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Archivo para la categoría ‘Educación’

Universidad Central

viernes, 11 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

De plácemes se encuentra la Universidad Central con motivo de la celebración de sus bodas de plata. El importante centro docente de la capital de la República, dirigido por el doctor Jorge Enrique Molina Marino, ha querido resaltar este suceso con el lema «25 años con la democracia, la cultura y el humanismo», tres enunciados que caracterizan su razón de ser. Se trata, en efecto, de una de las universidades que más sobresalen en el país por su vocación cultural, la moder­nización de sus sistemas educativos y su afán de servi­cio social.

Fundada en 1966 con la in­tención de democratizar la educación superior, se buscó al mismo tiempo honrar la me­moria de Bolívar y San­tander, quienes en el gobierno de la Gran Colombia habían dispuesto la creación de tres universidades con el nombre de Central en cada una de las capitales de los departa­mentos de entonces (Cundinamarca, Venezuela y Ecua­dor). En la única parte donde había desaparecido la Uni­versidad Central era en Co­lombia, y con el nacimiento de la nueva entidad se corrigió el olvido histórico.

Un aniversario no ha de significar tan sólo la simple suma de años, como sucede en muchos casos, sino que ha de consistir en la comprobación de hechos positivos, la revisión de políticas y el fortalecimiento de estructuras, para no quedar rezagados frente al reto de los nuevos tiempos y propender por metas superiores. Cumplir años es ocasión propicia para rectificar errores, robustecer los ideales y consolidar fór­mulas de supervivencia. Es lo que hace ahora, con seria reflexión y creadora espe­ranza, esta universidad de los bogotanos que encuentra el porvenir despejado gracias a sus realizaciones y a su espí­ritu de lucha. Entre los pro­yectos de la hora se destaca la construcción de su moderna sede en el centro de la ciudad.

La cultura y el humanismo han sido afanes prioritarios de la entidad. Se distingue ella por su actividad editorial, gracias a la cual se ha visto estimulado el talento colombiano con publicaciones que enaltecen esta efemérides. Los escritores han recibido vigo­roso aliento al obtener la di­fusión de sus obras, en número cada vez mayor, lo que se convierte en un reto para las rotativas oficiales.

Entre las publicaciones con que la Universidad conmemora sus años de vida, y sobre todo de servicio a la comunidad, se encuentran las siguientes: Germán Arciniegas: su vida contada por él mismo, sus confesiones de viva voz y una serie de documentos recogidos por Antonio Cacua Prada para celebrar, en diciembre pasado, los 90 años del Hombre de las Américas; Estampas pue­blerinas, donde el sacerdote jesuita Manuel Briceño Jáuregui le canta a la patria en trescientos sonetos de agra­dable sabor costumbrista, y Diego León Giraldo: el cine como testimonio, obra que además tiene auspicio del Festival de Cine de Bogotá, donde se rinde homenaje a uno de los talentos de la cinema­tografía colombiana y se recopilan valiosos estudios sobre la materia.

El doctor Molina Marino, cofundador de la Universidad, ha sido su rector en dos oca­siones y hoy acumula veinte años en ese ejercicio. Su liderazgo es evidente. Las reali­zaciones en el campo docente son también palmarias. El porvenir, por consiguiente, se muestra promisorio para esta institución que ha cumplido «con la democracia, la cultura y el humanismo».

El Espectador, Bogotá, 12-VII-1991.

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Misiva:

Personal e institucionalmente agradecemos generosa nota publicada en tu importante columna de El Espectador, la cual nos enaltece por sus gallardos términos. La Universidad guardará en sus recuerdos de oro este hermoso y estimulante escrito. Jorge Enrique Molina Mariño, rector de la Universidad Central.

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Bolívar y la universidad

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El nuevo académico de la Sociedad Bolivariana, doc­tor Jorge Enrique Molina Mariño, rector de la Universi­dad Central, disertó a su ingreso a la entidad sobre el significado histórico de Bolívar como promotor de la cul­tura y la educación universitaria. Recordó el doctor Mo­lina, como introito de su excelente trabajo, esta frase estelar del discurso del Libertador en el Congreso de An­gostura: «Moral y luces son los polos de una República».

