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Cuestiones idiomáticas

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

A Helena Manrique Romero (27 y 28-XI-2011).

Helena: Respecto a su nota sobre la nueva Ortografía de la lengua española, permítame hacer las siguientes anotaciones:

Acento y tilde no son sinónimos. El acento es la mayor entonación de la voz con que se pronuncia una sílaba, y a veces la respectiva vocal va marcada con tilde. Otras veces, aunque exista la acentuación de la voz, no se marca la tilde. La tilde es el signo gráfico que se marca sobre las vocales de acuerdo con las reglas establecidas.

Después de las normas de acentuación promulgadas por la Academia Española en 1959, está la Ortografía de 1999, que es la anterior a la que ahora se divulga (la de 2010).

Dice usted que el adverbio solo debe tildarse (sólo) cuando «es imperativo». No entiendo lo de «imperativo». Se marca la tilde para evitar el riesgo de la ambigüedad.

Sintáxis, que usted escribe con tilde, no la lleva.

1.931, 1.959, que usted escribe con punto, no lo llevan por tratarse de años: 1931, 1959.

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Una misma cosa son el acento gráfico y la tilde. En este caso sí puede hablarse de palabras sinónimas, por tener el mismo significado. El acento prosódico es otra cosa: este no siempre exige el uso de la tilde. Estamos de acuerdo: el idioma es mutante. Sin embargo, hay reglas que no cambian, o lo hacen con mucha parsimonia. Lo mismo sucede con las palabras, si bien el DRAE ha abierto hoy sus páginas a infinidad de palabras de la época moderna (sobre todo las técnicas), lo mismo que a regionalismos o voces nuevas que antes permanecían huérfanos de la aceptación académica durante largos años, y muchas veces, cuando esto ocurría, ya el vocablo estaba en desuso. Gustavo Páez Escobar

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La herencia de Caro y Cuervo

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Este par de eruditos de la lengua española no podían suponer que sus nombres se unieran en los actos conmemorativos del centenario de sus nacimientos, al amparo de la ley 5a. del 25 de agosto de 1942, para bautizar el principal organismo con que cuenta el idioma, tanto en España como en los países hispanoamericanos. Don Rufino está considerado el mayor lingüista español del siglo XIX, y don Miguel Antonio, uno de los clásicos más descollantes.

Jorge Eliécer Gaitán, ministro de Educación en 1940, creó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, uno de cuyos propósitos era continuar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, comenzado por Cuervo en 1872 y que se hallaba suspendido desde 1909, año de la muerte de Caro. De dicha entidad dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, y dos años después tuvo vida propia en virtud de la ley atrás citada.

Tuvo que transcurrir un siglo largo desde el inicio del Diccionario hasta su conclusión hace pocos años. Obra monumental, tanto por su volumen como por la profundidad que posee. Se trata de la mayor contribución que se ha hecho en todos los tiempos al idioma español. La paciente labor que demandó tamaña empresa lleva el sello de este par de sabios compenetrados con la idea de realizar el más grande y completo estudio lingüístico de los países hispanos. Muchas luces del espíritu se han derramado sobre estos tomos de la ciencia, que hoy enorgullecen al Instituto, en primer lugar, y luego a Colombia como cuna de estas inteligencias superiores.

Los 60 años de vida cumplidos por el Caro y Cuervo ponen de presente el significado de los propósitos tesoneros que, forjados por el esfuerzo y el ánimo creativo, coronan resultados como el que hoy se aplaude desde España y los países que profesan la misma cultura. El tamaño de la obra culminada camina parejo con las realizaciones que en diversos campos exhibe la entidad, la más sólida que tiene el país, la que ha contado con la suerte de ser liderada por cuatro figuras de la mayor prestancia: el padre Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero e Ignacio Chávez Cuevas, y Fernando Antonio Martínez, director encargado.

Las distintas series bibliográficas ponen de presente el empeño del Instituto por defender y difundir el idioma y la cultura. Estos libros, elaborados con impecable rigor editorial, son un lujo para las bibliotecas selectas y se difunden por fuera de nuestras fronteras como embajadores de alto rango. Logros tan destacados como el Nuevo Diccionario de Americanismos, La Granada Entreabierta, Biblioteca Colombiana, Archivo Epistolar Colombiano, Series Minor, Thesaurus, Noticias Culturales y demás publicaciones cumplen ponderable función como órganos difusores del pensamiento.

