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Las letras boyacenses

viernes, 12 de noviembre de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

El primer contacto que tuve con Gilberto Abril Rojas ocurrió en diciembre de 1974, cuando me solicitó datos para incluir mi nombre en un libro que adelantaba sobre los escritores boyacenses. Dos años después salió la obra con  el título Cuentistas boyacenses contemporáneos, y en ella recoge 20 cuentos de otros tantos autores. Desde entonces –hace 47 años–, Gilberto Abril ha cumplido productiva tarea como investigador y difusor del arte boyacense.

Es licenciado y magíster en Teología, especialista en Literatura Latinoamericana y doctor en Humanidades, y miembro de varias academias y centros culturales.  Como abanderado de la cultura boyacense, no cesa en su propósito de divulgar el mérito de quienes engrandecen a la comarca en el campo cultural. Entre su numerosa obra se encuentran estos títulos: La segunda sangre, Asuntos divinos, Cuentistas tunjanos, Conversaciones con el príncipe Teodoro Láscaris, La ruta del Cocuy, Elegías indígenas, Problemas de la poesía iberoamericana, Drama en la altura. 

Acabo de leer El laberinto de la novela boyacense (2019), obra a la que Gilberto Abril le dedicó varios años de investigación. Hace allí una reseña de todos los novelistas que ha dado Boyacá. Este inventario es sorprendente: 82 autores, 145 novelas publicadas y 16 inéditas; además, hay otros 9 escritores no nacidos en Boyacá, pero que por su vinculación al departamento adquieren el título de hijos adoptivos.

Boyacá es tierra fecunda para el cultivo de la inteligencia y ha sobresalido en todos los géneros. Lo que se ignoraba era el crecido número de narradores y de obras, algunas de ellas de escasa circulación, e incluso de autores poco conocidos, pero de todas maneras creaciones literarias. Debe anotarse al respecto que la falta de estímulo y acceso al terreno editorial ha sido factor determinante para que muchas vocaciones se frustren. Esta circunstancia es general en todo el país.

Existe en Boyacá una filial de la Academia Colombiana de la Lengua, conformada por 29 miembros activos y 9 honorarios,  fundada en mayo de 2010, la que ha tenido exitoso desempeño en la preservación de las normas que rigen el idioma español. La Academia Boyacense de la Lengua está presidida por Gilberto Ávila Monguí, figura ilustre de la región, quien dedicó largos años a la docencia y al estudio del lenguaje, y es autor de varios libros, entre ellos el reconocido texto La jasa, leyendas y tradiciones populares de Chivatá –pueblo nativo del autor–. Gilberto Abril es el secretario de esta academia.

Otro libro de Gilberto Abril es Aporte intelectual boyacense a la Academia Colombiana de la Lengua (2021), en el que hace un recorrido por el acervo cultural del departamento y señala el aporte de los escritores. El instituto publica todos los meses la excelente revista Polimnia, dedicada a destacar los valores de Boyacá, la que tiene como director a Gilberto Ávila, y como secretario a Gilberto Abril. Por otra parte, la academia ha editado varios libros, todo lo cual es digno de aplauso. Dos Gilbertos convertidos en promotores del talento boyacense.

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El Espectador, Bogotá. 6-XI-2021.
Eje 21, Manizales, 5-XI-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-XI-2021.

Comentarios 

Qué grato leer noticias tan estimulantes sobre la cultura boyacense. No todo allá es manzanilla y cerveza. Horacio (correo a El Espectador).  

Qué bonito y oportuno comentario periodístico en justo homenaje al gran escritor tunjano Gilberto Abril Rojas. Lo comparto totalmente. Boyacá y Tunja le deben un sentido homenaje. Luis Eduardo Díaz González.  

De Boyacá han salido eminentes escritores y personajes de toda índole, incluso políticos. Recuerdo las obras del maestro Landínez Castro, académico, brillante y agudo escritor y compilador también de autores  boyacenses. Magnífico trabajo del señor Abril, como también el del señor Ávila Monguí. Tú ocupas un lugar destacado entre los coterráneos novelistas, cuentistas y grandes literatos. Inés Blanco, Bogotá.