Con tales conceptos libró todas sus batallas, las per­sonales y las del Gobierno. Con la moral y la inteligen­cia derrotó la esclavitud de los pueblos e implantó el imperio de la democracia. Junto a los pertrechos cargaba siempre la imprenta como arma poderosa de sus escaramuzas guerre­ras. Y no se conformaba con la simple impresión de boletines sino que reclamaba de sus colaboradores pulcritud tipográfica y severidad gramatical. El periódico era para él medio insuperable de comunicación y de difusión de las ideas.

En sus correrías bélicas transportaba además bue­na cantidad de libros, que leía y estudiaba con la vora­cidad del autodidacto ejemplar que siempre fue. Dos de esos libros, El contrato social, de Rousseau, y El arte militar, de Montecuccoli –verdaderas joyas que le habían sido obsequiadas por el general Wilson–, pertenecieron a la biblioteca de Napoleón. Bolívar dispuso en su testa­mento que esos libros fueran entregados a la Universidad de Caracas, gesto con el que demostró su predilección por las universidades como guardianas de la cultura.

Fue fundador de varias universidades en los países por él libertados, y el inspirador de sustan­ciales principios y reglamentos que se encuentran consagrados en nuestros días. En su última estadía en Caracas proclamó normas de gran avance para la época, como la autonomía universitaria, la política de puertas abiertas, la participación de los estudiantes en la vida de la institu­ción, la exención del servicio militar y de otras tareas que pudieran alejarlos de su función específica, la fi­jación de rentas seguras para el centro docente, el régi­men de jubilaciones para el profesorado; y como hecho significativo, que pone de presente el interés que le merecía la educación, estableció como estímulo la ju­bilación anticipada para quienes escribieran o traduje­ran libros fundamentales.

Exigía de los profesores que fueran maestros integra­les y no simples transmisores de conocimientos. Fue en­fático en el rigor académico y en las virtudes morales y cívicas, y anotó que la decencia, el decoro, la urbani­dad, la cultura en el idioma, todo debe relucir en los maestros. Consideraba la universidad como el eje de la cultura nacional.

Hoy la universidad, corno lo lamenta el rector Molina Mariño, se ha desviado de aquellas pautas. La presencia de los estudiantes en los órganos de dirección es, en no pocos casos, abusiva y beligerante; muchas universidades han sido convertidas en arena de banderías políticas, y se echan de menos el acatamiento a las autoridades, el respeto a la ley, la consagración al estudio, el amor a la patria y un mayor interés por el desarrollo del país.

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Valioso y oportuno este enfoque del nue­vo académico frente al pensamiento del Libertador. La universidad en general se ha desnaturalizado y ha deja­do de ser centro respetable de las ideas y la superación intelectual. Hay que buscar en Bolívar la orientación pa­ra muchos de los vacíos de la época. Y recordar, si de educación se trata,  que el Libertador no cesaba de insistir en que la ignorancia era terreno abonado para la muer­te de la libertad y el florecimiento de la dictadura.

El Espectador, Bogotá, 30-XI-1989.

 

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Un liderazgo universitario

jueves, 10 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

La designación que ha hecho la Unión de Universidades de América Latina en el doctor Jorge Enrique Molina Mariño para ocupar la vicepresidencia de dicho organismo, constituye para nuestro país alto honor por tratarse de la entidad universitaria más antigua del mundo, y la más respetable de los países latinoamericanos, con 40 años de existencia. El galardonado, actual rector de la Universi­dad Central y que además fue su cofundador en el año de 1966, es un luchador tesonero de la educación colombia­na, a la cual le sirve con absoluta entrega, con grande­za de espíritu y con elocuentes realizaciones.

Ha consolidado, a lo largo de los años, el liderazgo que hoy tiene conquistado en defensa de las nobles cau­sas del hombre. Abogado del Externado de Colombia, especializado en derecho laboral en la Universidad Nacio­nal, con un posgrado obtenido en París en derecho pú­blico y otro en Estocolmo en economía cooperativa, el doctor Molina Mariño se ha preparado para los retos y las responsabilidades. Nada lo ha to­mado de sorpresa, porque antes estructuró la mente en las disciplinas del saber y la ética.

En el campo universitario se inició como profesor de las Universidades Nacional y Externado de Colombia; luego fue miembro de varios comités; más tarde ocupó la vicepresidencia de la Asociación Colombiana de Universi­dades, y finalmente fue elegido presidente de la misma institución y del Consejo Nacional de Rectores. En dos períodos ha ocupado la rectoría de la Universidad Cen­tral, con un total de 18 años de servicios, lo que re­presenta una prueba de resistencia y de idoneidad.

