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El colapso del Quindío

sábado, 14 de diciembre de 2013

Gustavo Páez Escobar

El agrólogo quindiano Armando Rodríguez Jaramillo, profundo conocedor de la vida y los problemas de su región, ha elaborado un juicioso y dramático análisis sobre la realidad que vive el Quindío a raíz de una serie de errores que se vienen acentuando desde la última década del siglo pasado y que hoy crean una caótica coyuntura de muy compleja solución.

Leído con toda atención el documento, al que su autor le ha puesto el título de “Algo hicimos mal, algo hacemos mal”, puede deducirse que la crisis que padece el departamento ha sido causada, sobre todo, por los malos gobiernos locales. Cuando existe liderazgo en las altas esferas de la administración pública es posible conjurar los tiempos adversos y enderezar el camino. Pero el camino quindiano, lejos de enderezarse, cada día se ha enredado más, hasta el punto de que han sido las propias estructuras políticas y sociales de la región las que han colapsado y dejado al garete el bienestar de la vida regional.

El estado actual de empobrecimiento del Quindío, el elevado índice de desempleo (que registra una tasa cercana al 18 por ciento, y que en el 2011 fue la más alta del país), el creciente analfabetismo (caso insólito en un departamento que en otra época mostraba lo contrario), la falta de productividad, el deterioro o el retroceso de los factores básicos del desarrollo, señalan hoy el revés de lo que fue una comarca pujante, productora de prosperidad, habitada por gente laboriosa y amable, y la que por todos estos títulos bautizó un día el maestro Valencia como la Ciudad Milagro.

Cómo sorprende que ese milagro se haya evaporado, y que en cambio aparezca un territorio deprimido, sin fuentes de trabajo, carcomido por la pobreza y sumido en la desesperanza. Y como si fuera poco, perturbado por las hordas del narcotráfico y de la delincuencia común. Estos factores negativos, de tan hondas raíces, no se han dado por generación espontánea, sino que se han dejado avanzar poco a poco por la carencia de verdaderos líderes –de la política y del sector empresarial– que hubieran frenado a tiempo la distorsión de los principios y la decadencia de la economía.

Es cierto que el Quindío ha tenido que afrontar serias contingencias, como la caída de la industria cafetera y el terremoto de 1999. En cuanto a la adversidad del grano, Armando Rodríguez dice en su ensayo algo muy atinado: “Por su parte el país hizo la tarea que en el Quindío no hicimos, cual fue la de superar la dependencia del café apoyando otros sectores de la economía”.

En cuanto al terremoto, hay que decir lo contrario: el departamento supo levantarse de esta catástrofe con la reparación rápida de los destrozos causados, y sobre ellos edificó una estructura superior a la que existía. La ciudad de Armenia se levantó de las cenizas como el ave fénix, con perfiles urbanísticos de mayor vuelo. Pero esto no fue suficiente: faltaron respuestas a la parte social, al desempleo y la penuria, y de esta manera crecieron más los problemas.

El Quindío descuidó los resortes de la economía, de la planeación y del avance social. En estas “dos décadas perdidas” ha elaborado 102 programas de planeación que se han quedado en el aire por falta de cumplimiento, o por tratarse de trabajos desarticulados. Parecen piezas oxidadas por su falta de conexión con una obra fundamental de largo plazo. Aquí es donde ha faltado gobierno.

Los gobernadores y sus equipos asesores llegan y se van, sin mayores ejecuciones. Son títeres de la politiquería reinante que los llevó al poder. No hay compromiso. No hay grandeza. Ahora mismo, la gobernadora y la alcaldesa de Armenia están trenzadas en una riña incomprensible, mientras sus despachos dejan de realizar las verdaderas obras que reclama la comunidad.

Por todo esto, el Quindío colapsó. Se quedó a la zaga de Caldas y Risaralda. En sus días de prosperidad era el “Departamento Piloto de Colombia”. Este título lo perdió hace varias décadas. Mientras tanto, el llamado Eje Cafetero, que debería ser un nervio regional de la nación, ha perdido vigor con la atrofia del Quindío. Esto nos duele.

El Quindío debe superar esta catástrofe devastadora. Ojalá el diagnóstico crítico y constructivo de Armando Rodríguez incite a la reflexión de los dirigentes quindianos en procura de soluciones prontas y contundentes, como el caso lo reclama, para cambiar de rumbo, fortalecer el presente y mirar confiados al futuro.

Eje 21 (editorial), Manizales, 17-II-2013.

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Comentario:

El hecho de que el café dejara de ser el producto de exportación más importante del país dio comienzo a la decadencia del departamento, no se buscó combinarlo con otros cultivos, no se buscaron sustitutos para ese único cultivo y los mandatarios no se preocuparon sino por enriquecerse, unos, y otros por hacer política. He visto los índices de desocupación y siempre está el departamento entre el primero o el segundo lugar, y Armenia con un desempleo aterrador.  Todo esto es preocupante porque la calidad de vida se desmejora y esa población que siempre fue luchadora y potente se viene abajo y no hay un líder que cambie la situación. Casi tengo que decir con tristeza que escuché a alguien decir que Armenia ya no es la Ciudad Milagro, sino la ciudad que por un milagro existe. Amparo E. López Jaramillo, colombiana (del Quindío) residente en Estados Unidos.

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