La sede del idioma

martes, 28 de septiembre de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

La escritora y académica tunjana Mercedes Medina de Pacheco es autora de un precioso libro dedicado a la Academia Colombiana de la Lengua con motivo de los 150 años que cumplió la entidad el 10 de mayo pasado, obra que vio la luz en 216 páginas y edición de lujo, gracias al patrocinio de la Sociedad Geográfica de Colombia. Maravillan las fotos tomadas por Gonzalo Garavito Silva, que ambientan el recorrido por las diversas áreas de la edificación.

Cristina Maya, prologuista de la obra y miembro de la academia, califica la colección de murales, estatuas, gobelinos, vitrales, pinturas, libros y demás objetos como la más completa iconografía de este templo del idioma. Y está la precisa descripción de los sitios, junto con las reseñas sobre cada uno de los personajes cuya memoria se honra en el augusto recinto.

Grandes figuras de las letras, la política, la academia y el arte han dejado allí honda huella como cultoras y maestras del idioma castellano. Su memoria está enaltecida en este instituto encargado no solo de estudiar, proteger y difundir las reglas del bien decir, sino también honrar a quienes han sido guardianes y difusores de esta disciplina. Hay que considerar a la lengua como la matriz de la civilización y el elemento básico sin el cual sería imposible la convivencia y la relación humana.

A propósito, en el momento adelanto la lectura de un libro apasionante: El infinito en un junco, de la española Irene Vallejo, quien en exhaustiva y por otra parte  amena investigación cuenta la historia universal del lenguaje oral o por gestos, antes de aparecer el junco con el que se elaboraban en Egipto los antiguos papiros manuscritos, hasta llegar al descubrimiento de la imprenta, uno de los sucesos más importantes de la humanidad.

La Academia Colombiana de la Lengua fue fundada el 10 de mayo de 1871 por un prestigioso grupo de humanistas, filólogos y escritores, entre quienes se hallaban Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, con cuyos nombres fue bautizado, en 1942, el Instituto Caro y Cuervo, de ilustre trayectoria. Es la academia de este género más antigua de Hispanoamérica. Su primer director y máximo gestor fue José María Vergara y Vergara.

La primera sesión tuvo lugar el 6 de agosto de 1872, efeméride de la fundación de Bogotá, con la deplorable ausencia de Vergara, que había fallecido el 9 de marzo de ese año. En su remplazo fue elegido Miguel Antonio Caro. Esta junta se realizó con 12 miembros, como homenaje a las 12 casas con que el 6 de agosto de 1538 fue fundada Bogotá.

Digna de encomio es Mercedes Medina de Pacheco por este aporte a la vida cultural del país. Pertenece a varias academias y se ha distinguido por su espíritu de estudio y la escritura de varias obras de diverso género, en las que predominan la investigación histórica, la literatura infantil y las tradiciones.

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El Tiempo, Bogotá, 25-IX-2021.
Eje 21, Manizales, 24-IX-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 26-IX-2021.

Comentarios 

Muy interesante el libro de la escritora Pacheco. También estoy fascinada con la lectura de El infinito en un junco. Siempre he sentido profundo respeto por los libros, y ahora aún más, al detenerme en ese asombroso y largo camino hasta llegar a ese maravilloso producto, que nos parece tan natural. Esperanza Jaramillo, Armenia.   

El Diccionario de Construcción y Régimen iniciado por don Rufino José Cuervo y terminado por los filólogos del Instituto Caro y Cuervo es la obra monumental de nuestro idioma. Google debe tenerlo en cuenta para que su traductor al español (castellano) se mejore y los escritores colombianos no utilicen palabras en inglés. Luis (correo a El Espectador).  

Madrugar

viernes, 5 de marzo de 2021 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Me causó especial interés un libro de Grijalbo que semana tras semana figuraba entre los más vendidos por la Librería Nacional, la que marca el índice del mercado bibliográfico del país. Han pasado varios meses, y la obra sigue entre las favoritas  en Colombia y el mundo. Se titula El club de las 5 de la mañana, del escritor canadiense Robin Sharma, experto en liderazgo y desarrollo personal y autor de otros títulos famosos: El monje que vendió su Ferrari, Éxito: una guía extraordinaria y El líder que no tenía cargo.

