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La encrucijada

miércoles, 22 de junio de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

Colombia no conocía una campaña presidencial tan depravada y turbulenta como la actual. Juan Lozano la califica como una “maluca y dañina campaña”: definición exacta de lo que ha sido esta contienda sin altura ni grandeza y caracterizada por los agravios y el sartal de odios, ataques personales, juego sucio, mentira y desinformación.

Aparte de la ola de oprobios, recrudecida tanto por los candidatos como por sus alfiles y secuaces, está la falta de verdaderos planes de bienestar social, que no solo deben ser bien estructurados, sino realizables. Se engaña a la gente con la baja de impuestos, la vivienda gratis, el mayor tributo a la clase adinerada, la mitigación del hambre de 22 millones de colombianos. Todo esto suena bonito, y de paso hace conseguir votos entre la gente sectaria, la ingenua o la angustiada. Lo que debe saberse es dónde está la realidad y dónde la farsa.

Pasada la votación, falta conocer qué porcentaje de las promesas se cumplirá. En sus campañas por la presidencia, Juan Manuel Santos ofreció con ahínco –y hubo quienes le creyeron– eliminar el impuesto del 4 x 1.000 y disminuir la cuota de salud de los pensionados, del 12 % al 4 %, que es la cifra justa. Y no cumplió su palabra. Eso mismo sucede con la generalidad de los candidatos.

En el momento actual, llueven halagos de todo tipo. Mientras estos sean más novedosos –y algunos son estrafalarios y ridículos–, más adeptos se consiguen. La candidez de algunos ciudadanos, tan lindante con la simpleza y la resignación, es un distintivo de la época. Para los pregoneros de ilusiones lo que importa son los votos, así haya que comprarlos en los caminos de la corrupción.

La política ha llegado a los peores niveles de desprestigio y quebranto moral. No solo se ultraja al adversario con palabras soeces, sino que se inventan actos deshonestos que jamás cometió. De esta manera crecen por las redes los rumores perversos, las aseveraciones falsas, los testimonios adulterados. Vivimos en una sociedad en la que se quita la honra y nada pasa. Todo vale cuando no hay principios. Nada se pierde cuando prima la indignidad.

Fíjese lo que sucedió con los “petrovideos” denunciados por Semana, método ruin de la campaña de Petro, con el que se difamaba a los rivales para debilitar su imagen y luego destruirlos. Con este panorama de miedo, insidia, falsedad y desconcierto llegamos a la segunda vuelta. “Los sucios ensucian”, dice María Isabel Rueda. Hay que reaccionar y votar a conciencia.

Colombia entra en una preocupante etapa de polarización. Sea quien sea el ganador, el país no puede hundirse. Debemos salvarlo, para salvarnos nosotros mismos. El próximo presidente debe deponer los odios, dejar la rabia, limpiar el alma, buscar los mejores asesores, y lo más importante, implantar reales fórmulas de buen gobierno. Sin concordias nacional, todo será oscuro, tortuoso, tétrico. ¡Que los dioses de la democracia nos lleven de la mano! Solo así podremos salir de la encrucijada.

El Espectador, Bogotá, 18-VI-2022.
Eje 21, Manizales, 17-VI-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 19-VI-2022.

Comentarios 

¡Qué buen artículo! Oportuno, pertinente, preciso. Y corresponde de verdad a lo que lamentablemente ha sucedido. Dios oriente el futuro de Colombia. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Excelente columna. La más sensata y justa que he leído sobre este tema, y he leído muchas. Duele mucho ver a nuestro país tan apasionado y absurdo. Las redes sociales se apoderaron de la razón y hacen a su antojo lo que les da la gana. Quiera Dios que mañana reinen la cordura, la tranquilidad y no se hunda la democracia. Eduardo Arcila Rivera, Bogotá.

La encrucijada señala los males y las complicaciones que el país afronta en estas tortuosas y desgastantes elecciones, donde priman el odio, la ambición de poder y la prepotencia de los personajes políticos que parecen actores de circo. Donde los electores nos sentimos marionetas mal dirigidas y sin rumbo. Inés Blanco, Bogotá.