Cualquiera pensaría que con semejante cúmulo de méritos, el Instituto recibe, en la parte presupuestal, el debido tratamiento. Esto no ocurre. La precariedad de las cifras va en contravía de los sacrificios y los triunfos que muestra la benemérita institución. Aquí habría que hablar, en relación con la nómina laboral, de mártires del idioma. Los gobiernos, que han sido indolentes con estos abnegados servidores de la cultura, se olvidan de quienes más trabajan por la superación espiritual de los colombianos.

Llega así el Instituto Caro y Cuervo a sus 60 años de vida en medio de la admiración nacional y con la resonancia internacional obtenida por los varios galardones que le han sido conferidos. Esta hazaña cultural merece público reconocimiento.

El Espectador, Bogotá, 5-IX-2002.

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Brevedad y desmesura

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La verbosidad en Colombia se ha convertido en vicio nacional. Son pocos los que hablan o escriben con brevedad, tal vez por suponerse que el exceso de palabras imprime importancia. Los discursos kilométricos están a la moda del día. Los políticos y los gobernantes creen que hablando largo convencen más, y sucede todo lo contrario: aburren más. Hay escritores, sobre todo cuando están en la cumbre de la fama (cuando menos tiempo se dedica a pulir las palabras y condensar el pensamiento) que elaboran textos farragosos e insoportables, que nadie lee. Lo mismo ocurre con algunos columnistas de prensa.

El discurso de posesión del presidente Uribe, de solo 20 minutos, rompió con estos esquemas. De entrada, le enseñó al país el arte de la brevedad, como parece que va a ser el estilo de su gobierno. Brevedad sustanciosa, claro está. Dijo lo que tenía que decir y no incurrió en el hábito común de las promesas desmesuradas, dichas con tono de encantamiento.

Así, le evitó al país la fatiga de las interminables oraciones de otros tiempos, matizadas de frases refulgentes y retóricas floridas, que suelen quedarse en el papel, con escaso cumplimiento en la práctica. Otro modelo de concisión y sindéresis fue el discurso de Luis Alfredo Ramos, presidente del Congreso. Buen comienzo del ritmo paisa que se instaura.

El hombre contemporáneo, movido por la prisa y la frivolidad, carece de espacio para la reflexión y la síntesis. Como para escribir breve se necesita tiempo, se escribe largo. De esta tendencia moderna nació la palabra «ladrillo», que significa cosa pesada o aburrida. Si bien se mira, la actual Constitución es un ladrillo. No hubo tiempo, como sí sucedió con la de 1886, de pulir la escritura, ajustarla y abrillantarla. Se puso más énfasis en las discusiones bizantinas que en el contenido de la obra, y a última hora se votó contra reloj y al unísono, cuando se había agotado el calendario.

El texto hubiera podido redactarse con mayor claridad y eficacia, en menos de la tercera parte de lo que representa el mamotreto aprobado. La frondosidad idiomática de nuestra Carta Magna es modelo de desmesura: así es el país actual. Las sociedades modernas del mundo entero no se diferencian mucho de la colombiana, porque la moda universal ha elegido el exceso y el frenesí como norma de vida. De esta manera caminamos hacia la superficialidad y el disparate. «Las puertas del exceso –dice Jorge Edwards– nos han llevado al caos, a una especie de proliferación indigesta».

La ampulosidad, tan deslumbrante como engañosa, seduce a los falsos profetas. Las palabras huecas, pero que suenan bien, estallan en todos los escenarios y atrapan a los incautos. En los mercados del libro, la exageración es mareadora. Tanta basura se produce en este medio, que es fácil incurrir en el engaño. Vaya usted por las librerías de Madrid y sentirá, no asombro por las montañas de volúmenes que se acumulan como si se tratara de pesados cargamentos de puerto, sino escozor. La abundancia de la palabra se convirtió en una peste. La tonta idea de que la inteligencia se mide según la dimensión de los escritos y de los discursos, trastoca la realidad.

Al colombiano se le olvidó la sentencia de que «lo bueno, si breve, dos veces bueno». Ahora llega un gobernante con poder de síntesis y precisión, que huye de la palabrería y de los espejismos, para ejecutar actos contundentes y realizaciones tangibles. No busca impresionar con la elocuencia tropical que otrora se evidenció en el estilo grecocaldense, sino con la acción. Sin embargo, a algún político no le gustó el discurso presidencial por hallarlo «telegráfico». Ese político olvida que lo que necesita el pueblo no son palabras vanas sino hechos ciertos.

