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Archivo para jueves, 10 de noviembre de 2011

Cuestiones de identidad

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Uno de los columnistas de este diario figura como Darío Bautista V. Es una identificación incomple­ta. Parece que estuviera mutilada. Lo correcto es es­cribir completo el segundo apellido. Es como cuando las casadas expresan (aunque el de conyugal ya no se usa, dizque porque indica propiedad y esto es machis­mo): Zoraida Torres de S. ¿De Suárez? ¿De Salamanca? ¿De Sanclemente? ¿De Satán? Esa S sola, indescifrable, es horrorosa, ambigua, y en el campo femenino no es aconsejable: puede implicar muchas posesiones. La mis­ma pregunta podría formularse en el caso de la V errá­tica de Darío Bautista: ¿Vargas? ¿Vela? ¿Vaca? ¿Ver­dugo?

En esto de los nombres propios, hay personas nota­bles que quedan definidas sin necesidad del segundo apellido: Alberto Lleras, Carlos Lleras, Laureano Gó­mez. Si se agrega el segundo apellido, a veces se des­figuran. Si se dice, por ejemplo, Laureano Gómez Cas­tro, la adición le quita resonancia al rotundo caudi­llo de la historia.

Hay personas que logran establecer el solo apelli­do como identificación plena: Gaitán (no puede ser si­no el líder popular); Carranza (el poeta); Nariño (el precursor); Botero (el pintor de señoras gordas). Otros, el solo nombre: Otto (el de la cultura nacional y la carcajada inconfundible); Guillermo León (el presidente poeta); Gloria (la eterna animadora de la televisión).

Un distinguido columnista de este diario dejó muy bien escrito su nombre: Darío Bautista. Si el segundo Darío Bautista prefiere, para diferenciarse, añadir un apéndice (esa V solitaria y muda), parece que la persona estuviera apenas retoñando. Lo mismo pasa con los Cano, los periodistas, que son tan prolíficos y que también escriben historias individuales en la prensa: uno de los descendientes del fundador debe anotar el segundo apellido para evitar confusiones (no es lo mismo Fidel Cano que Fidel Cano Isaza).

Otros, en cambio, deben suprimir el segundo apellido para individualizarse y evitar incómodas referencias, que suelen apocar la propia valía. Esto sucede con Eli­gio García. Si se agrega el Márquez, no se eleva sino que se frustra. Gabo, a propósito, que cualquiera tra­duce por Gabriel García Márquez, obtuvo el acierto mági­co de ser reconocido en el mundo entero con tan reducido grafismo. Gabo no hay sino uno. Y si otro quisiera lla­marse así, quedaría en ridículo.

En las normas fijadas por el Instituto Caro y Cuervo para presentación de originales que van a ser publica­dos, existe ésta:

«Por regla general, escríbanse completos los nom­bres propios y los apellidos, aunque sean de personas muy conocidas. Ejemplos: Tomás Navarro Tomás, Rafael Uribe Uribe, Manuel Briceño Jáuregui. Pueden abreviar­se los nombres, nunca los apellidos, así: T. Navarro Tomás, R. Uribe Uribe, M. Briceño Jáuregui; pero no Tomás Navarro T., Rafael Uribe U., Manuel Briceño J. En estos casos, por brevedad, es preferible suprimir el segundo apellido: Tomás Navarro, Rafael Uribe, Ma­nuel Briceño».

¿Y cuando la persona no tiene segundo apellido? El problema es mayúsculo en Colombia, donde esta soledad se convierte en sonrojo social. En Estados Unidos no habría dificultad: Kennedy será siempre el mismo (y John, en cambio, será, cuando no va unido al líder popular, un ser del común, lo que en Colombia no ocu­rriría con Belisario, Otto, Laureano o Virgilio). En Colombia ese trance se resuelve colocándose a la fuer­za el otro apellido que negó la suerte.

Esto no sucedió con un amigo mío de Tunja, hijo natural y dueño de gran personalidad, a quien un terco escribiente de juzgado, la persona más necia y más anónima del mundo, se negaba a recibirle la declaración si no suministraba la identidad completa. Y el aludido, con valor y desenfado, le dijo que anotara: “hijo de padre desconocido”.

El Espectador, Bogotá, 4-IX-1990.