La alusión al incumplimiento de Santos a dos promesas de campaña es mínima falta frente a las tropelías, abusos de poder y delitos cometidos en los dos periodos de Uribe, y la incapacidad, pésimo desempeño y abusos de poder del actual mandatario Duque. Lo destacable de la actual coyuntura es el ansia de cambio que se hizo evidente en la campaña, el descontento y hastío del pueblo con la clase política y sus dirigentes. Estoy de acuerdo con la alusión a los mutuos insultos y excesos verbales, pero la noticia es la gran expectativa por el ansiado cambio. Gustavo Valencia García, Armenia.

El acuerdo nacional ya es una realidad. Intelectuales, académicos, exministros, exmagistrados, empresarios y todos los sectores de la sociedad comprometidos en sacar adelante el país. ¡Sí se puede! Daniel Rodríguez Céspedes (correo a El Espectador).  

Qué alivio que esta cochina campaña ya acabó, y aunque el resultado no fue el que yo quería, celebro que haya pasado el día de elecciones en calma, sin desbordamientos ni altercados. Como demócratas, tenemos que aceptar el triunfo de Petro y esperar confiadamente que lo expuesto en su mensaje de anoche sea llevado a la realidad para convocar un diálogo conciliador. Por supuesto que hay que darle tiempo para que pueda empezar a gobernar e implementar cambios positivos para el país. Hay que respaldarlo en las propuestas que sean provechosas y rechazar los posibles desvíos que pueda cometer. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Efectivamente, hemos asistido a una de las campañas más sucias que se hayan llevado a cabo en el país. Ahora que sabemos quién será el próximo presidente solo nos queda aferrarnos a las fuertes instituciones, incluidas las Fuerzas Militares, que tiene Colombia para que no vaya a ser cambiado el modelo económico y que no tengamos un giro hacia modelos como los de Venezuela, Argentina o Nicaragua. Esperemos con optimismo que las cosas no se salgan de cauce y que nuestros peores miedos no se conviertan en realidad. Por mi parte, mantendré el optimismo y la fe. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Qué acertada y oportuna columna sobre la encrucijada que vivimos. Allí está dicho todo, lacerante, pero es la realidad, y suscita las más hondas y prontas reflexiones. Vicente Pérez Silva, Bogotá.

Las memorias de Alberto Casas

miércoles, 16 de septiembre de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Leídas las Memorias de un pesimista, de Alberto Casas Santamaría, me queda el grato sabor de encontrar en ellas un compendio del pensamiento del autor, inspirado por sus firmes convicciones políticas, éticas y morales. Como testigo que ha sido de grandes sucesos de la historia nacional, su visión es nítida en los aspectos que trata, y sus juicios son dignos de la mayor consideración por reflejar la postura de un colombiano controversial y respetable, que además es amigo del diálogo y la concordia.

El hecho de adjudicarse la calificación de pesimista frente al manejo que han tenido los capítulos más protuberantes de la nación indica su capacidad de análisis y su rechazo a los dirigentes que no han sido capaces de encontrar las soluciones que remedien los agudos problemas que agobian al país. Dice que Colombia siempre ha vivido polarizada entre el sí y el no, a partir del enfrentamiento entre Bolívar y Santander.

El ánimo opositor llevado a extremos arrasadores ha sido la brújula constante en los dos siglos que siguieron a la Independencia. Como nadie quiere ceder y todos quieren ganar, la armonía de los colombianos se ha hecho trizas –expresión muy adecuada en el momento actual, cuando unos defienden los acuerdos de paz y otros quieren destruirlos–. La época de la Violencia, el episodio más nefasto del siglo XX, marcado en sucesivas reyertas por el sí y el no, obedeció a la lucha imparable entre liberales y conservadores, que se disputaron el poder entre 1930 y 1948 y dejaron miles de cruces a lo largo y ancho del país.

Alberto Casas posee amplia autoridad para discernir la realidad del país. Ha sido ministro de Comunicaciones y Cultura, embajador en Méjico y Venezuela, diputado a la Asamblea de Cundinamarca, concejal de Bogotá, miembro de la Cámara de Representantes, senador de la república. En el campo del periodismo ha estado vinculado a El Siglo, las revistas Diners y Bocas, el Noticiero de Mediodía, La FM y La W Radio.

