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El Atrato se defiende

jueves, 5 de abril de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Conocí el Chocó en 1990. En Quibdó la pobreza se traslucía en niños famélicos, de mirada taciturna y vientres abombados –invadidos de parásitos–, que se deslizaban por las calles como testimonios vivientes del eterno abandono en que ha vivido la población. Y me maravillé ante el espectáculo del torrentoso Atrato –el más caudaloso de Colombia–, que bordea la ciudad y representa el mayor medio de transporte de la región. “El río Atrato parece que gimiera, en sus sordos lamentos, siglos de esclavitud”, anoté en el artículo El Chocó merece más (El Espectador, 24-IX-1990). En los 27 años que han transcurrido desde entonces, la situación del departamento sigue siendo dramática.

El contraste entre los dos extremos que allí se tocan no puede ser más desconcertante. De una parte está el patrimonio ecológico, constituido por la biodiversidad y la minería, y de la otra, la miseria y la degradación humana. Políticos, gobernantes y los implacables explotadores de la naturaleza parece que se hubieran coaligado a lo largo del tiempo para extraer la fortuna a costa de la esclavitud de los moradores, la mayoría pertenecientes a comunidades negras e indígenas.

El Atrato tiene una extensión de 750 kilómetros y pasa por territorios del Chocó (69%) y de Antioquia (31%). Durante su recorrido se vigoriza con más de 300 afluentes, entre ríos y quebradas. Desde Quibdó hasta Urabá son navegables 508 kilómetros en embarcaciones de alta capacidad, y se convierte además en vía que conduce a Turbo y el puerto de Cartagena. En la cuenca habitan más de 470.000 personas que subsisten de la pesca, la minería y la agricultura en pésimas condiciones.

El Chocó, una de las zonas más lluviosas del mundo, es el único departamento de Colombia que tiene dos océanos: Pacífico y Caribe. Es territorio de agua, y asimismo de enfermedades, analfabetismo, pobreza extrema, corrupción y desempleo. La malaria, la tuberculosis y la desnutrición infantil son males crónicos que diezman a las familias y menoscaban la ilusión de vivir. Los políticos se roban los presupuestos para la salud, y nada pasa.

En medio de este panorama aterrador, fue puesta una tutela que busca recuperar el Atrato. Parecía una acción infructuosa, de las tantas que se han intentado y se han hundido en los ríos legendarios. Sin embargo, tuvo éxito en la Corte Constitucional. En el fallo de la sentencia T-622 del 10 de noviembre de 2016 (publicado en mayo de 2017), el alto tribunal “reconoce al río Atrato, su cuenca y sus afluentes como una entidad sujeta de derechos”. Colombia se convierte en el tercer país del mundo en el que se protegen los derechos de un río como si fueran los derechos de una persona.

Esto, en buen romance, significa que el Estado debe desalojar de aquel territorio la minería ilegal y la contaminación, purificar las aguas de los ríos y dispensar condiciones dignas a los miles de habitantes que han vivido entre el abandono, la insalubridad, el hambre y la miseria. Antioquia se proclamó guardiana y actora de este programa de largo alcance. Corresponde al próximo gobierno responder por lo que ya es mandato de la ley. Ojalá sentencia tan providencial no se convierta en letra muerta. Será la Corte Constitucional la que garantice su ejecución.

El Espectador, 30-III-2018.
Eje 21, Manizales, 31-III-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 1-IV-2018.

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Conocí desde los años 70 el Atrato y también el San Juan (que desemboca al Pacífico). El San Juan era por excelencia el río de la minería: su principal poblado era Istmina y sobre su cuenca de influencia estuvo la Chocó Pacífico que explotó el oro de varios municipios. La devastación por minería se acentuó en ese río, pero en el río Atrato la devastación fue forestal: sus maderas se las llevaban las compañías americanas (Maderas del Atrato) y las españolas (Maderas de Urabá) para sus países, en embarcaciones transatlánticas propias, que llegaban hasta el golfo de Urabá para el cargue exclusivo de esas maderas. Fue tal el negocio que Maderas del Atrato tuvo una línea de ferrocarril de más de 20 kilómetros dentro de la selva para el transporte de maderas hasta los afluentes hídricos más cerca al río Atrato. ¡Qué bueno recordar esos tiempos, y, como usted, haber sido testigo de tantos acontecimientos tan poco conocidos por tan pocos! Carlos Alberto Tamayo Palacio (La Crónica del Quindío).

