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Archivo para la categoría ‘Temas literarios’

Una vida entre libros

jueves, 4 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Vicente Pérez Silva sintió la presencia y el aroma de los libros desde corta edad. Su padre mantenía consigo una vieja edición del Quijote, cuyos episodios repasaba con placer en el sosiego del predio campestre que poseía en La Cruz (Nariño). Allí nació, el 25 de enero de 1929, el nuevo miembro de la familia, que de pocos meses ya se entretenía con las hojas que contaban la vida y los milagros del ilustre andariego de caminos.

La devoción que su padre tenía por don Quijote se le pegó a la piel como marca indeleble. Y de la piel le pasó al corazón. Corridos los años, Pérez Silva acentuaría el significado perfecto del personaje: “Luz y espejo de lo caballeroso, guía y antorcha del ideal, arrimo y reparo de los tristes, consuelo de los afligidos, alivio de los menesterosos, hartura de los mendigos, sostén de los pobres, faro de los caminantes y guía de hombres y de pueblos”.

Tres de los libros de Pérez Silva están dedicados al ingenioso hidalgo de la Mancha, que no obstante la distancia que lo separaba del municipio colombiano de La Cruz –La Cruz del Mayo, en su exacta denominación– un día llegó hasta allí en el tomo que acariciaba su padre en la tierra edénica. Tales libros son: Quijotes y quijotadas, Travesuras y fantasías quijotescas y Don Quijote en la poesía colombiana.

Quedan de esta manera definidos el alma y el carácter del esclarecido escritor nariñense cuya vida no puede desligarse de la propia vida de don Quijote. Su obra se aproxima a los 30 volúmenes. Dice “que lo importante no es haber escrito un libro; lo importante es haberlo vivido”. Le pregunto por el número de obras publicadas, y me responde que mejor le pregunte por las que le faltan por publicar.

Con motivo de la celebración de sus 90 años de vida, ha dado a la estampa el que llama El libro de mis libros, salido de los talleres gráficos del Grupo Editorial Ibáñez. En él hace memoria de su carrera de escritor mediante el repaso de los títulos y las portadas que enriquecen su quehacer literario.

Entre ese estructurado acopio bibliográfico están Raíces históricas de La vorágine, La picaresca judicial en Colombia, Anécdotas de la historia colombiana, Aurelio Arturo en el corazón de las palabras, Bolívar en el bronce y la elocuencia, Código del amor, Libro de los nocturnos, Anécdotas y curiosidades alrededor del libro en Colombia… En fin, su vida puede sintetizarse en un libro continuo bajo la mirada cómplice de don Quijote.

Dejo la parte final de esta nota para evocar el día en que me conocí con Vicente Pérez Silva. Fue en Armenia, ciudad en la que ejercía el cargo de gerente del Banco Popular. Él, como abogado laboralista de la casa matriz, había viajado a mi sede a revisar un litigio judicial. Recién abierto el despacho, me llamó desde el hotel donde se hospedaba y con voz solemne me dijo estas palabras pausadas, que sonaron como una contraseña para iniciar el diálogo: La muerte de una golondrina.

Ese día había sido publicada en El Espectador la columna sobre la golondrina, uno de los textos que más quiero de mi labor literaria. Él lo había leído en la pieza del hotel. Minutos después llegó a mi oficina, ágil y efusivo. Abrió su cartera de negocios y puso en mis manos un libro que me llevaba de obsequio. Aquel 10 de diciembre de 1980 nació entre los dos la amistad franca y cordial que ha perdurado durante 38 años.

El Espectador, Bogotá, 30-III-2019
Eje 21, Manizales, 29-III-2019
La Crónica del Quindío, Armenia, 31-III-2019

Comentarios 

Hermosa y entrañable columna. Con ese aprecio que nos transfieres, es bello leer en un sábado temprano una nota tan rica y exacta sobre la vida de Vicente Pérez Silva. Guiomar Cuesta, Bogotá.

Deseo agradecer en nombre de mi familia y el mío estas palabras elogiosas para con mi padre. Hemos tenido la fortuna de acompañarlo a lo largo de los años  en su carrera como escritor y como comandante de esta gran familia, que conformo con su Dulcinea Carmencita, quien ha sido la inspiradora de sus aventuras quijotescas. Lo que más nos impresiona es su vitalidad. Vicente Pérez Quimbaya, Bogotá.

