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Fantasmas y mitos del Tequendama

miércoles, 3 de julio de 2024 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Desde muy joven me interesé por el Salto de Tequendama, y cuando lo conocí quedé deslumbrado ante su majestuosidad. Es uno de los mayores espectáculos de Colombia, cuyo origen proviene del dios Bochica. Por consiguiente, está encadenado con la mitología de los siglos. Se cuenta que Bochica, para evacuar las aguas que inundaban la sabana de Bogotá formó este soberbio despeñadero que se precipita desde 157 metros de altura.

En 1826, Bolívar, alucinado por semejante visión, dio un salto incontenible a la piedra de dos metros cuadrados situada en la boca del precipicio. Esta se conocería como la Piedra de los Suicidas. Desde los años treinta del siglo XX se convirtió en el lugar preferido de quienes se tiraban al abismo en un descenso de seis segundos. Así se resolvía y sigue resolviéndose la angustia de vivir.

En 1941, se recuperó por primera vez un cadáver que flotaba en el agua como si fuera su cementerio natural. Ese mismo año, un agente de la Policía Nacional, llamado José Suárez, caminaba con su novia por el sitio y de repente le dio un beso, subió a la piedra, se quitó el sombrero y se lanzó al vacío. En el entorno se erige la Virgen de los Suicidas, a la que muchos se encomiendan antes de dar el paso mortal. A la catarata también se le conoce como el Lago de los Muertos. Todo suena fantástico, pero es real. Tequendama significa en lengua muisca «el que se precipitó hacia abajo».

¿Cuántas personas se han suicidado en el Salto de Tequendama? Imposible saberlo. Antes se llevaba un registro detallado, pero como los casos llegaron a ser innumerables, la cuenta se perdió. Muchos se fueron del mundo sin dejar rastro, como ocurre con los desaparecidos por la violencia en la época actual. En otro tiempo había agentes de la Policía que vigilaban el sitio para impedir el acto fatídico, lo cual no era suficiente, pues hasta en horas nocturnas se buscaba la muerte sin la mirada de testigos.

Son numerosas las cartas que han dejado estos desertores de la vida. La joven María Prieto le dijo adiós a su existencia con estas palabras: “Por la ingratitud de mi novio, me confundo en la profundidad del misterioso Salto de Tequendama”. Otra misiva: “Vivo despreciado, vivo en una batalla solo, y puedo seguir mi suerte”. Situados en otro escenario, el cantante y compositor Kurt Cobain escribió este mensaje antes de suicidarse el 5 de abril de 1994: “Se me ha acabado la pasión. Y recordad que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión”.

La catarata posee poder magnético, tanto para irradiar encanto como para inducir a la muerte. Leo la noticia ocurrida en septiembre de 1973 cuando un bus chocó contra una volqueta y cayó en la profundidad, con un saldo de catorce muertos. Aparte del deseo patológico de morir, se atraviesa, como en este caso, el golpe de la fatalidad.

Se dice que en los alrededores se escuchan voces, llantos y lamentos. Son las almas en pena que han quedado atrapadas en aquel territorio de suicidas. Los espíritus vagan por la zona no se sabe por cuánto tiempo, creando hechos paranormales. La belleza del Salto Tequendama se entrelaza con la fascinación, la muerte, los espantos y el misterio.

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 Eje 21, Manizales, 29-VI-2024.  Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 30-VI-2024.

Comentarios

Desde los muiscas hasta nuestros días el Salto de Tequendama cautiva a quienes allí se detienen a apreciarlo. De niño lo vi por primera vez en su majestuosidad, más tarde reducido a su mínima expresión, y posteriormente sus nauseabundas aguas, contaminadas por Bogotá, me causaron inmensa nostalgia. Y me pregunté a quién se le había ocurrido construir ese hermoso edificio –creo que de arquitectura republicana– en ese sitio, el que si no me equivoco sirvió de escenario no hace mucho para una película colombiana entre cómica y de espanto. Diego Arango Mora, Armenia.

Desde niña escuchaba los comentarios de las mamás y abuelas sobre los suicidas del Salto de Tequendama. Los domingos eran los preferidos para que los suicidas se arrojaran al abismo, y ese hecho desataba una serie de historias de terror y de cartas de despedida. Yo, una niña, sentía pánico de acercarme a las tormentosas aguas. Este artículo me devolvió a la infancia y a sentir el mismo miedo y la misma brisa húmeda que el viento arrojaba al rostro de los curiosos que nos acercábamos para ver la famosa Piedra de los Suicidas. Inés Blanco, Bogotá.

