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Archivo para la categoría ‘Temas sociales’

El azote del suicidio

sábado, 16 de marzo de 2024 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Se calcula que en el mundo se suicidan cada año más de 700.000 personas. En Colombia, el número entre enero y julio de 2023 fue de 1.810, lo cual representa un aumento del 16 % frente al mismo periodo de 2022. En el Quindío, los muertos llegaron a 39 entre enero y julio, frente a 42 de todo el año anterior.

Se trata de una calamidad pública que, lejos de disminuir, se incrementa año por año. Esto ya lo he tratado en otras ocasiones, y cuando me detengo en las cifras, me estremece la dramática realidad. En el Quindío, nada ha variado en medio siglo. Este medio siglo es el que queda atrás desde mi estadía en la región, periodo en el que presencié desgarradoras escenas que dejé reflejadas en una de mis novelas.

Como lector constante de los periódicos de Armenia, encuentro repetidas noticias que dan cuenta no solo del percance de gente mayor que atenta contra su vida, sino de menores de edad que adoptan la fatal determinación movidos, sobre todo, por la depresión. Tal el caso de una niña de 14 años que, al no soportar el fallecimiento de su madre, que se había lanzado al río Otún en Risaralda, acabó con su existencia en un barrio de Armenia.

Habría que pensar que en el ámbito hogareño de esta niña pesaban otras circunstancias graves, y el suicidio de la madre fue la causa que desencadenó la tragedia. Los motivos que llevan al suicidio son múltiples, y cada situación, por sencilla que parezca, puede obnubilar la mente y provocar el desenlace insalvable.

La frustración, el aislamiento, la tristeza, el desempleo, el hambre, la decepción amorosa, la falta de afecto de los padres o hermanos, la enfermedad, y hasta un defecto físico, son factores concomitantes que nadie puede ignorar y a los que no se les presta el cuidado necesario. Los métodos que se emplean son diversos, y todos macabros: tirarse desde un puente o un edificio, consumir una sustancia letal, dispararse un arma…

Hablamos de los casos sucedidos en Colombia, que son los que se publican en la prensa o se comentan entre los familiares, pero no de los intentos de suicidio, que según cifras oficiales llegan a 30.000. En este guarismo aterrador se esconden quienes mañana, de todas maneras, llevarán a cabo su decisión, la que seguía latente en su intimidad como una tara invencible. Nadie está exento de esta adversidad. Es bueno saber que el 40 % de los colombianos ha sufrido algún trastorno mental en su vida.

Cada suicida queda gravitando en las familias como un lamento, o un castigo, y pasa a las generaciones siguientes como una mancha que nunca se borra. Ante este panorama sombrío, triste es admitir que la salud del espíritu no tiene la atención que requiere. En el momento actual, mientras el Gobierno pierde el tiempo en discusiones bizantinas, busca destruir el sistema de la salud con el socorrido argumento de que implantará otro superior. Esta actitud es tan falaz como demagógica.

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Eje 21, Armenia, 29-XI-2023. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 3-XII-2023.

Comentarios

A mí también me ha llamado siempre la atención este fatídico hecho de quitarse la vida. Cuando ocurren suicidas de personas reconocidas mundialmente, encuentro un común denominador: son ateas. Creo que el estar lejos de Dios agudiza la enfermedad del alma y de la mente e impulsa a tomar este tipo de decisiones fatales. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Lamentablemente es la realidad que vivimos. Circasia es el municipio quindiano donde a diario suceden más tragedias que enlutan a las familias. Es triste que esta realidad no se afronte desde los colegios. Raquel Martínez Aguirre, Armenia.

El anarquista Moncaleano

miércoles, 7 de junio de 2023 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

El paso inexorable del tiempo va borrando la memoria de la gente notable, ejecutora muchas veces de hechos sobresalientes y que por eso mismo debería ser recordada en los años futuros. Sin embargo, eso no sucede sino en contados casos. Es la triste realidad humana. Hoy las nuevas generaciones ignoran, en su inmensa mayoría, la vida de los próceres que nos dieron la libertad, y hay quienes no saben, incluso, quiénes fueron Bolívar, Santander o Sucre.

¿Conoce alguien quién fue el anarquista colombiano Juan Francisco Moncaleano? Me surge esta inquietud frente a la biografía de este personaje escrita por el profesor e historiador Orlando Villanueva Martínez, la que fue publicada en estos días en Bogotá por la Valija de Fuego, en edición de 656 páginas. Moncaleano nació en Líbano o en Honda, Tolima, en junio de 1881 –otras fuentes señalan que en 1883–. En palabras de su biógrafo, “fue un hombre controvertido y controvertible. Es el anarquista más importante de Colombia en toda su historia y uno de los más reconocidos de América Latina”.

