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Un libro de 70 años

viernes, 26 de junio de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Me ocurrió en estos días un caso fantástico, que para muchos será insignificante, no así para quienes apreciamos el valor de los libros. Margarita, una colombiana residente en España, me envió un correo en el que me comentaba que había leído la columna que publiqué en marzo de 2018 con el título La prima Bette, y deseaba saber si podía donarle el libro a un hijo que estudiaba Psicología en la Universidad de Antioquia y no había logrado conseguirlo en mucho tiempo.

Con pena, le respondí que no podía hacerlo, ya que para mí era un tesoro. Y le expliqué que los primeros libros que adquirí en mi adolescencia eran los 32 tomos de la serie Grandes novelas de la literatura universal (1950), de la editorial Jackson de Argentina, en la que estaba la obra de Balzac que con tanto interés buscaba su hijo. Preciosos libros elaborados en pasta dura, color verde, letras y signos artísticos estampados en el lomo y excelente papel. Esta colección es parte sustantiva de mi biblioteca.

En cambio, le ofrecí conseguir un ejemplar en Bogotá y enviárselo de regalo a su hijo. Este gesto tenía para mí grato sabor: era un premio para el incógnito lector interesado en las obras de la literatura clásica de antaño, que hoy lee poca gente. ¿La juventud actual conoce quién es Balzac? ¿Sabe que la prima Bette es uno de los personajes que mejor encarnan la envidia y la histeria de la humanidad? El escritor concluyó esta novela en 1846 y está considerada su última gran obra.

Ya en contacto con Juan Pablo, el hijo de la señora mencionada, supe que desde muy joven siente pasión por la literatura. Su mayor aspiración consiste en obtener el título de psicoanalista, y tiene a Balzac –de quien ha leído La piel de zapa y Eugenia Grandet– como uno de los escritores más versados en la subjetividad. Le faltaba La prima Bette. 

No es fácil hallar un libro escrito hace 174 años. Tras varias gestiones vine a localizarlo en una “librería de viejo”, así llamados los depósitos que se ocupan de obras de más de 100 años. La librería Merlín, fundada en el año 2000 por Célico Gómez, almacena más de 200.000 títulos y está ubicada en el callejón de los libreros en el centro de Bogotá. Me maravilló la rapidez con que él me informó que tenía un ejemplar de dicha obra, de la editorial Jackson.

Me asaltó la idea de que se trataba de la misma edición que con tanto cariño y celo guardo en mi biblioteca. Comprada la novela, le solicité su remisión a Medellín, a la dirección del estudiante. Al día siguiente, este me envió un emocionado mensaje en que me acusaba recibo y me hacía llegar fotos de la pasta y la primera hoja del libro: ¡era exactamente la misma edición de 1950! Es decir, dos libros gemelos. Y me decía: “Tiene ese aspecto de libro viejo bien conservado que lo hace encantador”. Y yo, muy satisfecho y vanidoso con el sencillo acto que acababa de realizar –y que premiaba mi sensibilidad de escritor–, le respondí que viéramos esa feliz casualidad como un signo de buena suerte, ganada por él mismo para su carrera de psicoanalista. El libro nunca muere.

El Espectador, Bogotá, 20-VI-2020.
Eje 21, Manizales, 19-VI-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 21-VI-2020.

Comentarios 

Estoy muy emocionada. Estas emociones nos recuerdan que somos humanos y que podemos retroalimentarnos y hacernos felices aun sin conocernos. Esto nació por un deseo de una madre de ayudar a su hijo a cumplir un sueño, y se desarrolló gratamente gracias a la bondad y generosidad de usted. Margarita Bustamante Montoya, Galicia, España.

Una vez más, gracias por ser una persona tan bondadosa. La prima Bette es un libro fantástico, y Balzac se ha convertido en uno de mis escritores favoritos. Esta novela tuvo minuciosa descripción de las personas, las situaciones y las cosas… quedé maravillado. Juan Pablo Viana Bustamante, Medellín.

Me gustó mucho tu nota y tu valioso gesto con Juan Pablo. Qué enorme alegría tuvo que experimentar él cuando llegó a sus manos el anhelado libro y qué gran satisfacción para ti haber podido darle esa dicha. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es una linda historia en donde tu generosidad de escritor, unida a tu sensibilidad y amor por los libros y los autores, hacen posible que aparezca de la nada el libro señalado, dando así el placer a un joven universitario interesado, como el que más, en el tema. Inés Blanco, Bogotá.