 

 

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El milagro de Galán

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Para nadie es secreto que el doctor Luis Carlos Galán, varias veces derrotado en sus campañas políticas, pero siempre victorioso en sus tesis ideológicas, cami­naba directo, en el último debate electoral, hacia la conquista del poder. Un inmenso número de colombianos situados en diversas corrientes de opinión miraba con simpatía el crecimiento de la imagen galanista. Por fin la voluntad de sus copartidarios iba a permitirle acce­der al primer puesto de la nación.

Galán era, ante todo, un luchador. De las derrotas salía fortalecido para librar nuevos combates. Había aprendido del doctor Lleras Restrepo, por quien siempre tuvo especial admiración –lo mismo que de Winston Churchill, otro forjador de la grandeza histórica–, que la victoria es consecuencia de muchas derrotas. No se des­moralizaba por la incomprensión y los obstáculos que recibía de su propio partido, para seguir adelante con sus tesis sociales y sus empeños de conquistar mayor número de adherentes, hasta coronar, como iba a suceder, la presidencia de la República.

Nunca toleró la corrupción administrativa ni el re­lajamiento de la moral pública. Buscaba la depuración de su colectividad, para lo cual arremetía con denuedo contra el clientelismo y las concupiscencias del mando. Era moralista por excelencia, y por eso sus campa­bas herían muchos intereses. Caminaba contra la corrien­te. A las mafias del narcotráfico, sus mayores enemigas, las fustigó con decisión e implacable entereza.

La fuerza de  Galán estaba en el peso de sus convic­ciones. Colombia veía en él al dirigente de multitudes, cada vez más arrollador, y confiaba en que fuera la solución para este pueblo a la deriva que carece de líderes realmente trascendentes.

Ya en la recta final de su última batalla, que esta vez resaltaba el triunfo indiscutible, tuvo un gran acierto: nombrar al doctor César Gaviria como su jefe de debate electoral. Lo había escogido por encontrar en él fundamentales coincidencias políticas y de esti­lo para impulsar la fórmula ideal que garantizara la vigencia de sus programas. Gaviria, hábil parlamenta­rio y dotado de atrayente personalidad, demostraba profundas convicciones democráticas y clara vocación de reformador.

Y por los caprichos insondables del destino, el jo­ven caudillo de Pereira pasó, a la muerte de Galán, a sustituirlo en la jefatura política. Recibió las bande­ras y las sacó victoriosas de la contienda pública. Nadie se había imaginado, ni él mismo, que pudiera conver­tirse con tanta rapidez, cuando aún le faltaba mucho terreno por recorrer, en el presidente de los colom­bianos. Hoy es el heredero de esa inmensa fortuna que no puede dilapidar, y además el depositario del mila­gro de Galán.

El doctor Luis Carlos Galán ha ganado, ya muerto, el mayor triunfo de su vida. Su espíritu sigue vivo. Su pensamiento es ahora más diáfano.

No es fácil el compromiso que asume el nuevo presi­dente de los colombianos, aunque tampoco improbable el éxito de su misión. Todo depende de la inteligencia con que sepa ejercer el reto histórico. Es cuestión de talante, expresión favorita del doctor Gómez Hurta­do, otro dirigente que piensa en grande.

Se trata de poner en práctica las tesis galanistas, que per­seguían la reestructuración del Estado y la purificación de las costumbres políticas. Ha llegado el momento de meditar, por encima de todo, en la suerte de la patria. El pueblo que lo eligió pide cambios radicales, tanto en la adopción de estrategias audaces como en la acertada selección, prescindiendo de imposiciones y perso­nalismos, de las personas encargadas de ejecutarlas.

Las discriminaciones sociales, las injusticias y los atropellos son los mayores causantes del malestar público. En muchos sectores parece que se viviera toda­vía en épocas de esclavitud.

Dice Gaviria que tomará sus decisiones con autono­mía y ofrece renovar la atmósfera de vicios que hoy asfixia al país. Ese sería el primer paso para que las ideas de Galán, que lo llevaron al poder, comenzaran a desarrollarse. Si hay continuismo vendrá la frustración. El país no resiste más. Colombia tiene fe en que el mi­lagro completo se produzca en la administración que se inicia en medio de tantas expectativas y de signos tan alentadores.

El Espectador, Bogotá, 1-VIII-1990.

