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Ancízar López, emblema del Quindío

Por: Gustavo Páez Escobar

En julio de 1989, siendo Ancízar López presidente del Congreso Nacional, esta entidad publicó, con textos de Germán Santamaría, un hermoso libro de arte en honor del departamento del Quindío. En las palabras de presentación de la obra, el senador López expresó lo siguiente: “El Quindío es hoy tierra de paz y de trabajo, con el más justo equilibrio social y económico, en donde los ricos no lo son tanto y los pobres son menos pobres”.

Trece años después, el 11 de abril de 2002, quien había afirmado que su tierra era de “paz y de trabajo”, caía secuestrado en su finca de Quimbaya por una banda de forajidos –al parecer de delincuencia común– que lo puso en manos del Eln con fines extorsivos. El Quindío ya era otro. Seguía siendo un territorio de trabajo, pero fuerzas extrañas a la región, atraídas por la sensación de riqueza producida por las cosechas cafeteras, habían alterado la paz e impuesto la época de terror que impera en nuestros días.

Drama tremendo el que tuvo que soportar la familia del ilustre quindiano –marginado en ese momento de la vida pública–, y en general toda la región, por tratarse de su líder más destacado y por representar ese hecho una amenaza para los políticos y los dueños de algún capital. Como  los malhechores iban por plata, ejercieron, a la sombra de su macabro negocio, las conocidas artimañas para tratar de conseguir el botín que buscaban.

Meses después, un distinguido sacerdote de Armenia, que cumplía la misión de intermediario de buena voluntad ante los captores, se entrevistó con ellos en un sitio montañoso de Risaralda y allí lo asesinaron. Es posible que el padre Gabriel Arias llevara algún dinero como parte de la negociación, pero también puede suponerse que, por no portarlo, le cobraron con la muerte su acción humanitaria. Hasta tales extremos llegan los grupos subversivos en estas maniobras inicuas que cometen, día tras día, ante los ojos de los familiares y de todo el país.  

Luego de tres años de desaparecido, tiempo durante el cual los delincuentes mantuvieron prendida una luz de esperanza –para succionar más dinero–, hace poco vino a saberse, por revelación de un temido secuestrador capturado por los autoridades, que Ancízar López habría muerto en cautiverio, víctima de una seria enfermedad que padecía. La noticia resultó cierta.  

El Eln, con una solicitud de perdón por lo que ellos llaman un error, devolvió los restos, ya irreconocibles. ¿Cuánto tiempo llevaban enterrados en la montaña? La familia recibió la última prueba de supervivencia hace cerca de tres años. Otra cruz se agrega en esta cadena de vejaciones, torturas y muerte, dentro de la guerra absurda que cubre de lodo el nombre de Colombia y llena de angustia la vida de los hogares y de las comunidades.

El primero de julio de 1966, más de cien mil personas presenciaban en el parque de los Fundadores de Armenia la creación del departamento y la posesión de su primer mandatario, el senador Ancízar López. Había sido él, junto con otros  eminentes líderes locales, uno de los mayores promotores de la campaña de separación del Quindío del departamento de Caldas.

Días antes, el ministro de Gobierno, Pedro Gómez Valderrama, le había manifestado: “El presidente Valencia me ha dicho que es incapaz de nombrar a otra persona que no sea usted como primer gobernador del Quindío”. Designación que en el siguiente gobierno ratificó el presidente Lleras Restrepo, como un reconocimiento al caudillo.

Ancízar López era, entendido esto en buenos términos, un animal político. Se le llamaba el “cacique”, denominación que, desprovista de sentido peyorativo, revelaba el firme liderazgo que ejercía como político, hombre cívico y dirigente cafetero de altas calidades. Fue concejal, alcalde de Armenia, gobernador del Quindío, embajador y senador por más de 20 años. Por encima de las posiciones y las dignidades, desarrolló siempre un vigoroso trabajo por el progreso del departamento.

Vivía pendiente de gestionar y obtener todo lo que significara beneficio para su comarca. Era su personero más visible y efectivo en los escenarios nacionales. Así lo conocí, y tuve con él una cordial amistad durante mi estadía en el Quindío por espacio de 15 años. Sólo vino a marginarse de la actividad pública en la última etapa de su vida, cuando se entregó de lleno al manejo de sus fincas y a un merecido descanso.  

Ha desaparecido el líder, y queda su imagen como un emblema de la tierra maravillosa –llamada en otra época el “departamento piloto de Colombia”– que él ayudó a construir e impulsar como un tesoro de la patria.

El Espectador, Bogotá, 15 de septiembre de 2005,

Gustavo Paéz Escobar © 2009