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El café sin recolectores

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Suena a broma la noticia de que el calé amenaza perderse por falta de brazos. En distintos lugares viene sintiéndose en estos días el grito de alarma ante la escasez de obreros para exprimirles el fruto a los cafetales. Dentro de los contrastes  de un país que se da el lujo de poner en los mercados  mundiales la mayor cotización que ha registrado el termómetro cafetero, y que al propio tiempo tiene una inmensa población angustiada, los recolectores hacen un pacto secreto para vender a precio de inflación la mano de obra que todos los días debe valer más si los clarines de la bonanza re­suenan con ímpetus arrolladores.

Tai es el precio de la riqueza. Ahora que los cafetales están cargados de  esperanzas en varias zonas de cosecha, esta población nómada que recorre el  país en busca de trabajo se niega a recoger el café si no se le retribuye a los precios que quiera imponer. 

Es un sindicato invisible movido entre telones por las conocidas fuerzas de la intransigencia, en un afanoso intento por bloquear la economía na­cional. Los cafeteros, alarmados, van subiendo los jornales bajo presiones que no pueden discutir, porque el reto es disparejo, y que están dislocando peligrosamente la realidad de los campos.

El jornalero decide, de pronto, hermanarse con la bonanza y termina cobrando la pros­peridad que se grita con tanta algazara. Es una manera de subir al tren de la victoria. Bien es sabido que quien tenga en el momento una mata de café, así sea pobre de remate, ipso facto es catalogado como millonario. Desgranar un cafeto es señal de fuerza, de poderío, de auto­móvil último modelo, de viaje a Europa. Y como los bienes terrenales deben compartirse, ahí tenemos a este ejército de recolectores listos a cobrar su parte, instigados por los maes­tros del conflicto permanente.

Si el café adquiere de con­tinuo nuevos puntos en los mer­cados internacionales y por doquier se anuncian ríos de leche, así para la mayoría resulten ríos de hiel, los jor­naleros no quieren confor­marse con precios que no suban por la misma escalera que la del propietario.

Un recolector de café ganaba hasta hace poco, bien pagado, $ 60 por arroba recogida. Más tarde, a medida que la brújula de Nueva York miraba más hacia arriba, el jornal pasó rápido la frontera de los $ 100 por arroba, hasta llegar en dos volandas a $ 150, y de ahí a $ 200, precio que se está abriendo campo ante la aparente escasez de brazos. Un obrero eficiente recoge tres arrobas, o sea que devenga $ 600 diarios, para un total de $18.000 al mes. El mediocre ganará $ 8.000. Ambos desean sueldo de ejecutivo de empresa privada. Exigen, además, excelente alimenta­ción y dormitorio, y se reservan el derecho de insultar al patrono.

Es una carrera desenfrenada, desconocida por el país que no vive al lado de los cafetales, la cual está creando un peligroso clima de distorsión del campo. El dueño de la finca, acosado por las cargas fiscales, debe además afrontar la revancha de jornales desorbitados, con de­trimento de su producción. El  obrero, que no había visto tan­tos billetes juntos, termina dilapidándolos al final de la semana. Esos billetes entran, sin pena ni gloria, a la danza de las alegrías tontas. Se dice, con cierta melancolía, que nadie sabe para quién trabaja y que la bonanza no es, definitivamente, para los cafeteros.

No hay recolectores. Pero sí hambre, y desem­pleo, y malestar social… Miles de brazos se necesitan en el momento. Los aspirantes no contestan a lista porque prefie­ren presionar. Se han conver­tido en burgueses del salario que se escoden entre el transis­tor en espera de que la bonanza siga regando nuevas ben­diciones, que ellos cobrarán con tarifas tasadas para la ocasión. Bien puede perderse, mientras tanto, una buena cantidad de café, pues la bonanza da para todo, hasta para el despilfarro.