Penurias del escritor

martes, 15 de agosto de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La estrechez económica (como lo señala la revista Semana en su edición n.° 1840 del 5 de agosto pasado) ha sido signo distintivo del escritor. Vivir de la publicación de los libros es una utopía. A la lista de escritores famosos que para subsistir han tenido que desempeñar algún empleo o actividad rentable (José Asunción Silva, León de Greiff, Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, Luis Vidales, entre otros), hay que agregar el nombre de Fernando Soto Aparicio, muerto en mayo de 2016.

Fue uno de los escritores que más libros vendían en el país, a raíz de la fama obtenida con La rebelión de las ratas. Este hecho le permitió durante mucho tiempo vivir de las regalías. Vino después la piratería de sus obras, y el lucro se fue al suelo. Como ya sus libros, que continuaron editándose de manera permanente, no le daban para vivir, se empleó como asesor de la Universidad Militar Nueva Granada. Y allí murió a los 82 años de edad, pobre y enfermo, sin  haber obtenido el beneficio de la pensión.

En su época juvenil trabajó varios años en la rama judicial de Santa Rosa de Viterbo. Al buscar la acreditación de ese tiempo para agregarlo al tiempo trabajado con la universidad, y con la diplomacia durante el gobierno de Belisario Betancur, no apareció ese registro. Tampoco contaba con los años trabajados como guionista y libretista de radio y televisión, ya que dicha labor la ejercía como contratista.

En tales condiciones, tuvo que cumplir con el oficio laboral en la Universidad Militar Nueva Granada hasta el final de sus días. Cruel injusticia para quien tanto honor le dio a Colombia a lo largo de toda una vida de creación literaria.

Revista Semana, n.° 1842, 20 al 27 de agosto de 2017.

Comentarios

Esa es la triste realidad. Mientras los escritores dejan huella con su obra, y no mueren en el recuerdo de los lectores, enfrentan dificultades económicas. Qué falta hace en este país una política cultural que les asegure a los creadores de belleza vivir bien los últimos días de su existencia, como creo que sucede en México. José Miguel Alzate, Manizales.

Gracias por recordarnos estas dolorosas verdades que por la cercanía con el maestro Soto nos constan. Fernando Cely Herrán, Bogotá.

Te admiro no solo cuando relatas con fino estilo las glorias de los personajes que tratas, sino más aún  cuando hablas de las miserias y vicisitudes de  ellos, porque revelas tu gran dimensión humana. Para botón de muestra la nota de hoy. Óscar Jiménez Leal, Bogotá.

Lástima que los gobiernos no tengan reservado un ingreso para las grandes glorias del país. No alcanza el presupuesto con tanta corrupción y plata robada, y los escritores quedan en el olvido en vida. Luego vienen las posibles manifestaciones de gratitud y de reconocimiento, cuando ya no es posible darles la mano. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Es una pena que un escritor del calibre de Soto Aparicio haya terminado sus días en la penuria. Como tú bien lo anotas, que un escritor pueda vivir de su profesión es una utopía. Infortunadamente, como en muchas otras actividades, quienes se lucran del trabajo de los demás son los intermediarios, en este caso las editoriales. Triste realidad. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Las desventuras de Jorge Isaacs

jueves, 29 de junio de 2017 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La vida de Jorge Isaacs estuvo marcada por el infortunio. La gloria obtenida con María, que cumple 150 años de editada, se vio opacada por una cadena de adversidades que no le permitieron disfrutar a plenitud las mieles de ese suceso extraordinario. María está considerada una de las obras hispanoamericanas más destacadas del siglo XIX.

Sus primeros años los pasa en el campo, y este hecho determina el paisaje de la novela. A los 11 años inicia sus estudios en Bogotá, y 4 años después regresa a Cali. A los 17 años lucha en el Ejército contra la dictadura de José María Melo. En esa época la situación económica de su familia registra grave deterioro.

A los 23 años se enrola en el Ejército del gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez, contra quien se rebela el general Mosquera. Al año siguiente muere su padre, de quien hereda sus bienes, afectados por deudas onerosas. A los 32 años renuncia al Partido Conservador y se matricula en el radicalismo liberal.

Desempeña importantes cargos en la vida pública: representante al Congreso,  cónsul en Chile, subdirector de Instrucción Pública del Estado Soberano del Cauca, secretario de Gobierno y de Hacienda del mismo Estado, secretario de la Comisión Científica, presidente de la Cámara, director de Instrucción Pública del Tolima.

