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Injusticia social

martes, 25 de julio de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Estaba cantado que el presidente Santos no sancionaría la ley de reducción de la cuota de salud de los pensionados. Desde que hace tres años el proyecto comenzó a abrirse campo en el área legislativa, el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, manifestó su clara intención de oponerse a él. Y lo hizo hundir varias veces.

En el último trayecto, se veía el horizonte más despejado, gracias, en primer lugar, a la vigorosa acción de varias organizaciones de pensionados, y en segundo, al eco que tenían esas voces en el mundo político, medios de comunicación y opinión pública.

Según dijo Edmundo López en su columna del 27 de febrero de 2015 en El Nuevo Siglo, el ministro “se salió de los trapos para amenazar con su renuncia si el Congreso aprobaba la nivelación para la salud”. Esta intimidación insólita vino a cumplirse, si no con su renuncia, que ya no era necesaria, con el acto del Presidente al objetar la ley (junto con la que reducía en 150 semanas el tiempo para que las mujeres que devengaran menos de dos salarios mínimos pudieran pensionarse), por ser “inconvenientes e inconstitucionales”.

Era todo lo contrario de lo que había dicho en su campaña presidencial: “Hay un proyecto de ley en el Congreso de la República, y yo voy a respaldar ese proyecto de ley. Ustedes han sido las víctimas de un sistema lleno de dificultades, de burocracias, inclusive de corrupción”.

Tamaña contradicción pone de bulto su insensibilidad social hacia los pensionados (hablemos solo de ellos), y ratifica, por otra parte, lo que se ha dicho en distintos tonos: que el Presidente se ha caracterizado por decirle mentiras al país. En este caso, se hace evidente la conocida actitud del ministro Cárdenas al entorpecer el proyecto aprobado por la plenaria del Senado (con 59 votos a favor y ninguno en contra). Resultado contundente.

Las objeciones presidenciales sobre el par de leyes representan la voz cantante –y victoriosa– de su ministro estrella, a quien no quiere perder, y por quien parece sentir temor reverencial. Con el socorrido argumento de que no existen recursos y se carece del aval del Gobierno, se aumenta el bache de la injusticia social del país. ¿Acaso la promesa en la campaña presidencial no significa ese aval?

Esto es lo que tendrá que dilucidar la Corte Constitucional en caso de que la ley objetada tenga la ratificación del Congreso y se traslade a la Corte. Por encima de todo, debe prevalecer el sentido de la justicia.

No es que se carezca de recursos. Es que no se quiere arbitrarlos. Así lo expresó   Mauricio Lizcano, presidente del Congreso: “Al ministro de Hacienda le gusta el Congreso que impone impuestos, pero no el que atiende los sectores más desfavorecidos de la población”. Y agregó: “En el Congreso tenemos en cuenta el impacto social de las iniciativas, pero también tenemos en cuenta que a este Gobierno le aprobamos una reforma tributaria con la que se podrían cubrir este tipo de gastos”.

Queda, con este acto desenfocado, una mancha en el Gobierno. Lo mismo que esta columna ha reconocido y ponderado los logros de Juan Manuel Santos hacia la conquista de la paz –la que cada vez se afianza más en el país–, lamenta estos desvíos inexplicables de su administración.

 El Espectador, Bogotá, 21-VII-2017.
Eje 21, Manizales, 21-VII-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-VII-2017.
La Píldora, n.° 189, Cali, septiembre-octubre/2017.

Comentarios

En verdad uno de los puntos flacos de Santos es el de ser un mentiroso crónico. Yo también he respaldado sus esfuerzos en pro de la finalización del conflicto con las Farc, pero como se suele decir, «una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa». Lo de la falta de recursos es una disculpa, porque aquí hay dinero para todo, menos para hacer justicia social. Pero si en verdad fuese cierto, el ministro ha debido por lo menos proponer una disminución escalonada de ese oneroso 12% hasta llegar al 4% que todo mundo paga. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El ministro Mauricio Cárdenas ha hecho entrar en graves contradicciones democráticas a Santos. Las discutibles medidas económicas son de estirpe neoliberal, dictadas por el Banco Mundial y el FMI. Esto ha impulsado una redefinición de ganadores y perdedores en la esfera social y política y no sólo en el terreno de la economía. Alpher Rojas Carvajal, Bogotá.