El título del libro me hizo sentirme socio del mundo de los madrugadores. En efecto, tengo como norma la de acostarme temprano (9 de la noche) y levantarme temprano (5 de la mañana), incluso los días de fiesta, lo que implica 8 horas de sueño reparador, suficientes para recargar baterías y asumir con vitalidad y lucidez los retos de cada día. En tiempos lejanos, esta disciplina me permitió logros importantes en las labores simultáneas que ejercí como gerente de banco, escritor y periodista. Hoy, retirado de la vida empresarial, ese hábito me brinda la ventaja de poder atender mis métodos de lectura y escritura y la elaboración de las columnas periodísticas.

Viene al caso el viejo refrán que dice: “A quien madruga Dios le ayuda”. Este es otro proverbio pertinente: “Madruga y verás, busca y hallarás”, atribuido a Catón, como consejo para mantener los ojos abiertos contra los pícaros y los explotadores de que está lleno el mundo. El club de las 5 de la mañana lleva este subtítulo, que resulta sugerente para el contenido de la obra: Controla tus mañanas, impulsa tu vida. Debemos ser proactivos para desempeñarnos mejor en la enredada sociedad moderna.

Robin Sharma ha vendido millones de ejemplares de su obra, la que está traducida  a más de 92 idiomas. Siendo un estupendo texto didáctico, puede leerse como una novela. A lo largo de sus 397 páginas, movidas por la amenidad, la claridad y el interés que despierta su lectura, sus protagonistas –un maestro, una emprendedora y un artista– recorren diferentes escenarios dentro de la tarea que se fijaron para practicar las lecciones sobre el arte de vivir.

A través de una serie de diálogos, reflexiones, pautas y frases célebres, el maestro –que es el libro– infunde en sus alumnos –que somos los lectores– enseñanzas de vasto alcance para alcanzar la realización personal y el bienestar en cuanta meta nos impongamos. “Levantarse a las 5 de la mañana es sin duda la madre de todas las rutinas”, dice. De esa regla perseverante se desprenden la energía física y mental, la capacidad de raciocinio, la productividad, el estado de fluidez en todos los actos, la constancia y la concentración.

Insiste Sharma en las normas del buen ciudadano y ataca, por consiguiente, las conductas permisivas y conformistas, las rastreras e inmorales, las frívolas e ineficaces. Hay que retirarse de las personas amargadas, fatalistas o pesimistas, porque ellas trasmiten veneno y oscurecen el alma. Inculca el virtuosismo como un pasaporte para la vida feliz. No es fácil cambiar el mundo, pero hay que comenzar por cambiarnos a nosotros mismos. Para eso, debemos examinarnos de manera consciente, sobre todo en este tiempo de pandemia que obliga a la meditación y al propósito de la enmienda. A las 5 de la mañana el mundo se ve diferente: tanto el mundo externo, como el que llevamos con nosotros mismos.

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El Espectador, Bogotá, 27-II-2021.
Eje 21, Manizales, 26-II-2021.
La Crónica del Quindío, Armenia, 28-II-2021.
Aristos Internacional, n.° 43, Alicante, España, julio/2021.

Comentarios 

Tu artículo me trajo a la mente los más de 9 lustros en que lo hice también a las 5 de la mañana. Buen hábito. Llevo 4 meses en que mi horario para levantarme cambió. Al menos se retrasó dos horas. Me volví más trasnochador. Y, sabes, también tiene sus encantos, aunque no necesariamente la productividad es una de sus consecuencias. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Qué aleccionadora tu columna para nosotros los noctámbulos. Me cayó como anillo al dedo y, como siempre ocurre, vienen a mi mente los mensajes de los abuelos, esta vez con un villancico del siglo XIX que cantaba mi bisabuela Carmen Girón de Ojeda: “Ya son las 5 de la mañana / por el oriente ya sale el sol / y en altas cumbres de las montañas / se ve el reflejo del arrebol…”. Y acompañado del refrán por ti citado: “Al que madruga, Dios le ayuda”. Marta Nalús Feres, Bogotá.

