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Miedo en las calles

jueves, 10 de octubre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Katherine, una joven de 22 años, salió de su casa a las 5:30 de la mañana. Y se encontró con un hombre moreno, de unos 30 años, que le apuntaba al rostro con una jeringa y le decía: “Deme todo o se lo echo en la cara”. Muerta del pánico, Katherine le suplicó que no le hiciera nada, le abrió el bolso y vio que el asaltante lo desocupaba y emprendía la fuga.

Se salvó de ser otra víctima del ácido muriático. Regresó a su casa, y no quiere salir de ella. Con los nervios destrozados, le ha cogido pavor a la calle. La escena acaba de suceder en Medellín, a corta distancia del CAI de la Policía instalado en el sector. Nadie vio nada.

Esta modalidad de asaltar a la víctima con la amenaza del ácido muriático se ha acentuado en Bogotá. Y ocurre en otras ciudades. Hasta el momento, dice una noticia de prensa, se conocen más de veinte casos de mujeres atacadas con ácido en el país. Las mujeres son las preferidas para este delito, pero también puede ser cualquier transeúnte.

En diciembre, Sergio, de 22 años, fue atacado con el mismo ácido al llegar a su casa, por negarse a dar una moneda, y sufrió quemaduras en la cara, el cuello y los brazos. En el mismo mes, otro joven residente en el barrio Castilla sufrió la misma suerte, con daños severos en los ojos, cuyo tratamiento podría costar más de $ 15 millones. Un mes después, Luz Adriana, de 31 años, que a las 5 de la mañana salía de su casa en Kennedy para dirigirse al trabajo, fue atacada por un hombre que descendió de un taxi y la intimidó. Como se negó a entregarle el bolso, el agresor le roció el ácido en la cara y huyó en el taxi.

Son noticias espeluznantes de las que nadie puede estar exento, repetidas una y otra vez, y que dejan lesiones físicas y sicológicas a veces incurables. Estas noticias dan paso a otros hechos no menos monstruosos de la canallada de cada día. Vivimos en las grandes ciudades a merced del raponazo, del cuchillo o la navaja camuflados en los bolsillos, del revólver que se dispara en un instante, de la bala perdida, y ahora del ácido muriático.

La locura se ha apoderado de las calles de Bogotá. Una terrible conclusión de las autoridades señala que la mitad de los transeúntes de la capital sufre de esquizofrenia y paranoia. Entre esas corrientes demenciales nos movemos a diario, desafiando el asalto, la contusión o la muerte. Quienes consumen bazuco, el 80 por ciento lo hace todos los días, mezclándolo con marihuana y alcohol industrializado. Son “crónicos poliadictos”, según definición de los expertos. No queda difícil deducir que quienes andan armados con jeringas para aterrorizar y herir a las víctimas, pertenecen a este submundo enajenado, abismal e incontrolable.

El acalde Petro inicia su administración liderando una campaña de desarme, tanto de las armas amparadas con salvoconducto, que tienen un registro cierto, como de las ilegales, que proliferan con facilidad en los mercados clandestinos. Unas y otras, en determinadas circunstancias, son asesinas. Algún cálculo ligero dice que en Bogotá hay 400 mil armas legales y más de un millón de ilegales. Las otras armas son las blancas y cortopunzantes (navajas, cuchillos, machetes, bisturíes), de imposible cómputo.

Se decomisan armas de todo género. Muchos dejan de portarlas. Después de los tres meses de la campaña volveremos a lo mismo, al aflojarse el control de las autoridades y olvidarse el tema. La verdadera campaña consiste en desarmar los espíritus. Propósito nada fácil de lograr, ya que la sociedad perdió los estribos. La conciencia colectiva, envenenada por el odio, le niega el campo al amor y a la convivencia. El asunto tiene raíces profundas: es social, y ahí es donde hay que atacarlo.

El Espectador, Bogotá, 23-II-2012.
Eje 21, Manizales, 24-II-2012.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-II-2012.