El Espectador, Bogotá, 22-VIII-2002.

Idioma y cultura

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Colombia, país donde mejor se habla y se escribe el castellano, tuvo alta figuración en el II Congreso de la Lengua Española, realizado en la ciudad de Valladolid. Hace ya buenos años que el destacado escritor madrileño Ernesto Giménez Caballero expresó lo siguiente: «Quien quiera oír hablar el español de Cervantes, a Colombia deberá acudir, y no a España, donde hablamos ya un lenguaje más evolucionado y contaminado, menos ‘español’ que el colombiano».

Dos distinciones le fueron conferidas a Colombia dentro del suceso en comentario: la designación de Cartagena como sede del IV Congreso, en el año 2009, y el Premio Bartolomé de las Casas, concedido al Instituto Caro y Cuervo por su trabajo de preservación e investigación de las lenguas indígenas. La magnitud del evento, con más de 300 participantes y un número similar de ponencias, al cual asistieron reconocidos escritores y académicos, certifica la trascendencia y el vigor del español como medio universal de cultura.

Es el cuarto idioma del mundo, después del chino, el inglés y el hindú. Su progresión pasa de 60 millones de hablantes a finales del siglo XIX, a 400 millones actuales. Otros datos evidencian su importancia mundial: en Estados Unidos es cada vez mayor el número de estudiantes de idiomas extranjeros que escogen el español como lengua preferida; en Francia, los alumnos de secundaria que lo estudiaban hace 10 años representaban el 40 por ciento, y hoy llegan al 65 por ciento; en el Reino Unido, el aumento es del 23 por ciento; en Brasil, su estudio en la secundaria es obligatorio desde 1999.

El presidente Fox, de Méjico, uno de los hombres de Estado asistentes al congreso –junto con el rey Juan Carlos y el presidente Aznar, de España; el presidente Pastrana y el expresidente Betancur, de Colombia–, manifestó: «Donde impera la palabra, no impera la violencia”.

Esto equivale a decir que la palabra es vínculo, armonía, bálsamo. Con la palabra nos entendemos, zanjamos diferencias, corregimos errores. Con la palabra enamoramos, hacemos promesas, recibimos consuelo, sembramos esperanzas, hablamos con Dios y con los hombres. No hay problema ni tribulación, por grandes que sean, que no los resuelva o mitigue la palabra adecuada.

La palabra es también arma cortante y destructiva cuando no se sabe emplear. Un proverbio árabe dice que «las heridas de la lengua son más peligrosas que las del sable». Por lo tanto, hay que educarla, pulirla, hacerla elemento de paz y no de guerra.

En Riosucio, la tierra de Otto Morales Benítez, se realizan unas reuniones de la inteligencia conocidas como Encuentros de la Palabra, donde el pueblo y los escritores, refundidos en un solo abrazo bajo el abrigo de los vocablos gratos, pusieron a hablar al diablo, rey de los carnavales, el idioma del regocijo y la hermandad y le cambiaron su carácter sulfuroso y endulzaron su lengua viperina.

Un gran salto da el nuevo Diccionario de la Lengua Española en su vigésima segunda edición, puesta a circular en Valladolid. Son casi 40.000 nuevos términos incorporados, la mayoría de procedencia americana, junto con el ingreso del variado vocabulario de la informática, realidad imprescindible en el mundo moderno.

A propósito, la presencia mundial del español en internet es muy pobre: apenas el 4,5 por ciento de los “internautas» (palabra que ojala acoja el nuevo diccionario, junto con otros vocablos de la época: internet, web, ciberespacio, liposucción…). Así, la lengua se enriquece y se actualiza. «Ningún idioma puede llegar a ser de verdad culto, dijo Unamuno, sino por el comercio con otros idiomas, por el libre cambio”.

Una de las mayores criticas formuladas a la Real Academia ha sido su lentitud, cuando no su resistencia, para registrar los neologismos y las palabras provenientes de otros idiomas. Parece que en esta ocasión se supera dicha barrera. Siendo el uso popular el que consagra las palabras, la lengua deja de ser genuina cuando se desconoce su evolución.