A los 27 años se vincula a los trabajos del camino de herradura entre Buenaventura y Cali, y es atacado por la malaria, que nunca lo abandonará. En desarrollo de sus expediciones se desplaza por otros sitios inhóspitos y malsanos, como Chocó, la Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta, el golfo de Urabá, las riberas del Magdalena. “Trabajé y luché –dice– hasta caer medio muerto por obra de las fatigantes tareas y del mal clima”.

En Medellín dirige el periódico radical La Nueva Era, que combate a Núñez y a los conservadores. Allí se declara en rebelión y se proclama jefe civil y militar del Estado Soberano de Antioquia, situación que solo dura 2 meses. En el Urabá descubre yacimientos de hulla, y el Gobierno le otorga permiso para explotarlos. Pero no tiene éxito.

Trabaja en 2 novelas: Fania y Alma negra (llamada antes Camilo), en las que pone mucha ilusión, pero quedan inconclusas. Sus últimos años, en Ibagué (1888-1895), enfermo, pobre, cansado y frustrado, son de abandono y tristeza. Dispone que sus cenizas sean enterradas en Medellín. “Mucho amo al Cauca –declara–, aunque es tan ingrato con sus propios hijos”.

Un año antes de morir, le escribe a un amigo: “Usted y Juancho Uribe hablan de mi casa a orillas del Combeima. Ninguna poseo. Desde 1881 mi familia ha vivido en casas pobres y alquiladas, míseras a veces”. Este mismo dolor se manifiesta en su carta inédita que revelé en El Espectador, en 1984, y que me fue confiada por Alfonso Meza Caicedo, director de la Caja de Compensación de Palmira.

Aunque se da como lugar de su nacimiento (1° de abril de 1837) a Cali, no es descartable que pueda ser el Chocó, donde se casaron sus padres. Él no precisó este hecho, y se limitaba a decir que era hijo del Estado Soberano de Cauca, al que pertenecía la provincia del Chocó.

Muere en Ibagué a la edad de 58 años, el 17 de abril de 1895. El 21 de noviembre de 1904 se exhuman sus restos, y llegan a Medellín el 22 de diciembre, donde reposan desde entonces, hace más de un siglo.

El Espectador, Bogotá, 23-VI-2017.
Eje 21, Manizales, 23-VI-2017.
La Crónica del Quindío, Armenia, 25-VI-2017.
Mirador del Suroeste, Medellín. n.° 65, julio/2018.

La despedida de Eco

miércoles, 9 de marzo de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

De Umberto Eco había leído su célebre novela El nombre de la rosa (1980), que lo llevó a la fama y se convirtió en sonado suceso bibliográfico, con 50 millones de copias vendidas, la traducción a numerosos idiomas y la versión para el cine en 1986. Con esta obra inició la publicación de sus 7 novelas, a la edad de 48 años. Además, es autor de numerosos libros de ensayos.

Gloria Chávez Vásquez, escritora y periodista quindiana residente en Nueva York, me recomendó a finales de enero el último libro de Eco: Número cero. Me anotó que se trataba de una crítica mordaz sobre el periodismo contemporáneo, materia que a los dos nos interesa, por supuesto, y me pidió que le hiciera conocer mi opinión sobre dicho texto, para intercambiar ideas.

Adquirí el libro y lo leí con mucha atención. El mismo día en que iba a enviarle el mail a mi amiga (19 de febrero), comentándole mis puntos de vista, Umberto Eco moría en Milán (Italia) a los 84 años de edad. Este hecho me impresionó sobremanera. Al coincidir la lectura con la muerte del autor, esto tenía un significado de despedida macabra.

Prescindiendo de esa circunstancia acaso fantasmagórica, podría decirse que la novela Número cero representa, en efecto, la despedida del mundo con que el autor concluye su carrera literaria y deja un rotundo mensaje a los poderosos, los políticos,  los gobernantes y los periodistas sobre los flagrantes sistemas de corrupción que invaden al mundo entero.

El misterio con que el escritor se va del planeta (pocos conocían la noticia del cáncer) parece corresponder al clima policíaco que puso en varias de sus novelas. El nombre de la rosa se mueve en una abadía medieval, y en esa historia gravita el espíritu policíaco, el mismo que se siente en el último libro.

El aire monacal que se percibe en varias escenas de los dos libros (los monjes de la abadía de los Apeninos, en el primero, y el ámbito religioso de la Argentina y el Vaticano, en el segundo) es recurrente en la obra de Eco.