* * *

Comentarios:

Al leer este artículo veo claramente que la ciudadanía debe armarse para salvar su integridad y su vida en una ciudad donde resulta imposible controlar el porte de armas por parte de los criminales. Inclusive si lograra desarmárseles, pueden hacer daño con una simple jeringa llena de ácido. En esos casos la legítima defensa es la única solución. Alfredo Arango, Miami.

Horribles sucesos. El planeta va muy de prisa, sacando a flote todo lo malo. La solución, creo, viene de cada uno de  nosotros, emitiendo la energía del amor y de la paz. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Comparto plenamente este criterio respecto a tan sentido tema que agobia a la capital. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Aunque procuro superar el miedo para no “echarle leña al fuego”, el artículo plantea un problema que día a día se agrava y acrecienta en la capital. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Un tipo intentó echarme escopolamina cuando compraba la comida de mis mascotas. Ese mismo día cuando salíamos con un amigo del gym, una lacra nos siguió, pero yo me percaté y el tipo se esfumó. Ahora ando superparanoico. A mi mamá intentaron atracarla ayer, pero por suerte una señora desconocida la dejó ingresar a su negocio y se salvó. Alejdark (Correo a El Espectador).

El ácido muriático, otra modalidad que se le une al fleteo, paseo millonario, escopolamina, paquete chileno, sicariato, prepagos, extorsión, secuestro. Vaya, Colombia debería ser llamada «el país inventor de modalidades para el crimen». Holaforistas (correo a El Espectador).

La columna es fiel realidad de lo que sucede en todo el país y, obviamente, mucho más en las capitales. Esta delincuencia, nuestra violencia endémica y las demás muestras de decadencia civil son consecuencia de los malvados manejos administrativos desde hace doscientos años. La inequidad, la injusticia y la corrupción son la triada madre de la situación paupérrima que vivimos.
Colombianoingenuo (correo a El Espectador).

Ejemplo paisa

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Dos días duró cerrado en Mede­llín el Parque Comercial El Tesoro luego del atentado dinamitero que buscaba aniquilarlo. Los efec­tos del carro bomba, cuando se presentaba enorme congestión de público, causaron la muerte a una persona e hirieron a más de cincuenta, aparte de destruir 180 vehículos y 30 locales comerciales, con daños calculados en $ 2.000 millones. Esta acción criminal sólo pueden concebirla mentes desequilibradas.

En medio de la chatarra y los escombros, el alcalde de Medellín, Luis Pérez Gutiérrez, le­vantaba su voz adolorida para in­vitar a la población a luchar con­tra los terroristas: «No nos podemos dejar asustar. Nos tene­mos que unir para rechazarlos». La respuesta fue inmediata: los 170 locales y los 2.800 empleados que conforman la fuerza material y humana del centro comercial le dijeron un no rotundo a la violen­cia y en dos días abrieron sus puertas.

Esta actitud valerosa demues­tra los deseos de la raza paisa de no dejarse dominar por el miedo y se­guir adelante. Medellín y Antioquia fueron lugares azotados por una de las peores épocas de terror de la historia colombiana, y toda­vía se recuerdan los días y noches tenebrosos, hace apenas diez años,  en que el sicariato se adueñó de las calles y de la tranquilidad pública bajo el imperio de las balas y las explosiones de la dinamita.

Fue aquélla una época de abso­luta intimidación ciudadana, donde la gente se recogía en sus vi­viendas al terminar la tarde y no se podía transitar de noche. Me­dellín, en horas nocturnas, pare­cía un fantasma, y lo digo porque lo viví. La masacre ciega de aquellos días se saciaba en cual­quier transeúnte, y con mayor preferencia en los policías, sobre quienes se había ofrecido un precio para eliminarlos.