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Una vida entre libros

jueves, 4 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Vicente Pérez Silva sintió la presencia y el aroma de los libros desde corta edad. Su padre mantenía consigo una vieja edición del Quijote, cuyos episodios repasaba con placer en el sosiego del predio campestre que poseía en La Cruz (Nariño). Allí nació, el 25 de enero de 1929, el nuevo miembro de la familia, que de pocos meses ya se entretenía con las hojas que contaban la vida y los milagros del ilustre andariego de caminos.

La devoción que su padre tenía por don Quijote se le pegó a la piel como marca indeleble. Y de la piel le pasó al corazón. Corridos los años, Pérez Silva acentuaría el significado perfecto del personaje: “Luz y espejo de lo caballeroso, guía y antorcha del ideal, arrimo y reparo de los tristes, consuelo de los afligidos, alivio de los menesterosos, hartura de los mendigos, sostén de los pobres, faro de los caminantes y guía de hombres y de pueblos”.

Tres de los libros de Pérez Silva están dedicados al ingenioso hidalgo de la Mancha, que no obstante la distancia que lo separaba del municipio colombiano de La Cruz –La Cruz del Mayo, en su exacta denominación– un día llegó hasta allí en el tomo que acariciaba su padre en la tierra edénica. Tales libros son: Quijotes y quijotadas, Travesuras y fantasías quijotescas y Don Quijote en la poesía colombiana.

Quedan de esta manera definidos el alma y el carácter del esclarecido escritor nariñense cuya vida no puede desligarse de la propia vida de don Quijote. Su obra se aproxima a los 30 volúmenes. Dice “que lo importante no es haber escrito un libro; lo importante es haberlo vivido”. Le pregunto por el número de obras publicadas, y me responde que mejor le pregunte por las que le faltan por publicar.

Con motivo de la celebración de sus 90 años de vida, ha dado a la estampa el que llama El libro de mis libros, salido de los talleres gráficos del Grupo Editorial Ibáñez. En él hace memoria de su carrera de escritor mediante el repaso de los títulos y las portadas que enriquecen su quehacer literario.

Entre ese estructurado acopio bibliográfico están Raíces históricas de La vorágine, La picaresca judicial en Colombia, Anécdotas de la historia colombiana, Aurelio Arturo en el corazón de las palabras, Bolívar en el bronce y la elocuencia, Código del amor, Libro de los nocturnos, Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia… En fin, su vida puede sintetizarse en un libro continuo bajo la mirada cómplice de don Quijote.

Dejo la parte final de esta nota para evocar el día en que me conocí con Vicente Pérez Silva. Fue en Armenia, ciudad en la que ejercía el cargo de gerente del Banco Popular. Él, como abogado laboralista de la casa matriz, había viajado a mi sede a revisar un litigio judicial. Recién abierto el despacho, me llamó desde el hotel donde se hospedaba y con voz solemne me dijo estas palabras pausadas, que sonaron como una contraseña para iniciar el diálogo: La muerte de una golondrina.

Ese día había sido publicada en El Espectador la columna sobre la golondrina, uno de los textos que más quiero de mi labor literaria. Él lo había leído en la pieza del hotel. Minutos después llegó a mi oficina, ágil y efusivo. Abrió su cartera de negocios y puso en mis manos un libro que me llevaba de obsequio. Aquel 10 de diciembre de 1980 nació entre los dos la amistad franca y cordial que ha perdurado durante 38 años.

El Espectador, Bogotá, 30-III-2019
Eje 21, Manizales, 29-III-2019
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-III-2019

Comentarios 

Hermosa y entrañable columna. Con ese aprecio que nos transfieres, es bello leer en un sábado temprano una nota tan rica y exacta sobre la vida de Vicente Pérez Silva. Guiomar Cuesta, Bogotá.

Deseo agradecer en nombre de mi familia y el mío estas palabras elogiosas para con mi padre. Hemos tenido la fortuna de acompañarlo a lo largo de los años  en su carrera como escritor y como comandante de esta gran familia, que conformo con su Dulcinea Carmencita, quien ha sido la inspiradora de sus aventuras quijotescas. Lo que más nos impresiona es su vitalidad. Vicente Pérez Quimbaya, Bogotá.

