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El escritor, un marginado

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

De la investigación sobre el oficio de escribir realizada por la periodista María Elvira Bonilla, se  desprende que el creador literario está marginado en Colombia. La mayoría de los escritores encuestados ig­noraban la existencia de los derechos de autor y en todos los casos se vio que, cuando la editorial los reconoce, no es en la cuantía que contempla la ley.

Como con el oficio de escribir no se puede vivir honradamente, esta actividad es más un pasatiempo que una profesión. Los escritores, para subsistir, deben ocuparse en funciones complementarias que les proporcionen los medios de sustento. El escritor de días de fiesta difícilmente logrará consolidar su  obra y por eso en Colombia, con contadas excepciones —que son las de quienes en verdad pueden vivir de la escritura—, son pocos los que se realizan.

Como lo recomienda Fer­rando Soto Aparicio —una de tales excepciones—, el escritor debe escribir todos los días, y todos los días corregirse y pulirse, como la única manera para estructurar su carrera. La literatura exige permanencia y aislamiento, condiciones que no se obtienen en nuestro país. Para que el escritor triunfe, como está probado, debe salir de Colombia. Aquí sólo se vive de ficciones.

El editor quiere ir a la fija, o sea, con ganancias aseguradas. Le huye al riesgo. Sólo se apunta a los autores consa­grados. Como lo revela María Elvira, buen número de los escritores que hallaron editor reciben el pago de sus derechos de autor con una cuota de ejemplares o con porcentajes mínimos sobre las ventas (entre el 5% y el 10%).

La ley 23 de 1982, que es la que protege la creación intelectual —o pretende protegerla—, dispone que la remuneración del autor no será inferior al 20% sobre la venta de ejemplares, cuando así se pacte; porque también es indicado convenir por tal concepto, pero en forma justa, una suma fija y antici­pada sobre la obra contratada. Esta disposición es, en la prác­tica, letra muerta.

Los escritores no saben que en esta materia tenemos una de las legislaciones más avanzadas del mundo. ¿Para qué saberlo, si de todas maneras el que manda es el editor? Y éste, como co­merciante que es, busca la uti­lidad clara. No le interesa que la obra sea buena sino que se venda. No aplica criterios de selección sino de conveniencia.

En las campañas políticas publica libros de oportunidad que más tarde tiene que abandonar en las bodegas por falta de compradores. Por eso, ocurren tantas estafas en el mercado del libro. El llamado best seller, respaldado por un autor de prestigio, claro está, es el que más se presta para el engaño. Pero se vende.

Hay textos que salen publicados con tal ligereza que producen escozor. Con errores de ortografía, páginas mal cosidas, sin el refinamiento que merece la obra de arte, parece que la prisa fuera el único requisito para salir del paso. Los trabajos no se someten a revisión del autor, por regla general. No se mantienen los canales apropiados de distribución.

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El pobre escritor es un desamparado social. Aunque su obra sea valiosa, no le creen. Tiene que esperar que obtenga fama. Así va de editorial en editorial ofreciendo un  artículo sin compradores. El talento y el ingenio son productos de desecho. Condenado el escritor a morir de hambre, la literatura en Colombia no tiene razón de ser. Parece que sólo existiera en las cumbres de la fama, cumbres tan peligrosas como deleznables.

El Espectador, Bogotá, 6-IV-1988.

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Comentario:

Felicítolo por su excelente artículo en defensa del escritor colombiano, ese desamparado social. Jorge Marel, Sincelejo.

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