Las tácticas para dominar es­ta revuelta del campo no pare­cen difíciles. Con dos o tres días a la semana que se llevaran los colegios a contagiarse de agricultura, se daría una buena lección a los explotadores. Recoger café es una tarea de músculo, y nada más. La máquina, esta vez, no ha lo­grado desplazar al hombre. Por eso los burgueses del salario se consideran insustituibles. Remplazarlos por estudiantes, por soldados, por voluntarios de todas las edades y todas las categorías, será la contraofen­siva que reclama la hora.

El Espectador, Bogotá, 13-IV-1977.

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Tres años de bonanza cafetera

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Como decidido defensor de las últimas me­dias adoptadas por el Gobierno para contrarrestar la inflación se mostró en Armenia el doctor Antonio Álvarez Restrepo. El salón de conferencias del Banco de la República quedó copado media hora antes de la conferencia, en vista del enorme interés que despertó en los círculos cafeteros la presencia del distinguido nombre público a quien se  tiene como una de las autoridades más versadas en la economía del país, y sobre todo en los intríngulis del café.

Invitado por el Comité Departamental de Cafeteros y la Fundación para el Desarrollo Industrial y Agrícola del Quindío, el doctor Álvarez Restrepo cumplió una cita de honor, como la llamó, con el joven departamento, una de las sedes más naturales del grano.

Peligros de la inflación

Días atrás había publicado en su columna de El Espectador, bajo el título Una medida heroica, una nota sobre las disposiciones económicas de los últimos días. Ningún es­cenario tan indicado como este del Quindío para volver sobre el tema. En su disertísima con­ferencia anotó los peligros incalculables que pueden sobrevenirle al país si el Gobierno no previene, como lo está haciendo, los efectos inflacionarios que se ciernen sobre el futuro inmediato. Recordó que en 1973 los medios de pago sumaban treinta y dos mil millones de pesos, para duplicarse tres años después.

Si el dinero circulante supera en el momento los sesenta mil millones, y esto constituye seria amenaza para el país, la situación tiende a agravarse cuando salga la cosecha mayor del café en los próximos tres meses, calculada entre quince y veinte mil millones. Si el país no ha llegado, y tal parece que el juicio de sus go­bernantes nunca lo permitirá, a lo que se conoce como inflación galopante, presente en países agobiados por el descontrol de sus finanzas, como Chile, Brasil y Argentina, es preciso adoptar enérgicas medidas para que ello pudiera ocurrir.

El exceso de dinero en poder del público erosiona la seguridad de una nación. La demanda de los artículos es determinante de alzas motiva­das por el incentivo del dinero, que cada vez haría subir más el costo de la vida. “Hay que construir diques y elevar defensas para que la economía toda no se hunda en el turbión revuelto de una inflación incontrolable”, dijo en su ar­tículo periodístico.

El reintegro cafetero

La única medida que no comparte es la relacionada con el reintegro anticipado del café, que acaba de ser suprimido. Considera el doctor Álvarez Restrepo que, teniendo los exportadores compromisos ya adquiridos con los mercados internacionales, y sobre todo con las casas de los Estados Unidos, tendrían que sortear inmensas dificultades –que no son justas– para poder cumplirlos. El expor­tador necesita recursos monetarios para canalizar la venta del grano al exterior, y en momentos como los actuales de drástica restricción bancaria, significa crearle un angustioso estado. Espera que el Gobierno revoque esta cortapisa.

Tres años de bonanza

El país puede esperar tranquilo el futuro inmediato. Las heladas del Brasil imponen, como mínimo, tres años de bonanza. El café colombiano tiene mercados asegurados. Recomienda para el Quindío impulsar la industria y, como idea concreta, crear una corporación regional de crédito, el mejor mecanismo para fomentar el progreso comarcano. Trajo a cuento la feliz ocurrencia de haber sido favorecido el Quindío con el nombramiento del doctor Diego Moreno Jaramillo como ministro de Desarrollo.

Un “mico” absurdo

Como verdadero despropósito calificó el «mico» que acaba de colgarle un padre de la patria al proyecto de ley según el cual la bonanza cafetera entraría a repartirse entre to­dos los municipios de Colombia, proposición que no tiene lógica. Es apenas elemental que sean las propias regiones productoras del grano las que fortalezcan sus economías, si de todas maneras la contribución del gremio al progreso del país representa una cuota significativa.