El verdadero autor de la “Alegría de leer”

lunes, 25 de febrero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

La obra más difundida en Colombia a partir de su aparición en 1930 fue la Alegría de leer, que estaba compuesta por cuatro cartillas. Se convirtió en un best seller que vendió alrededor de un millón de ejemplares. Caso insólito. Las cartillas, que en realidad eran libros separados y fueron editadas en diferentes fechas, las conserva en Manizales, como verdadera reliquia, Jairo Arcila Arbeláez. En esa obra aprendimos a leer miles de colombianos. Después vendrían los libros de García Márquez, que registrarían ventas fabulosas.

Evangelista Quintana Rentería figura como el autor de la Alegría de leer. Él fue inspector escolar en su departamento del Valle (nació en Cartago en 1896) y poseía influencia en el campo pedagógico. Su nombre, por supuesto, adquirió alta ponderación como escritor de la obra, y así pasó a la historia bibliográfica.

En internet se encuentran numerosos registros que acreditan a Quintana como el afortunado autor de uno de los textos más emblemáticos del siglo XX. Incluso mucho tiempo después, en febrero de 1999, Jorge Orlando Melo, prestigiosa figura de la cultura nacional, destaca su nombre en artículo de la revista Credencial. De la misma manera, esta información la reproducen muchos tratados de literatura y educación.

Pero la realidad dice otra cosa. Hoy puede asegurarse que se trató de un hurto literario cometido por Quintana en la Colombia sosegada de su época, y que por extraña circunstancia quedó impune. Hay nudos tan bien hechos, que nadie logra deshacerlos. Hay mentiras tan bien urdidas, que terminan convirtiéndose en verdades. Verdades falsas, como los “falsos positivos” en el área militar de Colombia en los últimos años. Esto sucede lo mismo en los sucesos  históricos que en la literatura y en la propia vida.

Dos fuentes respetables demuestran que el verdadero autor de la Alegría de leer es el educador nariñense Manuel Agustín Ordóñez Bolaños, nacido en La Cruz en 1875. Esas fuentes son:

  1. la de Vicente Pérez Silva, cuya labor en los campos histórico y literario es bien conocida, y quien pronunció en 1999, durante la Feria Internacional del Libro, una conferencia en la que aportó suficientes pruebas que no dejan duda sobre el plagio. Dicha conferencia fue recogida en el folleto que tituló Ventura y desventura de un educador (2001);
  2. la de José Oliden Muñoz Bravo, doctor en Historia, que escribió en la revista Historia de la Educación Colombiana (número 13 de 2013) un exhaustivo estudio sobre los pormenores del plagio.

Según testimonio de Manuel Agustín Ordóñez, se sabe que en diciembre de 1926 su paisano nariñense Abraham Zúñiga, también pedagogo y que poseía hermosa caligrafía, le sacó en limpio, para su posible publicación, dos cuadernos que contenían el material de la Alegría de leer. Ejecutado el trabajo, Ordóñez viajaba un día en ferrocarril de Popayán a Cali, cuando de pronto sintió que alguien le ponía la mano en el hombro y le preguntaba por los cuadernos que portaba. Era Quintana, quien se interesó por ellos, y de ahí en adelante se dedicó durante horas a leerlos durante el viaje.

Cuando se los devolvió, muy cerca de Cali, Quintana le dijo: “Yo le voy a ayudar a usted, aprovechando mi amistad con el director de Educación y con mis demás amigos, para que usted pueda cumplir mejor con el deseo de publicar sus obras que considero muy importantes”. Ante esta perspectiva halagüeña, Ordóñez depositó su obra en la Dirección de Educación Pública de Cali, con la solicitud de que se hiciera el registro de la propiedad literaria. Y no obtuvo ninguna respuesta.

En junio de 1931, volvió a verse con su colega Abraham Zúñiga, quien le hizo esta tremenda revelación: “Evangelista Quintana ha publicado unos libros de lectura, que son la misma cosa que los suyos”. El plagio estaba cometido. De ahí en adelante, la vida del verdadero autor de la Alegría de leer estuvo marcada por el dolor y la tristeza.

