Archivo

Archivo para jueves, 28 de abril de 2011

Diabluras

jueves, 28 de abril de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

«Mi querido, mi curita adorado, no digas no al llamado del amor; sal a tu balcón y tose, que yo vendré». Tal la non sancta esquela que en Atenas des­lizó por debajo de la puerta una anto­jada vecina deseosa de hacer pecar al religioso de 22 años, que absorto en sus textos de filosofía, ignoraba que a muy pocos pasos estaba rondando el diablo, encarnado en una candente diablesa.

Y como el curita rechazó la provocación, sin duda torturando la al­borotada continencia de su ascetismo vulnerable, la vecina le colgó en la puerta una de sus prendas íntimas, a manera de señuelo. Recurso que, por más contagiado de pecado, no con­siguió tampoco desenfrenar los apeti­tos en vano estimulados.

Y, bien al contrario, se pertrechó más en su recinto de santidad y no so­lo expulsó los pensamientos insanos que debían estar revoloteando por la habitación, sino que definitivamente le dijo no al llamado del amor. Para demostrar su fortaleza y descornar así a la inquieta diablita, aparte de no asomarse al balcón, no tosió, y queda fácil deducir que la prenda pecaminosa la arrojó a las tinieblas exteriores.

Bien diferente este padrecito, que así derrotó el cosquilleo de la carne, del lánguido Palemón El Estilista, que sucumbió a la mirada de la linda peca­dora, y sin dársele nada, se marchó por el desierto ante el asombro de una muchedumbre atónita que nunca antes había contemplado caminar juntos al santo y al demonio.

¡Era amor!, ex­clama Valencia, y todo parece comprenderse. «Un ardor nunca sentido sus arterias encendía, y un temblor desconocido su figura larga y flaca y amarilla sacudía»… ¿Sentiría lo mismo el joven curita de Grecia? En cual­quier forma, se quitó de encima el pe­cado, hecho mujer.

Son, estas, noticias picarescas que amenizan la hora presente caracteriza­da por la insipidez de los sucesos mo­nótonos. Por más que el cable interna­cional está salpicado de humor y que el caso se cuente con la encantadora dulzura de las cosas picantes, queda por ahí dando vueltas un diablejo, que, si expulsado de Atenas, está vivo y muy despierto. Aterrizará a cualquier momento, y si allá fracasó y fue arro­jado a palos, no es improbable que, diablo como es, busque terrenos me­nos resbaladizos.

La Patria, Manizales, 25-II-1974.

Categories: Humor Tags:

La tinta política

jueves, 28 de abril de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hay algo de pintoresco en la arreme­tida con que las brigadas de los distin­tos sectores políticos se han dado a la tarea de embadurnar, en múltiples tonalidades, la cara del país. Cada parti­do, cada grupo, cada fracción de gru­po tienen signos caracterizados pa­ra identificar, a veces con el simple brochazo estampado de afán y al filo de la penumbra, la omnipresencia de su candidato.

El país puede ser en gran parte anal­fabeto pero sabe leer de corrido estas reseñas que, como por obra de encan­tamiento, aparecen impresas por do­quier, con velocidades desconcertan­tes. Recorriendo los senderos de la pa­tria, la vista se detiene a cada mo­mento en los frágiles pero nutridos mensajes electorales que buscan, con premuras nerviosas, conquistar los vo­tos fugitivos. Nada se respeta en esta guerra de los barnices. Son los postes sitios predilectos para que la imagen del candidato fulgure en la pupila y penetre al subconsciente.

El árbol solitario, la bancada vistosa, la curva forzada, la piedra estratégica, todo resulta retocado, in­vadido por frases y consignas que se interceptan, hablan idiomas dife­rentes y terminan devorándose unas a otras, pues cuando apenas se está retirando la mano diestra del emi­sario que ha podido encaramar en el mejor sitio la efigie de su héroe, llegará el enemigo, que también medra en las noches, a superponer con sigilo las tin­tas de su devoción, que luego serán borradas o barridas por otras aves nocturnas.

A noventa días de las elecciones, cuando el país se mueve entre ideas, incertidumbres, programas y buenas intenciones, la batalla del papel es implacable. La tinta política no solo se riega por carreteras y veredas, atropella la vegetación y afea las ciudades, sino que se ha adueñado de las páginas de los periódicos.

Vivimos el apogeo de la palabra. Nunca el vocabulario, como en las jornadas  electorales, es tan elocuente. Es el momento de las fra­ses de impacto, de las ofensas, de las susceptibilidades, de los arranques hu­racanados, de las interpretaciones ab­surdas. Tal el impulso de estos días irritables, que, de no serlo, no impresio­narían la epidermis del  pueblo que reclama ser aguijoneado para respon­der con entereza y con cierta euforia a las proclamas de los partidos.