El clamor de los pensionados, de sus organizaciones que los representan, la solidaridad que despierta remediar la injusticia que tengamos que aportar un 12% de nuestras  menguadas pensiones, denuncian una falla social que debe ser solucionada sin más dilaciones. Gustavo Valencia García, Armenia.

Con el tiempo se viene uno a dar cuenta de que todo se logra con mentiras, promesas incumplidas, burlas, etc. Pero en las próximas elecciones votaremos por los mismos animales de siempre. ¿Quiénes serán más animales: ellos que nos roban y no cumplen, o nosotros que volvemos a votar por los mismos? Jaime Robayo Muñoz (comentario en La Crónica del Quindío). 

El Club de los Suicidas

martes, 30 de mayo de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando yo vivía en el Quindío (años 70 y 80 del siglo pasado), la ola de suicidios  estremecía a la sociedad quindiana de manera dramática. Quienes éramos miembros del Consejo de la Policía hablábamos sobre la frecuencia de este hecho y las causas que lo originaban, tratando de determinar los correctivos que debían aplicarse. Por desgracia, nunca ha habido una respuesta certera que explique y solucione este fenómeno traumático.

En mi novela La noche de Zamira (1998), que se mueve en el ambiente social que caracterizaba el discurrir de la comarca, hay una pareja de enamorados, menores de  20 años, que se suicidan en un parque emblemático. Lo hicieron movidos por la desadaptación familiar y social, y la consiguiente depresión, que agobiaban sus vidas. El Quindío es una de las regiones con mayor índice de suicidas en el país.

La revista Semana recordaba hace poco la existencia en Armenia, en los años 30 del siglo pasado, del Club de los Suicidas. Se trataba de una entidad macabra a la que pertenecían hombres y mujeres de la clase alta, por lo general adolescentes desencantados de la vida y presas fáciles, por eso mismo, para dispararse una bala en el cerebro o tomarse un veneno. Los dos personajes de mi novela son seres errátiles, vacíos de motivaciones y esperanzas y desarraigados en su propio entorno.

Los socios se matriculaban en este organismo con todos los requisitos de un club social: debían pagar cuota de admisión y mantenimiento y acreditar condiciones de seriedad. Y se les tomaba este juramento: “¿Jura usted y empeña su palabra de caballero y de hombre, sin protestar ni perder prórroga alguna en el plazo fijado, para terminar con su vida cuando aparezca su nombre en el sorteo de rigor?”.

Estos aliados de la muerte frecuentaban el ambiente sórdido de los burdeles, y bajo el estímulo del aguardiente buscaban el frenesí en canciones de arrabal como “Cicatrices”, “Suplicio”, “Cómo se adora el sol”, “Desesperación”, “Triste domingo”, “Muy pronto es mi partida”, “Desde que te marchaste”.

Entre trago y trago realizaban el pacto suicida. A quien correspondía el turno le llegaba una notificación acompañada de una bala, para que cumpliera su palabra. Si no lo hacía, era asesinado. Se calcula que más de 100 personas se suicidaron  entonces, en un poblado muy pequeño como lo era Armenia en los años 30.

En la época actual, subsiste en el Quindío el mismo Club de los Suicidas, en forma invisible pero contundente. Nada ha cambiado, ni en el ambiente ni en los desvíos mentales de la gente perturbada por esta grave calamidad. Hoy se habla de unos 50 suicidios anuales. Han fracasado, pues, todos los intentos para frenar esta tendencia espeluznante.

Año por año, las noticias de prensa repiten las mismas estadísticas, y la sociedad se estremece –o deja ya de estremecerse, por tratarse de una situación rutinaria–ante cada nuevo suicidio. Se trata, claro, de un delicado asunto de salud pública que se ha escapado al control de las autoridades.

El mal está arraigado en la región desde hace cerca de un siglo  como hierba maldita. Como reto sin respuesta. Es una voz vigorosa que clama en la conciencia colectiva.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2017.
Eje 21, Manizales, 26-V-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-V-2017.

Comentarios

Este tema requiere especial atención de la familia, de los colegios y universidades, de la sociedad en general y, por supuesto, del Estado. La salud mental es muy importante para la humanidad. Escritos como este contribuyen a fortalecer la conciencia sobre esta necesidad. Ramiro Borja Ávila, Bogotá.