Ahora, con el atentado de El Tesoro, los habitantes han vuelto a rememorar aquella épo­ca de perplejidad y pánico. Han vuelto a escuchar el estallido de la dinamita y están dispuestos a no permitir el regreso de la barbarie. La locura y sevicia de los delin­cuentes buscan desestabilizar el país con toda clase de tropelías. ¿No es acaso diabólico el acto de pretender destruir, sin saber por qué, uno de los mejores centros comerciales de la ciudad, del que depende la subsistencia de nu­merosas familias?

Un aviso colocado en los perió­dicos es la mayor muestra de va­lor ciudadano y de sentimiento patriótico que recoge el clamor de toda la urbe: «Las hojas sólo caen en otoño y nosotros estamos en la ciudad de la eterna primavera. Los antioqueños llevamos en el corazón la esperanza de alcanzar la paz y ése es un tesoro que nadie nos puede quitar».

Edificante ejemplo para toda Colombia. No es sólo Medellín la que está bajo la mira de los asesi­nos: es el país entero. Aquí se per­dió el sentido de la vida y se carece de protección para la actividad económica. El Estado es inoperante para garantizar la paz de los ciudadanos, y la ley para casti­gar el delito. La masacre cotidia­na que se ha enseñoreado de vi­das y bienes no permite un minuto de sosiego.

Ver los noticieros o leer los dia­rios es otra tortura. Todos se preguntan: ¿Hasta cuándo? La desesperanza es hoy el mayor sig­no perturbador del país. La gente no cree en las autoridades, por­que los hechos no lo permiten.

Pero se presentan mensajes estimulantes como éste de los an­tioqueños, que hacen renacer la esperanza. Seguir adelante, co­mo ellos, es no dejarse amedrentar, para encontrar algún día el tesoro de la paz.

El Espectador, Bogotá, 23-I-2001.

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Homenaje a Manizales

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hermoso homenaje rinde a Manizales la Federación Nacional de Cafeteros con ocasión del sesquicentenario cumplido por la ciudad el pasado 12 de octubre. Se trata de la reedición de cinco libros del  escritor caldense Otto Morales Benítez, que llevan por títulos Historias económicas del Café y de don Manuel, Testimonio de un pue­blo, Colonización en la obra de Ernesto Gutiérrez Arango, Líneas cul­turales del Gran Caldas y El ensa­yista Silvio Villegas.

La obra gigante de Morales Benítez abarca diversos asun­tos de la historia, las letras y la so­ciología colombianas y ha dedicado páginas preferentes a su comarca nativa, analizada a través de sus hechos históricos, políticos y litera­rios y de sus hombres eminentes. Tal vez el escritor de Riosucio es quien más ha escrito sobre su pueblo y sobre la vida regional.

Por consiguiente, vincular su nombre a la efemérides de Manizales significa rendirle a la ciudad justo y apropiado homenaje por medio de es­tas obras selectas que han recibido alta ponderación de la crítica. Por otra parte, hay que resaltar el tribu­to que recibe el propio autor al serle reconocido su mérito como egregio per­sonaje caldense, a lo largo de toda una vida consagrada al servicio de las ideas, de su tierra y del progreso nacional.

Doble homenaje, por lo tanto, el que hace la Federación de Cafeteros con la reedición de estos libros en esmerada calidad, y por eso mismo llamados a permanecer en las bibliotecas cultas En las guardas de los cinco libros se recoge el óleo ti­tulado Riosucio, del maestro Gonzalo Díaz, excelente pintura de la patria chica de Morales Benítez, con lo cual el homenaje resulta mucho más extensivo y de entrañable sa­bor, tanto para el escritor como para su cuna sentimental.

Característica sobresaliente de Morales Benítez es la de dedicar to­dos sus libros a su esposa Livia. Quizá sea el único escritor que ha mantenido ese rasgo del afecto con­yugal durante su larga vida literaria, trátese de la primera salida de un libro o de cualquier reedición. Es tradicional abrir el libro y hallar la indeclinable devoción por su esposa a través de dos palabras que parecen cabalísticas, y que todo lo dicen: “A Livia”. El esposo admirable sabe qui en el amor de su esposa está compendiado todo el amor de la vida.