Pidió, de paso, que el cafetero entienda patrióticamente que, si sus impuestos son amplios, con ellos está cooperando a que sectores marginados tengan mejores medios de vida. sto no se opone a esperar que en los próximos años el Gobierno alivie progresivamente, con una disminución anual de la tasa de impuestos, la suerte del gremio, uno de los más gravados.

Controversia con Min-Agricultura

Es el doctor Álvarez Restrepo decidido precursor de una política de congelación de precios. Se requiere, en su concepto, para evitar una especulación que tendría funestas consecuencias en los próximos meses, que exista mano fuerte. Su planteamiento es muy gráfico: cuando el cafetero comience a vender la cosecha y a recibir el doble de lo que obtuvo el año pasado, su dinero, que tiene la característica de una gran movilidad, tentará a los vendedores de los bienes de consumo, quienes comenzarán una espiral alcista de tremendas repercusiones para el país.

El doctor Rafael Pardo Buelvas, ministro de Agricultura, refuta la tesis del doctor Álvarez Restrepo con la afirmación de que la congelación de precios no frena la especulación.

Desde Armenia, capital del café, el doctor Álvarez Restrepo ha movilizado ideas de palpitante actualidad. Es el café un tema que domina y lo apasiona. Su indiscutible autoridad determina que sus planteamientos, y entre ellos el de la congelación de precios que defendió con vehemencia, se estudien con el cuidado que merecen.

El Espectador, Bogotá, 25-VIII-1976.

* * *

Misiva:

Nunca fui transcrito con tanta fidelidad. Reciba con mis agradecimientos mi cordial saludo, Antonio Álvarez Restrepo, Bogotá.

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El café nuestro de cada día

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En vigoroso discurso, Álvaro Pío Valencia dijo en Armenia, con motivo de la develación del busto de su ilustre padre:

“Lo que hemos visto es el huracán de unas pasiones desenfrenadas, el frenesí del dinero, el olvido del hombre. Nos hemos puesto a cambiar divisas por hombres, y hoy nos asustamos porque nos llega la bonanza. Y se reúnen los helados arúspices, másteres de universidades extranjeras, a pensar qué es lo que hay que nacer con la riqueza de Colombia. Pues entregársela al pueblo de Colombia, porque a él le pertenece».

Lo dijo en el departamento considerado como la capital del café. El café se convirtió en el quebradero de cabeza. A todos los vientos se proclama la bonanza cafetera. En el país gira hoy todo alrededor de la cotización internacional del grano. Nos volvimos ricos de la noche a la mañana, y nos asustamos con la bonanza. Los economistas se mueven presurosos para detener los efectos inflacionarios que nos asfixiarán si dejamos correr por las calles los torrentes de dólares.

Es preciso, por lo tanto, tapar la riqueza. Se meditan fórmulas, se patentan mecanismos, se emiten pa­peles… Los cafeteros, mientras tanto, se rascan la cabeza. Y los que no somos cafeteros nos apretamos el cinturón.

¿Cuál bonanza?, es la pregunta dulzarrona en el departamento cafetero, en este Quindío de tierras ubérrimas que transpira café por todos los poros, pero que no tiene una pe­pa en el momento, según dicen los nuevos ricos. La vida sube todos los días, por el inevitable reflujo de estas alarmas, lo mismo aquí que en Caldas, Risaralda, Antioquia o Tolima. También en Nariño, lo mismo que en Boyacá o en el Cauca, que no saben de borbones ni de caturras. Pero la riqueza se nos vino a todos encima.

La verdad es que el café se está volviendo loco. Hará, si los hados resultan propicios, más ricos a los ricos, pero ahora está haciendo más pobres a los pobres. Ellos, por lo menos, tienen esperanzas, y bien pue­den dejar de lamentarse si los jornales, los abonos y los insumos se encarecieron antes de tiempo. ¡El café da para to­do!