Si un hogar tiene ausencias en afecto, carencias económicas, entre otros aspectos, es muy complicado sobrevivir. Desde niño siempre investigué por qué varios de mis primos habían decidido suicidarse. Uno tomó la decisión porque su núcleo familiar estaba oprimido por la pobreza. Yo también pasé necesidades, pero por mi cabeza jamás ha pasado ese deseo. Mi padre perdió toda su fortuna jugando dado. Pensé que se iba a suicidar, y sin embargo buscó otras alternativas para ganar dinero y volvió a su estado natural. Murió feliz. Si Dios nos dio la vida, es el único que la puede quitar. Yo pertenezco al club de los sobrevivientes y de ahí no saldré. Cesáreo Herrera Castro, Armenia.

A medida que iba leyendo el artículo crecía mi asombro. No tenía ni idea de la existencia de tan peculiar club y su macabra finalidad. Como que se niega uno a creer que existan personas que programen su suicidio de esa forma y que el fin de sus vidas dependa de un funesto sorteo que las pueda «favorecer» en cualquier momento. Buen argumento para una ópera. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.  

El Club de los Suicidas me ha sorprendido. Parece un tema de telenovela  o de ficción. Es de locos formar un club para  tomar un turno y matarse. Increíble. Y de paso no tenían vuelta atrás, porque igualmente serían asesinados. Qué cosas tan extrañas pasan en el país y duran tanto tiempo y nadie hace nada por sanear los cuerpos y las mentes de los posibles suicidas. Inés Blanco, Bogotá.

Terrible esta historia, similar a la actual de La Ballena Azul. Incentivar a un grupo de personas a un suicidio es macabro. Son historias de las regiones que gracias a este artículo se dan a conocer a generaciones que desconocíamos que esto pasó y pasa en nuestro amado Quindío. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Velitas para Yuliana Andrea

miércoles, 14 de diciembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En la lectura del periódico encuentro la foto de la torre de Colpatria, en Bogotá, donde se da inicio a la Navidad con el hermoso espectáculo de la pirotecnia que irradia sus luces multicolores hacia toda la ciudad, y al mismo tiempo se conmemora una de las fechas más tradicionales de Colombia que es la Noche de las Velitas.

Con esta festividad, que nace de la bula promulgada en 1854 por el papa Pío IX, se celebra el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen. En la noche del 7 de diciembre ocurre el encendido de velas y faroles en ventanas y puertas de las casas, en centros comerciales y en muchos sitios públicos, como señal de regocijo.

Contrasta esta imagen de fiesta y colorido con la noticia escalofriante de la   violación, la tortura y la muerte de la niña Yuliana Andrea Samboní Muñoz, de 7 años, este 4 de diciembre.

El mismo día que se conoció este drama que abruma a una humilde familia del Cauca que se había venido a la capital del país en busca de mejores medios  de vida, pasé de casualidad frente a la clínica Navarra y me encontré con una multitud que protestaba por el despiadado infanticidio. En el centro médico se hallaba hospitalizado el violador de la niña, arquitecto Rafael Uribe Noguera, miembro de acomodada y prestante familia.

En pocos minutos se conoció el suceso en Bogotá y en todo el país, y se prendió la indignación ciudadana. Cada vez era mayor el gentío que llegaba a la clínica desde diversos sitios de la ciudad, y que amenazaba con cometer actos extremos de venganza, como el de linchar al agresor y hacer justicia por sus propias manos.

Nadie entendía ni entiende cómo el monstruo de Chapinero –como alguien lo calificó– fue capaz de perpetrar semejante aberración: primero secuestró a  Yuliana Andrea cerca a la modesta casa donde vivía en el barrio Bosque Calderón; luego la condujo en su vehículo hasta su apartamento, y allí la violó y la mató por asfixia.

Ante semejante atrocidad, se ahogan las palabras y se petrifica el alma. Toda Colombia está horrorizada y enfurecida por la inconcebible acción que solo puede brotar de los instintos más abyectos. Se afirma que el asesino era adicto a las drogas, y se habla de vicios pervertidos con prostitutas en el propio edificio donde residía.

¿Hasta dónde se ha llegado? Al atropello y el vejamen contra una tierna niña y a la angustia insondable de su familia. El declive moral, la depravación sexual, la violencia salvaje, todo bajo el amparo de la impunidad y la inoperancia de la justicia, son los detonantes mayores de este tipo de transgresiones.