Su presencia en la vida pública viene desde sus albores estudiantiles. Cuenta que a los siete años conoció a Laureano Gómez en su casa de La Candelaria, cuando el líder conservador fue a visitar a sus padres con motivo de sus bodas de plata. “Siempre me pareció una figura descomunal”, anota. Esta admiración ideológica se caracterizó más tarde, siendo estudiante del Colegio del Rosario, cuando se dedicó a promover las ideas de Álvaro Gómez Hurtado. La cercanía con la casa Gómez le fijó un puesto en la política, y ahora, en sus memorias, hace un análisis minucioso sobre el 13 de junio y la dictadura de Rojas Pinilla que nació allí.

Para la gente de hoy resultan lejanos aquellos episodios. Pocos saben que Vicente Casas Castañeda, el padre de Alberto Casas, fue el amigo más leal del presidente derrocado, y que con su célebre paraguas salió a despedirlo al aeropuerto de Techo el día lluvioso que fue desterrado a España, donde años más tarde pactaría con Alberto Lleras Camargo, el líder del liberalismo, la fórmula para acabar con el gobierno usurpador e implantar el sistema de conciliación conocido como Frente Nacional.

El sí y el no, según lo expresa el memorialista, ha sido la mecha detonante que ha agudizado los conflictos sociales de Colombia. Situados en la actualidad, dice que “lo más grave es la incapacidad del sistema judicial para castigar a los agentes de la corrupción e impedir la rentabilidad del delito”.

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El Espectador, Bogotá, 12-IX-2020.
Eje 21, Manizales, 11-IX-2929.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IX-2020.
Aristos Internacional, n.° 35, Alicante (España), sept/2020

Comentarios 

Muy triste comprobar que nada ha cambiado, que la polarización bipartidista desde hace años ha causado la desgracia para que el país no avance y por el contrario se mantenga en el limbo de una justicia corrupta y un estado inepto. Inés Blanco, Bogotá.

Qué excelente análisis sobre el libro de Casas Santamaría, testigo presencial de muchos hechos nacionales. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

Anécdota del ascensor

martes, 4 de agosto de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

En 1981 inicié en El Espectador la columna Humor a la quindiana, así bautizada por el periódico luego de publicar varios de mis textos de ese estilo. Para que el humor tenga audiencia se requieren amenidad y fina ironía, sin ocultar ni disfrazar la verdad. Es un recurso de noble estirpe que sirve para divertir y opinar, no para ofender.

Hoy traigo a cuento el siguiente suceso, simple en apariencia y muy significativo en una personalidad política, que he tenido en reserva durante 37 años. En 1982 fue publicado por El Espectador mi artículo Ritmo de baile, que se refería a la condición de bailarín exhibida por Julio César Turbay en su mandato presidencial. Artículo que fue motivado por estas palabras suyas dirigidas a sus críticos: “Al país le gustaría bailar otros cuatro años conmigo. Lo que pasa es que son unos envidiosos porque yo sí sé bailar”.

Una dama de Armenia, furiosa por lo que  había ocurrido en el Club Campestre de la ciudad, anotó que no todo debía ser baile. A ese episodio se sumaban los escándalos provocados por sus bailes fuera de tono en Cúcuta, Ibagué, Cartagena, Tunja, Pasto…

En aquel entonces residía yo en Armenia como gerente de la oficina del Banco Popular. Al leer mi nota, un importante amigo bogotano me manifestó que había gozado con el escrito, pero le daba temor por lo que pudiera ocurrirme, ya que Iván Duque Escobar, presidente recién posesionado del Banco Popular y padre del actual presidente de la república, era turbayista “triple A”. Su admiración por Turbay se le volvió verdadera pasión.

En 1983 me trasladé a Bogotá, donde pensaba coronar mi larga carrera bancaria. Un par de meses después de ejercer mi nuevo cargo en la casa matriz del banco, me surgió la idea de pedir una cita con el presidente de la entidad. Quería conocerlo, tratarlo, oírlo hablar y quizás apreciar su actitud frente a mi artículo sobre su ídolo político. La secretaria, que me había dicho que su jefe recibía con facilidad a los funcionarios, instantes después me informó que no podía hacerlo en ese momento. Y me ofreció llamarme más tarde para confirmarme la cita. Esa entrevista nunca se realizó.