A la corta edad de 14 años hizo parte de los ejércitos liberales y actuó en las guerras de finales del siglo XIX y comienzos del XX, en las que obtuvo alto rango militar. Se habla de que se desempeñó luego como profesor y filósofo, funcionario público, periodista, tipógrafo y comerciante. Su presencia en la vida pública le abrió poco a poco las puertas como agitador político, faceta que ejerció con absoluta convicción y que tuvo alta resonancia.

Para divulgar su pensamiento y librar sus denodadas luchas, fundó en 1910 el periódico El Revachol, que más adelante dejaría solo como Revachol, en honor de un anarquista francés. El anarquismo lo llevaba en la sangre y sería su razón de ser como ideólogo, combatiente, justiciero y revolucionario. Con su palabra demoledora arremetía sin tregua contra los poderosos, los tiranos, los burgueses, y mantenía la lanza enhiesta para defender a los pobres, los trabajadores, los artesanos, los plebeyos y, en general, a la población marginada.

Ese actuar incesante e implacable le acarreaba, por supuesto, fieras persecuciones, a la par que cárceles, torturas y vejámenes, tanto en Colombia como en otros países a los que se desplazó. A Méjico llegó en junio de 1912, atraído por su famosa revolución, y tres meses después fue expulsado con el rótulo de “anarquista peligroso”. Allí fundó la Casa del Obrero Internacional, y también el periódico ¡Luz!, mientras su esposa dirigía el periódico Pluma Roja.

Su expulsión del país azteca fue argumentada en el llamado Expediente n.º 8, nombre con el que el historiador Villanueva bautizó su biografía, seguido del subtítulo Juan Francisco Moncaleano: anarquista indomable. Los documentos auténticos de dicho expediente están recogidos como un anexo de la obra, lo mismo que los numerosos escritos del anarquista, lo cual constituye una novedad. Moncaleano murió en Massachusetts el 1.º de enero de 1916 –hace 107 años– a raíz de una operación del apéndice. Tenía 33 años.

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El Espectador, Bogotá, 3-VI-2023. Eje 21, Manizales, 1-VI-2023. La Crónica del Quindío, 4-VI-2023.

Comentarios 

Excelente artículo. Hay que recordar que hubo otro anarquista colombiano famoso, Biófilo Panclasta, dos años mayor que Juan Francisco Moncaleano. ¿Se habrán encontrado alguna vez? Bernardo Mayorga, Bogotá.

Me he llevado una sorpresa sobre el anarquista Moncaleano, porque desconocía la vida de este personaje. Ignoraba también la existencia de El Revanchol y los otros periódicos que él publicó. Me parece increíble que, siendo un personaje de tanta resonancia, no haya llegado hasta mis lecturas, máxime que soy un aficionado de antaño por la Historia. El saber es ilimitado y solamente podemos abarcar una ínfima parte. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

La encrucijada

miércoles, 22 de junio de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Colombia no conocía una campaña presidencial tan depravada y turbulenta como la actual. Juan Lozano la califica como una “maluca y dañina campaña”: definición exacta de lo que ha sido esta contienda sin altura ni grandeza y caracterizada por los agravios y el sartal de odios, ataques personales, juego sucio, mentira y desinformación.

Aparte de la ola de oprobios, recrudecida tanto por los candidatos como por sus alfiles y secuaces, está la falta de verdaderos planes de bienestar social, que no solo deben ser bien estructurados, sino realizables. Se engaña a la gente con la baja de impuestos, la vivienda gratis, el mayor tributo a la clase adinerada, la mitigación del hambre de 22 millones de colombianos. Todo esto suena bonito, y de paso hace conseguir votos entre la gente sectaria, la ingenua o la angustiada. Lo que debe saberse es dónde está la realidad y dónde la farsa.

Pasada la votación, falta conocer qué porcentaje de las promesas se cumplirá. En sus campañas por la presidencia, Juan Manuel Santos ofreció con ahínco –y hubo quienes le creyeron– eliminar el impuesto del 4 x 1.000 y disminuir la cuota de salud de los pensionados, del 12 % al 4 %, que es la cifra justa. Y no cumplió su palabra. Eso mismo sucede con la generalidad de los candidatos.