 

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Santa Marta en un dedal

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Madrugué a trotar por la hermosa playa que queda frente al hotel Santamar. Apenas comenzaba a clarear el día y ya una pareja caminaba por la arena. Eran unos jóvenes enamorados que habían salido de su caba­ña a saludar la mañana impregnada de brisa, mar y poesía. La naturaleza naciente, en este confín de encantos marinos, aviva el corazón.

Después de tropezarme varias veces con ellos, vi que el muchacho escribía algo sobre la arena, mien­tras su compañera se sumergía en las olas. Más tarde él se le unió y ambos continuaron disfrutando la frescura de las aguas. Me acerqué y leí: «Ruth, mi hijo y yo haremos otro mundo». Bello mensaje –me dije– para este momento de disolución nacional.

Santa Marta, azotada años atrás por el enfrentamiento de mafias encarnizadas, vio derrumbarse su paraíso turístico. Su hotelería, que gozaba de reconocido prestigio, perdió categoría por el freno de la inseguridad. Eran los tiempos en que dos bandas de guajiros se disputaban el dominio absolu­to. El cultivo de la marihuana hacía surgir una nue­va sociedad de voracidades incontenibles. Este ambiente de corrupción y ambiciones lo pintó muy bien Juan Gossaín en La mala hierba, novela que queda como testimonio de la atmósfera viciada que se respiraba en la ciudad.

Hoy la situación ha variado por completo. Santa Marta regresó a su anterior clima de paz. La hotele­ría progresa en forma notoria y ofrece establecimientos de gran confort,  como el Irotama y el Santamar. El resurgir de la ciudad, que ojalá sea el mismo resurgir de esta Colombia flagelada, queda dibujado en la frase que sorprendí sobre la arena. Es un mensaje de esperanza y fe en Colombia. Una nueva juventud se levanta para derrotar la negra noche. La fórmula de la felicidad parece que cupiera en un dedal. En esta frase tan pequeña se refleja un propósito de enmienda, superación y optimismo.

Más tarde hablaba yo con Blas Záccaro, simpático y pintoresco personaje de la ciudad, sobre la trans­formación que ha tenido Santa Marta desde la época de terror de los guajiros hasta la actual de tranquili­dad, y él me ratificaba el ambiente de confianza y  progreso que hoy es evidente. Blas, un gigante del optimismo y la acción, cuyo continuo movimiento en­tre cifras bancarias, juntas cívicas y excursiones de pesca se asemeja al oleaje marino, sabe que la nueva Santa Marta se preocupa por salir de la encrucijada a que había llegado.

Sus dirigentes cívicos luchan por vencer ciertos vicios locales nacidos de la politiquería, que retardan el progreso. Tratan de cambiar la mentalidad de conformismo, y otras veces de indiferencia, con que algunas capas de la población actúan frente al reto de la hora.

*

Santa Marta, ciudad turística por excelencia, es una cara amable de Colombia. Su pasado de piratas, movido por las luchas entre nativos e invasores, le imprime especial fisonomía de tierra emancipada. Los apetitos del oro vinieron más tarde a convertirse en otra clase de ambiciones, muy del siglo veinte, y de nuevo nace la sensatez.

Si Santa Marta pudo, ¿por qué no va a poder Colombia? La patria está postrada y debe ser reconstruida Qué importante descifrar el mensaje de las olas: «Ruth, mi hijo y yo haremos otro mundo». También la capital samaria fue destruida física y moralmente, y  ahí la tenemos: victoriosa y ufana.

El Espectador, Bogotá, 19-IX-1990.

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Rincón del libro (3)

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Estampas

Ensayos de Vicente Landínez Castro. Ha llegado el autor a la serena cumbre de la maestría idiomática. Este estilista boyacense es discípulo aprovechado de ese otro gran escritor del mismo departamento, Eduardo Torres Quintero. Encuentro ahora en Estam­pas que su manera de pensar y de escribir coincide con el estilo de su maestro. La prosa de Vicente es cere­bral, melodiosa, llena de movimiento y gracia. Posee otro atributo: la originalidad. No necesita descubrir nada, pero a todo le pone el color de la emoción, y es­te es un gran descubrimiento. Huye de los lugares comu­nes y arma sus escrutinios con novedad y lozanía.