Los novelistas se contagian en tal forma con el carácter de sus criaturas y sus ambientes, que sin darse cuenta terminan ellos mismos impregnados de esas atmósferas y pareciéndose a sus personajes. Esto fue lo que estableció Flaubert con su famosa frase: “Madame Bovary soy yo”.

Si nos ubicamos en otro aspecto de la creación de Umberto Eco, los 35.000 volúmenes de su biblioteca son los mismos volúmenes de la abadía plasmada en su novela. Nada nuevo se descubre aquí, y no sobra advertir que el novelista solo debe escribir sobre lo que conoce y lo que vive. Sin notarlo muchas veces, él es el mejor biógrafo de sí mismo.

Lo más relevante en Número cero es la fuerza histriónica con que el novelista recrea la vida imaginaria del periódico y encierra en él al grupo trenzado en diversas labores y maniobras de un periódico real, bajo la oculta dirección del magnate que se mueve en la sombra y convierte su empresa en instrumento corruptor de la política y el capital.

A través de esta parodia manejada con buenas dosis de humor, gracia y sarcasmo,  Umberto Eco, agudo conocedor de los intríngulis y las zonas oscuras del periodismo (que comprenden, claro, los hilos peligrosos de internet con sus mensajes apócrifos y la manipulación de los hechos reales), deja una lección impactante para reflexión de la época actual.

El Espectador, Bogotá, 4-III-2016.
Eje 21, Manizales, 4-III-2016.
Mirador del Suroeste, n.° 59, Medellín, diciembre/2016.

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Comentarios

Gran homenaje a un escritor que le hará falta al mundo, no solo por su calidad narrativa, sino por el contenido filosófico que introducía a sus producciones. Eduardo Durán Gómez, Bogotá.

Eco era un intelectual a carta cabal. José Nodier Solórzano Castaño, Armenia.

He leído atentamente la columna por más que nunca tuve interés en leer a Eco. De hecho, de él sólo he leído un texto que encontré cuando preparaba mi conferencia sobre Mafalda, un texto que escribió para presentar la traducción de las tiras de Mafalda, y era tan superficial que no fue difícil rebatirlo frase a frase. Ricardo Bada, Colonia (Alemania).

Excelente artículo sobre Umberto Eco. Bien remarca usted sobre «los hilos peligrosos de internet con sus mensajes apócrifos y la manipulación de los hechos reales». Si bien internet ha sido un gran paso para la humanidad, en el cual podemos encontrar casi toda la información que necesitamos y nos ayuda a enriquecer nuestros conocimientos, también sabemos que por la facilidad que se tiene de subir a la red toda clase de información, hay mucha que es falsa y apócrifa, como lo es la carta dirigida al presidente de la República que circula a nombre del periodista Juan Gossaín Abdala, quien acaba de decir que es falsa, que no fue él quien la escribió. Alvaro Pérez León, París.
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En nuestro idioma, por usos y costumbres en el español nuestro, no en el de España, se nombra Humberto con H y allá, en Italia, se dice: «mío caro Umberto, per favore Umberto, andiamo». Virruaco (correo a El Espectador).

Curioso el comentario de Virruaco respecto a que en Colombia debe escribirse Humberto (con h), y en Italia, Umberto (sin h). Voy a contarle una simpática anécdota sobre este caso. El escritor calarqueño Humberto Senegal escribía su nombre con h, y desde hace varios años optó por suprimirle la h, y ahora es Umberto Senegal. Vaya uno a saber por qué hizo esta modificación, que de todas maneras es contraria a lo que usted predica. La escritura de los nombres es muy caprichosa y por lo general no obedece a reglas gramaticales, sino a la real voluntad de sus portadores. Gustavo Páez Escobar.
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Gran vocero de Caldas

miércoles, 24 de febrero de 2016 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

José Miguel Alzate es un enamorado entrañable de Aranzazu, su tierra natal. Este tema es recurrente en sus ensayos, conferencias y artículos de prensa. En el año 2000 publicó el libro Aranzazu, su historia y sus valores. Es autor de la letra del pasodoble Aranzazu, canción y poesía, con música de Manuel Alvarado. En El sabor de la nostalgia (2003) recoge crónicas, artículos y discursos sobre Aranzazu.