Vuelve a hablarse de la pena de muerte o la cadena perpetua para estos sátiros incontrolables que no respetan personas ni norma alguna. Es oportuno preguntar: ¿con esas penas se erradicará el delito y se castigará, en la justa medida, a los violadores, los torturadores, los depredadores? Hay que ponerlo en duda. El mal tiene raíces más profundas.

Hay que comenzar por enderezar todo el andamiaje social y familiar. La sociedad y el hogar han perdido su rumbo al dejar hundir los principios. Colombia está enferma de gravedad. Las leyes no solo resultan ineficaces, sino que también parecen de ficción.

Las velitas decembrinas son para Yuliana Andrea, quien con su alma pura se fue de la vida como un ángel para el cielo. Y deja con su sacrificio una lección estremecedora.

El Espectador, Bogotá, 9-XII-2016.
Eje 21, Manizales, 9-XII-2016.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-XII-2016.
Aristos Internacional, n.° 40, Alicante (España), febrero/2021. 

Comentarios

Tuvo que suceder este crimen tan horrendo para que se movilizara la sociedad. ¿Ahora qué? ¿Qué del resto de menores que a diario son violados y abusados? Hace poco me contaron el caso de una menor que empezó a ser violada por su propio padrastro a la edad de 12 años. La ultrajó hasta los 15. El miserable anda suelto porque según la justicia, en nuestro país descuadernado no se le puede tomar preso porque no se le cogió en el acto denunciado. Aquí en USA basta con que el menor acuse para que de inmediato se dé parte a la policía y se lo lleven preso de oficio. Ojalá que esta tragedia sirva para que la ley cambie. Colombia Páez, El Nuevo Herald, Miami.

Es preciso buscar el origen de la crisis que vivimos. En efecto, evidenciamos una pérdida de valores y se honran dos dioses: el dinero y la belleza. El crimen nos ha llenado de tristeza y nos lleva a pensar en la corrupción de algunos profesionales del derecho. Abogados capaces de manipular evidencias, de falsearlas, de ocultar un hecho tan atroz. Todos esperamos que el peso de la justicia caiga sobre ellos y sea ejemplarizante. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

El dolor nos embarga. Una tragedia como esta nos tiene enfermos con dolor del alma. Gustavo Valencia García, Armenia.

No es necesaria la cadena perpetua, ni siquiera la pena de muerte. Con que los jueces, fiscales, abogados sean decentes y se cumplan las penas establecidas es suficiente. Así hubiera cadena perpetua, ¿qué ganamos si no existen jueces honestos que la hagan cumplir? Eradelhielo (correo a El Espectador).  

 

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Detrás del suicidio

jueves, 19 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El mayor detonante del suicidio es la depresión. Hay familias que se acostumbran a convivir con sus enfermos mentales bajo el entendido de que se trata de males llevaderos que se curan solos y no implican ninguna gravedad como para acudir al especialista, y por lo mismo no vigilan el desarrollo del trastorno, el que puede llegar a límites fatales.

Solo cuando sucede una tragedia los parientes se acuerdan de ciertos síntomas que indicaban la progresión del sufrimiento. Y vienen los golpes de pecho, cuando ya no hay nada que hacer. El suicidio afecta a todas las capas sociales y a todas las edades, pero ocurre con mayor frecuencia entre personas que no sobrepasan los 40 años. También involucra a menores de edad, con un registro pavoroso: cada 48 horas se suicida un menor en Colombia.

Nos hemos acostumbrado a leer en los periódicos, casi en forma rutinaria, los casos de personas que se quitan la vida y suponemos que eso les sucede a los demás y no a nosotros mismos. Sin embargo, es difícil hallar una familia donde alguno de sus miembros no haya perpetrado este desenlace macabro. El suicidio será siempre un hecho estremecedor, por el impacto que produce el saber que una persona ha sido capaz de eliminar su propia existencia, el mayor don de la vida.

Se presentan diversas causas que desencadenan el desequilibrio mental y se tornan explosivas, como las crisis económicas, el desempleo, los conflictos de pareja, las enfermedades graves, el desacomodo en la sociedad o en la familia, el desamor, la drogadicción, el licor, el hastío de vivir… Estas alteraciones carcomen el alma, disminuyen el entusiasmo y deterioran la salud física. A la postre, desembocan en la depresión.