Yo  lo conocí mucho antes, en 1963, y no tendría que añadir un adjetivo a lo que anota el artículo. El minagricultura de entonces, Virgilio Barco,  se las ingenió para mejorar un poco la vida de los cultivadores de arroz con unas pequeñas secadoras, pero los políticos siempre saben caer donde hay algún dinero y nadie supo dónde ni quiénes lo aprovecharon, pero de ningún modo fueron los agricultores. 55 años y todo sigue igual o peor. Josué López Jaramillo, Bogotá.

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Palma de cera

miércoles, 13 de diciembre de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En el recorrido que en 1801 hizo Humboldt por la cordillera Central colombiana se maravilló con dos plantas de sorprendente belleza, que no eran conocidas por los europeos: la palma de cera y la guadua. La palma de cera está concentrada en la cuenca del río Tochecito (Tolima) y en el valle de Cocora (Quindío), sitios donde vegetan 600.000 palmas de las 700.000 que existen en Colombia. Por otra parte, es la región con más palmas de cera en el mundo.

En la carretera que va de Cajamarca (Tolima) a Salento (Quindío) se encuentra el lugar conocido como Tochecito, ubicado en el corregimiento de Toche, el que conecta con el valle de Cocora y entre los dos forman el territorio de la palma de cera. Hasta hace poco Tochecito era sede de las Farc y hoy disfruta de sosiego tras el acuerdo firmado con el grupo guerrillero. Al fin sus habitantes conocieron el beneficio de la paz.

Uno de los mayores atractivos del Quindío está en Salento y su valle de Cocora. Allí los turistas, fuera de disfrutar del espectáculo de la soberbia naturaleza, se embelesan ante la majestad de la palma de cera (Ceroxylon quindiuense), cuya altura llega en promedio a 60 metros y puede vivir 100 años. Las hay que superan los 80 metros y viven mucho más del siglo.

Por medio de la ley 61 de 1985 esta especie fue declarada “árbol nacional de Colombia”. También se contempló la creación de parques o santuarios para proteger este tesoro, lo mismo que para amparar la zona contra los depredadores o el simple deterioro de la tierra. Esto no se ha cumplido.

Aparte de dicha omisión, surge el hecho de que algunas personas o empresas están utilizando la tierra para el cultivo en el valle de Cocora del aguacate hass (originario de una semilla guatemalteca fertilizada en California, en 1926, por Rudolf Hass).

La Fundación Bahareque de Salento, defensora del patrimonio ambiental y cultural del Quindío, se pronuncia sobre este hecho en la edición de El Quindiano del 5 de este mes: “Estamos muy preocupados porque en el valle de Cocora, uno de los paisajes más hermosos de Colombia y el mundo, están sembrando grandes plantaciones de aguacate hass para la exportación”.

La misma inquietud la sienten entidades como el Jardín Botánico del Quindío, el Instituto Humboldt y la Fundación Cosmos. En el Quindío hay una protesta general contra la pretensión de cambiar la esencia de la tierra emblemática. Néstor Ocampo, director de la fundación ecológica Cosmos, dice que “empieza a morir el paisaje de Cocora y a nacer en su reemplazo el paisaje del aguacate hass”.

Es preciso que Patrimonio Cultural considere este asunto de vital importancia en su reunión del próximo 11 de diciembre. Se trata de dos reservas valiosas del país, las de Salento y Tochecito, que por lo tanto deben mirarse con el rigor que ha dejado de prestárseles. Es el Estado el que debe poner coto a este atropello contra la reliquia ecológica establecida en la ley atrás citada, y dar pasos urgentes para declarar la zona como santuario nacional.

Eje 21, Manizales, 8-XII-2017.
El Espectador, Bogotá, 9-XII-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 10-XII-2017.