Para el pueblo, la vida sube sin compensación. La carne, en este departamento de la prosperidad, vale cada semana $4 más. Un plátano, que aquí se da silvestre, vale $1. La docena de tomates se trepó a $50. El aceite, que antes valía $28, hoy a duras penas se consigue por $40. El papel higiénico también se valorizó, porque el lujo debe castigarse.

El embolador cobra más por la lustrada, porque la riqueza debe compartirse, y así lo oyó de labios de don Álvaro Pío. El peluquero estira la tarifa cuando escucha la radio. El tendero valoriza por la mañana toda su mercancía, y por la tarde vuelve a reajustarla cuando el vecino le cuenta que el producto continúa adquirien­do nuevos puntos en los merca­dos internacionales.

El panadero es, por lo menos, más elegante y continúa vendiendo a $2 el pan que antes de la bonanza cobraba a $1, y recortándole gramos cada vez que se siente con­tagiado de bonanza. ¡Por Dios! ¿Quién va a detener este ciclón de los precios?

Las amas de casa, a quien el Dane nunca consulta, se ponen de mal genio siempre que deben llenar la canasta familiar, y a la media hora están de peor talante porque los sufridos billetes se les es­fuman en dos volandas. Y maldicen de los maridos taca­ños, y se sienten acompleja­das, y visitan al siquiatra, y terminan descargando su santa ira en el incomprendido sos­tenedor del hogar, ¡que ya no da más!…

El marido, incapaz de milagros, por más milagros cafeteros que se pregonen, atempera los nervios y apenas mira con impaciencia el saldo rojo que crece despiadadamen­te en el banco, aunque se conforma esperando que algún día le caiga algo de la bonanza. Quizás piense que si el Gobierno se está llenando de divisas, por lo menos no lo torture con nuevos impuestos

Mientras tanto, por estas calles de Dios una legión de menes­terosos muestra sus lacras. Hay miseria, miseria impresionante entre tanto bombo de prosperidad. Estamos, con todo, en el depar­tamento de la riqueza. La bonanza no se ve por parte alguna. Aunque debe existir, si así lo dice todo el mundo. Lo cierto, lo tristemente cierto, es que el diablo de la bonanza está haciendo estragos.

El café nuestro de cada día, ese que solíamos saborear con tanta fruición, se nos está volviendo amargo, y no solo porque el azúcar también es­casea y cada vez endulza menos, sino porque se está aguando. Nos quedamos con la pasilla, con los desechos, porque el pergamino es para vendérselo a los gringos a precios fabulosos, y a ellos no debe disminuírseles el aroma.

El Espectador, Bogotá, 24-VI-1976.

 

 

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Comité de Cafeteros

domingo, 2 de octubre de 2011 Comments off

Cómo funcionan estas entidades

Por: Gustavo Páez Escobar

Al ser nombrado presidente de la Conferencia Cafetera recien­temente reunida en Bogotá Hernán Palacio Jaramillo, presidente del Comité de Cafeteros del   Quindío y actual Alcalde de Armenia, no solo se hace un reconocimiento de los méritos del distinguido profesional, elemento cívico de primer orden y tenaz batallador del progreso comarcano, sino que se exalta la importancia de una región esencialmente cafetera.

Bien es sabido que el Quindío, centro agrícola por excelencia, es uno de los mayores productores de café y divisas para la economía del país. Aquí se transpira café por todos los poros. Por más que las mentes jóvenes intentan diversificar los cultivos y tender hacia la industrialización, se tropieza contra una mentalidad muy arrai­gada que hace del café la esencia vital del quindiano.

Antecedentes del café

Es una tradición que se ha recibido de los antepasados y que se muestra inmodificable. A golpe de hacha los antiguos morado­res descendieron de la montada antioqueña por entre abruptos paisajes y se resbalaron hacia el sur, fundando a su paso poblaciones como Aguadas, Pácora  y Manizales, para llegar luego a Pereira y Armenia. Venían atraídos por la fiebre del caucho y la exploración de los entierros indígenas, conocidos como guacas.

