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El derrumbe

jueves, 15 de diciembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Pregunta El Espectador en nota edito­rial: «¿Dónde está nuestro Gobierno? ¿Qué hace, fuera de su siesta del poder?». Eso mismo es lo que se pregunta la sana opinión de los colombianos. Mientras en todos los ámbitos crece la insatisfacción, el presidente Samper se obstina en lle­varle la contraria al país. Se nie­ga a admitir su culpa en este borrascoso capítulo de la narcocorrupción, que él venía atizando desde hace mucho tiem­po, y dice que como es el Presidente cons­titucional, no dejará el poder sino el 7 de agosto de 1998.

La patria se derrumba como castillo de naipes. La brecha se agranda, y el único que no quiere darse por enterado del hundimiento progresivo de la nave del Estado es quien tiene la clave y el deber de rescatarla. Por salvar­se él, y de paso proteger a su camarilla palaciega, pretende que todos los demás nos ahoguemos. Los signos evidentes del deterioro ya no permiten más tregua. La propuesta caritativa de López, de permi­tirle a Samper que pase a la historia como reformador de la Constitución, no es sino una fórmula dilatoria.

La economía, todos los días más re­sentida, amenaza con destruir las pocas defensas que nos quedan. Hoy se anun­cia un recorte de $2 billones al gasto del año entrante. Para lograr esa reducción rimbombante, el Ministerio de Hacienda echa mano a varias partidas sociales, en­tre ellas –la más social de todas– el sufri­do salario de los empleados del Estado, a quienes se piensa sacrificar con un reajus­te del 13%, o sea, seis puntos por debajo de la inflación esperada para 1996. Este anuncio inoportuno e impo­pular, cuando apenas comienza el segun­do semestre, va a levantar ampo­llas en las asociaciones sindicales.

El nivel de desempleo ha saltado a un límite angustioso: 11.9%, cuando hace un año era del 9.3%. Esto significa una población de 716.000 desocupados. El mercado de capitales, que en una econo­mía estable representa uno de los mayo­res factores de seguridad, anda postra­do. La negociación de acciones en las bolsas de valores, como natural reflejo de la confusa situación que vive el  país, ha perdido dinamismo.  Mientras crece la inflación y se acentúa la incertidumbre en los campos de la producción, se disparan las tasas de interés y se deteriora la moneda.

Los inversionistas extranjeros, que observan con cautela nuestros problemas económicos y políticos, prefieren no ex­poner sus capitales. El ahorro nacional, termómetro del desarrollo de los pue­blos, también está desnutrido. La finca raíz, la agricultura, la industria, el co­mercio, para no hablar de los menudos negocios que a duras penas permiten la subsistencia de infinidad de hogares des­esperados, reciben el efecto desastroso del país mal dirigido. Cuando se pierde la credibilidad, zozobra la esperanza. Al Presidente no se le cree, y sobre esa base no existe fórmula de salvación. El clamor general del país insiste en su renuncia, pero él prefiere aferrarse al poder inútil. Sin embargo, todavía es posible un acto de grandeza.

La Crónica del Quindío, Bogotá, 6-VIII-1996.

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