Algunos venerables académicos, debido a sus posiciones ortodoxas, van en contravía de la opinión pública, como si el habla fuera una propiedad feudal. A los guardianes del español no debe asustarlos la apertura hacia nuevas locuciones, si ellas son auténticas, por extrañas que parezcan.

«Potenciar el español» solicitó el rey Juan Carlos. Un idioma se fosiliza, empobrece y agoniza cuando no se le da aire. El idioma no es ninguna fórmula precisa, sino un arte, como bien lo expresó Chesterton hace casi un siglo: «El lenguaje no es un hecho científico, sino artístico; lo inventaron guerreros y cazadores y es muy anterior a la ciencia».

Claro que hay que preservarlo de la contaminación, la deformación y las impurezas, pero también dejarlo que se desarrolle con libertad y dentro de límites naturales para que sea rico en matices e interprete con fluidez la expresión popular.

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PREMIO LITERARIO.– El Ayuntamiento de Bornos (Cádiz) declaró ganador del certamen de poesía María Luisa García Sierra a un gran colombiano: el escritor, periodista y académico Héctor Ocampo Marín, autor del libro Sinfonía de los árboles viejos. El solo título de la obra es poético y sugestivo, y circulará pronto en Colombia con el auspicio de la villa española que realiza el evento.

Ocampo Marín, infatigable promotor cultural desde sus columnas en diversos periódicos, es autor de una obra destacada en los géneros del ensayo, el cuento, la novela, la biografía. Y ahora nos da la sorpresa de verlo coronado de gloria en su primera incursión lírica. Muchas felicitaciones al amigo y gran trabajador de las letras por el merecido galardón, el que tiene la feliz coincidencia de su otorgamiento dentro de las celebraciones del idioma castellano, pasión creadora del nuevo poeta.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-2001

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Comentario:

Muy interesante su artículo. Después de haber vivido fuera de Colombia durante los últimos 39 años he tenido la oportunidad, muchas veces, de oír y comprobar aquello de que el mejor castellano se oye y se habla en Colombia. Y una de esas fue precisamente en España. Lorenzo Botero, Washington.

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Cuestiones idiomáticas (2)

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Hobby

(El Espectador, 27-VI-1996)

Gonzalo Mallarino, en su artículo Los caballitos de batalla y la vejez, se recrea con la palabra hobby, que no ha ingresado aún al Diccionario Mayor. Por ser un extranjerismo de la lengua inglesa, Mallarino escribe el plural: hobbies. Sin embargo, tratándose de palabra de uso corriente en nuestro idioma desde hace mucho tiempo, cabe pensar que la Real Academia se encuentra en mora de ingresarla al Diccionario. Siendo el habla común la que sanciona los nuevos vocablos, en este caso evidente podemos castellanizar el hobby, sin temor, y asignarle el plural de nuestra propia lengua: hobbys (lo mismo que el de brandy es brandys, y el de whisky, whiskys).

Manuel Seco, en la última edición de su Diccionario de Dudas, manifiesta lo siguiente sobre el término hobby: «Es palabra inglesa que en español se usa como nombre masculino, se pronuncia corrientemente /jóbi/, y se le da el plural hobbys (el plural inglés es hobbies). Como es voz útil y frecuente en nuestro idioma, el lingüista colombiano Luis Flórez propuso, con acierto, que se españolizase en la forma jobi”. Gustavo Páez Escobar. 

Fe de erratas

(El Espectador, 25-IX-1996)

El lunes amanecieron alborotados los duendes del computa­dor, y por eso en la edición de ayer se fueron los siguientes erro­res, por los cuales ofrecemos disculpas:

A Rocío Vélez de Piedrahíta se le rebeló una poetiza, que cambió la ese por la zeta.

En la columna de Cristo García Tapia hubo varios resbalo­nes: a don Alonso Quijano le cambiaron el apellido por Quijana; la congrúa subsistencia, con tilde, hiere el oído; a Faulkner le encimaron una i: Faulkiner; la tilde que sobra en le hace falta a qué: «Que un escritor no tenga nada qué decir»… «no habiendo nada más qué decir» (hay que diferenciar el que relativo del qué interrogativo).

La página del Jet Set registra el matrimonio de John Kennedy como una boda al escondido. Lo correcto es a escondidas, locu­ción adverbial que significa sin ser visto.