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En octubre de este año visité los montes de Cocora, admiré la belleza de nuestro árbol nacional y noté un par de cosas que me parece oportuno señalar: 1) no vi palmas jóvenes ni semilleros creciendo; 2) en los potreros donde estaban las palmas de cera pastan vacas. Estas tierras tienen propietarios privados y nada indica que pertenezcan a la nación. Un habitante de la región me comentó que las vacas pastan y también se alimentan de las semillas que caen de los árboles. Esta situación amenaza el ciclo de reproducción de la palma. tomasfuribe (correo a El Espectador).

Una vez más te manifiestas como conocedor del tema y eterno enamorado de tan bella y próspera región a la que te ligan tantos nobles y patrióticos sentimientos de antaño y hogaño. Carlos Martínez Vargas, Fusagasugá.

Quiero felicitarlo por su columna sobre el cultivo de aguacate hass en el valle de Cocora. Este fin de semana estuve de visita en este maravilloso lugar y pude constatar los avances en las plantaciones de este producto. Realmente es preocupante cómo se amenaza lo que queda de la palma de cera, la flora y fauna de la zona. Todo a cambio de la ambición de unos pocos. No podemos quedarnos callados ante semejante atropello. Carlos Humberto Parra López, Medellín.

Personalmente creo que el cultivo del aguacate será arrollador y no tendrá contemplaciones con nuestra emblemática palma, pues las exportaciones de la fruta se han visto incrementadas en forma desmesurada y creo que se acaban de firmar con China y otros países convenios para ello. Ojalá se piense con ánimo ecológico y se pueda llegar a un estado que no perjudique ninguno de los dos productos. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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El árbol transmite vida

martes, 13 de junio de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En Bogotá, hace 24 años, lloré la muerte del frondoso pino –todo lleno de vida, de gracia y poesía– que estaba sembrado en una avenida de la capital frente a mi cuarto de estudio. El peso lo doblegó y lo dejó inerte en el pavimento, por falta de control de los técnicos, mientras esparcía en el aire exquisitos aromas, quizás como un adiós a la vida.

Escribí entonces el artículo titulado La muerte de un árbol, y el director de la CAR, don Eduardo Villate Bonilla, me obsequió en remplazo, para mitigar la pena, un arbolito recién nacido. Se cumplía así la ley inexorable de la existencia (nacer y morir), que rige tanto para los hombres como para las plantas.

De paso por Cúcuta hace 27 años, quedé fascinado con su preciosa arborización, que la hacía distinguir en el país como sitio ecológico por excelencia. Toda la ciudad estaba cubierta por espeso manto telúrico, donde prevalecían el acacio, el cují y el almendro, árboles emblemáticos que oxigenaban el ambiente y le daban encanto al paisaje. Por tal razón, ostentaba el título de “Cúcuta, Ciudad Bosque”, que ojalá no haya dejado perder.

En las selvas vírgenes del Putumayo admiré la majestad de los árboles milenarios, cuya altura podía sobrepasar los 50 metros, y a cuyo amparo germinaban las zonas boscosas pobladas de todo género de matas e infinitas corrientes de agua. La Amazonia, el bosque tropical más extenso del planeta, es todavía el pulmón del mundo, pero cada día lo estropean más los depredadores de la naturaleza.

En los días actuales, veamos algunas escenas alrededor del árbol. Los habitantes que rodean el Bosque de Bavaria (calle 7.ª con avenida Boyacá) protestan por la tala de más de 3.500 árboles que piensa efectuarse para llevar a cabo la construcción de cerca de 3.000 viviendas. Un vecino del sector dice que “no nos oponemos al desarrollo urbanístico, sino que pedimos que se conserve este importante pulmón para nuestros barrios, que tienen escasez de espacios verdes”.

En la calle 77 con carrera 9.ª está enfermo, en cuidados intensivos, el legendario nogal de 100 años que le dio el nombre a uno de los barrios históricos de Bogotá. Para salvarlo, se le sometió a una cirugía en la base del fuste, se le retiró la corteza podrida y se le suministran eficaces fertilizantes.

Mientras tanto, en los Cerros Orientales se atropella la arboleda nativa con la construcción ilegal de suntuosas viviendas y el negocio de la madera. Ese mismo daño ecológico lo produce en el país la explotación de la minería.