En el momento actual, llueven halagos de todo tipo. Mientras estos sean más novedosos –y algunos son estrafalarios y ridículos–, más adeptos se consiguen. La candidez de algunos ciudadanos, tan lindante con la simpleza y la resignación, es un distintivo de la época. Para los pregoneros de ilusiones lo que importa son los votos, así haya que comprarlos en los caminos de la corrupción.

La política ha llegado a los peores niveles de desprestigio y quebranto moral. No solo se ultraja al adversario con palabras soeces, sino que se inventan actos deshonestos que jamás cometió. De esta manera crecen por las redes los rumores perversos, las aseveraciones falsas, los testimonios adulterados. Vivimos en una sociedad en la que se quita la honra y nada pasa. Todo vale cuando no hay principios. Nada se pierde cuando prima la indignidad.

Fíjese lo que sucedió con los “petrovideos” denunciados por Semana, método ruin de la campaña de Petro, con el que se difamaba a los rivales para debilitar su imagen y luego destruirlos. Con este panorama de miedo, insidia, falsedad y desconcierto llegamos a la segunda vuelta. “Los sucios ensucian”, dice María Isabel Rueda. Hay que reaccionar y votar a conciencia.

Colombia entra en una preocupante etapa de polarización. Sea quien sea el ganador, el país no puede hundirse. Debemos salvarlo, para salvarnos nosotros mismos. El próximo presidente debe deponer los odios, dejar la rabia, limpiar el alma, buscar los mejores asesores, y lo más importante, implantar reales fórmulas de buen gobierno. Sin concordias nacional, todo será oscuro, tortuoso, tétrico. ¡Que los dioses de la democracia nos lleven de la mano! Solo así podremos salir de la encrucijada.

El Espectador, Bogotá, 18-VI-2022.
Eje 21, Manizales, 17-VI-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-VI-2022.

Comentarios 

¡Qué buen artículo! Oportuno, pertinente, preciso. Y corresponde de verdad a lo que lamentablemente ha sucedido. Dios oriente el futuro de Colombia. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Excelente columna. La más sensata y justa que he leído sobre este tema, y he leído muchas. Duele mucho ver a nuestro país tan apasionado y absurdo. Las redes sociales se apoderaron de la razón y hacen a su antojo lo que les da la gana. Quiera Dios que mañana reinen la cordura, la tranquilidad y no se hunda la democracia. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

La encrucijada señala los males y las complicaciones que el país afronta en estas tortuosas y desgastantes elecciones, donde priman el odio, la ambición de poder y la prepotencia de los personajes políticos que parecen actores de circo. Donde los electores nos sentimos marionetas mal dirigidas y sin rumbo. Inés Blanco, Bogotá.

La alusión al incumplimiento de Santos a dos promesas de campaña es mínima falta frente a las tropelías, abusos de poder y delitos cometidos en los dos periodos de Uribe, y la incapacidad, pésimo desempeño y abusos de poder del actual mandatario Duque. Lo destacable de la actual coyuntura es el ansia de cambio que se hizo evidente en la campaña, el descontento y hastío del pueblo con la clase política y sus dirigentes. Estoy de acuerdo con la alusión a los mutuos insultos y excesos verbales, pero la noticia es la gran expectativa por el ansiado cambio. Gustavo Valencia García, Armenia.

El acuerdo nacional ya es una realidad. Intelectuales, académicos, exministros, exmagistrados, empresarios y todos los sectores de la sociedad comprometidos en sacar adelante el país. ¡Sí se puede! Daniel Rodríguez Céspedes (correo a El Espectador).  

Qué alivio que esta cochina campaña ya acabó, y aunque el resultado no fue el que yo quería, celebro que haya pasado el día de elecciones en calma, sin desbordamientos ni altercados. Como demócratas, tenemos que aceptar el triunfo de Petro y esperar confiadamente que lo expuesto en su mensaje de anoche sea llevado a la realidad para convocar un diálogo conciliador. Por supuesto que hay que darle tiempo para que pueda empezar a gobernar e implementar cambios positivos para el país. Hay que respaldarlo en las propuestas que sean provechosas y rechazar los posibles desvíos que pueda cometer. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Efectivamente, hemos asistido a una de las campañas más sucias que se hayan llevado a cabo en el país. Ahora que sabemos quién será el próximo presidente solo nos queda aferrarnos a las fuertes instituciones, incluidas las Fuerzas Militares, que tiene Colombia para que no vaya a ser cambiado el modelo económico y que no tengamos un giro hacia modelos como los de Venezuela, Argentina o Nicaragua. Esperemos con optimismo que las cosas no se salgan de cauce y que nuestros peores miedos no se conviertan en realidad. Por mi parte, mantendré el optimismo y la fe. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Qué acertada y oportuna columna sobre la encrucijada que vivimos. Allí está dicho todo, lacerante, pero es la realidad, y suscita las más hondas y prontas reflexiones. Vicente Pérez Silva, Bogotá.