La tensión política se acelera con­forme avanza el calendario hacia la ho­ra cero, el día de la claridad y de las lamentaciones. Detrás de cada candida­to se esconde un engranaje publi­citario experto en lanzar carteles, en preparar fórmulas de combate, en inge­niarse máximas que calen en la con­ciencia del pueblo, y hasta en fabricar sonrisas, muecas y poses magnéticas, signos todos que, regados a lo ancho y largo del territorio, levantan el interés que despiertan estos rizos de la demo­cracia

El país, pintorreado y medio bullan­guero, juega a la farándula, con su cor­te de predicadores, de charlatanes y comediantes. Todo cabe en el sano debate electoral. Y es natural que los personeros de los partidos, animados a veces por propósitos sa­nos, aunque no siempre practicables, nos tienten con la vida barata, con la distribución de la riqueza, con la reba­ja de impuestos, con la educación fácil, con la fertilidad de los campos, con el hallazgo de yacimientos petroleros y, en fin, con el engorde de nuestras po­bres vacas flacas. Todo esto, y mucho más, a cambio del voto, del simple voto que se pide a gritos en la plaza pública, en el muro o en la carretera.

Cuando miro tanto barniz, tantos colorines, pienso en mi patria disfraza­da y algo me dice que detrás del hala­go, si es tan profuso, debe haber mu­cho de farsa. Pero me alegro, al mismo tiempo, con estas policromías de la democracia que son capaces de inyectar saludables expectativas, confortables optimismos, así llegue más tarde el agua a borrar, de los muros y de las memorias, tantas promesas imposibles.

La Patria, Manizales, 27-I-1974.

Categories: Política Tags:

Otro concurso desierto

jueves, 28 de abril de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El escritor colombiano, desampa­rado como se encuentra por las esferas oficiales y privadas, se entusiasma, de pronto, así sea efímeramente, cuando se anuncia un concurso literario, y acu­de a él con la ilusión de salir por ese medio a la superficie, rompiendo su anonimato. Espera que el factor suerte lo sitúe por lo menos en­tre los finalistas, cuando su optimismo no es tan desmedido que lo haga soñar con ser el invencible.

El veredicto de los jurados re­sulta, en las más de las veces, desconcertante. Veamos lo ocurrido con el concurso auspiciado por el Diario del Caribe con motivo de la creación de su suplemento dominical. Ya en las pos­trimerías del año pasado se lanzó el programa, con un primero y segundo premios en dinero y el lógico bautizo de la página literaria no solo con los cuentos galardonados sino con otros que, siendo igualmente meritorios, se suponía que quedarían a corta dis­tancia de los punteros.

Las corresponsalías comenzaron a matizar el acontecimiento con cons­tantes anuncios de que el país literario estaba volcándose sobre Barranquilla, y hasta se aseguraba la alta calidad de los trabajos, dada la categoría de los concursantes, pues el certamen tenía la originalidad de eliminar los seudónimos. Se conformó un jurado con figu­ras destacadas, se recibieron cerca de 400 trabajos, siguió la prensa creando suspenso, y los escritores quedaron es­perando su nochebuena, pues el fallo sería promulgado el 23 de diciembre.

Pero, como suele ocurrir en este país de las tomaduras de pelo, se pos­puso la decisión toda vez que a los ju­rados les quedaba cuesta arriba exami­nar, en conciencia, 400 trabajos, sobre todo en la época de aguinaldos que no es la más propicia para las elucubraciones mentales. Las hojas, de extenderse, llenarían varios kilóme­tros y su lectura demandaría mucho esfuerzo, mucha consagración y no po­cas trasnochadas.

Con todo, de un mo­mento a otro salió humo blanco, cuan­do menos se esperaba. Y el respetable jurado declaró desierto el concurso. Los dos primeros puestos, que se ha­bían anunciado dotados de estímulos económicos, quedaron vacíos, triste­mente vacíos para la literatura colom­biana. Pero, en cambio, se escogieron 13 obras (¿por qué este número de mala suerte?) como premios de conso­lación, recurso que, lejos de consolar a nadie, hace pensar en algún gato ence­rrado.

Si por algo sobresale Colombia en el campo de las letras es por su capacidad para el cuento. Algo grave debe estar sucediendo cuando entre 400 trabajos no se encuentra uno solo con mérito para destacarse en un certamen domés­tico. Pensemos en varias alternativas: a) en el exceso de rigor de los jurados; b) en la imposibilidad de leer, en un mes, 400 trabajos (con un promedio de 8 folios resulta un mamotreto de 3.200 páginas); c) en la ausencia de cuentistas calificados, por falta de fe en los concursos; d) en la timidez de muchos por aparecer con nombre pro­pio, cuando el seudónimo encubre tan­tos sustos; e) en otra cosa que a usted se le ocurra pensar; f) en la pobreza intelectual del país.

Descartable esta última hipótesis si vemos con frecuencia descollar los va­lores colombianos en el exterior. Espe­remos que los jurados promulguen su sentencia, y resignémonos. Sentencia que, como se sabe, es inapelable. La literatura, por fortuna, y como consue­lo para los 400 Garcías Márquez frustra­dos, es algo relativo, controverti­do, que depende del len­te con que se mire.

Pensemos, entre tanto, con cierta nostalgia, como sin duda lo estarán meditando los directivos del Diario del Caribe, en que el suplemento literario no tuvo bautizo de honor, no obstante el séquito de 400 bien intencionados padrinos. Queda flotando en el ambiente –tanto costeño como del resto del país– la impresión de que el entusiasta concurso de cuento, anunciado y promovido con tanto aparato fue puro cuento.

La Patria, Manizales, 22-I-1974.