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Perfiles de Armenia

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Regreso a Armenia, en viaje relámpago, siete años después de haberme venido con la familia en plan de educar a los hijos, aquí en Bogotá, en sus carreras universitarias. En el Quindío residí por espacio de quince años, y allí se cumplieron confortantes viven­cias y se dejaron hondos afectos. Volver ahora a la parcela sentimental, así sea con la fugacidad de los rápidos abrazos, es como sentirse de nuevo en casa y respirar otra vez el aire puro de los cafetales y de­gustar el sabor entrañable de la amistad.

Estuve con mi esposa en la posesión de César Ho­yos Salazar como alcalde de la ciudad. La vieja amis­tad con el cordial amigo nos impuso el grato deber de acompañarlo en el comienzo de su administración. César es ciudadano ejemplar, dotado de talento y eminen­tes virtudes morales, cívicas y profesionales que permitirán un avance significativo de su ciudad. Yo lo conocí, en mis primeros contactos con la región (de esto hace ya veintidós años) como secretario de Gobierno del municipio, y después lo vi actuar en diferentes campos (concejal, profesor universitario, miembro de jun­tas cívicas, jurisconsulto), donde siempre sobresalió por su entusiasmo, su juicio, pulcritud e idoneidad.

Recibe las finanzas municipales en alto grado de pos­tración, lo que habrá de significarle ingente es­fuerzo para estructurar sus programas. Y lo conseguirá si aplica, como sabe hacerlo –sobre todo al contar con independencia política y vigoroso respaldo ciudadano–, apropiadas reglas de liderazgo.

Armenia, que en octubre pasado cumplió cien años de vida, es una urbe que se ve progresar. Hoy, después del brindis centenario, está más bella que nunca. Parece co­mo si le hubieran hermoseado la cara, al igual que a las quinceañeras, para mostrarla encantadora.

El suceso dejó obras fundamentales, como el Estadio Centenario –con capacidad para 45.000 espectadores–, el Coliseo del Ca­fé, progreso en los servicios públicos, una vía circun­valar y el ornato general de la ciudad. El sec­tor residencial, sobre todo en la parte norte, muestra el avance de modernas construcciones que imprimen el se­llo del buen gusto y del urbanismo creador.

Otro hallazgo admirable fue el del Museo Quimbaya, construido por el Banco de la República en la adminis­tración del doctor Hugo Palacios Mejía, hijo de Armenia, e inaugurado en julio de 1986. La obra fue ganadora de un premio nacional de arquitectura. Se trata de una so­berbia edificación rodeada de jardines, lagos y exuberancia montañosa, que busca representar el territorio de los quimbayas en su sede de orfebrerías y tesoros indígenas. Sólo le hago dos observaciones: primera, que me parece escasa su muestra arqueológica; y segunda, que es preciso acometer reparaciones urgentes en ciertas zo­nas que requieren impermeabilización para evitar las fil­traciones de agua.

Armenia es ciudad futurista. Es de los centros más pujantes del país. Todo allí se hace armónico, estructurado, sin vacilaciones. Su raza es de brío y visión. No conozco elemento más desprendido y generoso que el quindiano. Me piden que vuelva, y yo les digo que algún día será. Interpretando este ritmo acelerado, el maestro Va­lencia le puso  a Armenia el apelativo perfecto: Ciudad Milagro.

El Espectador, Bogotá, 27-VI-1990.

 

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