De ahí al descubrimiento del café solo hubo un paso. Floreció, pues, desde bien temprano esta misteriosa planta que había llegado del Viejo Mundo y a la que los pueblos antiguos atribuían po­deres misteriosos, mitad ficción y mitad realidad, y que habría de enraizarse en nuestras tierras y en nuestras costumbres como el mayor productor de riqueza.

Se saltó velozmente de esa ficción mistificada a la rea­lidad comercial y se entronizó el café como una deidad. Se explica, entonces, que el café corra por las venas de un pueblo culturizado bajo su influencia. Lo que es conocido como el complejo antioqueño, formado por Antioquia, el Viejo Caldas, Valle del Cauca y Tolima, conforma el cinturón de mayor desarrollo económico del país.

La Federación de Cafeteros

Este órgano, rector supremo de los intereses del gremio, na­ció en el año de 1927. Es su principal objetivo defender la in­dustria cafetera, y con mayor razón al productor, a través de mecanismos que se ha impuesto como enseñas para hacer cada vez más floreciente esta actividad. Entre ellas se cuentan una permanente propaganda del grano por fuera y por dentro de nuestras fron­teras, la búsqueda y difusión de las mejores técnicas de culti­vo, la organización de sistemas cooperativos –como almacenes de depósito, granjas, escuelas de experimentación– y el adelanto de obras de infraestructura que eleven el nivel de vida de quienes derivan su subsistencia de este medio.

Comités de Cafeteros

El alma de la organización reside en los co­mités  departamentales, de los que nacen los municipales, for­mando entre todos un fuerte engranaje que se convierte en un superestado por la dinámica y el influjo que ejerce en el país. Es indudable que buena parte de la economía gira alrededor de estas células que, regadas en todo el país pero con mayor profusión en las zonas más cafeteras, enlazan el poderío de nuestra riqueza e impulsan la producción.

Quienes vivimos en zonas cafeteras nos familiarizamos con este personaje que tantos sustos y alegrías produce al Gobierno. Y es que el café es todo un personaje. No peco de exa­gerado al afirmar que por más contacto que se tenga con la tie­rra y los cultivos, y por más que a diario se transpire café y se escuche el comentario persistente de estrategias y políti­cas gremiales, nunca se llegará a dominar esta materia. Nadie es conside­rado depositario del secreto de este artículo variante, comple­jo y a veces arisco, que se mueve como espíritu travieso que, cuando anda de mal genio, pone al país a trastabillar.

Cuando le da por ser juguetón, crea bonanzas con la misma facilidad con que desborda la inflación. Cuando el precio del café sube, real o ficticiamente, el costo de la vida aumenta ipso facto; pero esta no desciende cuando sucede lo contrario. Esto indi­ca que hay una influencia tan decisiva y caprichosa, que arma reales rompecabezas para detener la espiral de alzas irre­versibles cada vez que se tiene noticia sobre una mayor cotiza­ción en los mercados internacionales.

Deseoso de tener una idea más definida sobre lo que es un co­mité de cafeteros, pe­dí a sus líderes del Quindío que me dieran algunas lecciones y, como gentilmente apoyaron mis propósitos, he armado estas cuartillas no ya para fatigar al lector con cifras y enjundiosos estudios, cuanto para esbozar tangibles realizaciones que me entusiasmaron por su elocuencia, como sin duda harán de impresionar al lector.

No todos saben la finalidad de estos organismos y bien está que intente yo mostrar, siquiera someramente, algunos hechos que deben exhibirse como  demostrativos de la función social que se cumple al abrigo del café.

Existe en el Quindío una selecta nómina de ejecutivos del Comité, veteranos y versados en la difícil técnica de soste­ner la mística del grano. Como presidente, ya lo dije, se encuen­tra el médico Hernán Palacio Jaramillo, ahora en transitorio re­ceso mientras impulsa el progreso de su ciudad desde la Alcaldía de Armenia. Como director ejecutivo está Jaime Henao Quintero, espina vertebral de la entidad. Dos grandes ramales de la estructura las dirigen Pedro Nel Jaramillo y Julián Morales de la Pava, jefes de las divisiones de ingeniería y técni­ca.

