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Código del amor

Por: Gustavo Páez Escobar

¿Sabía usted que tenemos un código del amor? Colombia es un país de códigos. Desde el comienzo de los siglos el amor se ha expresado en las formas más diversas y ha permanecido, al decir de Carrel, como “el único cemento sólido para unir a los hombres”. En sentido contrario, la falta de amor detruye a los pueblos y arruina el alma.

Siendo el amor tan antiguo como la misma humanidad, es eterno como el hombre. Alguien podría argumentar que el hombre es perecedero, pero la verdad es que el universo no sucumbe por la desaparición de un individuo, ni de millones de individuos, porque Dios creó el mundo con alma inmortal. En ella es donde reside el amor. Los artistas y escritores de todos los tiempos se han dedicado a buscar las fuentes del amor. El escritor Vicente Pérez Silva saca del misterio una preciosa obra escrita en el siglo XIX, en verso y prosa, titulada “Código del amor”. Hablo de misterio, ya que el autor de dicho código quedó cubierto por el anonimato.

Al autor no le interesó difundir su nombre, y en cambio le rindió tributo a la más antigua pasión del ser humano: el amor. Sobre dicho sentimiento se han escrito páginas infinitas, sin que se hayan agotado los manantiales que brotan de esta fuente inextinguible. Siendo el amor la justificación de la vida, faltan palabras, partituras y obras de arte para manifestar el asombro del hombre frente a esa hada portentosa. Incluso el odio, la guerra o el dolor pueden desvanecerse al inyectarles unas gotas de amor.

El “Cantar de los cantares”, libro atribuido a Salomón, es una bella alegoría que interpreta el amor de Dios y el alma justa. En el mismo género místico se sitúa la madre Francisca Josefa del Castillo, cuya obra lírica construye un puente amoroso con la divinidad, luego de sus inquietas experiencias mundanas. Juan Ruiz, arcipreste de Hita, escribió en la Edad Media el “Libro de buen amor”, obra maestra que narra las aventuras amorosas del mester de clerecía, en versos salpicados de humor y sátira. Otro clérigo español y luego cortesano, Cristóbal de Castillejo, es autor del “Sermón de amores”, valiosa obra en el campo festivo y satírico, que según  Vicente Pérez Silva es “una mezcla extraña de devoción y lubricidad”.

“La Celestina” y “El Quijote” glorificaron en las letras castellanas los romances inmortales. Y como de amor también se muere, “Los sufrimientos del joven Werther”, obra perdurable de Goethe, representa la tragedia de un amigo suyo que se suicida por amor, y simboliza la propia desgracia del escritor en su pasión por Carlota Buff. María, de Isaacs, en nada difiere de Beatriz y Laura en el campo de los amores platónicos.

Comenta Pérez Silva que en sus años estudiantiles leyó con gran deleite “La gramática del amor”, del poeta y novelista Ruso Iván Bunin, libro que contiene una serie de cuentos apasionantes, el primero de los cuales le dio título a dicha publicación. Esta lectura le despertó el ansia de adquirir un libro que, con el mismo título del cuento de Bunin, parecía existir en alguna parte. Al cabo de los años cayó en sus manos un ejemplar del “Código del amor”, un libro pequeñito y parecido a un diccionario, en el cual no figuran ni el nombre del autor ni la fecha de la edición. Sólo aparece esta leyenda: “París. Librería e Imprenta de la Vda. de Ch. Bourret”.

Guardián de esta joya literaria de autor anónimo, Pérez Silva contó con la acogida de Ediciones Jurídicas Gustavo Ibáñez, firma que ha vuelto a impimir el libro en hermosa edición, conservando su tamaño original de breviario. Por supuesto que es un código, como tanto código que abunda en nuestro país. Pero éste tiene un aroma y una esencia diferentes. Y entra, como es lógico, en el género de los libros raros y curiosos.

El Espectador, Bogotá, 11 de septiembre de 2003.

Gustavo Paéz Escobar © 2009