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Hernando García Mejía

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Escritor polifacético: poeta, cuentista, novelista, ensayista, periodista, editor, antólogo. Su obra, conformada por unos veinte libros, si es que ya no los pasó, ha crecido en los últi­mos tiempos de mane­ra sorprendente. No sé cómo hace para repro­ducirse con la veloci­dad que registran sus perseverantes correos bibliográficos, que en el caso mío tocan en mi puerta con alborozada in­sistencia.

Y no es que ser prolífico en las letras sea, por sí solo, signo de calidad. Por el contrario, se corre el riesgo de la ligereza, la repetición o la infecundidad (esto, aunque suene extra­ño). En cuanto se relaciona con Hernando García Mejía, puede decirse que sus trabajos los perfila con dedicación admirable. Los piensa y repiensa antes de entregarlos al pú­blico. Como vive consagrado a la literatura, esto le permite producir más, pero también corregir con mayor esmero.

Es uno de los escritores más exigentes con el idioma y las reglas del bien decir, a la par que reflexivo en la creación artística y respetuoso con ese personaje oculto –por lo ge­neral ignorado y pisoteado– que es el lector.

Hace ya largos años me conocí con Hernando en la ciudad de Armenia. Ya su obra era representativa y mostraba el vigor de lo que se ejecuta no tanto con el ritmo de la emoción –que también es importante–, sino sobre todo con la firmeza y el regocijo de la convicción.

Cantor del amor y de la mujer, sus Inicia­les poemas líricos revelaban la fibra sensible del romántico que él ha sido por excelencia. En Los cuerpos enlazados –un opúsculo de­licioso– fluyen finas gotas de sensualidad que proclaman el eterno hechizo femenino. También era en aquellos días manifiesta su afición por la narrativa infantil, una vena creciente que a lo largo de los años le ha hecho estructurar una de las obras de este género no sólo más constantes sino mejor logradas en el país.

Profundo conocedor del alma del niño, forma con sus fábulas universos de fantasía donde la realidad se confunde con la magia de los sueños. Ha adquirido el raro poder de educar jugando. El mundo infantil, seducido por los personajes que vuelan por las novelas y cuentos ideados por este maestro de la fic­ción, se deja llevar de la mano por entre el en­jambre de aventuras, sorpresas, miedos cosquilleantes y suspensos encantados, a tiempo que el narrador desgrana las semillas que enseñan al pequeño lector a formar la mente y ennoblecer el alma. «Conduce bien a un niño y harás un hombre», dijo Kennedy.

Me surgen estas líneas al darle vuelta a la última página de la remesa recibida del ami­go: Cuentos de asombro y humor, Cuen­tos de hoy con espantos de ayer y Todo por el fútbol. El niño grande que es Hernando García Mejía ha aprendido con sus invencio­nes a mantener fresco el corazón y lubricada la existencia. Esto justifica, con creces, la razón de ser escritor.

Prensa Nueva Cultural, Ibagué, noviembre de 1995.
Dominical, El Colombiano, 28-I-1996.

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