Otro ingrediente que realza el acontecimiento bibliográfico es la presencia del maestro Vicente Stamato en la preparación editorial y en la diagramación de estos volúmenes. Panamericana, la firma impresora, reafirma su prestigio profesional con el buen gusto y el refinamiento con que ejecuta sus trabajos, que cada vez adquieren mayor resonancia en el país. Esta misma firma editó en diciembre de 1996 el libro El hada Mesulina, de Silvio Villegas, libro de grata recordación.

Manizales, ciudad preclara, tierra de café y de tanto suceso memorable,  enaltece su historia, en sus 150 años de vida, con la comunión espiritual de su hijo dilecto, que siempre le ha demostrado irrestricto cariño, y con la adhesión de la industria cafetera, representada por su institución rectora.

La Crónica del Quindío, Armenia, 15-XI-1999

 

Marulanda

sábado, 28 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Josué López Jaramillo, que ejerció durante varios años la gerencia del Banco de la República en Ar­menia, fue el primer ingenie­ro agrónomo que recibió ese título entre la gente de Maru­landa, su pueblo nativo. De allí mismo son oriundos Alfonso Bedoya Flórez y su hermano Hernando, los primeros gra­duados en medicina y farma­cología, que también sobresa­lieron al servicio de la socie­dad quindiana.

López Jaramillo adelantó estudios de posgrado en Es­tados Unidos, Israel y Francia, y luego ocupó importantes po­siciones en el sector oficial antes de su vinculación con el Banco de la República. Ha ex­presado sus inquietudes inte­lectuales en periódicos y revistas, y en Armenia, en razón del apoyo brindado a la cultura regional, se le otorgó el título de miembro honora­rio de la Sociedad de Escrito­res del Quindío.

Retirado de la vida la­boral, su mayor preocupación son la lectura y la escritura. A su terruño nativo ha regresa­do con la memoria y por la vía de los afectos a plasmar sus recuerdos en un libro emoti­vo y enaltecedor, que entra a enriquecer la microhistoria caldense y que ha titulado Mi Marulanda inolvidable.

Hace varios años el diario El Espectador publicó una serie de crónicas que, al ahon­dar en el alma de la provincia, señalaron a Marulanda como uno de los diez pueblos olvidados de Colombia. Cono­ció entonces el país los extremos de la pobreza, el abando­no y las carencias de las re­giones más silenciosas y más apartadas de su geografía, y al mismo tiempo destacó el re­cio espíritu y las nobles virtu­des de sus habitantes, para proclamar el sentido de patria como un patrimonio general.

Ahora, el hijo notable de aquella población dormida en el filo glacial de la cordillera, que ha transitado por los ca­minos del mundo y ha cose­chado honores y experiencias diversas, no se olvida de su patria chica y le rinde emocio­nado tributo a través de las pá­ginas de este libro.

Fundado en 1877 por el general Cosme Marulanda, el pueblo está situado a 129 ki­lómetros de Manizales y es el más alto sobre el nivel del mar y el de menor población del departamento. Allí tienen lugar en el mes de octu­bre las “Fiestas de la lana”, suceso muy celebrado en la región. La mayor tradición de Marulanda está representada en la lana, producto casi religioso alrededor del cual se mueve buena parte de la eco­nomía local y que cuenta, des­de la década del treinta, con una sólida cooperativa ovina.

El autor de la obra, que hace gala de una memoria pri­vilegiada, matiza sus añoran­zas con sabrosas anécdotas y ágiles pincelazos sobre el entorno de su pueblo y el alma de su gente. Son páginas de recordación y encanto, elabo­radas con gracia y sentimien­to, que reviven un género lite­rario olvidado, como Marulan­da: el cuadro de costumbres. Este lindo municipio –con su escritor de cabecera– dibuja a la aldea de antaño, lejana y romántica, que hoy subsiste lejos del infierno de las ciuda­des.

