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Bonanza y reveses

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La economía colombiana, enfrentada en los últimos tiempos a los sobresaltos del café, producto decisivo para hacer flotar al país, ha perdido estabilidad y no puede así mostrar derroteros fijos. Es una economía endeble, sin mayores proyecciones. El país, que es esencialmente agrícola y que como tal de­bería llevar trazados programas firmes de producción rural, ha mermado su rendimiento y de exportador de varios artículos ha pasado a importador, con ostensibles desventajas. Si el campo no produce como antes es porque hacen falta estímulos y mayor orientación de las políticas agrarias.

Los cafeteros, que años atrás amanecieron con una bonanza inesperada, se deslumbraron con ella y no previeron las épocas de la destorcida. Evaporados aquellos días de prosperidad, hoy la realidad en los campos es difícil, por no decir que dramática.

Los propietarios de fincas, cada vez más afectados por el encarecimiento de los insumos, por la lucha del mercadeo, ya que la Federación ha disminuido las compras, y por el precio interno del producto, miran con angustia el porvenir y se sienten desalentados para hacer mayores inversiones.

Se dice que una finca cafetera ya no es rentable. Muchos se quejan de pérdi­das. Hay quienes prefieren vender sus parcelas para conseguir superiores estímulos al capital, dejándolo ocioso en una corporación o en el mercado extrabancario, el mayor pulpo para apoderarse de la capacidad creadora.

¿Para qué tanto esfuerzo con obreros, con compra de fertilizantes, con impuestos, con sobregiros en el banco, cuando el capital rinde más en otra parte? Es una reflexión que motiva a muchos a la pereza. Las propiedades rurales se venden sin el apego que antes despertaban y su producto pasa a engrosar esa legión de capi­tales improductivos que buscan mejor remuneración. Esto, desde luego, es atentado de lesa patria, pero es que la gente aprende más la técnica de la defensa que los sentimientos nacionalistas.

Aquí habría que hacer un alto para impedir este éxodo que disminuye la producción nacional. El campo, nuestro mayor pa­trimonio, no puede dilapidarse. Es preciso buscarle nuevos alicientes. La gente lo abandona porque ya no es atractivo como en otros tiempos, cuando representaba una razón de ser.

El bajo rendimiento del país nace del campo y de allí se extiende a las demás actividades. El comercio y la industria, azotados con quiebras constantes y de azaroso desafío, son hoy renglones que a duras penas consiguen subsistir. Los costos financieros asfixian no pocos esfuerzos El contrabando, otro flagelo del momento, atenta contra la estabilidad de los mercados lícitos y menoscaba las fuerzas de la gente honrada.

Muchos aspectos más de este inventario de reveses podrían tocarse. Basta por hoy se­ñalar que para producir con largueza, como lo necesita y pide Colombia, país que está perdiendo su vocación agrícola para irse tras la vida fácil, es urgente poner a funcionar todo un engranaje de incentivos y de controles para que haya en realidad una patria abundante para todos los colombianos.

La República, Bogotá, 14-III-1981.

 

 

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