Cuando pasé frente a su despacho, Duque Escobar me observó con ojos penetrantes, sin la menor muestra de amabilidad. Estaba claro que no quería hablar conmigo. Dos años después se retiró de la institución. Una extraña circunstancia me llevó, días después, a encontrarme con él en la entrada del ascensor del mismo banco que conducía a la torre comercial del edificio. Yo estaba en la puerta del ascensor, cuando vi que un señor apuraba el paso para no quedarse afuera. En manos mía estaba el dejar que la puerta se cerrara, o accionar el mecanismo para que se detuviera. Hice esto último, y el transeúnte me miró con gesto afable y me dijo: “Gracias, caballero”.

Era Iván Duque Escobar. Sin duda, me había reconocido. Me acordé de su postura adusta y castigadora el día que no quiso recibirme en su despacho. Ahora, como simples ciudadanos, íbamos hombro a hombro en el ascensor colmado de gente. Yo percibía su deseo de dialogar. Para evitarlo –cuando ya no necesitaba la entrevista– y corresponder a su mutismo del otro día, abrí el periódico que llevaba en la mano. Al llegar a su piso, se dirigió a mí y se despidió con las mismas palabras efusivas que antes había pronunciado: “Gracias, caballero”.

El Espectador, Bogotá, 1-VIII-2020.
Eje 21, Manizales, 31-VII-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 2-VIII-2020.

Comentarios 

Te cuento que Iván Duque Escobar en el momento que recuerdas tenía oficina conmigo en el último piso del Banco Popular y bien seguro estoy de que no te quiso recibir por el artículo sobre Turbay. Diego Moreno Jaramillo, exministro de Desarrollo.

Tuve un amigo militar que me contaba sobre la exasperante espera que su cuerpo de seguridad tenía que soportar para  retirarse a descansar, porque el bailarín siempre tenía fuerzas y ganas de seguir danzando, muchas veces hasta cuando ya la claridad anunciaba otro día. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Una delicia tu anécdota sobre la puerta del ascensor que detienes, un instante, para que llegue el «último pasajero». Diana López de Zumaya, Méjico.

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Álvaro Gómez visto a distancia

miércoles, 11 de diciembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Colombia no supo valorar a Álvaro Gómez Hurtado. Murió asesinado hace 24 años –el 2 de noviembre de 1995–, y fue, tras su desaparición, cuando comenzó a tomarse conciencia de que se trataba de uno de los grandes estadistas del país. ¿Quién lo asesinó? Él lo hubiera dicho sin equívoco: el régimen.

Esta era una de sus palabras favoritas –como talante y acuerdo sobre lo fundamental–, y con ella se refería, no al gobierno de turno, sino al sistema, de cualquier partido, que desde los días siguientes a la Independencia hasta la hora presente se entronizó en el poder y ha impuesto mandatos personalistas y excluyentes.

Si la democracia es la “forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos”, bien claro está que todos nuestros gobiernos son camarillas en las que solo tienen cupo las personas o grupos matriculados en la misma tendencia imperante, en la que también se agazapan los arribistas y los oportunistas. Del régimen también hacen parte los gremios económicos, la gran prensa, los jueces y magistrados y una masa heterogénea que sabe pescar en todas las aguas.

Días antes de su muerte, Gómez Hurtado enfocaba sus baterías contra el gobierno de Samper, al destaparse el bochornoso proceso 8.000 que sacudió al país. Al Noticiero 24 Horas le manifestó: “Yo creo que el presidente no se cae; y creo, como lo he dicho varias veces, que tampoco se puede quedar”. Y agregó: “Al que hay que tumbar es al régimen”. 

Y fue el régimen el que acabó con él, por incómodo y por arremeter contra el estado de corrupción que se respiraba en la vida nacional. Fue asesinado al salir de dictar su clase en la universidad Sergio Arboleda. Era el Día de los Muertos. ¡Qué ironía! Con motivo de los 15 años del magnicidio, su hermano Enrique escribió el libro titulado ¿Por qué lo mataron?, en el que presenta el oscuro panorama de la impunidad dormido en los 150.000 folios del expediente.