Muy ameno tu artículo. Y más gusto le tomé, porque yo pertenezco a él. Antes de las restricciones por la pandemia (ya se va a cumplir un año), nosotros salíamos a las 4:30 a.m. a nuestra matutina caminata de hora y media. Ahora, salimos a las 5:15 y caminamos rápidamente durante 45 minutos. Realmente cuando uno es madrugador, hay una sensación de ánimo y bienestar para emprender la jornada y el tiempo rinde muchísimo. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Los enredos de los dioses

martes, 17 de marzo de 2020 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Regocijante lectura me brindó el libro Los dioses también pecan, de Eduardo Lozano Torres, publicado por Intermedio Editores. El solo título es sugestivo para penetrar en la vida de estas figuras mitológicas que la imaginación sitúa en mundos que suenan más etéreos que reales. A través de los siglos, los dioses del Olimpo han vivido cerca del hombre, y este, a su vez, se ha entusiasmado en tal forma con su existencia fantástica, que los ha idealizado en famosas obras literarias –como la Ilíada, la Odisea y la Eneida–, lo mismo que en los campos de la escultura, la pintura, la música y el teatro.

Lozano Torres es un enamorado de los dioses desde su época juvenil, y a partir de entonces se interesó en cuanto texto de esta índole caía en sus manos. Más tarde, cuando cesó en su vida laboral, intensificó el estudio y la investigación hasta descubrir el misterio de sus ídolos y familiarizarse con ellos. Así lo prueban sus libros La caja de Pandora, Diccionario de mitología griega y romana y el que se menciona en esta nota.

Zeus y Poseidón son los dioses más importantes de la mitología griega, que equivalen a Júpiter y Neptuno en la mitología romana. Zeus, denominado el padre de los dioses y los hombres, ejercía poder arrollador tanto en el gobierno del Olimpo como en la conquista femenina. Enamoradizo y hábil para el cortejo, no había mujer que escapara a sus deseos, y así mismo iba dejando hijos por todas partes. Movido por insaciable lujuria, seducía tanto a las mujeres de los otros dioses como a las de su propia familia.

En este aspecto sobresale Hera, su hermana y esposa, que sufrió toda la vida la infidelidad conyugal. Debe anotarse que en el Olimpo no se  conocía el incesto, hecho que se reflejaba en la frecuente  relación sexual entre personas de la misma sangre. El festín de los dioses semejaba una orgía eterna. En este paraíso libertino eran, por supuesto, inevitables los celos, la traición, la infidelidad, la ira y la venganza.

Lozano Torres, fiel intérprete de lo que sucedía más allá de las fronteras terrenas, enfoca su obra a describir a los dioses con sus pasiones y sus debilidades, sus pecados y sus desenfrenos, e incluso con sus amores puros, porque de todo había en aquella sociedad. Por encima de todo, el historiador realza el amor como la génesis de la estirpe humana. Las artes amatorias, que algunas veces practicaban los dioses con crudo realismo, no son otra cosa que la viva expresión de la naturaleza erótica de que están dotados tanto los dioses como los hombres.

Los mitos existen como evidencia de lo invisible y lo enigmático y sirven para explicar el origen del universo y el sentido de la vida. Los dioses tenían asignados diversos oficios o características que cumplían a cabalidad, y los transfirieron a los humanos. De este modo nació Argos en la Gazapera de El Espectador, quien con sus cien ojos descubría cuanto gazapo cometían los columnistas, y es además autor de su delicioso Cursillo de mitología (1983). Por su parte, Hefesto, dios del fuego y los volcanes, aterrizó en Nueva Frontera como consejero de Carlos Lleras Restrepo, director del periódico, quien llevaba en la sangre a Aries, el signo del fuego, y no ignoraba que esta marca definía su personalidad.

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El Espectador, Bogotá, 14-III- 2020.
Eje 21, Manizales, Manizales, 13-III-2020.
La Crónica del Quindío, Armenia, 15-III-2020.

Comentarios

Todas las religiones son mitologías, todos los dioses son mitos, no solo los del Olimpo. La humanidad ha tenido más de quinientos mil dioses en su historia, además de los trescientos treinta millones de dioses del hinduismo (¿quién los contó?), de los cuales el cristianismo apenas aporta tres dioses o uno, según como se mire. Sebastián Felipe (forista de El Espectador).

