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La sede del idioma

martes, 28 de septiembre de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

La escritora y académica tunjana Mercedes Medina de Pacheco es autora de un precioso libro dedicado a la Academia Colombiana de la Lengua con motivo de los 150 años que cumplió la entidad el 10 de mayo pasado, obra que vio la luz en 216 páginas y edición de lujo, gracias al patrocinio de la Sociedad Geográfica de Colombia. Maravillan las fotos tomadas por Gonzalo Garavito Silva, que ambientan el recorrido por las diversas áreas de la edificación.

Cristina Maya, prologuista de la obra y miembro de la academia, califica la colección de murales, estatuas, gobelinos, vitrales, pinturas, libros y demás objetos como la más completa iconografía de este templo del idioma. Y está la precisa descripción de los sitios, junto con las reseñas sobre cada uno de los personajes cuya memoria se honra en el augusto recinto.

Grandes figuras de las letras, la política, la academia y el arte han dejado allí honda huella como cultoras y maestras del idioma castellano. Su memoria está enaltecida en este instituto encargado no solo de estudiar, proteger y difundir las reglas del bien decir, sino también honrar a quienes han sido guardianes y difusores de esta disciplina. Hay que considerar a la lengua como la matriz de la civilización y el elemento básico sin el cual sería imposible la convivencia y la relación humana.

A propósito, en el momento adelanto la lectura de un libro apasionante: El infinito en un junco, de la española Irene Vallejo, quien en exhaustiva y por otra parte  amena investigación cuenta la historia universal del lenguaje oral o por gestos, antes de aparecer el junco con el que se elaboraban en Egipto los antiguos papiros manuscritos, hasta llegar al descubrimiento de la imprenta, uno de los sucesos más importantes de la humanidad.

La Academia Colombiana de la Lengua fue fundada el 10 de mayo de 1871 por un prestigioso grupo de humanistas, filólogos y escritores, entre quienes se hallaban Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, con cuyos nombres fue bautizado, en 1942, el Instituto Caro y Cuervo, de ilustre trayectoria. Es la academia de este género más antigua de Hispanoamérica. Su primer director y máximo gestor fue José María Vergara y Vergara.

La primera sesión tuvo lugar el 6 de agosto de 1872, efeméride de la fundación de Bogotá, con la deplorable ausencia de Vergara, que había fallecido el 9 de marzo de ese año. En su remplazo fue elegido Miguel Antonio Caro. Esta junta se realizó con 12 miembros, como homenaje a las 12 casas con que el 6 de agosto de 1538 fue fundada Bogotá.

Digna de encomio es Mercedes Medina de Pacheco por este aporte a la vida cultural del país. Pertenece a varias academias y se ha distinguido por su espíritu de estudio y la escritura de varias obras de diverso género, en las que predominan la investigación histórica, la literatura infantil y las tradiciones.

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El Tiempo, Bogotá, 25-IX-2021.
Eje 21, Manizales, 24-IX-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-IX-2021.

Comentarios 

Muy interesante el libro de la escritora Pacheco. También estoy fascinada con la lectura de El infinito en un junco. Siempre he sentido profundo respeto por los libros, y ahora aún más, al detenerme en ese asombroso y largo camino hasta llegar a ese maravilloso producto, que nos parece tan natural. Esperanza Jaramillo, Armenia.   

El Diccionario de Construcción y Régimen iniciado por don Rufino José Cuervo y terminado por los filólogos del Instituto Caro y Cuervo es la obra monumental de nuestro idioma. Google debe tenerlo en cuenta para que su traductor al español (castellano) se mejore y los escritores colombianos no utilicen palabras en inglés. Luis (correo a El Espectador).  

El valiente defensor de Sañudo

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Promovido por la Asociación Amistad y Mucho Más, se rinde en la Casa de España sentido homenaje al escritor Vicente Pérez Silva, como tributo a su extensa y brillante labor literaria. Infatigable trabajador de la cultura, la obra de este nariñense ha alcanzado alta ponderación por medio de sus numerosos libros, conferencias, ensayos e investigaciones históricas, jurídicas y literarias. Su apego a las tradiciones y a los valores de la patria lo inducen desde temprana edad a escudriñar el rastro de los sucesos más allá de las noticias ya conocidas, y de esta manera presenta en sus trabajos, con novedad, erudición y gracia, facetas ocultas que revelan otras verdades y así enriquecen la historia.

