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Por los caminos del café

Por: Gustavo Páez Escobar

La afinidad étnica de los pobladores del Eje Cafetero -Caldas, Quindío y Risaralda- ha sido el lazo principal que mantiene unida la región, por encima de emulaciones y luchas territoriales. Otro punto de coincidencia es el café, alrededor del cual giraban las tres economías. Es preciso hablar en pasado, ya que el grano agrícola ha dejado de ser básico tanto para el país como para las zonas productoras. Cuando yo vivía en el Quindío, el café era soberano. Un dios todopoderoso. El desarrollo económico lo generaban las cosechas, en altísimo grado, y salirse de esa realidad era andar en contravía.

Voces aisladas, por respetables que fueran, se quedaban sin audiencia cuando proponían diversificar la agricultura o industrializar la región. Euclides Jaramillo Arango, ilustre escritor quindiano y además cafetero, es autor de una amena crónica elaborada con fina ironía y delicioso tono folclórico: “Estoy diversificando mis cultivos”. Alberto Gómez Ceballos, que ocupaba la Secretaría de Hacienda, escribió una tesis brillante sobre la necesidad de liberar su tierra de la dependencia rural, divulgada en el libro “Industrializar el Quindío: ¿una utopía?”  Ambos escritos fueron leídos por la gente con simpatía y al mismo tiempo con escepticismo, y hoy son  documentos memorables. 

Lo que aconteció después es dantesco. Vino primero la bonanza cafetera, que tantas perturbaciones sociales produjo en la zona, y luego la caída estrepitosa del café en los mercados mundiales (hasta el sol de hoy). Como si fuera poco, el terremoto de 1999 terminó de hundir la región en la peor crisis que se haya registrado en toda su historia. Por poco desaparece el departamento bajo el furor del cataclismo, el cual también castigó a los vecinos, aunque allí los estragos fueron menos severos. El Quindío quedó sin fuerzas para levantarse de la destrucción. 

Pero el propósito de esta nota no es el de hacer un inventario de calamidades, sino el de mostrar en qué forma una estirpe recia, laboriosa y luchadora -que es la raza paisa que puebla las tres comarcas- logró levantarse de entre las ruinas y edificar el futuro -que hoy es ya presente-, removiendo escombros y poniéndole nuevos cimientos a la existencia, sobre los campos abatidos por la adversidad. 

Los quindianos comprendieron al fin que debían diversificar sus cultivos e industrializar su economía. Y se inventaron el concepto de la ciudad-campo. Las fincas comenzaron a organizarse como hoteles campestres, bajo el aroma de los cafetales y el atractivo de los paisajes embrujados. Vinieron los llamados parques temáticos -el del Café y el de Panaca-, se establecieron confortables hoteles cinco estrellas en Armenia y los alrededores, se idearon novedosos motivos de atracción y se creó una  mentalidad nueva, lo cual permitió que el país pusiera los ojos en aquel edén tropical y de paso se impulsara el turismo como un poderoso resorte para reactivar la economía.

A su vez, Caldas y Risaralda acometían programas similares. Más que competir entre sí los tres departamentos, lo que hacían era formar una conciencia colectiva para conseguir el progreso de toda la zona. El agroturismo se convirtió en la nueva fuente de prosperidad del Eje Cafetero, y el café, por primera vez, pasó a segundo plano. Nunca antes se había visto tal sentido de integración, mediante el empleo de los recursos de cada ciudad y la actitud de la gente para seducir al forastero y lograr el resurgir de un territorio trabajador, habitado por 2’500.000 personas, que no se arredra ante las dificultades. La Autopista del Café, obra vital para este proceso futurista, que  abarca 230 kilómetros entre Armenia y Manizales y cuyo costo es de $ 420 mil millones, avanza a todo ritmo. 

El maestro Valencia bautizó a Armenia, entonces un poblado incipiente, como la “Ciudad Milagro”. Si él hubiera presenciado el florecimiento actual después de la catástrofe telúrica, habría confirmado su vaticinio. El mayor milagro consiste en haber vuelto a levantarse la ciudad en solo tres años, luego de ser destruida por el terremoto. Difícil encontrar mayor ejemplo de superación. Una lección para todo el país.

El Espectador, Bogotá, 10 de abril de 2003.

Gustavo Paéz Escobar © 2009