La ola de suicidios es creciente y debe alarmarnos. Es un problema social que está incrustado en el ambiente, en la vida cotidiana, en la intimidad del hogar, en la reconditez del alma. La sociedad se estremece cada vez que una persona se lanza al vacío desde un edificio, o se dispara el arma de fuego, o ingiere el veneno, o se ahorca en el interior de su vivienda. Estos cuadros petrifican el espíritu y acongojan el sentimiento.

Leo al vuelo esta noticia que pinta el drama lacerante que se repite aquí y allá, cada vez con mayor asiduidad: “La semana pasada un estadounidense pensionado decidió lanzarse del séptimo piso de la Clínica Farallones, otro hombre se lanzó de un quinto piso de un centro médico en el norte de la ciudad y una mujer se tiró del séptimo piso de una de las torres del Hospital Universitario del Valle”.

Como dice Piedad Bonnet en su conmovedor libro Lo que no tiene nombre, que escribió con dolor y duro realismo a propósito del suicidio de su hijo Daniel –que se lanzó desde un edificio de Nueva York–, la persona que escoge este tipo de muerte lo hace con sentido de liberación. Se tira al vacío (suicidio por impulso) con la creencia de que de esa manera alza el vuelo y redime el espíritu y el cuerpo de la angustia insufrible que lo agobia.

Una sola vez he visto a un suicida, y en la funeraria me impresionó, me desconcertó y al propio tiempo me maravilló el ver dibujado en su rostro un gesto de serenidad. Hoy puedo pensar con Piedad Bonnet que para el enfermo crónico que no encuentra salida para su mal, el suicidio significa un deseo irreprimible de romper las cadenas de su esclavitud.

Este discurrir truculento de la vida suele dejarse avanzar durante años, unas veces por incuria personal o de la familia y otras por falta de atención médica. Muchos pacientes no tienen recursos para el tratamiento siquiátrico. En cualquier forma, se trata de un problema grave de salud pública que desestabiliza la paz de los hogares y perturba la vida nacional.

El Espectador, Bogotá, 25-V-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-V-2013.
Eje 21, Manizales, 25-V-2013.
Red y Acción, Cali, 25-V-2013.

* * *

Comentarios:

Murakami dice que la muerte no es lo contrario de la vida sino que hace parte de ella. El suicidio siempre va a estar ahí en nuestra sociedad, pero lo que me alarma es el de los menores. De esos suicidios somos más responsables. Una manera de evitar que los niños piensen en quitarse la vida es dejar el morbo y el amarillismo de andar publicando esas noticias de suicidio. Debería guardarse más discreción. Aparte, discrepo de que todo deba resolverse con medicamentos siquiátricos. Gaturria (correo a El Espectador).

El suicidio sigue siendo un misterio de la vida. ¿Qué tiene en la mente una persona que da el paso final? Debe haber pasado la línea del desespero. El hijo de una de mis amigas colombianas se tiró de un séptimo piso aquí en Nueva York. Era un gran chico y había terminado una carrera, pero acabó en depresión. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

¿Para qué intentar prolongar la vida de quien sufre? Esa pregunta me la he hecho toda la vida, y ahora en la vejez sí que más. El suicidio es el arma que la naturaleza nos dio para cortar de un tajo el sufrimiento. Gardeazábal, Tuluá.

El suicida deja un reclamo y un problema de conciencia para quienes lo rodean y para la sociedad en general. En el caso de la señora Bonnet, aprovechando su nivel cultural y para bien de las nuevas generaciones, lo menos que debe hacer es un debate sobre qué fue lo que falló. ¡Nadie es inocente! Marmota Perezosa (correo a El Espectador).

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Condenada a morir

miércoles, 18 de diciembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los esposos Bernardino Lesmes y Amparo González veían con mucha alegría el nacimiento de Paula Sofía, ocurrido hace nueve meses en una clínica de Bogotá. Su primer hijo tenía nueve años de edad y ellos soñaban con la pareja, ilusión que al fin vieron cumplida con la llegada de Paula Sofía.

Pero la niña nació con graves deficiencias orgánicas, y ahí comenzó el calvario de los padres. Estos nunca se habían imaginado que tres enfermedades simultáneas lesionaran en forma catastrófica la salud de la niña recién nacida: síndrome de Down, hipotiroidismo y cardiopatía congénita. Esta última le significaba serias dificultades para respirar. Como si fuera poco, dos días después de su nacimiento tuvo que ser operada por una obstrucción intestinal.

