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Los tres Pedros

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La Asociación de Amigos de Sogamoso acaba de rescatar, con la acertada asesoría del doctor Vicente Pérez Silva, una de esas rarezas bibliográficas que el tiempo mantiene escondidas y que se perderían para la literatura si no existieran empeños culturales capaces de interrumpir el olvido humano. Se trata de la novela histórica Los tres Pedros, del escritor boyacense Temístocles Avella Mendo­za, personaje a quien ya no se nombra, a pesar de que en su época fue figura destacada como poeta, periodista, novelista e historiador de singulares dotes.

Muy pocas personas saben que en la novela colombiana existen Los tres Pedros, obra publicada por El Mosaico en las ediciones comprendidas entre el 2 de abril y el 16 de julio de 1864. Javier Arango Ferrer da cuenta de este hecho en sus Horas de literatura colombia­na (página 99 del libro de Colcultura, recientemente editado), en rápido repaso sobre cómo nació el folletín industrial con la Revista de París, en 1829, la primera en dar novelas por entregas, seguida más tarde por El Papel Periódico Ilustrado, El Mosaico y otras publicaciones del siglo pasado. Estas gacetas, de donde arrancó el periodismo en nuestro país, alberga­ron muchos temas románticos que cautivaban la atención de lectores ávidos de desenlaces apasionantes.

Hoy la gente ya no se acuerda de aquellos episodios novelados y los propios textos de literatura pasan por alto el estudio de las obras así condenadas al silencio, que también es ingratitud. Hay que aplaudir el interés de la Asociación de Amigos de Sogamoso por remover la quietud de esos folios semidestruidos y salvar de ellos, como sucede con la buena noticia que ahora se anuncia, la memoria de Temístocles Avella Mendoza, escri­tor olvidado, y para decirlo con la necesaria sinceridad, desconocido en los nuevos tiempos.

Vicente Pérez Silva, paciente remendador de la historia, pespunta en la presentación del libro las circunstancias que dieron vida a la historia de Los tres Pedros, aconte­cimiento memorable en los anales de Tunja durante la época de la Colonia. Si hay un personaje que se mantiene nítido en la memoria de los tunjanos, más acaso que los propios próceres de la Independencia, lo es doña Inés de Hinojosa, viuda bella y rica, siniestramente seductora y cruel­mente perdedora de los hombres, que escribió para la posteridad una de las páginas más impresionantes de la pasión femenina.

Si su tránsito por la dormida epidermis de la Tunja legen­daria conmovió las fibras del conglomerado erizado ante la aciaga belleza de esta mujer deslumbrante y pecadora, hoy, en este mundo convulso y disipado que parece no impresionar­se por nada, un hecho como el que inspira la novela tendría el mismo estrépito si volviera a protagonizarlo doña Inés, la «mujer soberanamente bella, con un semblante de los que no pueden olvidarse», como la define Herminia Gómez Jaime de Abadía en la Historia de Tunja, libro editado por don Ramón C. Correa en 1945 y que habrá necesidad de consultar siempre que se quiera escudriñar el pasado de la noble villa.

Está visto que el libro no muere. Aquí tenemos una obra minúscula, aparentemente fugaz, que vuelve por los fueros de nuestra literatura 115 años después de haber aparecido en fragmentos, como quien dice, casi que descuartizada, en una revista salvado­ra.

El Espectador, Bogotá, 1-II-1980.

 

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