La Patria, Manizales, 16-X-1999.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-X-1999.

Año Nuevo en Melgar

jueves, 15 de diciembre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde Bogotá, la salida hacia Melgar y Girardot –los sitios más buscados por los bogotanos para disfrutar de sol y descanso durante los puentes y fines de semana– es desastrosa. El tránsito se vuelve desesperante debido a la congestión de vehículos y al mal estado de las vías, y desde luego a la indisciplina de los conductor­es y la inoperancia de los agentes de circulación. En el recorrido a Soacha se gasta, si bien nos va, alrededor de hora y media, cuando debería em­plearse la tercera parte de este tiempo desde el norte de la ciu­dad. Hacer ágiles y ordenadas las salidas de la ciudad es uno de los mayores retos del alcalde Mockus.

Sólo en Soacha se inicia el viaje por carretera abierta, la que ha merecido todos los cui­dados para brindar la comodi­dad y seguridad que deben po­seer las vías nacionales. En ge­neral, el estado de éstas es de­plorable a lo largo y ancho del país y, sin embargo, se pretende nacer turismo sin contar con uno de los requisitos básicos para explotar renglón tan pro­misorio, convertido hoy en una vergüenza frente a otras nacio­nes con verdadera conciencia turística.

En fin, estamos en Melgar. Fuimos a pasar en familia los festejos navideños en una quinta aledaña al pueblo, y reci­bir el nuevo año en las conforta­bles instalaciones del Club Mili­tar. Esta estadía le permitió al periodista, aparte del buscado reposo entre libros y el disfrute de la piscina plácida, tomarle el pulso a la población y percibir desde allí el eco de la vida nacio­nal. Viajar ha de ser, más que el simple deambular por carrete­ras y parajes, acto reflexivo que nos ponga en contacto con los dones de la naturaleza y nos permita auscultar el alma de los pueblos.

El pintoresco municipio tolimense le debe su importan­cia al empuje que recibió del general Rojas Pinilla, 40 años atrás. De aquel punto insignifi­cante sobre la vía que lleva a Girardot, Ibagué, Armenia y otros destinos remotos, surgió, en forma sorpresiva, el vigoroso centro turístico de la actuali­dad que ya tiene visos de ciu­dad. Y se convirtió en hervi­dero de gente, hoteles, complejos vacacionales, comercios di­versos y múltiples problemas. Sobre todo el elemento medio de la capital, cuyo presupuesto no alcanza para lugares más leja­nos y más costosos, encuentra allí, a la mano, su Cartagena simulada.

Como los hospedajes no al­canzan para tanta demanda, a muchos les toca buscar alber­gue en los parques, en las mesas de café o en plena calle, con el lenitivo de la botella de cerveza o de aguardiente, que ambos lí­quidos circulan en alegre profu­sión durante los días de jolgorio. Melgar, plaza asediada por el turismo creciente, no sólo avanza a pasos desmedidos sino que no está preparada para en­carar el gigantismo avasallador que trae consigo el progreso.

Debe hacer, antes que sea tarde, el esfuerzo enorme para salirle adelante al futuro. Alguien me decía, frente a los continuos apagones de la electricidad, la recolección deficiente de las ba­suras y los desmanes alcohóli­cos en las calles, que el nuevo alcalde debe tener la vocación cívica de Mockus (quien ojalá no nos defraude) para que el pue­blo no le caiga encima.

Con todo, justo es reconocer el esfuerzo, y en no pocos casos el esmero de su hotelería, nego­cios de comidas y demás esta­blecimientos comerciales. Las calles están bien pavimentadas, y las viviendas, bien presenta­das. Pero como gobernar es pre­venir, acaso este diagnóstico del periodista que pasó en Melgar una grata temporada entre vi­llancicos y los globos de Año Nuevo, tenga buen recibo en la administración municipal que se inicia.

El Espectador, Bogotá, 9-I-1995.

 

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