Maravilloso acopio de ensayos el que ahora entrega la Academia Boyacense de Historia, editora del li­bro. Vicente exalta en su obra los valores boyacenses, define el paisaje de la tierra, retrata el alma de los personajes. Su libro es una permanente sinfonía. Hay un profundo tratado sobre el arte de escribir biografías. El lenguaje, el ritmo, la claridad, las ideas, todo ha­ce de esta obra un placer para el espíritu.

De puerta en puerta

Poemario de Hugo Cuevas-Mohr, residente en Cali. El autor es hombre de negocios. Este es, que yo sepa, su primer libro. Me ha sorprendido esta aparición poética por varios motivos. Su mensaje es sensible, armonioso, lleno de imágenes y sugerencias. La poesía moderna ha perdido la emoción. Ya hasta el soneto –la belleza que debe buscar todo poeta– poco se usa. Se prefiere el verso libre, el que por sí solo no es descartable, pero se trata en la mayoría de los casos de producciones sin ritmo, entrecortadas, sin grandeza, sin contenido. Sobre este libro de Cuevas dice Enrique Medina Flórez, el pro­loguista: «Está bien estructurado, tiene un hálito de intimidad lírica real».

La factura de la obra es original. El diseño grá­fico, excelente. Puertas entreabiertas, en el recorri­do del libro, hechas con papel y arte, parecen de verdad. Cada puerta se abre para brindarle al lector ternura y pesares. Y son sugestivas: la puerta de la calle, la puerta del silencio, la puerta del amor, la puerta de la magia, la puerta del lector. En el túnel del amor, el poeta dice: «Era mi casa de puertas y ventanas cerra­das, de bosque en silencio, de árboles y miedo, pasajes claroscuros de calma y dolor». (Lluvia Editores, aparta­do 10488, Cali).

Los amores de Piringo

Tercer libro de provincia que hoy destaco. El escritor e historiador Guillermo Vargas Villamizar, nortesantandereano, es autor de cinco títulos. Tal vez po­cas personas, fuera del propio terruño cucuteño, conocen su producción. Esa es la triste realidad del libro de provincia: no salir de un círculo estrecho. Es la suerte del libro colombiano en general. Esta falta de difusión y estímulo, tanto de las rotati­vas oficiales como de las casas editoras particulares, frena la carrera del escritor.

Vargas Villamizar se ha dedicado en sus últimas en­tregas a contar la historia dentro del marco de la novela. Ya van tres novelas basadas en hechos históri­cos, y en ellas ha logrado estructurar con buena for­tuna la personalidad de los personajes. En la última, que aquí se reseña, saca del terremoto de Cúcuta hechos y actores que hicieron la historia. Maneja con acierto la ficción para encarnar seres reales. Dándoles vida, rescata episodios de la fosa del olvido. (Corporación Educativa del Oriente, avenida 4a. No. 15-88, Cúcuta).

El Espectador, Bogotá, 21-VIII-1990.

El yajé

Al magistrado y escritor Óscar Londoño Pineda debo la lectura de este pequeño libro de cuentos, El yajé, cuyo autor es Germán Cardona Cruz, muerto hace varios años. Renombrado profesor de literatura que se quedó como mito en la historia de Tuluá. Jamás publicó li­bro alguno. Escribía cuentos para su propio deleite, y solía leerlos a sus alumnos sin ningún alarde de maes­tro. Un día tomó sus bártulos y se marchó a las selvas del Caquetá. Allí escribió una serie de narraciones so­bre los embrujos y los misterios indígenas, algunas de las cuales logró recoger Enrique Uribe White en su revista Pan.

Cuando Cardona Cruz se hallaba próximo a la muerte, llamó a sus amigos y en presencia de ellos entregó al fuego sus papeles literarios. Por fortuna su esposa, Emma Perdomo, salvó de la hoguera los cuentos que ahora ponen en circulación los tulueños en el libro que aquí comento. Estos relatos saben a manigua. En El empaujilao, anota: «…Y ese verde perenne, som­brío, opaco, es como un reactivo permanente que aviva el sabor de una tragedia deleitosa y fantástica, que llena el espíritu de emociones absurdas».

Es oportuno aplaudir, como corolario de este suceso regional, el entusiasmo con que un grupo de tulueños la­bora hoy la literatura de su tierra, impulsados por Omar Ortiz alrededor de la revista Nueva Luna.