Su obra no es un simple texto escolar, sino una técnica de enseñanza –original, asombrosa y docta– que mereció los mejores reconocimientos de eruditas personalidades, entre ellas el eminente pedagogo, médico y sabio belga Decroly, quien en 1925 expresó estas palabras: “Yo admiro el método inteligente empleado por el señor Manuel Agustín para enseñar la lectura. El procedimiento puede perfectamente asociarse al sistema ideovisual o global que yo preconizo”.

Así mismo, otros personajes de las letras y la cultura colombianas, como Luis Eduardo Nieto Caballero, Juan Lozano y Lozano y Agustín Nieto Caballero, honraron la sabiduría del sencillo y virtuoso maestro nariñense a quien Evangelista Quintana despojó de su creación magistral. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué la justicia no castigó al usurpador? ¿Por qué los registros bibliográficos no han corregido el error? Las preguntas siguen sin respuesta nueve décadas después de cometido el fraude.

Episodio estremecedor. El verdadero autor de la Alegría de leer hizo el 10 de septiembre de 1947 la siguiente imprecación, abatido por el infortunio: “Qué terrible será cuando la conciencia le grite a Quintana, si no le está gritando ya: ´Día llegará en que haya de venir el Impartidor de los dones perfectos, el Justo, para impartirme su justicia´”. 

El Espectador, Bogotá, 23-II-2019.
Eje 21, Manizales, 15-II-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-II-2019.
El Velero, revista de Coempopular, n.° 35, Bogotá, junio de 2019.
Mirador del Suroeste, n.° 68, Medellín, junio de 2019.   

Comentarios 

Acabo de leer la historia de aquella cartilla en la que yo, por supuesto, aprendí a leer. Hasta me acuerdo de que había un cuentecito que se refería a «Clotilde era una bruja que… era la bruja de los claveles…» Por eso mismo me ha parecido tan interesante, tan desconocido y tan bueno de saber el contenido de esta crónica. Los robos y los plagios abundan, sin duda alguna, y deben molestar, tallar en la conciencia de los que los cometen. Diana López de Zumaya (colombiana residente en Méjico).

Este artículo es un aporte más a las injusticias que se cometieron. José Oliden Muñoz Bravo, Pasto.   

Gracias por el mensaje que todos los colombianos debemos conocer. En lo personal, fui uno de los beneficiados de la obra,  pues ella me enseño a conocer la Alegría de leer que hoy me  llena de vida. Mariano Sierra.  

Muy interesante artículo, justo cuando estaba escribiendo sobre el tema de las primeras lecturas escolares. Luis Eduardo Páez García, Academia de Historia de Ocaña. 

Qué bueno dar a la luz pública este triste episodio, que los colombianos que aprendimos a leer con ayuda de esas cartillas ignorábamos. Que quede, así sea tardíamente, la constancia del delito cometido por el usurpador Quintana y el reconocimiento al mérito del modesto profesor nariñense. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Nota del columnista. Dos revistas me han solicitado autorización para publicar este artículo en próximas ediciones: Mirador del Suroeste (Medellín) y El Velero, de Coempopular (Cooperativa de Empleados del Banco Popular y sus filiales). Además, la nota ha tenido amplia difusión en las redes sociales, y numerosas personas me han hecho llegar sus expresiones de rechazo al plagio y admiración por el profesor Ordóñez.

El futuro del libro

viernes, 22 de noviembre de 2013 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Como lo muestran las cifras de las últimas décadas, el libro digital registra en el mundo un incremento acelerado. En contraposición, el libro impreso, cuya vida se acerca a 570 años a partir de la invención de la imprenta por Juan Gutenberg, se encuentra amenazado (así se dice) por la irrupción cada vez más novedosa de los sistemas electrónicos.

El temor no debería formarse bajo dicha consideración, sino frente a la tendencia que muestra la humanidad hacia la disminución de lectores. Hoy el mundo camina muy rápido, a veces a velocidades supersónicas, y por eso el tiempo que se dedica a la lectura es cada vez más escaso.