Su formación mental y su conducta ética le permiten mantener puntos de vista claros frente a criterios confusos o comportamientos movedizos. Esto sucedió con la firme actitud que asumió en 1972 ante la Academia Colombiana de Historia, de la que era miembro, cuando la entidad le negó el uso de la palabra para leer un ensayo sobre José Rafael Sañudo, autor de los controvertidos Estudios sobre la vida de Bolívar.

Era inadmisible que por el hecho de presentar al Bolívar humano, con los errores propios de la débil naturaleza –muy diferente al héroe glorificado en la mayoría de los textos–, Sañudo fuera lanzado a las tinieblas exteriores al pretender alguien exaltar su memoria en los cien años de su natalicio. Y medio siglo después de publicado el libro polémico, digno de toda consideración.

En vista de lo cual, el académico silenciado se retiró de la entidad con su enérgica protesta por este veto a la libertad de pensamiento. Años después fue postulado para la Academia Colombiana de la Lengua, y uno de sus futuros colegas se opuso al ingreso con el argumento de que era hombre conflictivo, teniendo en cuenta su renuncia a la otra institución.

Que yo sepa, es la única persona que ha renunciado a una academia (honor que se considera irrenunciable), lo que señala, en el caso aquí rememorado, una muestra de dignidad y carácter. Años más tarde, tales hechos fueron divulgados por el escritor en el folleto Yo fui el benjamín de una academia.

Como investigador del Instituto Caro y Cuervo, Pérez Silva ha adelantado varios trabajos de rigor académico. En su amplia bibliografía se destacan títulos como Sonetos para Cristo, Memorias de Florentino González, Un nariñense en la Trapa, Anécdotas de la historia colombiana, Raíces históricas de La Vorágine, Dionisia de Mosquera: amazona de la crueldad, La picaresca judicial en Colombia. Su último libro se denomina Este… Encarnación de una curiosa y sonora antología, y en él recoge una serie de sonetos clásicos que comienzan con la palabra «Este», o la acentúan en sus estrofas, como el de Jorge Rojas: «Este es el cielo de azulada altura»…

Trabaja siempre en varios libros a la vez, los que va ampliando con nuevos hallazgos. Dado a la minucia y el dato curioso, anota en su libreta de apuntes cuanto indicio descubre para investigar aspectos ignorados y novedosos, que más tarde aparecerán como verdades sorprendentes. Cuando yo residía en Armenia, me solicitó el envío de una foto de la estatua de Bolívar y copia de algún discurso importante pronunciado allí sobre el prócer, para el libro que busca divulgar la presencia del Libertador en distintas plazas del país y que llevará por título Bolívar en el bronce y la elocuencia. Otro proyecto aplazado es el de una selección de poemas eróticos, iniciada hace largos años. Cuando le pregunto por estas obras inéditas, me dice que los editores se han hecho de rogar.

En 1979 prestó su asesoría a la Asociación de Amigos de Sogamoso para el rescate de la novela del escritor sogamoseño Temístocles Abella Mendoza, publicada por entregas en El Mosaico, en 1864, con el rótulo Los tres Pedros en la red de Inés de Hinojosa. Deliciosa rareza bibliográfica sobre la pasión femenina que hizo estremecer la vida recoleta de la ciudad de Tunja en tiempos de la Colonia.

Otro feliz suceso editorial es el Código del amor, libro pequeñito y parecido a un devocionario, de autor anónimo, publicado en París en el siglo XIX, que el perseguidor de joyas literarias había leído en su época de estudiante y vino a recobrar en preciosa edición en 1999.

En una Feria del Libro denunció, por medio del folleto Ventura y desventura de un educador, el hurto literario que hace 70 años hizo Evangelista Quintana, considerado el autor de la célebre cartilla La alegría de leer, al maestro de escuela Manuel Agustín Ordóñez, oriundo de Nariño. Los documentos presentados por Pérez Silva no dejan duda sobre el delito, y con base en ellos habrá que revaluar la figura del verdadero autor de la obra.

La sobresaliente carrera literaria de nuestro distinguido amigo lo ha hecho acreedor a notables galardones, como el Premio Dante Alighieri, la Orden de la Fraternidad Comunera y el Diploma de Honor conferido por el Ateneo de Caracas, a los que se suma el justo reconocimiento que le otorga hoy la Asociación Amistad y Mucho Más, benemérita entidad que estima, con excelente criterio, que los honores hay que tributarlos en vida, porque los muertos no los necesitan.

El pensamiento del valiente defensor de Sañudo es un venero de ingenio y creatividad, dones que unidos a su vasta erudición y sus férreas disciplinas le aportan a la cultura colombiana una obra valiosa, de indudable permanencia en el tiempo.