Muy ilustrativa tu nota para quienes desconocen hasta en dónde está situado el Salto de Tequendama. Ignoraba el significado del vocablo en lengua muisca y me queda la duda de si «el que se precipitó hacia abajo» se refiere al caudal de agua o si ya desde aquellas épocas acaecían suicidios allí. Las dos últimas veces que pasé por el Salto de Tequendama solo vi un menguado chorro al que difícilmente le quedaría bien el nombre de cascada o catarata. Es una lástima. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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Las cenizas de Nariño

domingo, 17 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Comenté en mi columna anterior la vida atormentada de Antonio Nariño bajo crueles suplicios, hasta terminar sus días, enfermo y abatido, en Villa de Leiva. El escritor Jorge Ricardo Vejarano relata paso a paso el tránsito del prócer por los tormentosos caminos que tuvo que recorrer, y deja en el ánimo del lector un sabor amargo por tanta vejación y tanta injusticia. Puede pensarse que con su muerte cesaron el odio y el vilipendio de que fue víctima, pero no fue así.

Veamos ahora la dura historia que surgió con sus restos. Antes de expirar, pronunció estas palabras lapidarias: No tengo que dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas. Pero la Colombia de entonces, manejada por fuerzas adversas a sus ideas y su carácter, no pudo entender la grandeza del héroe. No hubo decreto de honores del alto gobierno ni acuerdo del cabildo de su ciudad nativa honrando su memoria.

Frente a esa atmósfera de apatía, que al mismo tiempo lo era de desprecio, sus hijos se propusieron realizar las exequias solemnes en la catedral de Bogotá, y para el efecto contaron con el sacerdote Francisco José Guerra de Mier para pronunciar la oración fúnebre. El acto quedó previsto para el 13 de febrero de 1824, dos meses después del deceso. Pero tres días antes, el presbítero envió una carta a la familia informando que desistía de su compromiso debido a amenazas que había recibido.

Antonio Nariño y Ortega, hijo del Precursor, fijó la carta en las calles principales de la capital, y las honras fúnebres fueron suspendidas. El biógrafo Vejarano hace en su libro esta anotación: “Santander era el presidente de la República. ¿Por qué enmudeció, por qué desapareció en el preciso momento en que era necesario atajar la villana afrenta, hacer abrir amplia calle de honor para que pasara el recuerdo del prócer?”.

Sus cenizas fueron trasladadas de un sitio a otro en la iglesia de san Agustín de Villa de Leiva. En 1835, su nieto, el general Ibáñez, llevó la urna funeraria a Zipaquirá y la dejó en manos de Mercedes, su madre, que allí residía. En 1873, llegó la urna a Bogotá y quedó bajo el cuidado de su nieto. En 1885 –62 años después del fallecimiento–, el héroe continuaba insepulto.

Resuelve entonces el general Ibáñez llevar los restos consigo en un viaje que realizó a Jamaica. En Colón, Panamá, un ciudadano español se robó la urna, creyendo que portaba un tesoro. Fue recuperada, pero por poco desaparece entre las llamas de un incendio que ocurrió en el puerto. Los restos regresaron a Bogotá, y en 1907 se depositaron en la capilla de la Virgen de los Dolores de la catedral. En 1913, fueron retirados de la capilla y trasladados al monumento que allí mismo se levantó. Pasaron 90 años en este peregrinaje que parecía no tocar fin.

El eterno prisionero que evoqué en mi artículo anterior se convirtió en el eterno viajero a quien se le cerraban todas las puertas. Pero la Historia certera, tras esta larga cadena de infortunios, le abrió al fin –y ya para siempre– las puertas de la gloria y la inmortalidad.

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Eje 21, Manizales, 23-II-2024. Nueva Crónica del Quindío, 25-II-2025. Academia Patriótica Antonio Nariño, boletín 34, febrero/2024.

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Nariño: el eterno prisionero

domingo, 17 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace dos siglos, el 13 de diciembre de 1823, murió en Villa de Leiva el Precursor Antonio Nariño, a la edad de 58 años. Coincidiendo con ese suceso, he leído una excelente biografía del prócer, escrita por Jorge Ricardo Vejarano. La obra ha tenido varias ediciones, y la que poseo la publicó el Instituto Colombiano de Cultura en 1978. Hoy es de difícil consecución.

Me encontré con una verdadera joya bibliográfica en la que el autor, oriundo de Pasto –ciudad en la que Nariño tuvo la peor derrota de su vida–, narra con emotiva y rigurosa veracidad la vida atormentada de este ilustre patriota, quien, luchando por la libertad y los derechos ciudadanos, nunca conoció el descanso y sufrió, por el contrario, toda clase de sufrimientos, oprobios y torturas. Buena parte de su vida la pasó en presidio, y nunca declinó en su lucha contra la realeza y la emancipación del pueblo colombiano.