La vida desesperada

martes, 24 de mayo de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Según la Ocde –Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico–, Colombia ocupó el puesto 62 en el Índice Anual de Miseria, lo que significa que ascendió 21 puestos en el ranking entre las naciones miserables, al pasar de la casilla 41 a la 62. En las acepciones que da el diccionario a la palabra “miserable” se encuentra la de “extremadamente pobre”.

¿Cómo negarlo cuando hay más de 9 millones de colombianos que solo pueden tener un alimento diario? Según encuesta de Pulso Social del DANE, más de 2,6 millones de hogares solo consumen 2 comidas diarias. Dramática realidad que mide la miseria de un elevado número de ciudadanos. El hecho de avanzar Colombia en el grupo de las naciones miserables eriza el alma nacional. Esto llevó a la Ocde a emitir este juicio perturbador: “Colombia es uno de los países más desiguales de América Latina”.

Si nos situamos en Bogotá, se determina que la tercera parte de la población vive en pobreza, bajo el agobio del hambre, y el 10 % de toda la ciudadanía padece pobreza extrema o indigencia. Así es el país. Estos enfoques aparecen en todas partes: en periódicos y revistas, en la radio y las redes sociales, en Google y en la percepción con que a diario nos tropezamos en las calles.

El hambre es el mayor flagelo nacional. “La situación del hambre en Colombia es crítica”, dice la Asociación de Bancos de Alimentos. Opinión que concuerda con esta de la FAO al finalizar el examen del año 2021: “Colombia está entre los 20 países en riesgo de enfrentar hambre aguda en 2022”. En efecto, la carencia alimenticia ha tomado impulso a lo largo y ancho del país.

Paso a paso hemos llegado, desde mucho tiempo atrás, a este catastrófico cuadro de miseria, de oprobio y desesperanza que en nuestro país le ha quitado dignidad al ser humano. Si hay hambre, no puede haber paz. Si hay hambre, habrá delincuencia. Si hay hambre, seguirá escuchándose por doquier el terrible “yo acuso” de las multitudes contra políticos y gobernantes. Si se agudizan el desempleo, la corrupción y la inequidad social, surgirán el caos y la anarquía.

El hambre causa desesperación, y esta conduce a mucha gente a cometer delitos para poder vivir. No se puede ser feliz ni buen ciudadano con el estómago vacío. Leí el caso de un sujeto que pedía dinero, y como nadie se lo daba, hirió con una navaja a una pareja. Hoy vivimos amenazados, en todos los sitios y a toda hora, por la ley del cuchillo, una alternativa de la ley del revólver. ¡Qué horror!

Como parte de esta tragedia dantesca están la creciente ola de suicidios, la cantidad de personas atacadas por la depresión y otras graves patologías, y la legión de mendigos hambrientos y enfermos que mueren solitarios en las calles sin que nadie se dé cuenta. Imágenes todas que pertenecen a esta época bárbara, apática e inclemente.

El Espectador, 21-V-2022.
Eje 21, Manizales, 20-V-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 22-V-2022.

Comentarios 

Esta gran tragedia nacional de la pobreza es la que los candidatos en lid por la presidencia no mencionan y por supuesto eso hace pensar que no será prioridad de sus gobiernos. Y la tragedia continuará, hasta que se produzca un feroz estallido social (hoy en gestación) que volverá todo al revés con graves consecuencias para todos. No es nada alentador el panorama. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Uno de los graves problemas de Colombia es el hambre que padece una gran parte de la población. Es increíble que en un país con la vocación agrícola que nos acompaña pase algo como lo descrito en el artículo. Esto hace que el país se convierta en un caldo de cultivo para las propuestas populistas que aparentemente solucionan este tipo de problemas pero que a la larga lo que hacen es empeorar la situación. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Empero, tal cuadro de horror, como usted muy bien lo anota, no viene de ahora, es de vieja data, se gestó desde la Colonia y se acentuó en los subsiguientes dos siglos. Y con mayor énfasis en el fatal centralismo que aún nos carcome. Mas queda otro letal ingrediente, nuestro individualismo. Atenas Pei (correo a El Espectador).