Ha obtenido numerosos títulos y distinciones, tanto de Colombia como del exterior. Ha pertenecido, y perte­nece, a organismos tan prominentes como la Sociedad Bolivariana de Colombia, Procultura, Instituto Colombiano de Estudios Latinoamericanos, Consejo Mundial de la Paz, Comité Permanente de los Derechos Humanos, Sociedad Ibe­roamericana de Periodismo, Confederación Colombiana del Deporte, Club de Abogados de Bogotá (actual vicepresiden­te), Sociedad Económica de Amigos del País, Federación Colombiana de Ajedrez (actual presidente), Sociedad Fran­cisco de Paula Santander, Academia de Historia de Santan­der. En fin, la lista es prolija y sólo se pretende dar una idea de este hombre múltiple que a todo y a todos se dispensa con vigor y dedicación, y que deja, en cuanta responsabilidad adquiere, vestigios de su productividad asombrosa.

No se sabe de dónde saca tiempo para responder a tal gama de compromisos. Lo que sí conoce el país, y so­bre todo quienes seguimos de cerca sus ejecuciones, es su amor por Colombia, por su cultura, por la libertad, por la dignidad del hombre. Con esos postulados ha conseguido conjugar campos tan variados como el de la educación universitaria, las con­tiendas del ajedrez y el deporte, las solemnidades de las academias y los desdoblamientos de los salones sociales.

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Otra faceta suya destacable es su apoyo a los es­critores colombianos. La Universidad Central es tal vez la institución que más estimula la cultura nacional, con ediciones de libros, foros y conferencias. Es un hervi­dero intelectual. Una fábrica de cultura.

El nombramiento que se celebra en esta nota no hace sino refrendar el liderazgo bien ganado que ocupa el doctor Jorge Enrique Molina Mariño. Esto, sin duda, será motivo de complacencia general y ojalá se convierta en estímulo para que otros colombianos se superen en el ser­vicio a las causas nobles.

El Espectador, Bogotá, 20-VII-1989.

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Universidad Central

martes, 1 de noviembre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Cumple la Universidad Central, bajo la rec­toría del doctor Jorge Enrique Molina Marino, formidable liderazgo cultural. Para dicho em­peño ha sido fundamental la asesoría de la socióloga María Cristina Laverde Toscano, di­rectora de Investigación. En 1988, la presencia del claustro universitario en diferentes actos académicos puso de presente su decidido interés por mantener vivo el espíritu culto de Colombia.

Por medio de conferencias, foros, edición de libros y otras manifestaciones se desplegó a lo largo del año una permanente labor intelectual y de reconocimiento a destacadas figuras de la inteligencia colombiana. El homenaje rendido al maestro Rodrigo Arenas Betancourt, meses después de su liberación como prisionero de un grupo de delincuentes comunes, sirvió para aplaudir la vida meritoria de este gran escultor continental.

El otorgamiento del grado honoris causa en Letras y Humanidades al doctor Otto Morales Benítez, uno de los pioneros de la cul­tura nacional, resalta las virtudes de quien, in­fatigable en su actividad literaria y dedi­cación a Colombia, da ejemplo de patriotismo y de escritor insigne.

Otro hecho ponderable: la edición de Cre­púsculo, libro poético de Laura Victoria, con el que nuestra esclarecida lírica, ausente del país desde hace 48 años, regresará a su patria en los comienzos de 1989. La poetisa boyacense vendrá a recibir, además, otros dos libros suyos inéditos: Itinerario del recuerdo, sus memorias, que edita el municipio de Soatá, su patria chica, y Actualidad de las profecías bíblicas, el depar­tamento de Boyacá dentro de la serie biblio­gráfica de la Academia Boyacense de Historia.

A fines del año la Universidad puso en cir­culación el número 31 de Hojas Universitarias, su consagrada revista, acervo de cultura, de arte y humanismo. Hermosa edición que rinde homenaje a nuestro excelso poeta de las agonías, Germán Pardo García, vate universal del dolor y el cosmos. En ella también se exalta la me­moria del narrador cubano Manuel Cofiño, de quien se dice que murió a destiempo, aunque, de todas maneras, dejó obra perdurable.