Edad sin tiempo

Rogelio Echavarría nació poeta. Testimonio de ello es su poemario germinal Edad sin tiempo, que publica en 1948, cuando apenas cuenta 22 años de edad. Ahora lo reedita Arango Editores. En estos cantos iniciales se ad­vierte, de manera inequívoca, hondo lirismo amoroso, desprovisto de vanas retóricas e imbuido de autentici­dad, que luego se refrendaría en El transeúnte (escrito entre 1945 y 1952). En el libro que reseño me llama la atención, en forma sorprendente, el comentario de José Constante Bolaño en 1948, cuando advierte con tono profético: «Edad sin tiempo sitúa ya al autor, a su corta edad cronológica, entre los más logrados líricos de la última generación poética en Colombia».

Rogelio Echavarría es hoy, a sus 64 años de edad, uno de los poetas más reconocidos de la literatura colombia­na. No ha necesitado escribir muchos libros para llegar a esta cumbre lírica. Es un «economista del lenguaje», como lo definió hace muchos años Ebel Botero. (A pro­pósito: ¿qué se ha hecho Ebel Botero?). Y además, maes­tro de la «autenticidad de la palabra», otra ponderación que le hace Fernando Mejía Mejía.

Un viaje a Europa en primavera

Rodolfo Barajas, oriundo de Málaga (Santander), no ha publicado libros. Pero los ha escrito. Ha sido lector de literatura y temas diversos, y esto le ha permitido adiestrar la pluma del escritor; que lo es, en efecto, como lo noto por esta crónica que regala a sus amigos, en circulación cerrada, como resultado de su viaje suyo a Europa. Viaje en primavera, que hace avivar las luces del atardecer.

Rodolfo Barajas muestra en su trabajo naturalidad y gracia al narrar su aventura viajera. Sabe pintar am­bientes y paisajes. En Amsterdam visitó, como buen lati­noamericano, la Calle del Pecado, y de ella extrae esta escena: «Las envitrinadas generalmente están desnudas o vistiendo diminutas prendas transparentes que resaltan su lamentable estado físico o decrepitud otoñal y que lejos de producir excitación despiertan un sentimiento no definido de pesar o repugnancia, y la incontenible determinación de no tocarlas…»

El autor de la obra, hoy en uso de buen retiro de la vida laboral, dedica buena parte de su tiempo a leer y escribir. Formidable ejemplo para quienes no saben cómo llenar los días del otoño.

E. E., 8-X-1990

Bernardo Arias Trujillo: el drama del talento cautivo

El escritor caldense Jaime Mejía Duque analiza en este ensayo cuatro libros de otro escritor eminente de su tierra: Bernardo Arias Trujillo. Tales libros son: Por los caminos de Sodoma, En carne viva, Risaralda y Diccionario de emociones. Es propósito del ensayista demostrar lo que él denomina «frustración del talento sofocado por ciertos mitos personales». Arias Trujillo, vida relámpago de sólo 34 años, se suicidó el 4 de marzo de 1938, ahogado por sus conflictos. Tanto su exis­tencia como su obra quedaron inconclusas. Los cuatro li­bros en mención fueron producidos, con temperatura deli­rante, apenas pocos años antes de su muerte. El ojo cri­tico de Mejía Duque penetra en este itinerario creativo y presenta interesantes revelaciones sobre la caótica personalidad del escritor de Manzanares, cuya obra con­tiene valiosos enfoques sociales. (Editorial Papiro, Manizales).

La especulación iusfilosófica en Grecia antigua

El notario tercero de Bogotá, Hernán A. Ortiz Rivas, ha escrito este libro para dilucidar los conceptos de justicia y de ley desde Homero hasta Platón. Con esta inmersión en la cultura helénica, el autor, que es profe­sor universitario de Filosofía del Derecho, demuestra am­plio conocimiento sobre el proceso histórico de los temas que trata, como bases de la civilización. (Editorial Temis).

Notas para una historia del Liberalismo en Caldas

La Biblioteca de Escritores Caldenses entrega otro li­bro, esta vez de Bonel Patiño Noreña, autor de estos títulos: Textos elementales (1982) y Mito y realidad en la colonización antioqueña (1989. El pre­sente trabajo representa una investigación seria sobre la trayectoria del Liberalismo en la tierra caldense y entra a enriquecer el acervo cultural que los estudiosos han entregado a la comarca nativa. El ensayo resultó ganador de un concurso promovido por la Fundación Popular y la Escuela de Estudios Políticos y Sociales, de Manizales.