Álvaro Gómez fue en sus mocedades beligerante hombre de partido, y tal era el signo característico de aquellas calendas. El país vivía los peores momentos de sectarismo, odio y violencia que enlutaron la vida colombiana. Era época de bárbaras naciones. Este proceder lo practicaban por igual conservadores y liberales. Pero Álvaro Gómez tuvo que cargar toda la vida el estigma de ser hijo de Laureano Gómez, uno de los políticos más impetuosos e ilustres de la época nefasta. Y nunca logró desvanecer la sombra heredada de su padre. Pero siempre se glorió de ser hijo del caudillo.

Superada la negra noche, y luego de padecer infamias, golpes bajos e incluso el secuestro, se convirtió en otro hombre. El paso de los años y la evolución del país marcaron en su vida otros caminos. Fue concejal, representante a la Cámara, embajador en varios países, tres veces candidato presidencial, miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, notable periodista y brillante escritor. Era una de las mayores brújulas del país.

Anota el historiador y columnista Juan Esteban Constaín en su libro Alvaro. Su vida y su siglo, escrito con ocasión del centenario del nacimiento de Álvaro Gómez –mayo de 1919–, que “fue el estadista más grande de Colombia en el siglo XX. Una vida combativa, polémica, riquísima”.  

Su madurez y capacidad intelectual le hicieron ganar la calificación, muy escasa hoy, de verdadero hombre de Estado. Esto lo notaron muchos colombianos, ya al final del tiempo. Era tarde: el régimen le cerró el paso. Y Colombia perdió un gran presidente.

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El Espectador, Bogotá, 7-XII-2019.
Eje 21, Manizales, 6-XII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-XII-2019.

Comentarios

Fue un hombre muy inteligente, visionario, lógico, y crítico. Qué lástima que la funesta sombra del papá le haya impedido dirigir este país. Fue el «godo» más liberal que ha tenido Colombia y ninguno de los politicastros de los últimos años resistiría un análisis comparativo con él. Y lo peor es que en el panorama actual no se avizora un líder de los quilates de Gómez Hurtado en quien fincar nuestras esperanzas. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Conmovedora y certera columna para recordar a un verdadero caudillo, elegante y pulcro en todo sentido, el tres veces candidato presidencial doctor Álvaro Gómez Hurtado, vilmente asesinado, cuyo magnicidio se quedó impune como tantos otros en este país que tristemente no reconoce o no deja posibilidad alguna de que un hombre con las cualidades de él lo hubiese gobernado. Inés Blanco, Bogotá.

Un verdadero estadista. Brilló con luz propia y me parece que el ser hijo del «monstruo» Laureano más bien le creó talanqueras en su búsqueda hacia la presidencia, cargo para el cual tenía méritos suficientes aun cuando carecía de experiencia administrativa. Además, la resistencia a que esa posibilidad se diera tenía como resultado el aumento de la votación del partido liberal. En  todo caso, un hombre de recia personalidad y sólida estructura. Gustavo Valencia García, Armenia.

El régimen político que nos ha «gobernado» está compuesto por liberales y godos, disfrazados ahora por la U, Cambio Radical, Centro Democrático… Conclusión: ¡los mismos con las mismas! Fui testigo casi presencial del asesinato de Gaitán, tenía 11 años y estaba a una cuadra de la plaza de Bolívar cuando lo mataron. ¿Quién fue? ¿Roa Sierra? ¡Mentira!: el establecimiento, por pensar fuera de la oligarquía. Tulio Neira Caballero (correo a Crónica del Quindío).  

Siempre dije y siempre dibujé en mi mente la importancia que tenía Álvaro Gómez para este país. Todavía rememoro con dolor su aleve asesinato (lo mató un régimen que se asentó en la silla presidencial con todos los bicolores vivos que nos han desorganizado). Este escrito dice toda la verdad. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

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El legado de Galán

martes, 12 de noviembre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Hace treinta años ocurrió el magnicidio de Luis Carlos Galán en la plaza de Soacha. Graves hechos mantenían erizado al país debido a la actividad criminal ejecutada por Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, capos del Cartel de Medellín. La orden era eliminar a quien interfiriera en su camino, y de esta manera fueron asesinadas grandes figuras nacionales.