Hace un par de años compiló, en el libro Entre la soledad y la angustia, la poesía de Javier Arias Ramírez, emblema de las letras caldenses, nacido en Aranzazu en 1924 y fallecido en 1987. En 1989 editó el libro Javier Arias Ramírez, un poeta de Caldas.

Sobre este poeta ilustre, cuya obra, olvidada hoy, se enriqueció con la lectura de los grandes líricos de España y otras latitudes, dice Augusto León Restrepo: “Si algo caracteriza la producción de Javier es su desolación, sus imprecaciones aceradas, su envolvente y decidida pasión por lo humano”.    

Además, el sentido de identidad con sus raíces vernáculas lleva a José Miguel Alzate a destacar la vida de otros pueblos de su comarca, como Samaná, al que en el 2001 dedicó el libro Samaná en la historia. Por otra parte, se ocupa a menudo de los problemas y el mundo cultural de la región a través de sus artículos de prensa.

Todo esto me lleva a resaltar el hecho de que este escritor perseverante es una de las voces más genuinas y analíticas del acontecer caldense. El amor por su tierra nativa lo irradia a todo el departamento –de tan gloriosos antecedentes cultos–, y esto le ha hecho ganar el aprecio y la admiración de sus coterráneos.

El inicio de José Miguel Alzate como escritor y periodista se manifiesta en La Patria de Manizales, donde a los diecisiete años sorprendió con sus notas críticas literarias.  Al paso de los días, ha sido articulista del Diario de la Frontera, El Colombiano, La Opinión, Diario del Otún, La República, El Heraldo, Eje 21. En los últimos seis años escribe una columna en El Tiempo.com.

Es autor de ocho obras. Fuera de los títulos citados se encuentran Conceptos libres, Sinfonía en azul (libro de cuentos ganador de un concurso en Manizales) y Para conocer a García Márquez, que vio la luz hace pocos meses.

Es experto en García Márquez. Su dedicación a la obra del creador de Macondo viene desde mucho tiempo atrás, y esto se evidencia en los variados análisis que ha ofrecido en sus artículos de prensa. El reciente volumen es buen glosario de sus andanzas alrededor del escritor insignia de la literatura colombiana.

De este libro entresaco dos asuntos. Uno: el origen de la palabra Macondo. Dice García Márquez que vio el vocablo en una tablilla a la entrada de la compañía bananera, y después sabría que se trataba de un árbol gigante descubierto por Humboldt cerca de Turbaco. Y es el nombre de una tribu milenaria de Tanganika.

Dos: ¿existió la famosa mamá grande? Sí existió. Fue una mujer “rica y pintoresca” que conoció García Márquez en la población de Sucre, en la década de los cuarenta, llamada María Amalia Sampayo de Álvarez.

Esta revelación de José Miguel Alzate me incitó el nervio para releer Los funerales de la mamá grande y sacarle, por supuesto, mayor sabor a aquella historia de estupendo realismo mágico.

Eje 21, Manizales, 19-II-2016.
El Espectador, Bogotá, 19-II-2016.

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 Comentarios

A José Miguel Alzate lo he seguido de vieja data en sus incursiones editoriales y periodísticas. Ha sido un insistente y profuso exponente de las virtudes de su patria chica, como también de las de Caldas, su departamento. Merecido homenaje a nuestro amigo y justa exaltación de un valor caldense de parte tuya, a quien siempre te hemos considerado, con orgullo, como uno de los nuestros. Augusto León Restrepo, Bogotá.

Te felicito por tu recurrente y valiosa tarea de poner en valor la literatura regional. Carlos A. Villegas Uribe, Medellín.

Gracias a la participación que me haces de tus notas, he podido conocer algunos personajes y aspectos relacionados con el Quindío y en general con el Eje cafetero. El haber vivido en esa zona y haberte vinculado a sus círculos culturales y periodísticos te ha permitido divulgar lo concerniente a ellos y con seguridad eres una persona muy reconocida y estimada allá. Haces una fructífera labor periodística e histórica. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Muy interesante tu columna. No conozco a este escritor. Los datos que aporta sobre la obra de García Márquez denotan la profundidad de sus investigaciones. ¡Qué buen trabajo el que haces dando a conocer personajes para muchos desconocidos, como es el caso de  José Miguel Alzate! Esperanza Jaramillo, Armenia.

Este es un estímulo que obliga a seguir adelante, trabajando con la palabra, rescatando los valores de Caldas, hablando de quienes escriben para dejar huella de su paso por la vida. José Miguel Alzate, Manizales.