El Espectador, Bogotá, 29-VIII-2002.

Laura Victoria, en la Academia

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Laura Victoria, la poetisa más desta­cada del país en la década de los años treinta, que reside en México hace más de medio siglo, ha sido elegida miem­bro correspondiente de la Academia Co­lombiana de la Lengua. Poco dirá el nom­bre de Laura Victoria para las nuevas gene­raciones, tal vez en razón de su larga ausen­cia de la patria.

Por eso es tan importante el reconoci­miento que hace de su obra la Academia de la Lengua. Su primer poema lo escribe a los 14 años de edad, y como sus compañeras de estudios no creen que sea la autora, les compone acrósticos veloces para que no quede la menor duda. Su precoz vocación poética la llevará en pocos años a la fama continen­tal, al lado de Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sancores.

El maestro Valencia, uno de los primeros en descubrir esta revelación, le manifiesta: «Recibió usted el don divino de la poesía en su forma la más auténtica, la más envidiable y la más pura». La salida de su primer libro en 1933, Llamas azules, representa uno de los grandes sucesos de la época. Hoy han transcurrido 65 años desde aquella albora­da gloriosa, y la fugacidad del tiempo, con sus inevitables mantos de olvido, ha im­puesto un doloroso silencio alrededor de la ilustre colombiana.

Es autora de siete libros ya consagrados por la crítica. En Méjico se quedó por razo­nes familiares, y ya no es fácil que regrese a Colombia. Pero nunca ha dejado de pensar en su patria, en su gente y sus paisajes. Fue aquí donde inició su carrera, para luego desplazarse como diosa de la poesía romántica por los países latinoamericanos.

Es preciso anotar, por otra parte, que fue la pionera de la liberación femenina al romper los moldes de la acartonada y gaz­moña sociedad de principios del siglo que no permitía un espacio para que la mujer pensara por sí misma, y menos actuara. En aquellas calendas, a las bellas hijas de Eva sólo les tocaba obedecer y callar.

Un poema tan audaz como En secreto, imbuido de perturbadora ternura y deli­ciosa sensualidad, en un medio acallado por los excesos religiosos y las falsedades so­ciales, por fuerza tenía que provocar es­cándalo. Con su fina vena erótica, Laura Victoria re­volucionó la poesía colombiana y le abrió a la mujer los caminos de la libertad.

Justo galardón, y no importa que sea tardío, el que confiere la Academia de la Lengua para premiar el mérito de la egregia colombiana, oriunda de Soatá, que hoy, coronada de gloria y llena de nostalgia, ve pasar sus horas del crepúsculo en tierra aje­na, con el alma puesta en Colombia. Ahora sabe que su patria no la ha olvidado.

El Espectador, Bogotá, 18-VI-1998.

 

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Humberto Senegal

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Junio de 1977. Me correspondió aque­lla vez, en el salón de conferencias del Banco Cafetero de Calarcá, imponer una medalla literaria al escritor Humberto Jaramillo Restrepo. Pasado el tiempo, él se cambiará su nombre de pila (para ca­racterizarse mejor, supongo) por el de Humberto Senegal, con el que se le co­noce y reconoce hoy en el mundo de las letras. Su padre, Humberto Jaramillo Ángel, dispensador de las preseas calarqueñas, me cogió de sorpresa, en medio de la ceremonia, para que yo le entregara la medalla al novel escritor.

No me sonaba muy bien que el padre condecorara al hijo. Hoy, 19 años después, comprendo el sentido de aquel acto: no se trataba de una complacencia pa­ternal y menos de una dádiva, sino del reto para quien ya tenía garra de escritor. Pasé a escena y clavé en la solapa del graduando, como si tratara de una premiación escolar, la medalla Eduardo Arias Suárez.

Me sentía estrafalario dentro de mi encargo. Mi discurso consistió en darle un abrazo al agraciado y desearle suerte en el arduo camino de las letras. Humberto Senegal, que así comenzó a lla­marse después de aquel bautizo de san­gre, sin duda se sentía cursi exhibiendo la medallita. Me miró, compasivo. Luego se la desprendió de la solapa y se la echó al bolsillo del pantalón con cierto despre­cio. Y comenzó a hablar…

No ha dejado de hablar. Se adueñó de la palabra como de un estilete de la elocuencia. La literatura le ha dado gar­bo. Prueba de ello son sus escritos contumaces, vertidos en libros y en páginas de periódico. Aquella noche, ante sus paisanos de la comarca y ante altas per­sonalidades literarias del país (como Otto Morales Benítez y Adel López Gómez) dijo cosas brillantes, agudas e irreverentes. No todos se las entendieron. Yo sí. Y además entendí que en Senegal había un escritor de protesta, un mosquetero con alma so­cial, un creador iconoclasta.