La junta directiva la integran avezados caficultores que con sus luces y su experiencia orientan las políticas regiona­les. De esta matriz se desprenden las  dependencias administrativas que conforman más de cien empleados, de los que el 90 por ciento son técnicos (agrónomos, veterinarios, topó­grafos, ingenieros civiles y electricistas).

Si por fuerza de la brevedad han de pasarse por alto en esta reseña algunos datos, se procura destacar lo más sustantivo como muestrario de la efectividad  que cumple el organismo en la vida campesina y en el adelanto del país. Bien está que tome al Comité de Cafeteros del Quindío como ejemplo, por contar con sólida estructura que lo hace sobresalir en el país.

El hombre, ante todo

La primera preocupación es el hombre. A lo largo de los esta­tutos de la Federación prevalece dicho propósito. No es un pro­pósito cualquiera, pues se abunda en programas tales como la defensa del cafetero, las campañas sanitarias, el establecimiento de puestos de salud, la dotación de obras de infraestruc­tura, el cooperativismo y varios objetivos más que se encaminan a elevar la dignidad humana. El Comité del Quindío cuenta este año con un presupuesto de $ 64 millones, estando destinado el 69 por ciento a obras de infraestructura rural, porcentaje que dice mucho sobre la real ejecución de aquel cometido.

Obras de infraestructura

No son pocas las demostraciones que sobre la topografía del Quindío existen como testimonio de estos programas de redención para los habitantes del campo, que son los más directos creado­res de la riqueza. Tanto en forma directa como en coordinación con el Fondo Nacional de Caminos Vecinales y el Gobierno Depar­tamental, se abren y se conservan caminos veredales para mante­ner vías suficientes de penetración. Los acueductos, dentro de un ambicioso plan de higiene ambiental, se han extendido a la mayoría de las fincas. Por doquier se instalan pozos artesia­nos, tanques, puentes, escuelas, restaurantes, campos deporti­vos, centros de salud.

Conjuntamente con la Corporación Autónoma Regional del Quindío se inició en 1973 un plan gigante de electrificación rural para todo el departamento, con un costo calculado entonces de $ 200 millones, realizable en cuatro años, y una contribución del 50 por ciento por parte del Comité.

No se descuida la reforestación, como necesidad primordial para que no se canse la tierra. El Quindío, región privilegia­da por la fecundidad de sus suelos, reúne características ex­traordinarias para la agricultura. Sus gentes son previsivas y lo mismo que combaten las enfermedades de las matas de café, preservan y enriquecen la capa vegetal.

Educación

La labor docente ocupa primerísimo lugar. Baste decir que se han construido y ampliado 210 escuelas, con capacidad de 634 aulas. Son centros donde se imparte educación primaria a unos 7.000 alumnos. En Calarcá funciona, bajo su administración, la Concentración Baudilio Montoya –en homenaje al rapsoda del Quindío–, donde se atienden los estudios primarios y secundarios para 600 alumnos y se propende, además, por la orientación vocacional mediante técnicas de arraigo hacia el campo y de prácticas agrícolas que forman al empresario del ma­ñana. Con $ 700 mil pesos acaba de contribuir a la terminación de una escuela en Armenia para los hijos de los agentes y sub­oficiales de la policía.

Labor ponderable es la contribución a la expresión cultu­ral. En la misma forma que patrocina un concierto o una exhibi­ción de pintura, ayuda a los escritores de la reglón en la pu­blicación de sus obras.

Renovar cafetales

Es la orden del día. En afiches, conferencias, carteles se insiste en la necesidad de cambiar los cafetales viejos por ca­fetales nuevos, para asegurar mejores ingresos y estar en pie de alerta contra los azares del futuro.  En los dos años que lleva operando la ley 5ª, es el Quindío la zona que más ha utilizado estos recursos para renovación del café, con un total recibido hasta septiembre de $ 98 millones, seguido por Risaralda con  $ 94 millones, Caldas  con $ 59 millones, Valle con $ 46 mi­llones, Antioquia con $ 41 millones.