La inmigración alemana al Estado Sobe­rano de Santander en ex siglo XIX

Horacio Rodríguez Plata, oriundo de Socorro y falle­cido en Bogotá el mes de agosto de 1987, fue  fecundo historiador que a lo largo de su vida de estudio dejó obra ponderada, sobre todo dirigida a hechos históricos de su comarca nativa. Ahora la Gobernación de Santander reedita esta obra que había visto la luz ha­ce varios años, al comienzo de la cual aparece esta cons­tancia del autor: «Rindo tributo de admiración a un deno­dado grupo de inmigrantes alemanes y en especial a Geo von Lengerke, cuya obra contribuyó extraordinariamente al progreso del pueblo santandereano y a la transforma­ción de sus costumbres». Este personaje de leyenda , el alemán Geo von Lengerke, toca las fronteras del mito y se quedó en la tierra santandereana como pilar de un pro­ceso histórico. Pedro Gómez Valderrama escribió sobre él la vigorosa novela La otra raya del tigre. Y Rodrí­guez Plata, con la linterna del historiador, precisa en su ensayo las dimensiones de aquella hazaña.

E. E., 18-XII-1990

Papeles y razones

Trece escritores del Quindío reúnen trabajos literarios, tanto en prosa como en verso, en este libro financiado con recursos propios de los autores, en demostración de independencia frente al desinterés oficial y privado hacia la cultura regional. Esfuerzo colectivo que vale la pena aplaudir. Estos escritores hacen parte del Taller Literario del Quindío, entidad dedicada a alentar y formar vocaciones en esta tierra de conocidos antecedentes culturales. (Publicaciones Literarias Kanora).

A la sombra del ángel

La Biblioteca Pública Piloto de Medellín, dirigida por Gloria Inés Palomino, cumple ponderada labor en la difu­sión del libro colombiano. Ahora nos entrega, con el apoyo de Colcultura, este poemario de Darío Ruiz Gómez, poeta, cuentista, novelista y profesor universitario, cu­ya obra intelectual alcanza nota destacada en el pano­rama cultural del país, con cerca de diez libros publica­dos. Es, además, critico literario, terreno en el que ha sobresalido con densos ensayos.

Derrumbe moral

Horacio Gómez Aristizábal, crítico de los desajustes morales del país, reúne en este libro varios textos sobre la descomposición de las costumbres y los vicios crónicos del pueblo colombiano. En cual­quier parte por donde se abra el libro se hallarán enjuiciamientos sociales, como éste sobre los niños genocidas: «El 40% de los niños proviene de familias destruidas, de ambientes pervertidos, degenerados, prostíbulos, casas de lenocinio, inquilinatos en que imperan el hacinamiento, la suciedad y la deprava­ción». (Editorial Milla Batres).

Teatro colombiano

Juan Zapata Olivella presenta en este volumen dos obras de teatro: El grito de Cartagena de Indias y La bruja de Pontezuela, esta última montada en el Teatro Colón de Bogotá y en varios países de Amé­rica, como Guatemala, Méjico y Uruguay. Los episodios que concluyeron en la independencia de Cartagena y que escribieron para la historia colombiana páginas de audacia y valentía, renacen en la pluma vigorosa del escritor bolivarense que acredita brillante carrera en diversos géneros literarios. (Lito Susa Edi­tores).

Ventanas al nirvana

Humberto Senegal (seudónimo de Humberto Jaramillo Restrepo) es gran promotor de la cultura quindiana. Con su esposa Gloria Inés dirige en Calarcá la revis­ta Kanora, que registra un itinerario de lucha audaz por el rescate de los valores culturales de la región. Senegal, que adoptó el seudónimo para diferen­ciarse de Humberto Jaramillo Ángel, su padre, es una in­teligencia inquieta que ha despertado interés por sus ideas novedosas y su producción en ascenso. Poeta y cuen­tista, su voz rebelde se ha hecho escuchar en diversos escenarios de la cultura y hoy consolida mé­ritos para conquistar nuevos peldaños en su carrera. Este libro de poesía muestra, como los anterio­res del mismo género, su peculiar estilo de cantarle a la vida en breves píldoras de dolor y ensueño, como ésta: «No muevas la rama, jilguero. Creerá la hormiga que no cesa la lluvia». (Publicación de Cámara de Representantes).

