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Concursos desiertos

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando se declara desierto un concurso literario, co­mo hace poco sucedió con el de novela patrocinado por Colcultura, en el mundo de las letras se ventilan diversas opiniones a favor y en contra de la medida, dentro del recurrente propósito de debatir la cultura nacional. En este tipo de controversia nunca han faltado quie­nes critican la arrogancia del jura­do idealista o demasiado exigente. Como yo no participaba en el certa­men, puedo hablar sin amargura ni pasión sobre el tema.

Los miembros del jurado (Femando Cruz Kronfly, Ger­mán Espinosa y Sergio Ramírez) determinaron en su sabiduría que ninguna de las obras participan­tes reunía mérito suficiente para ser galardonada. La narrativa na­cional sale mal librada en el juicio de estos escritores –uno de ellos nicaragüense– que no hallaron nin­guna novela digna de ponderación, entre más de cien sometidas a su examen. No es aventurado pensar que varias de esas obras pertenecen a autores consagrados, tenien­do en cuenta la nombradía que otorga el concurso de Colcultura y el estímulo económico de que está dotado.

No creo que en virtud de este fallo deba considerarse desolador el pa­norama narrativo de Colombia, tierra pródiga en novelistas y cuentis­tas. Hay que dudar, por el contrario, de la capacidad para leer y apreciar un centenar de obras (alrededor de 25.000 páginas) en el término de breves días. Lo que a veces no se sabe es buscar y valorar. Recuérde­se que una de las novelas iniciales de García Márquez (cuando era feliz e indocumentado) no pasó la prueba de un eminente crítico de Buenos Ares, que le aconsejó rasgar las cuartillas y cambiar de oficio. Ese libro está hoy entre sus obras maestras.

Es oportuno traer a cuento el dato curioso de uno de los jurados de marras, el señor Cruz Kronfly, que en los comienzos de su carre­ra presentó a concurso su novela Cámara ardiente, y luego, sin ha­berse fallado el anterior certamen,  la envió a otro con el título de Falleba. En uno, la obra no obtuvo ninguna mención, y en el otro fue la ganadora. Aquí resulta válida la sabia sentencia de Campoamor: “En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira».

Aduce Germán Espinosa que mu­chas de las novelas concursantes eran más crónicas periodísticas que invenciones literarias. Esto nada significa. No morirás, la novela de Germán Santamaría que acaba de ganar en Chile el primer premio en el Concurso Iberoamericano de Pri­meras Novelas, es una crónica sobre la tragedia de Armero, con ingredientes periodísticos.

A sangre fría y Música para camaleones, las celebradas obras de Truman Capote, se mueven también en el género del periodismo novelado. Lo mismo sucede con varias de las novelas de Oriana Fallaci. Capote se impuso esta meta ejemplar: «Demostrar una vez por todas que el periodis­mo, sin importar el tema, es capaz de alcanzar un nivel artístico igual al de la ficción más superior».

Esto significa que en el arte, ciencia de tan complejos lineamien­tos, no pueden existir fallos acadé­micos ni juicios definitivos. Lo que hoy es mediocre, mañana puede ser excelente. Y también a la inversa. Muchas obras ganadoras de con­cursos –incluyendo los Premios Nó­bel– no volvieron a tener figuración, y otras, perdedoras, alcanzaron la fama.

El Espectador, Bogotá, 2-I-1994

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