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La vida en cuentos

lunes, 21 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

(Prólogo del libro La casa maldita, de José Antonio Vergel)

Todos los relatos de este libro convergen a un pueblo. Son como crónicas dispersas en el tiempo que se aglutinan en estas páginas para delinear una historia pueblerina. En Rusia, alguien recién iniciado en la escritura le preguntó a Tolstoi cómo haría para ser escritor universal, y el novelista le respondió: «Dibuja bien tu aldea y serás universal».

Aquí está el pueblo de José Antonio Vergel Alarcón, que él ha captado desde diferentes ángulos para interpretar su propia existencia humana. Basado en casos comunes de la vida real, el cuentista se adentra en las intimidades de su comarca y de allí extrae una serie de menudos sucesos parroquiales que retratan a la comunidad entera. Son como pinceladas en el paisaje y en las costumbres locales, que logran definir la identidad del terruño con la presencia de sencillos protagonistas del acontecer cotidiano.

Objeto primordial de la literatura es abrillantar los hechos triviales, iluminar los oscuros, redimir la desgracia, hermosear la vida. No se trata de ocultar la realidad y menos de falsearla, sino de descubrir los filones de verdad y de ironía social que esconden ignorados personajes de todos los pueblos. Son ellos los que mejor encarnan la sabiduría popular.

El cuento, desde los propios orígenes de la humanidad, ha sido canal apropiado para registrar la historia. El hombre demostró su primer rasgo de inteligencia al inventar el cuento como expresión ver­bal, mucho antes de que existiera la escritura. Por ese conducto se transmitían emociones, rasgos y costumbres de los pueblos primitivos. El género llegó a América con los primeros pobladores. En Colom­bia, país de fabuladores por excelencia, el cuento nació del cuadro de costumbres, y más tarde se hermanó con la crónica y la novela corta. E incluso con el poema: el cuento, para muchos, es un poema narrado.

Horacio Quiroga dice que «un cuento es una novela depurada de ripios». Euclides Jaramillo Arango manifiesta que «el cuento es hoy cualquier cosa, pero debe ser bien contado». Javier Arango Ferrer agrega que «fácilmente el escritor planea el cuento y sale con un mal relato, o planea un relato y sale con un buen cuento».

Son suficientes estas expresiones tan respetables para concluir que se trata de uno de los recursos literarios más difíciles de encasillar, y más controvertidos. Sea como fuere, a través del cuento, relato, narración o fábula el buen escritor se convierte en retratista de su tiempo y, por consiguiente, en vocero de la injusticia, la miseria, la violencia, el amor. Si sus mensajes no impactan, se los lleva el viento.

José Antonio Vergel se va por los caminos de su provincia para describir con sutil ironía –y a veces con claras dosis de erotismo– ambientes parroquiales movidos por el miedo, el dolor, la angustia, la explotación humana, el amor, el sexo. Casi todas sus narraciones son presentadas al natural y recogen de paso regionalismos y particularidades lugareñas, tal vez para que sean más auténticas. Tienen la virtud de saber pintar costumbres y paisajes al igual que estados del alma.

El inspector, uno de los perfiles de esta obra, presenta una escena común en Colombia: las pasiones políticas atizadas por el eterno gamonal que corrompe la vida de las comunidades. Broma en leve bruma, donde campean el humor y la ironía, refleja los pecados capitales de todos los pueblos: gazmoñería, beatería, idiotez, cursilería, hipocresía… Lo de Leopoldo fue verdad tiene como actor a un gato hogareño –el gato de todas partes–, que trasmite hondo sentimiento de ternura. Casa maldita, escenario de violencia, ofrece este episodio contundente: «Absalón entró sin saludar, como queriendo mirar algo en las estanterías llenas de polvo, desenruanó un cachiblanco para degollar cerdos y acribilló a Ñungo».

Breves muestras para decir que en este acopio de ficciones calcadas de la realidad desfilan los personajes típicos de cualquier conglomerado humano. Es la propia vida la que corre por estas páginas, que su autor dedica con emoción a su pueblo real, Alpujarra.

José Antonio Vergel, graduado en Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana, y que adelantó estudios filológicos en el Instituto Caro y Cuervo, se desempeñó en Rusia, durante 20 años, como periodista y redactor literario del semanario Novedades de Moscú, de la Agencia de Prensa Novosti y de la Editorial Progreso. Además, ha estado vinculado a la cátedra universitaria. Es autor de una excelente biografía de Martín Pomala –el gran poeta olvidado de su tierra tolimense– y del hermoso libro de poemas Lumbres secretas.

Avanza en un trabajo sobre sus experiencias soviéticas, al que ya le tiene asignado título: Veinte años tras la Cortina de Hierro. Y no cesa en su silenciosa producción poética y narrativa. Ahora, tras su larga residencia en Rusia, ha regresado a su patria –y sobre todo a su pueblo– a cantar la vida con sabor de cuentos.

Bogotá, marzo de 2002.

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