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La casa de Julio Flórez

Por: Gustavo Páez Escobar

Pasados sus días de gloria, el poeta Julio Flórez se retiró a Usiacurí, a 38 kilómetros de Barranquilla, donde vivió sus últimos años como sencillo granjero. Allí fue a buscar, en las aguas medicinales que eran famosas en la región, cura para un cáncer que le había aparecido en el rostro. Y murió en dicho municipio el 7 de febrero de 1923. Un mes antes había sido coronado poeta nacional.

En 1911 compró por 300 pesos la casa que en unión de su esposa y sus hijos ocupó hasta su muerte, vivienda que fue atendida, hasta hace ocho años, por una sobrina política del poeta. Luego quedó abandonada. Hace tres años, parientes de Flórez la entregaron en administración a Coprous, una fundación puesta al servicio del progreso local. El año pasado, el inmueble fue declarado patrimonio cultural de la nación.

A través del tiempo (y han pasado 81 años desde la muerte de Julio Flórez), esta casa representa la mayor identidad de Usiacurí. A la entrada está erigido, en medio de hermosa arborización tropical, un monumento al poeta. Convertida en museo para perpetuar su memoria, en ella se guardan sus libros, muebles y objetos personales, y es visitada por continuas corrientes de turistas. 

Hay hechos fortuitos, como este del traslado circunstancial a un sitio escondido, que se vuelven concomitantes para el renombre de un pueblo. Julio Flórez, oriundo del municipio boyacense de Chiquinquirá, nunca llegó a calcular que su viaje anónimo en busca de curas medicinales iba a significar su morada final en aquella agreste geografía, por esos días un punto ignorado en el mapa nacional. Lo mismo sucedió con Baudilio Montoya, el “rapsoda del Quindío”, que por simple accidente llegó a Calarcá y allí se quedó por el resto de su existencia, dándole realce al pueblo que lo acogió como hijo adoptivo. O con Germán Pardo García, que a pesar de haber nacido en Ibagué, siempre consideró a Choachí, donde transcurrieron su niñez y juventud, y de donde sacó la inspiración para escribir su obra grandiosa, como su verdadera patria.

Hoy la casa de Julio Flórez está a punto de derrumbarse. No hay dinero para repararla, y el estrecho presupuesto municipal no permite erogar los 300 millones de pesos que se requieren para las obras de ingeniería y la conservación del patrimonio cultural. Ojalá el alma del poeta, que sembró allí sus últimas esperanzas de vida, ilumine la fórmula que permita conservar esta joya histórica, a la que un día le cantó el ilustre morador: “Oculta entre los árbles mi casa / bajo denso ramaje florecido / aparece a los ojos del que pasa / como un fragante y delicioso nido”.

El Espectador, Bogotá, 8 de julio de 2004. 

Gustavo Paéz Escobar © 2009