Bogotá tiene 53.000 árboles enfermos, de un total de 1’258.000, que es el patrimonio de la capital. Entre ellos, casi medio millón está ubicado en Suba, Chapinero y Usaquén. Algunos de los enfermos son atendidos a tiempo, y otros se desintegran, como mi pino de la avenida, por falta de asistencia oportuna.

Los árboles transmiten vida, encanto, belleza. Son el mejor ornato del paisaje. Sirven para descontaminar el ambiente y atraer las aves del cielo. Favorecen la biodiversidad urbana, y con sus zonas verdes propician el deporte, la diversión, la alegría. No es posible tener una sociedad sana sin la presencia de este amigo de la civilización.

Dijo el conde de Chesterfield: “Si no plantamos el árbol de la sabiduría cuando jóvenes, no podrá prestarnos su sombra en la vejez”.

El Espectador, Bogotá, 9-VI-2017.
Eje 21, Manizales, 9-VI-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-VI-2017.

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Comparto lo que expresa el artículo: a veces con el afán de dinero de las constructoras, del Gobierno por cumplir planes de «desarrollo» o mostrar que en algo está avanzando, se olvida que la naturaleza es vida y no se piensa en el futuro ni en el daño que poco a poco acaba nuestro planeta. Diana Muñoz Herrera, Bogotá.

De las cosas que más me gustan cuando voy a Villa de Leiva es deleitarme contemplando la hermosa vegetación que rodea la casa, y me genera profundo placer despertarme, descorrer las cortinas y dar gracias a la vida de poder contemplar el hermoso paisaje con diversos tonos de verde y flores de distintos colores. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

En el barrio donde vivimos hemos estado contentos porque se respetan los árboles aledaños. La cuadra tiene mucha naturaleza verde. Cuando construyeron los edificios altos, hace 10 años, de inmediato se plantaron árboles grandes y ahora están fuertes y muy lindos. Se conservan los árboles de la alameda y en ellos viven cantidad de pajaritos. Eso nos da mucha alegría. Fabiola Páez Silva, Bogotá.

“Plantemos nuevos árboles, la tierra nos convida, / plantando cantaremos / los himnos de la vida. / Los cánticos que entonan las aves en sus nidos, / los ritmos escondidos del alma universal. / Plantar es dar la vida / al generoso amigo / que nos defiende el aire, / que nos ofrece abrigo. / Él crece con el niño, / él guarda su memoria, / en el laurel es gloria / y en el olivo, paz”. Recuerdo estos sencillos versos que, en la escuela, nos hacían cantar. Era una elemental clase de ecología. Hoy eso no se escucha, ni las clases de urbanidad y cívica que ayudaban a formar mejores ciudadanos. William Piedrahíta González, colombiano residente en Estados Unidos.

No es posible imaginar el universo sin árboles. Son el paisaje, el hogar del espíritu silvestre, el horizonte; la referencia inmediata con lo inalcanzable. Sin ellos nos faltaría el aliento. El árbol está ligado al desarrollo del hombre, a la civilización. Representa  la casa que permanece en la memoria; el albergue para el dolor que no se dice. Cuando los años pasan levantamos sus  ramas, en cada puesta de sol, para volver a mirar la infancia. El árbol es elemento espiritual de todas las culturas. Nuestra última sombra. Riqueza del hombre y destino del viento. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Estuve escribiendo durante todo el año 2015, en Eje 21 de Manizales, mi serie sobre el sufrimiento y la muerte de los árboles en Manizales, debido al odio genético de mis paisanos por este dador de vida y de belleza. No hay nada que me duela más, aparte de la de los amigos y otros seres humanos, que la muerte o el sufrimiento  de los árboles. Aunque a veces dudo si no es mayor este dolor. Quizá uno de los últimos textos, que impidió la tala en un 70% de ellos, es la carta a las autoridades manizaleñas en la que fungí de amanuense de los urapanes amenazados. Hernando Salazar Patiño, Manizales.