Acueducto El Portachuelo

Obra maravillosa esta que, por su importancia y su servicio social, bien merece que se mencione para cerrar este esbozo. Es exclusiva del Comité de Cafeteros del Quindío y en ella se comprometieron la técnica y el afán de servir a la comunidad. Atiende 52 veredas, con una población de unos 18.000  habitan­tes, y tiene la particularidad de su interconexión con otros tres acueductos. Iniciada en 1970 y concluida recientemente, se convierte en una obra tesonera que tuvo que romper las fuer­tes depresiones geográficas, en un  recorrido de 206 kilómetros. Es un gigante que se repliega por terrenos escabrosos,  y para sostenerse en muchos trechos, hubo necesidad de levantar puentes y vigas de cemento hasta de 25 metros. Su costo aproximado: $ 10 millones.

Terminé mis charlas con los directivos del Comité con un buen sorbo de café, a manera de homenaje a nuestro producto ge­nerador de progreso. No hay duda de que un Comité de Cafeteros es algo respetable. Se consigna en estas líneas una demostración de lo que logra el deseo vehemente de unos hombres consagrados al bienestar de la comunidad, y por lo tanto, al engradecimiento de la patria.

La Patria, Manizales, 18-I-1976.

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Capacitación campesina

sábado, 1 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El gerente general del Sena anuncia­ba, en su reciente visita al Quindío, el programa de capacitar al campesino ca­fetero en una forma productiva: enseñándolo a ser gerente de la tierra. Esto, a simple vista, suena como idea ilusa, acaso como un aliciente que lle­van muchos altos funcionarios en su maleta de viaje.

 En el presente caso, tanto por la se­riedad del personero del Gobierno, co­mo por la filosofía de la entidad que ha demostrado grandes realizaciones en la capacitación del hombre a todos los niveles, la factibilidad del programa no puede caer en terreno mejor abona­do. El Quindío, al igual que todo el Viejo Caldas, ya que se trata del café, son tierras de minifundios donde las gentes nacieron para ser profesionales del agro.

Hablaba el doctor Eduardo Gaitán Durán sobre la creación de una finca piloto para rehabilitar al campesino de su simple condición de obrero que re­coge cosechas espontáneas, a la de ver­dadero administrador de su propio fundo. Aprenderá en dicho centro principios de economía agrícola y téc­nicas de plantíos, y se le despertará el sentido de la responsabilidad. El cam­pesino cafetero —e igual cosa sucede con el campesino en general—, por más ligado que se encuentre a la tradición de donde deriva su subsistencia, care­ce de iniciativa. Y aunque la tierra es su razón de ser, convierte esta activi­dad en algo rutinario que no requiere más miramiento que el propio que le depara la naturaleza.

Cuando este labriego asuma una concepción mejor dirigida y aprenda que el beneficio será mayor conforme aumenten su independencia y la capa­cidad de pensar por sí solo, con el ries­go que implica el hecho de ser gerente de la tierra, de su propia tierra, se sentirá más hombre. Se le in­culcará la conciencia del auténtico ge­rente, formado no solo para mandar, sino también para producir.

Será una pacífica revolución del campo. Se requiere, en efecto, para que Colombia explote con provecho sus inmensas riquezas naturales, que la tierra sea removida hacia fines progre­sistas como este de hacer líderes a quienes, por lo general, no pasan de ser los capataces o los tradicionales reco­gedores de cosechas.

El campesino debe aprender a que­rer más la tierra. Es preciso que se sien­ta firme en su ambiente, al lado de la mata de plátano o de la siembra de caturra, como el marinero lo está en su barco, al que no abandona ni aun en los peores momentos de la adversidad, porque lo lleva en la sangre.

Y que no sea víctima fácil del transistor que le repica una confusa invitación, que al propio tiempo suena en sus oídos como algo atractivo, al éxodo hacia la ciu­dad, a engrosar esa frustrada y frus­trante población rural que cree encon­trar paraísos en los infiernos del con­creto y termina ensanchando los abo­minables cuellos de miseria que no so­lo están creando grandes problemas so­ciales a las ciudades, sino asfixiando al campesino con dificultades de todo or­den.

 La Patria, Manizales, 3-V-1975.

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