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La permanente crisis

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No ha sido fácil el año que termina. Ni para el mundo, ni para Colombia, ni para nuestra sufrida ciu­dad. La crisis petrolera, un signo de la época, repercu­tió en todos los confines de la tierra originando otras crisis. Hoy el mundo vive en medio de agobiantes con­flictos. Las amenazas de guerras, las carestías de alimentos, la insuficiencia de bienes, el desvío de la moral son atentados que retan la capaci­dad del hombre contemporáneo.

Colombia se encuentra afectada por las especulaciones petroleras y ha teni­do que pagar los platos rotos. Aparte de los rumores de alzas, hay dificultades para sur­tir los mercados domésticos. A esto se suma la corrupción moral que da al traste con las sanas costumbres y que ha tenido otros desenlaces: la muerte de jueces y policías. En Medellín y otras ciudades las mafias imponen el terror para frenar el desarrollo e im­plantar la anarquía.

Descendiendo al plano local y pasando por alto infi­nidad de circunstancias adversas que gravitan sobre la vida de los colombianos, digamos que para Armenia ha sido el año de 1980 uno de los períodos más mar­cados por las limitaciones, las carestías y las incomodi­dades. Muchas cosas cabrían en estos términos, pero hablemos sólo del déficit permanente de los servicios públicos y de las estrecheces de la vida económica que registra índices preocupan­tes.

Para calmar la impaciencia de la ciudadanía por los continuos razonamientos de la luz, se habla de la esca­sez mundial del petróleo, como explicación apta pa­ra todos los casos, y se mencionan las reparaciones que se adelantan en la Chec y que imponen la disminución prolongada en los suministros habituales.

Pero no se admite la imprevisión. Lo cierto es que Armenia está desprevenida  para las emergencias. No se ha adelantado a los tiempos, por no tener visión del futuro. Con redes eléctricas deterioradas, con el acueducto estrecho, con el alcantarillado anticuado, no es posible hacerle frente a la angustiosa realidad de la urbe que ya se desbordó de sus límites.

Hay que pensar en grande. Necesitamos soluciones de envergadura. Es aquí donde se siente la ausencia de autoridad. No se ven líderes que aporten medidas de amplio vuelo. Estamos enredados en la politiquería y reducidos a la impotencia. Ningún programa serio se ve prosperar, porque se piensa con criterio estrecho. Vivimos en plan de tumbar gobernadores y alcaldes, como si se tratara de un deporte.

Las administraciones departamental y municipal se ahogan apenas iniciando su gestión. No hay proyección, no hay ambiente para transformar la ciudad. Falta un frente común para superar las dificultades.

Nos acostumbramos al remedio casero y desconocemos la alta terapéutica de las medidas eficaces. Es preciso ganar con decisión el desafío de los tiempos modernos. La ciudad se deteriora por falta de dinamismo. Los políticos se pelean las posiciones burocráticas. Se frena la visita presidencial por afanes domésticos. Renunciamos a que el Presidente de la República le ayude a la ciudad a remediar sus problemas.

Armenia, hoy más que nunca, reclama mayor audacia, mayor acción. Y espera que haya verdaderos líderes que consigan el progreso que sólo se obtendrá con ánimo generoso, luchador y constructivo.

La Paria, Manizales, 23-XI-1980.

 

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