El hombre contemporáneo se ha dejado atrapar por diversos fenómenos de esta era deslumbrante y superficial, como la televisión, la telefonía inteligente, las tabletas, el universo de los juegos electrónicos. Y ha descuidado el cultivo del espíritu. La televisión divierte. El libro divierte y forma al mismo tiempo. La sola televisión, como hábito rutinario y obsesivo, se convierte en vicio y deforma la mente.

Según la Cámara Colombiana del Libro, los colombianos leen en promedio al año 1,2 libros. Situación alarmante en un país que en otras épocas exhibía uno de los índices culturales más altos entre las naciones latinoamericanas. Miremos este otro dato perturbador: el 67 por ciento de los colombianos no lee ningún libro por la sencilla razón de que no les gusta la lectura. No fueron educados para leer.

Dice la misma Cámara que en España se leen 10,3 libros al año, en Chile 5,3 libros,  en Argentina 4,6 y en Perú 3. Mientras tanto, el 31 por ciento de los bogotanos nunca lee ningún libro. ¿Hacia dónde caminamos con semejante pobreza intelectual? ¿Interesaría cuál de los dos métodos se escoge para culturizarse, el impreso o el digital? La amarga realidad que aquí se resalta indica que la inmensa masa de la población colombiana está por completo ausente de la lectura.

La competencia entre el libro tradicional y el que impone la era cibernética, conocido como e-book, sirve para alimentar fantasías y no va al verdadero fondo del problema que es el de admitir que el mundo se está quedando sin lectores. En Colombia están en vía de extinción. La aparente rivalidad entre los dos sistemas está movida más que todo por los medios de comunicación. Debe tenerse en cuenta que el libro en general está desterrado de la vida actual, y esta se divierte más con la frivolidad y la ligereza, al mismo tiempo que se desentiende de las disciplinas formadoras de la mente.

En tres años, consideran algunos analistas, las ventas de libros electrónicos serán mayores que las de los impresos en papel. Esto parece inevitable. Lo cual no quiere decir que el libro impreso vaya a desaparecer. Este nunca morirá. Ambos van a convivir como buenos hermanos, sin que ninguno le haga daño al otro. Por más que las costumbres y los gustos cambien al impulso de la absorbente tecnología, los dos mercados subsistirán con su propia vitalidad.

¿Qué mayor placer que el de abrir el libro antiguo, oler sus páginas, acariciar sus hojas y sus lomos, subrayar algún renglón seductor y recrearse con ese algo indefinible que dispensa el papel añejo?

La coexistencia de estos dos productos es maravillosa por sí sola, pero lo ideal sería que dicha alianza sirviera para atraer a esas multitudes de lectores que se han dejado perder en las arenas movedizas de lo inconsistente, por falta de mayores sistemas y halagos culturales. Hay que despertar al hombre moderno para que piense más con la mente, para que lea. Y se deje seducir menos por lo superfluo, por más encantador que parezca.

El Espectador, Bogotá, 9-XI-2012.
Eje 21, Manizales, 9-XI-2012.
La Crónica del Quindío,
Armenia, 10-XI-2012.
Revista Mefisto, No. 72, Pereira, diciembre de 2012.

* * *

Comentarios:

La juventud actual, según los pedagogos, es más visual que lectora, eso influye en la pobreza argumentativa, en la escasa ortografía y en la ignorancia del significado de las palabras. Además de lo anterior súmese el costo de los libros bajo la disculpa de que para  la ecología es mejor el libro digital, pues no gasta recursos naturales, ni ocupa un espacio en la biblioteca, pues el digital se puede almacenar en un red o en una memoria. Fabio Hernando Pardo Díaz, Choachí.

El hombre actual que anda por vías telemáticas, no piensa, no razona y menos lee. Por esta razón tiene la mente deformada. No es entonces que el libro digital vaya en aumento, es que muy contados son los que se interesan en la lectura. En un tren va la gente inmersa en sus tabletas, pero unos chateando y otros embebidos en los juegos. Con excepción de quienes leen el diario, nadie lee algo útil. karissa (correo a El Espectador).