Personalmente pienso que esto de las religiones en realidad tiene origen mitológico, pues sea la que sea, tiene dentro de sus enseñanzas, dogmas, principios, postulados o como se quieran llamar, episodios increíbles y fantasiosos que escapan a la lógica.   Para no ir tan lejos, pienso que nuestra religión católica y romana nos enseñó episodios (en este caso llamados misterios) como el de la Santísima Trinidad, el de la concepción de Jesús por una mujer virgen y la misma creación del hombre. En forma similar, en otras religiones como el hinduismo, con sus miles de dioses, también existen creencias que están más alineadas con el campo de lo inverosímil. Y todo esto, como lo menciono en el libro, tuvo que originarse en la ignorancia de los hombres primitivos, quienes, sin explicaciones para muchos fenómenos naturales, atribuyeron a seres fantásticos y todopoderosos su ocurrencia. Este es un tema espinoso y de nunca acabar, pero yo me contento con disfrutar de las mitologías por la amenidad de sus narraciones, de sus protagonistas y de los curiosos entramados que reflejan la creatividad e imaginación humanas. Eduardo Lozano  Torres, Bogotá.

El hombre hizo del Olimpo su patio de desperdicios, atribuyendo a los dioses sus bajas pasiones. Voltaire lo expresó con sarcasmo y profunda sabiduría: «Dios creó al hombre y este le devolvió el favor». leticiagomezpaz (forista de  El Espectador).

Cartas de Germán Pardo a Carlos Pellicer

martes, 16 de abril de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El 2 de febrero de 1931, a los 28 años de edad, Germán Pardo García se embarcó hacia Méjico, y llegó a su destino el 14 del mismo mes. Se fue tras la huella de Carlos Pellicer, a quien había conocido en Bogotá a finales de 1918 como agregado estudiantil de la embajada de su país ante el Gobierno colombiano.

Cuando el mejicano fue trasladado a Venezuela a principios de 1920, Pardo García sintió que se oscurecía el sol en su vida. E intentó seguirlo al país vecino. Pero sus recursos económicos no se lo permitieron. Por su simpatía y sus dotes intelectuales, Pellicer despertó en Bogotá alta fascinación entre grandes escritores que por aquellos días iniciaban su carrera literaria.

El más deslumbrado fue el futuro poeta de la angustia, huérfano de madre desde los 3 años de edad, víctima de mielopatía desde su nacimiento y que había sido puesto bajo el cuidado de una nodriza neurótica. Los días de su niñez y adolescencia transcurrieron en medio de la tristeza y el pavor del páramo. La llegada de Pellicer le dio el calor, el afecto y la ilusión de que carecía.

Tuvieron que pasar 12 años para volver a encontrarse en Méjico, en febrero de 1931, cuando Pardo García logró al fin viajar al país azteca. Allí residiría por el resto de su vida. Durante la ausencia se cruzaron cartas ardientes dictadas por el arraigado sentimiento mutuo. En ellas se contaban sus circunstancias cotidianas y se prometían permanecer leales en sus propósitos comunes.

El colombiano narraba sus faenas agrícolas, sus aventuras sensuales con muchachas de la tierra y su discurrir monótono en la incipiente aldea de Choachí. También, por supuesto, su embeleso ante los paisajes del entorno. Se mostraba obsesionado con Silva y con el tema de la muerte y no ocultaba sus fluctuantes estados de ánimo que unas veces le inyectaban desbordados momentos de regocijo y otras lo arrastraban al abatimiento. Conforme germinaban sus vocaciones literarias, se participaban sus hallazgos poéticos. Sus nombres alzaban vuelo hacia las cumbres de la fama. Ambos llegarían a ser figuras cimeras de la literatura.

La Universidad Autónoma de Nuevo León (Méjico) publicó hace poco, en 428 páginas, el libro titulado Un encanto extraño – Cartas de Germán Pardo García a Carlos Pellicer (1920-1970). En esta obra el doctor en letras hispánicas Serge I. Zaïtzeff recoge y analiza las cartas enviadas por el colombiano a Carlos Pellicer durante los años de la ausencia, junto con unas pocas posteriores a 1931.