Además, en el Jet Set se publicó una foto sobre las damas ho­menajeadas por la Liga Contra el Cáncer y en ella se reseñó a do­ña Ana María de Busquets Cano, cuando en realidad es doña Ana María Busquets de Cano.

A don Gustavo Páez Escobar le agradecemos que nos hubiera hecho caer en la cuenta de la mayoría de estos errores.

Visconversa

(El Espectador, 27-X-1996)

En la edición del 16 de octubre, en Día a día, se habla de la visconversa. Fea palabra. Aparte de fea, no figura en los diccionarios. Sin darnos cuenta, en el habla culta se en­trometen vocablos que no son de grato sabor.

En la sección Así va el mundo, que a veces se inserta en la página editorial, desplazando a columnistas de opinión, el titular del despacho internacional habla de la hor­miga que agrede a otros animales. Agredir es verbo defectivo que sólo se usa en las formas que tienen en su desinencia la vocal i: agredí, agredía, agrediré. Gustavo Páez Escobar.

N. de R. Nuestro cordial amigo, si que también atildado columnista, califica de fea la expresión visconversa, que aun cuando no tiene estirpe académica ni figura en el Diccionario de la Lengua, mucho se usa. No olvidemos que el señor Miguel de Unamuno decía que al idioma hay que dejarlo correr, como el agua, sin obstáculos. Las palabras, las expresiones, no son como las reinas de la belleza. Hay que ir a su íntima significancia. Gracias por su colaboración.

(Han pasado 14 años desde la anotación anterior –estamos en julio de 2011– y el término visconversa no ha ingresado al Diccionario de la lengua española, ni al Diccionario panhispánico de dudas. GPE)

El hacha

(El Espectador, 2-XI-1996)

Perdonen mi intromisión, pero voy a señalar un error en edición de la semana pasada: en uno de los Microlingotes se lee: La hacha también es muda. Lo correcto es el hacha. Aunque el sustantivo es femenino, la regla gramatical establece, por razón de eufonía, el uso del artículo en masculino (el, un) cuando la primera sílaba del sustantivo femenino empieza por a o por ha acen­tuadas: el agua, el águila, el hacha. Una de las pocas excepciones es la del nom­bre de las letras: la a, la hache. Caprichos del idioma: es correcto la hache e in­correcto la hacha. Gustavo Páez Escobar.

Fe de erratas

(El Espectador, 9-XI-1996)

Recibimos la siguiente misiva de nuestro colaborador Gustavo Páez Escobar, sobre dos errores ortográficos en nuestra sección editorial, por lo que ofrecemos disculpas a nuestros lectores con el compromiso de que en lo posible no volverá a suceder:

«La letra h amaneció hoy (ayer) domingo haciendo travesuras por los predios de los directores, con el ojo permisivo del corrector. Vea­mos: (renglón 13)… ‘porque ha ambos parece’… Aquí hay que fusilar la h.

Nunca en domingo: (renglón 44)… ‘los colombianos, ¿ha?’… Aquí hay que invertir la h: ¿ah? Sobre el vocablo ha, dice Manuel Seco: ‘En el Dic­cionario de la Academia se registra también la grafía ha, pero no se ad­vierte que tal grafía es anticuada y hoy no se admite. Y Femando Co­rripio: ´Forma del verbo haber (llegó ha tiempo); no debe confundirse con la interjección ¡ah!».  Gustavo Páez Escobar.

¿Los Cano o los Canos?

(El Espectador, 23-III-1997)

En mi concepto, ambas expresiones son correctas, según como se usen. Pero Sófocles es de otra opinión, y así lo manifiesta: «Eso de usar los apellidos en singular con artículo plural es una ventolera nueva que, en mi modesta opinión, aparece después de la invasión de películas gringas en nuestra televisión: los Clinton, los Turner, etc.«.

Por lo tanto, Sófocles no está de acuerdo con la siguiente norma del Manual de Redacción de El Tiempo: «Los apellidos hacen el plural con la s final cuando se hace referencia a una dinastía (los Capetos, los Estuardos) o cuando se quiere referir a los que tengan o hayan tenido ese apellido (los Garcías de Colombia son millones). Pero si la referencia se limita a los miembros de una familia, el apellido irá en singular (los Pastrana están metidos en política desde 1950)».

