se rebelan también contra esta extraña manera de arbitrar recursos, o mejor, de enderezar entuertos, con la inmolación de los años otoñales.

Sometido el hombre en nuestro país a toda clase de desgastes por razón de los impuestos, las carestías y el exceso de tensiones, a los 60 años se llega jorobado y mal­trecho, tanto física como emocionalmente, si es que en realidad se ha contado con suerte.

Puede que la mujer sea todavía joven a la misma edad, pero en cambio el varón parece a veces un desecho humano, agobiado por infinitas calamidades. Este, como contrasentido, es el año dedicado por el Gobierno a la tercera edad.

En otros países, sobre todo de Eu­ropa, la persona corona en buenas condiciones físicas y síquicas la cumbre de los 60. Y es que allí los sistemas de vida son más sanos, y la supervivencia hasta edades avanzadas es un hecho normal. En Colombia, la ancianidad se ha tornado prematura.

El desequilibrio presupuestal de la Caja Nacional de Previsión Social, que trata de corregirse con esta reducción de derechos, no se solucionará im­pidiendo la entrada de nuevos pensio­nados. El mayor deudor de la Caja es el propio Estado al no atender las cuotas pensionales a cargo de los municipios, los departamentos y la nación. ¿Será justo, entonces, que el déficit lo paguen los ancianos?

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La otra cara de la medalla está en ciertos organismos donde se jubilan viejitos de 45 años. Este extremo re­presenta, como es obvio, un lastre económico que debe enmendarse para no incurrir en los estados de quiebra que acarrea la sobredosis prestacional.

Los 55 años son el justo equilibrio, dentro del medio colombiano, para ingresar a la paz dorada de la tercera edad. El hecho de que a esa edad el hombre sea todavía productivo no le disminuye el derecho a gozar del descanso después de muchos años de actividad.

En otras partes del planeta se podrá ser joven a los 80 años, pero aquí a duras penas pasamos la barrera de los 60. Legislar no es otra cosa que interpretar las características ambien­tales. No sigamos esquemas distintos a los nuestros y así las leyes nos saldrán mejor elaboradas.

El Espectador, Bogotá, 27-IX-1984.

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