Tres meses después de muerto Galán, explotó una bomba en el vuelo 203 de Avianca y murieron las 110 personas que iban a bordo. Se cree que el acto terrorista estaba dirigido contra el entonces candidato presidencial César Gaviria, que a última hora desistió de ese vuelo obedeciendo la alerta dada por su cuerpo de seguridad.

El 6 de diciembre de 1989 estalló un bus camuflado con 500 kilos de dinamita que destruyó la sede principal del DAS y dejó un saldo de 63 muertos y cerca de 600 heridos. Al frente de este organismo se hallaba Miguel Maza Márquez, quien había asestado fuertes golpes al Cartel de Medellín.

Recuerdo la visión tétrica que por aquella época tuve en Medellín cuando adelantaba una diligencia de trabajo. La ciudad estaba petrificada por el miedo y el horror. La gente salía por la tarde de sus actividades y se escondía en sus viviendas. A las ocho, Medellín tenía figura fantasmal. Eran los días en que Pablo Escobar había establecido una tarifa por policía muerto.

Esta imagen espeluznante la revivo hoy con la lectura del libro 8 de agosto, de Planeta, escrito por Gloria Pachón de Galán con motivo de los treinta años de la muerte de su esposo. Narración sobrecogedora que recoge los pasos del líder durante su lucha intrépida contra los capos de la droga y contra el clientelismo y la corrupción en la actividad política. Ellos se habían conocido como periodistas de El Tiempo, y tras el asesinato de Galán, Gloria fue embajadora ante la Unesco y ante el gobierno francés.

Luego de su brillante desempeño como ministro, embajador, periodista y líder político,  Galán llegó a la plenitud de su carrera como aspirante a la Presidencia de la República. Era el político más destacado del momento. La mira de Pablo Escobar estaba dirigida hacia el exterminio de este obstáculo dentro de los propósitos del narcotráfico. Alberto Santofimio, que buscaba la misma posición y mantenía lazos de amistad con Escobar, sabía que para triunfar era necesario que desapareciera su rival.

Gloria Pachón narra en su libro, con abundancia de detalles, las protuberantes fallas de seguridad que existían para proteger la vida de su esposo. Dos fichas claves para lograr dicho objetivo eran Maza Márquez, jefe del DAS, y Jacobo Torregrosa, que había sido escogido por Maza para dirigir el esquema de protección del candidato. Con el tiempo vendría a saberse que ellos debilitaron los sistemas de inteligencia que debían reforzar en Soacha, y así permitieron el magnicidio.

Gloria Pachón ha escrito un estremecedor testimonio sobre este capítulo dantesco de la vida colombiana. Con emotividad, claridad y realismo repasa los hechos pavorosos que en 1989 conmocionaron al país, y que nunca podrán olvidarse. Carlos Fernando Galán tomó las banderas de su padre en la reciente campaña por la Alcaldía de Bogotá, y ha conformado un sólido movimiento político que se asoma al futuro.

El legado de Galán cobra actualidad. Vienen muy a propósito las palabras que el caudillo pronunció tras el fallido atentado que se le hizo en Medellín: …”a los hombres se les puede eliminar, pero a las ideas no; al contrario, cuando se elimina a los hombres se robustecen las ideas”.

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El Espectador, Bogotá, 9-XI-2019.
Eje 21, Manizales, 8-XI-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 10-XI-2019.

Comentarios 

Muy oportuno este estupendo artículo recordando la grandeza de Galán en este nuevo aniversario de su muerte. Siempre lo admiré entrañablemente. Recuerdo que la noche del asesinato lloré como un chico. De pesar y de rabia. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Las grandes figuras que hubieran podido contribuir a un buen gobierno y por ende un mejor bienestar para el pueblo fueron vilmente asesinadas. Es el caso de Galán, entre muchos. No tenía conocimiento del libro de Gloria: la noticia me despierta el interés por leerlo. Inés Blanco, Bogotá.