A los dieciséis años había presenciado la ejecución de José Antonio Galán, hecho que lo marcó para siempre. Lo volvió rebelde y agitador, rasgo que le causó encono entre los propios militantes de la causa libertadora, donde él era figura notable. Con la traducción que hizo en 1793 de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, le vino su primer infortunio. La cárcel, sin embargo, no fue suficiente para hacerlo cambiar de ideas. Salía de una cárcel para entrar en otra. Desde su Imprenta Patriótica y el periódico La Bagatela arremetía contra sus enemigos y mantenía firmes sus convicciones.

Preso en España, su esposa Magdalena, que había sido despojada de todos los bienes, vivía en medio de la indigencia y tenía que pedir la caridad pública para poder subsistir con sus cinco hijos. Esta situación infamante no la ha sufrido ningún otro prócer. La Caja de Diezmos, que tuvo una desviación de fondos cuando Nariño era el tesorero, se convirtió en motivo para recriminarlo con perversidad. Pero tiempo después, en magistral discurso ante el Congreso –ya casi sin fuerzas para sostenerse en pie–, demostró su inocencia en este y dos casos más.

De todos modos, este implacable luchador de la libertad, que venía de un linaje insigne y era dueño de cuantiosa fortuna, estaba en la ruina y postrado por dos graves enfermedades: la tuberculosis y la bronconeumonía. Tras el revés sufrido en Pasto al frente de las fuerzas patriotas, sus brillantes acciones militares y su desempeño acucioso en altos cargos del Estado parecían desdibujarse en las garras de la derrota.

Sus enemigos, incluido Santander, fueron sus mayores detractores y verdugos. En cambio, Bolívar lo apoyaba por saber lo que valía. Pasados los años, muchos años, sería la Historia la que diría la verdad y rescataría su nombre del olvido. Después de Bolívar, Antonio Nariño fue el personaje más importante de la Independencia.

En agosto de 1823 buscaba un mejor clima para aliviar sus dolencias. Murió en Villa de Leiva cuatro meses después, rodeado de pocos vecinos y con ausencia de su familia. Antes de entrar en la agonía, dijo estas palabras lapidarias: Amé a mi Patria: cuánto fue este amor lo dirá algún día la Historia. No tengo que dejar a mis hijos sino mi recuerdo. A mi Patria le dejo mis cenizas.

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 Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 11-II-2024. Eje 21, Manizales, 13-II-2024.

Comentarios

 Muy buena tu nota sobre Nariño. Pero me parece que eres muy duro con Santander al calificarlo de detractor y verdugo del Precursor. Yo creo que entre los dos personajes hubo discrepancias políticas respecto a la forma de gobierno, pues mientras Nariño era un denodado centralista, Santander era partidario de un gobierno con más autonomía de las provincias y sin la dependencia absoluta del poder central militarista de Bolívar, es decir, la estéril confrontación entre centralistas y federalistas que el mismo Nariño criticó cuando acuñó el conocido calificativo de Patria Boba al período transcurrido entre 1810 y 1816. Esas discrepancias, azuzadas por los partidarios de uno y otro lado, fueron las causantes también de la enemistad política entre Bolívar y Santander. Personalmente soy admirador de los tres próceres mencionados, pues cada uno de ellos tiene méritos importantes, pero sin negar que también tuvieron errores y no pequeños. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Respuesta. Ya conocía tu concepto sobre sobre Santander, en carta que me enviaste hace varios meses. Esa posición es respetable. El enfrentamiento entre Santander y Nariño venía de tiempo atrás, y se agudizó cuando el Precursor, debilitado física y moralmente, fue víctima de implacable persecución de un grupo de adversarios, entre quienes sobresalía Santander.  El autor del libro, Jorge Ricardo Vejarano, analiza ese clima inamistoso entre los dos próceres y hace énfasis, sobre todo, en la etapa final de Nariño, cuando sufrió las mayores incomprensiones y agobios. Debe admitirse que se trata de dos personajes controvertidos en muchas de sus actuaciones durante las guerras de la Independencia. Los días de sus mayores diatribas estaban infestados de odio y pasión política y esto contribuyó a las feroces contiendas que se desataron entre ellos. De todas maneras, lo que yo quise subrayar en mi artículo –frente a la biografía de Vejarano– fue el trato cruel que padeció el Precursor y que lo convirtió en el eterno prisionero. GPE

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El bicentenario de la muerte de Antonio Nariño

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Amables lectores:

El Tiempo registró el 13 de este mes, en su espacio Hace 100 años, la nota publicada sobre la muerte de Antonio Nariño y dijo que había nacido en Villa de Leiva. Con tal motivo me dirigí al director del periódico aclarándole que el verdadero sitio de su nacimiento es Bogotá. En la edición de hoy, y en la misma sección, el periódico rectifica este lapsus. Transcribo el correo que dirigí al director del diario, donde no solo hago dicha rectificación, sino que comento las circunstancias del deceso y resalto la importancia del Precursor en la gesta libertadora:

Este 13 de diciembre se cumplieron 200 años de la muerte del Precursor Antonio Nariño. El Tiempo, en el espacio Hace 100 años, recuerda el primer centenario de su muerte y dice que el prócer nació en Villa de Leiva. En realidad, nació en Bogotá. Y murió en Villa de Leiva, aquejado por bárbaros sufrimientos, tanto físicos como morales. Padeció cárceles, injurias, calumnias, crueldades, constante persecución. Fue un eterno prisionero. Ni siquiera Bolívar sufrió tanto como él. A Villa de Leiva fue a buscar salud, y murió al poco tiempo. Pero la Historia, que es la mayor fuente de la verdad, se encargó de rehabilitar su nombre y consagrarlo como uno de los grandes líderes de la Independencia.

Gustavo Páez Escobar

Miembro de la Academia Patriótica Antonio Nariño

16-XII-2023

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El anarquista Moncaleano

miércoles, 7 de junio de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El paso inexorable del tiempo va borrando la memoria de la gente notable, ejecutora muchas veces de hechos sobresalientes y que por eso mismo debería ser recordada en los años futuros. Sin embargo, eso no sucede sino en contados casos. Es la triste realidad humana. Hoy las nuevas generaciones ignoran, en su inmensa mayoría, la vida de los próceres que nos dieron la libertad, y hay quienes no saben, incluso, quiénes fueron Bolívar, Santander o Sucre.

¿Conoce alguien quién fue el anarquista colombiano Juan Francisco Moncaleano? Me surge esta inquietud frente a la biografía de este personaje escrita por el profesor e historiador Orlando Villanueva Martínez, la que fue publicada en estos días en Bogotá por la Valija de Fuego, en edición de 656 páginas. Moncaleano nació en Líbano o en Honda, Tolima, en junio de 1881 –otras fuentes señalan que en 1883–. En palabras de su biógrafo, “fue un hombre controvertido y controvertible. Es el anarquista más importante de Colombia en toda su historia y uno de los más reconocidos de América Latina”.

A la corta edad de 14 años hizo parte de los ejércitos liberales y actuó en las guerras de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las que obtuvo alto rango militar. Se habla de que se desempeñó luego como profesor y filósofo, funcionario público, periodista, tipógrafo y comerciante. Su presencia en la vida pública le abrió poco a poco las puertas como agitador político, faceta que ejerció con absoluta convicción y que tuvo alta resonancia.

Para divulgar su pensamiento y librar sus denodadas luchas, fundó en 1910 el periódico El Revachol, que más adelante dejaría solo como Revachol, en honor de un anarquista francés. El anarquismo lo llevaba en la sangre y sería su razón de ser como ideólogo, combatiente, justiciero y revolucionario. Con su palabra demoledora arremetía sin tregua contra los poderosos, los tiranos, los burgueses, y mantenía la lanza enhiesta para defender a los pobres, los trabajadores, los artesanos, los plebeyos y, en general, a la población marginada.

Ese actuar incesante e implacable le acarreaba, por supuesto, fieras persecuciones, a la par que cárceles, torturas y vejámenes, tanto en Colombia como en otros países a los que se desplazó. A Méjico llegó en junio de 1912, atraído por su famosa revolución, y tres meses después fue expulsado con el rótulo de “anarquista peligroso”. Allí fundó la Casa del Obrero Internacional, y también el periódico ¡Luz!, mientras su esposa dirigía el periódico Pluma Roja.

Su expulsión del país azteca fue argumentada en el llamado Expediente n.º 8, nombre con el que el historiador Villanueva bautizó su biografía, seguido del subtítulo Juan Francisco Moncaleano: anarquista indomable. Los documentos auténticos de dicho expediente están recogidos como un anexo de la obra, lo mismo que los numerosos escritos del anarquista, lo cual constituye una novedad. Moncaleano murió en Massachusetts el 1.º de enero de 1916 –hace 107 años– a raíz de una operación del apéndice. Tenía 33 años.

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El Espectador, Bogotá, 3-VI-2023. Eje 21, Manizales, 1-VI-2023. La Crónica del Quindío, 4-VI-2023.

Comentarios 

Excelente artículo. Hay que recordar que hubo otro anarquista colombiano famoso, Biófilo Panclasta, dos años mayor que Juan Francisco Moncaleano. ¿Se habrán encontrado alguna vez? Bernardo Mayorga, Bogotá.

Me he llevado una sorpresa sobre el anarquista Moncaleano, porque desconocía la vida de este personaje. Ignoraba también la existencia de El Revanchol y los otros periódicos que él publicó. Me parece increíble que, siendo un personaje de tanta resonancia, no haya llegado hasta mis lecturas, máxime que soy un aficionado de antaño por la Historia. El saber es ilimitado y solamente podemos abarcar una ínfima parte. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.