En cambio, las de Pellicer a Pardo García desaparecieron en su totalidad, ya que su costumbre  fue siempre la de destruir la correspondencia y no conservar papeles. Cuando yo lo visité en 1988, me causó extrañeza no hallar en su apartamento de Coyoacán ni biblioteca ni archivos. Los dos únicos libros que guardaba eran Apolo Pankrátor (acopio de su poesía entre 1915 y 1975) y un diccionario griego. La austeridad del recinto era pasmosa, y por allí se sentía el soplo de un alma en pena que se movía entre el silencio y la soledad. Este ambiente de sombra y misterio lo describo en mi libro Biografía de una angustia (Instituto Caro y Cuervo, 1994). 

En estas cartas salen a flote la atracción y admiración que ellos se profesaban, sentimiento que puede situarse en el campo del amor platónico. Esto no obstaba para que gozaran de las mujeres, e incluso les dieran el título de novias (las más nombradas: Esperanza Nieto en el caso de Pellicer, y Dolly Garson en el de Pardo García).

En carta de 1995, una poetisa mejicana me decía: “El grande y único amor de Germán Pardo García fue Carlos Pellicer”. Ahora bien, Aristomeno Porras, su amigo más cercano durante largo tiempo, me reveló: “Desde que lo conocí vi su inclinación hacia las mujeres. Hablaba mucho de ciertas aventuras con mujeres de la vida galante, una de ellas en Bogotá y varias en México”.

Carlos Pellicer, cuya condición homosexual era bien conocida, elaboró entre agosto de 1930 y enero de 1931 parte del poema que publicaría en 1941 con el rótulo Recinto y otras imágenes, el primer poema homoerótico escrito en Méjico. Según conjeturas, dicha obra estaba dedicada al poeta colombiano.

Termino la lectura de estas cartas con la sensación de que la amistad entre los dos poetas representa un verdadero enigma, al estilo de Pardo García, un espíritu al mismo tiempo  atormentado y luminoso. De ahí nace el título del libro que comento: Un encanto extraño. ¿Hasta cuándo llegó esta relación? Hasta el 23 de diciembre de 1956, cuando Pardo García escribió esta carta tajante a quien había sido su amigo del alma (a raíz de la colaboración prestada por Pellicer a una persona considerada indigna para Colombia):

“La aceptación tuya a tal invitación, contra todos los deseos de mi espíritu pone término para siempre a la amistad que durante más de cuarenta años nos unió (…) El nuevo año me encontrará sin tu amistad, perdida para siempre, pero leal a la dignidad de Colombia”. 

El Espectador, Bogotá, 13-IV-2019.
Eje 21, Manizales, 12-IV-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 14-IV-2019.

Comentarios 

Revuelo ha causado esta afortunada columna, no en el sentido «curioso» del tema, sino por el sufrimiento y desolación de almas que en la oscuridad del silencio fueron muy próximas. Gran pérdida no tener las cartas del poeta Pellicer. Inés Blanco, Bogotá. 

Pardo García sigue siendo una incógnita (aun imaginando que fuese bisexual) a quien todavía, a pesar de tus esfuerzos, debe ser remirado en su obra más que en sus pedazos biográficos. Jaime Lopera, Armenia.

Personaje exótico de mente atormentada, seguramente por los ingratos recuerdos de una niñez sometida a las rigideces de su nodriza y de las tétricas historias que en los retiros espirituales los curas solían contar sobre el infierno y demás castigos divinos. Además, la tortura de su mielopatía tuvo que ser permanente motivo de tristeza. Al final del artículo queda un fino toque de intriga al referir la drástica terminación de una prolongada amistad con Pellicer, por haberle aceptado este una invitación a una persona indigna para Colombia. ¿Quién fue esta persona? Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Respuesta. El colombiano Hugo Latorre Cabal, que trabajaba como redactor del diario Excélsior de Méjico, invitó a Pellicer a vincularse a su espacio periodístico. Corría el mes de diciembre de 1956, época en que imperaba en Colombia la dictadura de Rojas Pinilla. Y Pellicer aceptó dicha invitación. Con estas palabras enjuició Pardo García el acto de su amigo en la carta que cito en mi artículo:

Pero hay algo grave en lo que acabas de hacer: mientras mis grandes amigos colombianos, doctor Eduardo Santos y Roberto García y mi casa colombiana de El Tiempo se ven amenazados en sus vidas, en su independencia, en su dignidad, por la dictadura, tú aceptas colaborar con el funesto individuo a quien se considera en Colombia como uno de los mayores traidores a la libertad de una patria que es también la tuya.

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