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Mariposas en el Quindío

miércoles, 21 de septiembre de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1975, siendo alcalde de Armenia Alberto Gómez Mejía, invitó al botánico Jesús Idrovo a dictar una conferencia sobre ecología. Animado con la conversación privada que tuvo con el conferencista, Gómez Mejía creó en 1979 el Jardín Botánico del Quindío, y diez años después recaudaba los recursos para comprar en Calarcá el terreno que desde entonces funciona como sede del jardín.

Iniciados los trabajos en 1990 –con los diseños estructurales de la construcción donados por el arquitecto Simón Vélez–, la entidad se abrió al público en diciembre del 2000. Esto pone en evidencia que al frente del jardín existía una voluntad dinámica y perseverante que nunca se ha arredrado ante las dificultades y ha tocado en cuanta puerta ha sido necesaria para sacar adelante los programas. La tarea no ha resultado fácil, pero los resultados están a la vista de todo el país.

Con ese mismo talante se desempeñó en los dos períodos en que fue alcalde de su ciudad. Hubiera podido cumplir una brillante carrera en la vida pública o en la rama judicial, pero renunció a ellas para vincularse al campo de la ecología.

César Hoyos Salazar, que al igual que él fue alcalde de Armenia con magnífico desempeño, y que años después ocupó la presidencia del Consejo de Estado, me cuenta que en el 2003 sugirió al Consejo Superior de la Judicatura el nombre de Gómez Mejía para consejero de Estado. Indago al ecologista sobre este hecho, y él me comenta: “Al averiguar que tendría que retirarme del Jardín Botánico del Quindío y de la Red Nacional de Jardines Botánicos, decliné mi aspiración. Nunca llegué a ser tan importante, pero en cambio tengo fortalecida mi alma”.

Sobre esto de la importancia, cabe destacar que su liderazgo se ha mantenido durante largo tiempo y con nota excelente en el área de la ecología, tanto en la comarca quindiana como a escala nacional. Desde 1996 preside la Red Nacional de Jardines Botánicos, que realiza ponderada labor con 20 sedes situadas en las diferentes regiones del país.

Para ampliar sus conocimientos iniciales, visitó jardines botánicos por todo el mundo. Cuando trabajaba en Bogotá, leyó en 1990 un libro de la científica británica Miriam Rothschild titulado El jardinero de mariposas, el que explica la técnica para hacer un mariposario. Fascinado con la obra, viajó a Londres para conocer a la autora y recibir de ella lecciones sobre esta materia que lo apasionaba. Más clara y decidida no puede  ser su vocación ecológica.

Así nació el mariposario de Calarcá, convertido en el mayor encanto del jardín. Allí se albergan más de 1.500 mariposas en una extensión de 680 m2., las que hacen parte de más de 50 especies nativas diferentes. Quien visita el sitio disfruta de las delicias de un edén tropical cruzado por senderos naturales y lleno de riachuelos, puentes, palmas, helechos, heliconias y plantas diversas. Durante el recorrido estará acompañado por las mariposas, que parecen brotar de un sueño fantástico.

Para rematar la excursión efectuada en días pasados por este asombroso santuario de la naturaleza, viene de perlas el siguiente poema del escritor portorriqueño Andrés Díaz Marrero: De bellos colores, / sus alas pintadas, / se posa en las flores / con leve pisada. / Perfuma su aliento / besando una rosa, / se mece en el viento, / ¡frágil mariposa!

El Espectador, Bogotá, 17-IX-2016.
Eje 21, Manizales, 16-IX-2016.
La Crónica del Quindío, 18-IX-2016.

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Ciertamente Alberto mantiene su alma llena, como pudimos comprobarlo en nuestra visita y podrán hacerlo muchos colombianos, que al leer esta bella historia podrán decir que al frente de su jardín botánico y su mariposario el Quindío tiene un señor líder, un hombre brillante, emprendedor y pulcro que brinda todo de sí en beneficio de su región. César Hoyos Salazar, Armenia.

Qué grato saber de Alberto Gómez Mejía, a quien le perdí el rastro hace más de treinta años cuando era secretario general de la Contraloría. Muy grato también ver recordado el nombre del profesor Jesús M. Idrovo, gran botánico, fundador de la Sociedad Colombiana de Ecología y un hombre sencillo y siempre dispuesto a popularizar el conocimiento científico. Alberto Donadío, Bucaramanga.

