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Se buscan editores

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Ha caído en mis manos un libro desteñido por el paso del tiempo. El sello de la Editorial Minerva certifica una lejana época bogotana en que el autor de la obra sobresalía como cuentista y novelista. Se trata de la novela La tierra es del indio, prologada por el padre Félix Restrepo. Jaime Buitrago Cardona conformó en solo tres libros una obra fecunda: Pes­cadores del Magdalena (1938), Hombres trasplantados (1943) y La tierra es del indio (1955).

Dentro de las rarezas lite­rarias que se van quedando ocultas, descubrí que la citada novela obtuvo el primer premio en un concurso patrocinado por la Caja Colombiana de Ahorros, en 1950, y que inexplicablemente nunca la entidad publicó la obra. Escudriñando la biografía de Buitrago Cardona encuentro un hombre constante y silen­cioso en la labor intelectual, quien acosado por una apretada situación económica abandonó la universidad para deambular como profesor por tierras del Antiguo Caldas y de Bogotá. Luis Eduardo Nieto Caballero lo califica como un estudioso irrevocable de la literatura.

Este hallazgo puede resultar buena noticia para Colcultura dentro de sus propósitos por preservar el patrimonio cul­tural de Colombia. Y vale la pena mencionar otros nombres de la ya estrecha lista de me­cenas:

El Comité de Cafeteros del Quindío cumple destacada par­ticipación en la cultura re­gional, de donde Buitrago Car­dona es oriundo. Se recuerda la antología de Baudilio Montoya, un acierto del Comité.

El Banco Popular ha com­pletado cien títulos de su cono­cida biblioteca. Gracias al in­terés de Eduardo Nieto Cal­derón se recogió la obra disper­sa de Alberto Ángel Montoya, hecho que merece especial mención.

El departamento de Caldas prosigue su itinerario de tierra culta, como ejemplo para otras regiones ausentes por completo de estos afanes. Dos libros recientes corroboran dicha labor: Memoria de varones ilus­tres, de Antonio Álvarez Restrepo, y Elegía sin tiempo, de Fernando Mejía Mejía.

La Universidad Pedagógica de Boyacá cuenta con sus edi­ciones La rana y el águila, dirigidas por Vicente Landínez Castro. Se vienen promoviendo importantes libros de autores boyacenses, como Reyes, de cauchero a dictador, de Mario H. Perico Ramírez, y Leyen­das indígenas de Colombia, de Max López Guevara.

La Biblioteca Pública Piloto de Medellín, que preside Alejan­dro González, se ha propuesto lanzar libros de figuras antioqueñas y ha comenzado con La Historia contra la pared, de Juan Zuleta Ferrer, suceso de actualidad.

Ya que el tema es biblio­gráfico, caben algunas sugeren­cias. ¿Por qué las loterías del país dedican tan pocos recursos a la cultura? Todas debieran publicar por lo menos una obra al año de autores de su tierra. Sus recursos son, al fin y al cabo, del pueblo, a donde deben revertir. ¿Qué tal, por ejemplo, recoger la obra de Eduardo Arias Suárez, el grandioso cuentista de Armenia, cuyos trabajos están traducidos a varias lenguas? Pocas personas saben que él dejó inédita la novela Bajo la luna negra, con prólogo de Baldomero Sanín Cano.

Pregunto por qué Colcultura u otro organismo protector de la cultura no ha llegado hasta Jaime Barrera Parra, el extraordinario escritor santandereano que logró una de las mejores colecciones de artículos eruditos, comparables a los de Tejada.

¿Quién escarbará los ar­chivos de Jorge Santander Arias, maestro de maestros en el ensayo? La Universidad de Caldas, que le otorgó el grado de doctor honoris causa, nos quedó debiendo la recolección de su obra.

Grandes discursos políticos del país, muchos de ellos tra­tados de sabiduría, andan des­carriados. Laureano Gómez, Gaitán, Santos, López el gran­de, Alzate, Silvio Villegas, que hicieron historia, no tienen biógrafos ni editores. Tampoco los tienen figuras excelsas del periodismo.

Y punto. Es una manera de poner el dedo en la llaga. Obras valiosas de vivos y muertos se están perdiendo por falta de in­terés, y sobre todo de mecenas, una escuela en decadencia.

El Espectador, Bogotá, 13-IX-1978.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, septiembre de 1978.

 

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