Esta revista, que consta de 360 páginas suscritas por conocidos escritores, constituye un gran libro. Varias páginas están dedicadas a debatir el tema de la vio­lencia colombiana, en certeros enfoques que se dejan como testimonio de este vía crucis cotidiano de los últimos tiempos. En la carátula aparece un dibujo de Germán Pardo García, y en la parte central, una muestra poética de su vasta producción, acompañada del reportaje que titulé Diálogo entre sombras con Germán Pardo García.

Ha sido generoso el año cultural de la Uni­versidad Central. Su labor representa un esfuerzo por motivar las expresiones cultas de la patria. Para el año que comienza hay varios proyectos por realizar. Universidad de las más jóvenes del país, demuestra con su tesón y su fe en Colombia hasta dónde es posible colocarse en sitio de avanzada. Ha comprendido el servicio a la patria no sólo como programa puramente académico sino como constante inquietud por rescatar valores y promover grandes debates ideológicos, como lo viene haciendo con altura y ejemplar con­sagración.

Bien merece, entonces, que le hagamos este reconocimiento y la invitemos a continuar dentro de sus derroteros progresistas, para el bien de Colombia.

El Espectador, Bogotá, 28-XII-1988.

 

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Las bethelemitas en Armenia

lunes, 17 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A lomo de mula llegaron a Ar­menia, hace 75 años, ocho religio­sas de la Comunidad Bethlemita a fundar su nuevo centro educa­tivo. La pequeña aldea no había cumplido aún los 21 años de edad, o sea que se hallaba en plena ado­lescencia, y no se veía ningún sig­no que dejara entrever que en aquel silencioso cruce de caminos estaba germinando la que con el tiempo sería la Ciudad Milagro de Colombia.

Era el 4 de septiembre de 1910. Las bethlemitas llevaban apenas 25 años de establecidas en nues­tro país. Su labor misionera y edu­cadora ya se había extendido a va­rias ciudades y ahora el turno era para un sitio casi ignorado, que se mostraba atractivo por sus her­mosos paisajes y su exuberancia agrícola.

La ciudadanía recibió con albo­rozo a las ocho caminantes. Ellas fijaron su residencia en viejo caserón de la plaza de Bolívar y allí colocaron, como identificación para todos los tiempos, su lema tradicional: Virtud y Letras. El colegio arrancó con un cupo de 110 alumnas. Y 75 años después se han formado en esas aulas cin­cuenta mil estudiantes.

Este solo enunciado es elocuen­te para calificar la trascendencia de esta obra. Ha sido acaso una labor silenciosa, pero positiva en alto grado. Poner a las monjas fun­dadoras a recorrer trochas enre­dadas, cuando el Quindío era apenas un territorio de espesas mon­tañas e intrincados caminos, es la manera de decir hasta qué punto se vencieron obstáculos pa­ra conquistar aquel ideal. Por eso las bethlemitas están incrustadas en el corazón mismo del Quindío.

Hablo con propiedad sobre ellas porque las conozco de cerca. Sé de sus desvelos, de su aposto­lado, de su concepción sobre la ju­ventud, de su sentido de la disci­plina y su interpretación de la cá­tedra moderna. Siempre he admi­rado su jovialidad, su sencillez, su adaptación a todos los ambientes. Ellas entienden a la mujer, la materia prima que mol­dean todos los días, como un pro­ducto social que hay que saber trabajar para que responda a las exigencias del mundo.

Bajo tales postulados han sido las maestras de varias generaciones. Damas pres­tantes se enorgullecen hoy de ex­hibir el título de exalumnas bethle­mitas, y lo recomiendan como una marca de garantía. Esto sucede, por ejemplo, con Valentina Ma­cías de Mejía, que abandera el propósito de conseguir para su co­legio el justo reconocimiento de las autoridades y la ciudadanía con ocasión de estas bodas de dia­mante.

Armenia debe otorgarles el Cordón de los Fundadores, la máxima presea que con­cede el municipio para premiar el mérito cívico. En mejores manos no podría quedar este año la me­dalla municipal. Las bethlemitas no sólo están uni­das a la vida regional sino que han contribuido, en grado sobresalien­te, a la superación de los quindianos.

El señor Alcalde de Bogotá les concedió, en abril pasado, la Or­den Civil al Mérito, la mayor distinción del Distrito Capital, para destacar los cien años de vinculación de la comunidad a nuestro país. Este reconocimiento debe hacerlo ahora Armenia. El mérito es indiscutible.

La Patria, Manizales, 22-VIII-1985.

 

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