No estoy de acuerdo en un punto: hoy hay más y mejor información educativa online que en papel porque puede actualizarse y buscarse casi con solo hacer la pregunta. Por eso mueren primero las revistas y periódicos, luego los diccionarios gordos, luego los de traducción, luego los libros de mapas y almanaques, etc. Las novelas en papel se irán de últimas y el libro de papel compartirá el destino de las películas en Betamax y VHS, pero un libro online sigue siendo un libro aunque no se pueda tener en un armario y si no se lee más es por falta de ganas porque los libros digitales son más fáciles de cargar y conseguir que los impresos y pronto serán más baratos. El de la H (correo a El Espectador).

Jamás va a desaparecer el libro impreso, si bien el modernismo nos está imponiendo la nueva técnica de lectura con el libro electrónico. Es muy agradable leer un libro viejo subrayado y con anotaciones al lado o abajo de la página, lo cual en ocasiones nos ayuda a entender mejor la lectura y nos permite conocer las ideas y pensamientos de otros lectores. Anotaciones y subrayados que no permite hacer el libro electrónico. Me aterra saber el elevado nivel de analfabetismo que impera en el mundo actual: hay millones de personas que no saben leer, que ni siquiera conocen un abecedario. En mi concepto, en parte por este analfabetismo es que hay tanta violencia en nuestro país. Álvaro León Pérez Franco, colombiano residente en París.

Cierto: al libro como al novio (a) hay que «manosearlos» para disfrutarlos. La tableta es rígida, hay que cuidarla, no se siente como cuando se pasan las hojas… me aburre leer en el monitor. marthace (correo a La Crónica del Quindío).

No tengo Ipad, ni Iphone, ni Ipod, todavía compro libros, encargo libros a otros países y escucho mis cds. como en otras épocas lo hice con mis amigos de Colombia. Ahora bien, mi vida ya no es de acelere, puedo dedicarle tiempo a la lectura, me agrada tener ese libro en las manos y mirar las ofertas que hay en las vitrinas de las librerías con nuevas obras y nuevos escritores. Me gustó mucho su artículo, créame que lo he disfrutado porque el libro de papel es lo más importante en mi tiempo desde hace muchos años. Amparo E. López, colombiana residente en Estados Unidos.

Yo era muy reacio a caer en la lectura digital, hasta que mi hijo me convenció con la razón ecológica. Pues ahora no me cambio por nadie con mi Kindle Fire; por cómodo, por el bajo costo de los libros, por la facilidad para buscar el significado de las palabras, porque puedo leer de noche sin prender la luz y muchas otras ventajas. Pablo Mejía Arango, Manizales.

Los tiempos cambian y los jóvenes aprecian más su teléfono inteligente que un texto al estilo Gutenberg. No lloremos por los demás. Hay un problema correlacionado: la adquisición de libros. Hay que tener un criterio acertado para no comprar demasiados libros, que no alcanzamos a leer, con la pérdida del dinero invertido en ellos. Los libros deben estar en bibliotecas públicas de calidad. Ramiro Madrid Benítez (correo a El Espectador).

Yo, que amo los libros con toda la herencia que me dejó mi padre, Humberto Jaramillo Ángel, y conservo su biblioteca y la acreciento cada día más; yo, que no puedo entrar a una librería y salir de allí sin uno o varios libros entre una bolsa, feliz, tocándolos, esperando el momento de subrayarlos; yo, que no puedo pasar por lugares donde venden libros reposando sobre el andén o en un rincón de algún parque, de alguna avenida, sin quedarme allí a su lado durante largo tiempo, leyendo título por título… descubro que reduje mi lectura de libros por lo menos el 80% desde cuando consulto en internet. Hablo de consultas serias. De lecturas con dedicación. Internet, con cuanto ofrece, me ha transformado en otro tipo de lector, profundo, amplio, detallista, universal. No me ha hecho desaparecer el libro: me lo presenta en otras dimensiones. La Web ha sido para nosotros un regalo de la vida y la ciencia. Como escritores, mejora cuanto hacíamos y hacemos. Los libros que nunca pudimos tener están por millares a nuestro lado. Y no por eso dejamos de amar el papel. Los viejos volúmenes con diversas encuadernaciones. Gozamos publicando en papel aunque sabemos que serán cada día menos quienes van a leernos. Umberto Senegal, Calarcá.