Con perdón de Sófocles, creo que la costumbre –la gran maestra del idioma– tiene establecida desde mucho tiempo atrás la regla fijada por El Tiempo. En la obra La fuerza de las palabras, del Reader’s Digest (1977), se dice que «los apellidos se usan siempre en la forma singular en el trato diario, y los plurales han quedado relegados, si acaso, al lenguaje literario, o mejor dicho, sólo los vemos ya empleados en los autores clásicos. En la conversación se dice habitualmente: los García, los Varela, los Galindo». Gustavo Páez Escobar.

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(El Espectador, 26-III-1997)

«Cómo así que los García que viven al frente de mi casa son en singular cuando los estoy contando a ellos cinco y en plural cuando termino de contar a todos los demás». Sófocles, El Espectador (93-03-18).

Aquí, que se disculpe otro porque de mi computador salió los Garcías. Aparezco cometiendo el pecado que critico. El columnista Gustavo Páez Escobar aportó un argumento a favor de la singularización de los apellidos basada en el libro La Fuerza de las Palabras, no desconocido por mí; sin embargo, el numeral 2.3.5.b) del Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, que no transcribo por falta de espacio, califica esa costumbre como impropiedad.

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(El Espectador, 8-V-1997)

Apoyado en Esbozo de una Nueva Gramática de la Lengua Española, Sófocles insiste en su concepto de que los apellidos deben ir en plural para observar las reglas de la concordancia. La citada obra, que lleva más de veinte años de depuración, es todavía un proyecto de la Real Academia para una nueva edición de su gramática de la lengua española, y por consiguiente carece de validez normativa. El uso ha consagrado el singular de los apellidos, y así lo practican escritores de alta valía. En el lenguaje, todo es cuestión de costumbre y uso.

Afirma Azorín: «Todo es provisional en el idioma; todo es provisional en la gramática». Dice Manuel Seco: «El uso vacila entre la forma común del plural, que es la más castiza, y la forma invariable, censurada por los puristas, pero muy extendida hoy: los Madrazo, los Quintero, los Argensola». Fernando Corripio anota: «Está muy difundido el empleo de la forma invariable: los Trastamara, los Portocarrero». El filósofo español Salvador Fernández Ramírez tiene esta tesis desde 1951: “En el habla familiar suele ser más frecuente el uso de los plurales. Pero la lengua literaria tiende desde época reciente a suprimirlos». Gustavo Páez Escobar.

Payasesco

(El Espectador, 17-VI-1997)

Felicito al autor del artículo Teatro del Absurdo, acto sin palabras, por la siguiente frase: “Expresaron lo fundamental en tono payasesco y estridente”. La palabra payasesco no figura en los diccionarios (menos en el de la Real Academia) y es la primera vez que la leo. Bienvenida esta innovación de la lengua. Las terminaciones esco, esca se utilizan para formar adjetivos del sustantivo de donde provienen. De ahí burlesco, libresco, bufonesco, donjuanesco. Lo mismo que de payaso sale payasada, ¿por qué no admitir payasesco? Eduardo Caballero Calderón, genio del idioma, se hizo esta consideración: si de hablar sale habladuría, no hay razón para que no suceda lo mismo con pensar; y si de esta última palabra se desprende pensamiento, también es lógico que exista el hablamiento, gústeles o no a los académicos. Y escribió un gran libro: Hablamientos y pensadurías. Gustavo Páez Escobar.

(Pues no: a los académicos no les gusta (hasta hoy, julio de 2011) ni hablamiento, ni pensaduría, ni payasesco. No siempre la innovación lingüística, que es uno de los mayores avances del idioma, llega a esos ámbitos. GPE)

Espuria

 (Semana, Bogotá, 18 de junio de 2017)

En la edición n.º 1832, se dice en el artículo ‘Los bienes de las Farc en la mira’ (página 26): “…los bienes de esa guerrilla, que fueron adquiridos de manera espúrea…”. Lo correcto es espuria (que significa “falsa”, “bastarda”). Esta es una palabra traicionera del castellano, y en este error suelen incurrir incluso escritores de prestigio. Parece que quien así la escribe y la pronuncia pretende mostrarse culto, tal vez bajo el entendido de que es incorrecto decir ‘pior’, en lugar de ‘peor’. Es decir, la ‘i’ juega en este caso una mala pasada.

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