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Treinta años del Quindío

jueves, 15 de diciembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El primero de julio de 1966, ante más de 100.000 quindianos que colmaban el Parque de los Fundadores de la ciudad de Armenia, el presidente Guillermo León Valencia, acompañado de nueve de sus ministros, inauguró el nuevo departamento del Quindío. Culminaba así un sueño de 42 años, acariciado sin tregua por estos recios moradores que desde 1924 buscaban su segregación del departamento de Caldas. En la etapa final, tras varios intentos fallidos, la campaña separatista reforzó sus baterías en 1951.

Y fueron necesarios 15 años más para llegar al momento culminante en que se lograba la independencia territorial en virtud de la ley 2ª  de 1966. Esta rebelión en familia no había nacido por un acto de vanidad ni por afanes económicos o políticos sino por el sano deseo de buscar la libertad para forjar el propio destino. La región perteneció en sus orígenes al estado del Cauca, con el que no existían nexos afectivos. Por tal razón, en 1908 pasó a formar parte del departamento de Caldas, donde también se sintió extraña a pesar de los lazos de la sangre antioqueña y de la idiosincrasia cafetera.

El excesivo centralismo caldense, manejado por una estirada clase dirigente que poco miraba a los alrededores, creó a lo largo del tiempo serios motivos de desazón. Con la construcción del Teatro Fundadores en Manizales, a un costo exagerado y como una ofensa grave para los pueblos olvidados, la paciencia provinciana –Quindío y Risaralda– llegó a sus lí­mites.

Al cumplirse 30 años de aquel acto de soberanía, es preciso registrar – en modo alguno como un recuerdo ingrato para los hermanos caldenses– el sentido de coraje y de patria chica que con tesón e inteligencia ejercieron los quindianos durante tanto tiempo, para apegarse más a la propia tierra.

Lo que ellos perseguían, y lo consiguieron gracias a su ejemplar tenacidad, era la demarcación soberana de su pequeña comarca de sueños y luchas, sin depender de voluntades ajenas ni incomodar al vecino. Desde entonces, es admirable la conducta de buena vecindad que el Quindío ha tenido con Caldas y Risaralda (departamento éste que también se independizó en el mismo año).

Para refrendar lo anterior, debe decirse que el quindiano es un ser orgulloso de su estirpe y dedicado con alma y vitalidad al cultivo amoroso de la tierra, por más sinsabores que ésta le causa. El café, que es un mito, ha gobernado siempre su destino, para bien o para mal. Los moradores saben lo mismo de bonanzas que de miserias, y hoy, como ironía en esta efeméride gloriosa, la región pasa por una de sus peores encrucijadas sociales y económicas.

Sin embargo, la gente no renuncia al café ni se resigna a la derrota. Espera que lleguen tiempos mejores. No olvida que la gesta de los quimbayas marca su historia de pueblo batallador y laborioso. Como símbolo de ese carácter erguido, la palma de cera del Quindío, la más alta del mundo, se levanta invencible en el territorio privilegiado, que por algo lleva el nombre de Edén, con su mirada al cielo.

La Crónica del Quindío, Armenia, 2-VII-1996.
El Espectador, Bogotá, 3-VII-1996.
Revista Vía, Nueva York, septiembre de 1996.

 

 

 

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