E. E., 23-I-1991

* * *

Misiva:

Querido escritor: Compartimos esta alegría con usted, que ha sabido, primero que otros, valorar la literatura de nuestro departamento. Un abrazo y muchas gracias por las referencias a nuestro trabajo en su columna que muchos seguimos con asiduidad aquí en el Quindío. Humberto Senegal, Calarcá.

Por los caminos del Huila

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Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Neiva registra un hecho curioso: el de haber sido fundada tres veces. Primero lo fue en el año de 1539 por los conquistadores españoles, y al poco tiempo fue destruida por los indios otas; en 1551 se fundó de nue­vo por orden de Sebastián de Belalcázar, y otra vez fue destruida en 1569; el tercer bautizo, correspondiente a la Neiva actual, lo hizo Diego de Ospina el 24 de mayo de 1612. Ha cumplido 378 años de vida, pero serían 451 si se mantiene en pie desde su primer intento civi­lizador.

Esto me lo explicaba un amigo de la ciudad mientras caminábamos por el Parque Santander en un día bochor­noso, de más de 30 grados de temperatura. La estatua del general Santander se ve diminuta entre las construccio­nes y árboles de la plaza, y parece que el personaje fuera un transeúnte más de los que a toda hora circulan por el lugar. Lo mismo que ocurre en Cúcuta y en otros pocos sitios del país, el parque principal de Neiva no está dedicado a Bolívar sino a Santander. Son excep­ciones honrosas que contradicen la regla general.

Esta vez le he puesto más cuidado a Neiva y le he hallado otros encantos. Surge la ciudad moderna y pro­gresista, cada vez más congestionada de vehículos y más presurosa de superación. El río Magdalena la atraviesa como una saeta lanzada por los primeros indígenas y se convierte en el abanico natural contra las altas temperaturas. En un margen del río se levanta el impo­nente monumento de la Gaitana, construido por Rodrigo Arenas Betancourt, que recuerda la hazaña de la cacica en su venganza contra Pedro de Añasco por haberle quema­do vivo a su hijo.

Sus habitantes, alegres y hospitalarios, realizan ca­da año el Reinado Nacional del Bambuco en la festivida­des de San Pedro. Como reina se escoge a la mejor bailadora. Una silenciosa iglesia colonial evoca, en el cen­tro de la urbe, los tiempos pasados. El hotel Pacandé, de larga tradición, se convierte en referencia amable de la ciudad.

Cuenta la región con buenas carreteras y ofrece for­midables contrastes: valles, cañones, vertientes, ríos, nevados, altiplanicies. Al paso del vehículo se descu­bren esplendorosos paisajes. Cada sitio tiene su propia personalidad: Betania invita al sosiego con su soberbia represa; Yaguará, a un lado, es un contorno pensativo que llama a la quietud; en Rivera nos acordamos del autor de La vorágine; en Aipe, rica en petróleo, admiramos la famosa Piedra Pintada y disfrutamos de sus aguas termales; Baraya le rinde honores al prócer de la Inde­pendencia; Garzón, la tierra del obispo-escritor Libardo Ramírez Gómez, nos saluda con sus artesanías de fi­que; Gigante parece una sola floresta con su famosa ceiba centenaria; en Timaná, el municipio más antiguo del Huila, la Gaitana recuerda su gesta contra los invaso­res españoles; Pitalito nos abre las puertas de la cul­tura agustiniana situada a poca distancia, en San Agus­tín, territorio de dioses y misterios. En fin, los caminos turísticos del Huila se disparan en todas las direcciones.

Región rica en petróleo, arroz y diversos productos agrícolas, lo mismo que en ganadería, sufre hoy insegu­ridad en sus campos. Se escucha el avance de la guerri­lla. Los habitantes viven asustados. Hay boleteo y se­cuestros. La producción agrícola, por lógica, viene en decadencia. La ganadería está sacrificada.

Vuelvo a Neiva y me refresco con el aire de los al­mendros, las palmeras, los caracolíes. En esta ciudad se le rinde homenaje, lo mismo que en Cúcuta, al árbol. Toda la ciudad está arborizada. El árbol, amigo fiel del neivano y de todos los opitas, es aquí un emble­ma de la civilización.

El Espectador, Bogotá, 6-VIII-1990.

 

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