El sólo título de su primer libro es una ironía y una condena: «Desventurados los mansos». Las ideas de Senegal son verticales.

No conoce los esguinces y rechaza las posiciones falsas. Se le teme en el periodismo de combate, y a veces se le vapulea, porque canta verda­des. En la literatura se le res­peta. Es ensayista de altos kilates, cuentista y poeta, lo que no le viene por generación espontánea sino por su pro­pia formación.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquel lejano 1977, que hoy, desempolvando papeles en mi biblioteca, me ha hecho reme­morar el episodio donde el escritor en ciernes cogió vue­lo con sus propias alas, des­pués de quitarse del pecho la refulgente condecoración, ante los ojos atónitos de su padre, otro escritor rebelde. Hijo de tigre sale pintado. La insatis­facción en las letras imprime carácter, genera ideas y per­mite tomar altura. La quie­tud y el conformismo atrofian el pensamiento.

Dijo Oscar Wilde: «La re­beldía, a los ojos de todo el que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre». Bien sé que Humberto Senegal es wildeano a morir.

La Crónica del Quindío, Armenia, 2-IX-1996.
El Espectador, Bogotá, 4-IX-1996.

 

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Repertorio Boyacense

viernes, 16 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Con el número 332, que acaba de en­trar en circulación, la revista Repertorio Boyacense, órgano oficial de la Academia Boyacense de Historia, llega a sus 84 años de vida. Fue fundada en 1912 por el canónigo Cayo Leonidas Peñuela, hijo esclarecido de Soatá y una de las personalidades más sobresalientes del departamento. Hoy la dirige el profesor universitario Pedro Gus­tavo Huertas Ramírez, vicepresidente de la entidad, quien en esta ocasión presenta un selecto material a lo largo de las 360 páginas que componen la edición.

En ella se rinde, en la pluma de varios escritores, tributo al municipio de Soatá en sus 450 años de vida EL canónigo Peñuela, que fue presidente de la Academia Boyacense y fundador del Repertorio, como antes se dijo, recibe justa distinción, en la carátula de la revista, con motivo de la efe­mérides de su patria chica, de la que era párroco cuando le sobrevino la muerte en 1946.

Hechos memorables para la vida cultu­ral de Boyacá y del país se registran en este número del Repertorio Boyacense. Tres ilustres coterráneos fallecidos en los últimos meses, los historiadores Gabriel Camargo Pérez (expresidente de la academia) y Ernesto Reyes Sarmiento (sa­cerdote escritor), y el fundador de Radio Sutatenza –obra de reconocida labor so­cial–, monseñor José Joaquín Salcedo, de­jan en estas páginas sus rastros humanos bajo la evocación de connotados escritores.

Pedro Gustavo Huertas Ramírez, aparte de comentar los 90 años de la Academia Boyacense celebrados en abril del 1995, ofre­ce un documentado estudio sobre los indios teguas, la desaparecida comunidad aborigen que hace varios siglos moró en Campohermoso, tierra nativa del historiador, y que él, tras lar­gos años de investigación, rescata en el libro titulado Guerreros, beldades y curanderos. El enigma de los indios teguas (1995).

Una indígena teguana de extraordinaria be­lleza, conocida como la Cardeñosa –tan céle­bre y querida para los boyacenses como la india Catalina para los cartageneros– emerge del estudio de Pedro Gustavo Huertas como una deidad del pasado. Para fray Pedro Si­món, esta excepcional exponente de la mujer teguana era «una india tan hermosa, modesta y grave, que podía competir con la española más adornada de estas prendas». El obispo y escritor Lucas Fernández de Piedrahíta la pre­senta como «una india que en cualquier parte del mundo pudiera señalarse en hermosura». Hoy, el historiador Javier Ocampo López pro­pone que sea ella un símbolo del pueblo boyacense.

Mercedes Medina de Pacheco, con su fan­tástica imaginación para recrear el mundo infantil, presenta en la revista su último libro: El duende de la petaca.

El exmagistrado y poeta Homero Villamil Peralta (que entregará en los próximos días su libro Mi canta por Boyacá) hace una acla­ración sobre el autor de la letra de la Guabina chiquinquireña.

En fin, la revista es un sustancioso diálogo boyacense que ofrece, con variados enfoques, interesantes temas sobre la cultura y la histo­ria.

La Crónica del Quindío, Armenia, 17-IX-1996

 

 

 

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