La columna destaca con sencillez la labor, más bien silenciosa, de un hombre inteligente, un quijote que prefirió educarse de naturaleza y expandirla con sabia constancia, a buscar otros méritos, con su formación de abogado, a pesar de su inicio en el sector público, como alcalde de recordada y positiva gestión. Gustavo Valencia García, Armenia.

Muchas gracias por compartir esa bonita y muy interesante biografía del mariposario del Quindío. No conocía varios detalles de su fundación. Lindo el poema de Díaz Marrero, tampoco lo conocía y ya entró a hacer parte de los versos que sé de memoria. Josué Carrillo, Calarcá.

Justo reconocimiento a la extraordinaria labor realizada por Alberto. Evidenciamos que  el compromiso con los objetivos propuestos, y la continuidad de los proyectos lejos de las ambiciones personales y políticas, permiten la realización de obras cuyo significado trasciende. Esperanza Jaramillo García, Armenia.

Qué buen artículo. Hemos sido muy avaros con el reconocimiento que se merece alguien tan excepcional como Alberto Gómez Mejía. Diego Moreno Jaramillo, Bogotá.

Calarcá es una fiesta de colores gracias al mariposario. José Nodier Solórzano, Calarcá.

Me encantó el artículo, en especial porque es un claro  reconocimiento a la paciencia, tesón y sacrificio que Alberto ha realizado a lo largo de su existencia, con el único objetivo de defender la naturaleza y al mismo tiempo dejar elementos que crean conciencia de los beneficios que ella nos deja y del respeto y cariño que debemos tener para con ella. Luis Carlos Gómez Jaramillo, Cali.

Los poemas sobre la mariposa y las racionales propuestas sobre documentación no son de hacer a un lado. Como miembro de la Junta del Jardín Botánico del Quindío, y el apoyo permanente y solidario por años a la gestión de Alberto, abrigo la esperanza de que podamos hacer ese centro de documentación. Se necesita. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Tratándose de mariposas, no puede uno menos que  estar absorto ante  la maravilla del leve vuelo y del color, como si de suspiros se tratara. En alguno de mis viajes tuve la oportunidad de conocer y disfrutar de este sitio en el Quindío, de la mano de la poetisa Esperanza Jaramillo. Bellos y gratos recuerdos que se mecen al vuelo de alas de mariposas. Gratitud para su fundador y para quienes los han mantenido al vuelo. Inés Blanco, Bogotá.


De una carta de Alberto Gómez Mejía sobre la vida de las mariposas:

La vida de las mariposas comienza cuando eclosiona el gusanito del huevo. En esta etapa se alimenta vorazmente y luego se encierra en un capullo, para hacer la metamorfosis, uno de los procesos más asombrosos de la naturaleza. Pasado un tiempo surge la mariposa adulta, que ya no crece más. Podría decirse en términos generales que en estas tres etapas: larva, crisálida y mariposa adulta, gasta en cada una la tercera parte de su vida. Como mariposa adulta hay especies que solo viven unas cuantas horas en tanto que otras pueden durar meses. Con las que trabajamos en el Mariposario duran mes y medio, aproximadamente.

Ciudades con ríos

lunes, 27 de abril de 2015 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Conocí Montería en 1961. Residía en Cartagena, y recuerdo el viaje escabroso que efectué por una pésima carretera y bajo el sofoco de una temperatura abrasadora.  Era un pueblo pequeño, descuidado y con pocos signos de progreso. Nueve años atrás había sido elegida capital del nuevo departamento de Córdoba. Durante los años siguientes he estado varias veces en Montería, y en cada ocasión advertía nuevos avances en su desarrollo.

En el 2002 mostraba notorio crecimiento, si bien la lucha era grande por resolver sus agudos problemas urbanísticos y sociales. Regresé allí en días pasados, 13 años después del viaje anterior, y surgió una ciudad transformada. Algo estupendo había ocurrido en el entorno: raudas avenidas, edificios gigantes, florecientes empresas comerciales, puentes airosos sobre el río Sinú.