La alegría del segundo hijo se convirtió en un camino de dolores. Comenzaron las consultas médicas, las preguntas sin respuesta, las negativas de los servicios de asistencia hospitalaria. Para los padres, todo se tornaba complejo, oscuro, impenetrable. Los funcionarios de la salud eran seres lejanos e indolentes que no solo los atendían de afán, como si fueran un estorbo, sino que no les resolvían nada.

La EPS Solsalud, a la que estaban afiliados (y que se encuentra intervenida desde hace un año por fallas en el servicio), los sometió a toda clase de trabas, de trámites tortuosos e interminables. Este es el país de los trámites, donde todo se complica por falta de reglas precisas y eficaces. El ciudadano deja de ser una persona digna para volverse un papel, un número, una ficha de computador manejada por personas carentes de raciocinio y sentido humano. Los funcionarios parecen autómatas.

Sin embargo, los padres angustiados reunieron todos los papeles que Solsalud exigía para practicar a la niña la cirugía cardiovascular ordenada, de manera urgente, por una cardióloga de la clínica del Niño, de Soacha. Pero no fue posible obtener la autorización. Se insistió varias veces, y la entidad, aparte de mostrarse imperturbable frente al drama de la vida que se hallaba en serio peligro de muerte, permanecía muda. Ninguna razón dio para su negativa.

“La EPS todo lo negaba, hasta las bolsas de colostomía. En nueve meses solo nos dieron cuatro. Cada una costaba de 35.000 a 40.000 pesos, que nos tocaba sacar del bolsillo”, manifiesta el padre de Paula Sofía al periódico El Tiempo, de donde se toma esta noticia,

Tuvo que acudirse entonces a la Defensoría del Pueblo, última instancia que busca el ciudadano cuando siente vulnerados sus derechos y no ve más salidas. Se entabló una tutela, y se ganó. Pero Solsalud desatendió la orden. Esto ocurría a principios de abril. El caso se complicó con una bronquiolitis aguda que fue atendida en el hospital San Blas, el 24 de abril.

No fue posible que la EPS remitiera a la paciente a una institución especializada. Hoy aduce que ninguna de las quince entidades a las que solicitó ese servicio lo aceptó. No se entiende cómo estas quince entidades se niegan, en el curso de cinco días, a atender la remisión de la paciente. Este aspecto debe obtener plena claridad en la investigación que adelanta la Superintendencia de Salud.

Paula Sofía falleció por un paro cardiorrespiratorio, el 29 de abril, en el hospital Santa Clara, a causa de una neumonía. Es otro episodio, por demás doloroso, que pinta la ineficiencia de los organismos del Estado que deben proteger la salud de los colombianos. Atribuir toda la culpa a Solsalud sería un escape de la exacta realidad. Es todo el sistema sanitario el que desde hace varios años se halla en crisis y reclama medidas de fondo (que aún no logra sacar adelante el ministro del ramo) para garantizar un derecho primordial del ser humano.

El Espectador, Bogotá, 3-V-2013.
Eje 21, Manizales, 4-V-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-V-2013.
Red y Acción, Cali, 4-V-2013.

* * *

Comentario:

La niña sí se salvó. Se salvó de haber llevado durante unos cuantos años –muchos no habría vivido− una vida (¿vida?) miserable, dolorosa y completamente inútil. Y no solo se salvó ella: también se salvaron sus padres y su hermano de tener que soportar el dolor de verla sufrir largo tiempo hasta que muriera. Y no menos importante, se salvaron de tener que cargar con los enormes costos económicos que hubiera implicado el mantenerla con vida, impulsados solo por el vacuo meme de que «la vida es sagrada» (…)  digamos que el amor y la compasión exigirían así mismo que en el caso de una persona en la plenitud de su ser como Homo sapiens, pero que por causas ordinarias es víctima de circunstancias que truncan bruscamente el desarrollo normal de su vida (soldados víctimas de minas, entre innumerables ejemplos), ese Estado idealmente racional no escatime esfuerzo alguno de ninguna clase por hacer que su paso por el planeta continúe con el menor dolor posible. Bernardo Mayorga, Bucaramanga.