Recuerdo de Germán Pardo García
Gustavo Páez Escobar
En la década de los años setenta, cuando residía en Armenia, tuve la primera noticia sobre Germán Pardo García. Ese conocimiento me lo dio Adel López Gómez a través de su columna de La Patria. Él viajaba con alguna frecuencia a visitar a su hija Diana en Ciudad de Méjico, y cuando regresaba escribía un artículo acerca de las novedades del viaje. En esas notas no podía faltar la alusión sobre el encuentro con Pardo García, que vivía en aquel país desde 1931, y allí moriría, en agosto de 1991.
Su obra está conformada por más de 40 libros y ha merecido los mayores elogios de la crítica y los lectores. En 1977 editó Apolo Pankrátor, extensa obra que abarca 1.367 páginas y 60 años de poesía (1915-1975). De ahí en adelante llegaron libros y más libros, hasta terminar su producción con Últimas odas (1988),
El encanto que me causó en Armenia su poesía me condujo a dirigirle una sentida carta de admiración. Ya en Bogotá, le remití mi libro Caminos, y días después me encontré con la sorpresa de que uno de mis escritos había sido publicado en la revista Nivel, su alter ego. Habían pasado 20 años desde que intenté llegar, sin lograrlo, a los predios –tan íntimos como inabordables– del poeta de la brizna y el cosmos, como lo llamó Adel López.
Y creció entre nosotros la entrañable amistad que está reflejada en las numerosas cartas que nos cruzamos en el trayecto final de su vida, y que recojo en Biografía de una angustia. Esta obra fue publicada por el Instituto Caro y Cuervo, y para frustración mía no alcanzó a conocerla el poeta por demora de la editorial. Tuve el privilegio de visitarlo en su austera vivienda de Coyoacán y mantener con él diálogos permanentes durante los 15 días de mi viaje a Méjico.
Hoy deseo contar cómo escribí su biografía. Comencé por recoger buena información sobre su vida atormentada, y para el efecto elaboré unas fichas de donde sacaría los datos que me facilitaran orientar las ideas. Frente a la relevancia del personaje, mi pluma resultaba exigua. Pero existía la convicción, herramienta poderosa que suele producir frutos. Fueron noches febriles y apasionantes de escritura, que no desfallecían frente a la magnitud del compromiso.
Las hojas iniciales me dieron aliento y esperanza. Recordé entonces el célebre mensaje del poeta en sus correos: “Paz y esperanza”. Estando en ese empeño, surgió de repente un freno que me impedía mantener el ritmo que llevaba: fue el de los viajes continuos, como ejecutivo bancario, que tenían como objetivo la entrevista con gobernadores y alcaldes para estructurar planes de desarrollo de obras públicas.
Por algún tiempo, mi vida transcurrió entre viajes aéreos y hoteles. Enfrentado al evento imprevisto, ideé la fórmula ideal para no interrumpir la escritura del libro. En efecto, portaba en el maletín las fichas y la libreta de apuntes, y en las salas de espera, los aviones y los hoteles le di impulso a la obra. Al volver los fines de semana a Bogotá, pulía los textos, hasta ponerles el punto final. De esta manera vio la luz Biografía de una angustia, que considero el mejor de mis libros y el que más regocijo me ha deparado.
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Eje 21, Manizales, 17-V-2025. Nueva Crónica del Quindío, Armenia, 18-V-2025. El Quindiano, Armenia-19-V-2025.
Comentarios
Muchas gracias por su columna en la que recuerda al poeta Germán Pardo García. Usted es una de las pocas personas que puede darnos un testimonio directo del gran poeta y eso es sumamente valioso. Omar Ardila, Pitalito.
Germán Pardo García marcó la vida de mi papá al conocer al poeta grandioso y entender de dónde salían sus poemas: de un alma con agobio y dolor. Considerar este libro como su mejor obra, y la que más satisfacción le ha traído, denota la trascendencia de este ilustre poeta y ser humano. Liliana Páez Silva, Bogotá.
Cada vez que recibo estos relatos me lleno de emoción y siento que ustedes dos, contrario a la forma de ser del poeta, llegaron a sostener una amistad maravillosa. Es una lástima que él no haya alcanzado a leer su biografía. Le hubiera encantado verse deletreado, expuesto y reconocido tanto en su personalidad como en su obra por el escritor y periodista que supo penetrar en sus más hondos caminos. Nunca fue fácil para él relacionarse con las personas: se dedicó a escribir y a su amada revista Nivel. No esperó ni aceptó reconocimiento y mucho menos condecoraciones. Inés Blanco, Bogotá.