Pregunté a sus habitantes a qué obedecía el excelente estado de las calles, en las que no apareció un solo bache, y a qué se debían el orden y el aseo, y de dónde había salido su confortable hotelería. Me respondieron, con vanidad, que al hecho de contar con buenas autoridades, con el alcalde Carlos Eduardo Correa a la cabeza, las que no solo saben dirigir el desarrollo armónico, sino fomentar el espíritu cívico de los ciudadanos. De aquel lugar deteriorado de hace medio siglo no queda nada.

Hoy Montería es ejemplo de progreso para el país. Del estrecho vecindario de 1961 ha pasado al centro populoso y amable de la actualidad, con más de medio millón de habitantes, y lo que es más importante, con eficientes sistemas de planeación y proyectos vigorosos de largo alcance.

La ciudad le daba la espalda al Sinú, y tras un inteligente reajuste del modelo municipal, hoy le da la cara. Allí se construyó en varios años el parque Ronda del Sinú, en una extensión de tres kilómetros, lo mismo que un muelle náutico dedicado al deporte y el ecoturismo. El río Sinú es el dios tutelar de la población, y alrededor de él llegaron el progreso y la evolución. Es su eje central. En la parte social, se reubicaron 400 viviendas que estaban regadas en las riberas del río.

Tan significativo ha resultado este tributo al río, en tiempos como los actuales que reclaman el cuidado celoso del agua como elemento de vida y de ornato urbanístico, que Montería fue escogida como sede del I Foro Global de Ciudades con Ríos. Grandes personalidades hicieron presencia en dicho evento, entre ellas el alcalde de Bilbao (España), autor del cambio radical de su ciudad.

Es propicio el momento para mirar a otras ciudades: unas, que no saben cuidar este regalo de la naturaleza, y otras, por el contrario, que aprecian el privilegio de este tesoro. En la capital del país, los ríos Bogotá y Tunjuelo representan serios problemas de contaminación y son focos de suciedad e insalubridad. En algunos trayectos, el primero de ellos es una cloaca y un incontrolado vertedero de basura. Desde años atrás se oyen voces que claman por su recuperación –que hoy tiene elevado costo por no haberse acometido a tiempo, como tantas de las falencias bogotanas–, pero la solución se hace esperar.

En el caso opuesto están Medellín y Barranquilla, la primera con la ejecución de  obras de gran progreso en los corredores viales denominados Parques del Río, y la segunda, con la construcción de la Avenida del Río y un malecón de 700 metros.

Dice el alcalde de Bilbao, Ibon Areso, que “los ríos son las nuevas avenidas de las ciudades”. Exacta definición.

El Espectador, Bogotá, 24-IV-2015.
Eje 21, Manizales, 24-IV-2015.

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Comentarios:

Qué alegría leer que por lo menos en una población hay gobernantes decentes y trabajadores!  Jorge Enrique Ángel Delgado.

Si usted se mete a la Montería del sur no creo que afirme todo lo que dice en ese texto. Toda la inversión se hace en el norte y en el centro de la ciudad. Para el sur hay como 40 o 60 obras que las empiezan y no las terminan. La gran mayoría de los barrios no tienen colegio. Luis Javier Sánchez Vega, Montería.

Excelente artículo para narrar lo que está sucediendo en Montería de la mano de nuestro alcalde, quien le ha devuelto el río a la ciudad y la ciudad a la gente. Luisana Riveira Oñate, Montería.

Muy buena apreciación que hace sobre mi ciudad, Montería. Es grato saber y leer cosas muy buenas de Montería, que se vea el progreso que hemos tenido en estos últimos años. José David Bohórquez, Montería.

Este artículo me hace cambiar la imagen que tengo de Montería, ciudad que conocí hace unos 25 años y a la que fui 3 o 4 veces por cosas de trabajo y que nunca me gustó (igual que Sincelejo). Ahora mi concepto será diferente basándome en esta nota. Y al margen comento que Bilbao me encantó y en realidad allí el río es una arteria importantísima, limpia y en sus riberas existen numerosos atractivos (entre ellos el Museo Guggenheim). Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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