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Lecturas mínimas

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Investigaciones sobre el hábito de la lectura, tomando el volumen general  de la población, indican que cada colombiano, en promedio, lee medio libro al año. La Cámara del Libro dice que, entre los individuos económicamente activos, los libros leídos en el año 2000 fueron 5,4 por persona (menos de medio libro por mes). En ambos casos, los lectores son mínimos en este país que posee, según se dice, un grado de cultura superior al de la mayoría de las naciones latinoamericanas.

La falta de disciplina para la lectura, que nace en el hogar y se traslada al colegio y la universidad, es la causa principal para que a lo largo de la vida se mantenga apatía hacia el libro. Lo que no se ha inculcado en los primeros años es difícil que se consiga fomentar más adelante. La actitud de la no lectura se evidencia con este simple dato: la venta de libros disminuyó de 32 millones de ejemplares en 1996 a 21 millones en 2000. Estamos lejos de llegar siquiera a un libro anual por cabeza en la venta de libros.

No hace falta basarnos en estadísticas, que suelen ser caprichosas, para  saber que el colombiano no lee, en términos generales. Unas veces le tiene aversión al libro y otras, indiferencia. ¿Acaso ve usted a sus propios hijos con un libro en la mano? ¿Conocen la última novedad bibliográfica? ¿Distinguen los clásicos universales o los clásicos del propio país? ¿Llevan un libro para leer en vacaciones? Si les da usted a escoger de regalo entre una botella de licor y un libro, ¿por cuál se decidirían?

Cuando se toma el metro en París o Madrid, se ve gran cantidad de personas concentradas en el libro que cargan a todas partes y que sirve de compañía mientras esperan la llegada del vehículo. Más aún: en el interior del metro, muchos siguen en la misma situación, y de esta manera el tiempo, que para la mayoría de los viajantes es fatigoso, para ellos se vuelve placentero y enriquecedor del espíritu.

Esto contrasta con la respuesta que dio una diseñadora de interiores cuando un periodista le preguntó por sus sistemas de lectura: «¿Qué tal uno en una piscina leyendo? Allá se va a nadar. O en la casa, es mejor ver televisión o alquilar una película. Cada uno en su cuento, ¿vale?». Sin darse cuenta, esta representante de la frivolidad y la ligereza definió lo que es la conducta laxa de la mayoría de jóvenes y profesionales de los tiempos actuales, que no cambian la molicie embrutecedora por el tesoro de un libro.

Otro, sin embargo, esta vez escritor y profesor universitario, contestó que él leía en todas partes, lo mismo en las salas de espera, en el avión o en el taxi. «El libro –agregó– siempre se me vuelve el escudo para defenderme de las cosas jartas de la vida cotidiana. Soy un adicto del libro».

He ahí dos caras opuestas de Colombia: la de quien no cambia la pantalla magnética del televisor por un libro, así tenga que ver las cosas más triviales e insulsas por televisión, y la de quien no puede prescindir de la lectura como medio de solaz y formación. Una vez se le preguntó a un visitador médico, persona culta, por qué tenía tanta ilustración, y él respondió que la suya era una «cultura de antesala»: leía cuanta revista, periódico o folleto encontraba en sus largas esperas ante los consultorios médicos.

Es digno de ponderación el empeño que en la capital del país y en otras ciudades manifiestan las autoridades y los organismos pertinentes hacia el estímulo de la lectura. En Bogotá, con siete millones de habitantes, la asistencia a las bibliotecas públicas pasa de cuatro millones, y de 700.000 los libros prestados. Pero veamos este hecho desconsolador: los ingleses sacaron cien veces más libros prestados que los colombianos, y fueron a las bibliotecas doce veces más.

Miremos nuestros últimos logros en la capital del país. Tres grandes bibliotecas, las de El Tunal, Tintal y Parque Simón Bolívar, entran a atender a más de tres millones de usuarios al año. Esta última, que lleva el nombre de Virgilio Barco, fue diseñada por Rogelio Salmona y representa una obra de avanzada.

Dispone de una sala de lectura con capacidad para 650 usuarios, y de 25.000 títulos (que en dos años se aumentarán a 180.000). Dos años se emplearon en su construcción, y el costo de la inversión está cercano a los 16 mil millones de pesos. Si un país lee, está salvado. Si no lee, lo acechan las sombras de la ignorancia y la brutalidad. Escojamos nuestro destino.

El Espectador, Bogotá, 20-XII-2001.

 

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