Cartas a Antonia

jueves, 13 de mayo de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Cuando Alfredo Molano Bravo falleció, era uno de los 11 comisionados de la Verdad, entidad constituida dentro del Acuerdo de Paz suscrito en La Habana. Se trataba de uno de los colombianos con mayor conocimiento sobre el conflicto armado y la perturbación de la vida campesina, y que podía, por lo tanto, aportar muchas luces para esclarecer lo que había sucedido en Colombia durante más de medio siglo de violencia.

Como sociólogo, periodista y escritor fue un crítico vehemente de los desastres de la guerra y la desidia de gobernantes y políticos para obtener reales medidas de solución social. En tal carácter, se dedicó a conocer la entraña del conflicto armado mediante entrevistas con diversos colombianos residentes en todos los confines del país.

Era un viajero impenitente que a bordo de su campero se desplazaba por la geografía colombiana, provisto de libros, libretas de apuntes y pocos atuendos personales, y recorría a pie los sitios más remotos y abruptos, siempre con el afán de dialogar con la gente y entender sus problemas. Cuando murió, quedaron 126 pares de tenis, según cuenta su hijo Alfredo. Y dejó publicados 27 libros, otro de relatos sin concluir y 3 más sin editar. En ellos está el testimonio de toda una vida de estudio, análisis, denuncia y protesta social.

Entendió las angustias del campesino, los despojos de la tierra y la injusticia con que siempre se le ha tratado. Supo que las guerrillas nacieron como un método de defensa contra los terratenientes y los políticos usurpadores, si bien con el tiempo surgió en los guerrilleros el apetito de riqueza con los narcóticos y desfiguraron su causa. Todo esto comenzó a relatarlo como periodista estrella de El Espectador, y después lo plasmó en sus libros. Sufrió el destierro, y nunca se apartó de la verdad. Su labor le mereció el Premio Nacional de Periodismo y el título de doctor honoris causa de la Universidad Nacional.

Cartas a Antonia es su libro póstumo, editado por Aguilar en agosto de 2020. Lleva el prólogo de su hijo Alfredo y la enternecedora imagen de su nieta Antonia, la adoración de su vida, quien desde niña lo acompañó en muchas de sus correrías, recibió sus enseñanzas, compartió sus penas y alegrías y entendió el sentido de sus luchas. Este libro es un recorrido por Colombia en el que el abuelo lleva de la mano a su nieta, le muestra paisajes y maravillas ecológicas, le señala la miseria humana, le resalta los valores de la vida y le inculca el amor a la patria.

Cuando un día aparecen los primeros síntomas del cáncer, el abuelo presiente que se aproxima el final de la jornada. Pero no pierde la esperanza de sobrevivir. Tiene la valentía de describir por escrito, paso a paso, el proceso de la enfermedad, como si se tratara de una historia clínica. Y siente miedo y confusión ante el tratamiento médico, cada vez más perverso y extenuante. Todo esto se lo narra a su nieta perpleja, ahora ya una adolescente de 14 años que adquirió asombrosa madurez bajo la guía y el cariño de su abuelo.

Alfredo Molano murió en Bogotá el 31 de octubre de 2019, a los 75 años de edad. En el cementerio, Antonia se despidió de él con palabras entrañables y serenas. Y más tarde hizo una evocación del saco rojo que él siempre llevaba puesto: “No me hallo sin ti y solo veo ese saco rojo que abrazo cuando me haces falta”.

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El Espectador, Bogotá, 8-V-2021.
Eje 21, Manizales, 7-V-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 9-V-2021.
Aristos Internacional, n.° 42, Alicante (España), junio/2021.

Comentarios 

Preciosa remembranza de este soldado de la paz, quien la buscó con ahínco y fue un viajero incansable y conocedor como nadie de las carencias y angustias de las comunidades más pobres de nuestro territorio. La bella relación con su nieta Antonia es hermoso ejemplo de un ser que desborda cariño y afecto en medio de su infatigable labor. Gustavo Valencia García, Armenia.

Excelente libro. Nos lleva por la historia de Colombia, nos permite entender el problema de la tierra, el despojo, la usurpación por parte de los terratenientes, problema vigente y causa de la violencia en el país. La relación con su nieta, llena de ternura; su enfermedad lleva a las lágrimas. Martha (en El Espectador).

Bella semblanza. Todos los libros del señor Molano son hermosos, pero este es el que deja a flor de piel todo el amor que siente por su nieta y la tristeza de morir sin haber terminado la tarea que le había sido encomendada en la Comisión de la Verdad. Ana Celina (en El Espectador).