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Archivo para miércoles, 5 de octubre de 2011

Juguete diabólico

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Teóricamente es un medio de transporte. Así todavía la usan algunas personas. Y se nos convirtió, casi sin darnos cuen­ta, en elemento de muerte. La moto se ha metido en tal forma en la sociedad, que llegó a adquirir su propia personali­dad. Prsonalidad siniestra. Es uno de los mayo­res signos de esta enrevesada época tan amante del vértigo y las emociones fuertes.

En las vías de Colombia se destrozan a diario, víctimas de un nuevo estilo de muerte, jóvenes supersónicos a quienes parece no importar la vida. Tampoco respetan la vida de los demás, acaso por ese afán tan característico de los nuevos tiempos que pretende estable­cer un sistema distinto, sin demasiados afanes, aunque con mucha prisa. Los jóvenes de hoy viven a su manera, distan­tes de normas que pudieran limitar su independencia, y esclavos de lo superfluo y lo fugaz. Por eso se sienten en su atmósfera cuando vuelan en alas del viento, viajeros pertinaces por los mundos misteriosos del suspenso y la aventura, creados por ellos mismos para suicidar­se.

La juventud contemporánea se caracteriza por un vehe­mente apetito de búsqueda y conquista. Pero no es dada a gastar muchas energías. Le gusta vagar, ir a toda máquina, descubrir nuevos ímpetus. El riesgo no la asusta y por eso desafía el peligro en cada pirueta y a cada instante. Danza sobre el abismo porque encuentra extraño placer en el vacío. Se lanza a él con los ojos cerrados, sensualmente, y se sumerge en las profundida­des del frenesí y la locura. Baila en la cuerda floja de la muerte lo mismo al mando del automó­vil que entregan los padres irresponsables para que el hijo imberbe adquiera categoría so­cial, que de la moto, que también logró su prerrogativa y pregona secretos paroxismos.

Hoy es más fácil defenderse de los atracadores que de las motos. En mejor castellano se llamaría motocicleta, pero la propensión a abreviar y muti­lar, otra moda actual, compri­mió la palabra. Moto es más breve y anda más rápido. El peatón, cada vez más impotente, camina tambaleando entre los peligros de las ciudades. La moto se robó la poca tranquili­dad que nos quedaba. Sus conductores no solo exponen su vida sino que atentan contra la sociedad en pleno. Gozan, con alegría morbosa, embis­tiendo a los transeúntes, retan­do a los automovilistas, burlán­dose de los buses, encaramán­dose en los andenes, bufando como fieras indómitas…

El ruido, el humo, la veloci­dad son verdugos implacables de las ciudades y las carrete­ras. La vida se volvió un arrebato. Por entre verdaderos nudos gordianos debemos tran­sitar, querámoslo o no. Los padres de familia, dispensado­res de tantas liviandades, se lamentan tarde de su conducta cuando el hijo acróbata termina destrozado. El Gobierno, otro cómplice, disminuye el arancel para que siga la invasión de motos torturando el ambiente de las ciudades y las carreteras y cercenando los hogares. ¿Lo sensato no sería prohibir estos juguetes del demonio? Pero ni siquiera se controla su veloci­dad.

Los caminos de la patria, antes desdibujados por las cua­drillas asesinas, están ahora tiñéndose de sangre aventurera. Es la sangre de una genera­ción que anda en moto, a toda marcha, más por las nubes que sobre la tierra. Ojalá que en cada hogar se impusiera la consigna de cortar tanto de­senfreno. Las vías del país y del afecto no pueden seguir manc­hadas. Hay que limpiarlas de peligros y de cruces. No es improcedente, entonces, aban­donar el ansia loca de correr, para que la vida sea más cuerda y resista más que un viaje supersónico.

El Espectador, Bogotá, 24-VII-1979.
La Patria, Manizales, 31-VII-1979.

* * *

Comentario:

Oportuna y ajustada a la realidad la crónica titulada Juguete diabólico. Ciertamente infunden pavor esos artefactos infernales llamados motocicletas, cada uno con su loco del manubrio encima y listo a arremeter contra lo que encuentre por delante. Bueno sería que esos horrendos aparatos llevaran la figura de una calavera humana sobre dos fémures, y en letras bien visibles la leyenda “Sálvese quien pueda”. Alberto Guarnizo, Ibagué.

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Rifas y engaños

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

El colombiano, elemento cán­dido y sugestionable, cree que en su futuro existe una lotería. Podrá no haber pan para el desayuno ni carne para el al­muerzo, pero no faltará el peda­zo de lotería. Primero el azar, después la obligación. Así, de pedazo en pedazo de suerte, malgasta el desnutrido presu­puesto que apenas alcan­za para medio subsistir.

Pero como al fin y al cabo en el futuro existe una lotería, si­gue probando suerte, cada vez con mayores esfuerzos. Quizá por el arranque de permanente desquite que abriga el corazón de los pobres, el comprador de ilusiones no renuncia a la opción de su lotería favorita y de paso adquiere cuanta bole­ta le ofrezcan de casas suntua­rias, automóviles moder­nos, viajes fantásticos y un sinfín de halagos que no sería sensato despreciar si la estrella del futuro le sonríe con tantos señuelos.

¿Cuánta plata gastamos los co­lombianos en jue­gos de azar? Son millonadas que se escapan a cualquier cálculo. Baste saber que todos los departamentos cuentan con su propia lotería, negocio tan lucrativo que no podría aban­donarse sin desbarajustar las finanzas regionales. A golpes de loterías por lo menos se atienden necesidades de la comunidad, como la salud pú­blica. El dinero de las ilusiones, que en el fondo son frustracio­nes, en este caso revierte en obras para el mismo pueblo. Son, por lo menos, contribucio­nes involuntarias para irrigar servicios sociales.

En el país proliferan rifas de todo orden, unas autorizadas, pero sin demasiado control, y otras subterrá­neas. El chance, por ejemplo, burla la ley y enriquece unos cuantos bolsillos. En algunas partes se ha entendido que es preferible legalizarlo a cambio de permitir que de todas mane­ras se venda a escondidas y con fuga de impuestos.

Tengo en mis manos la boleta de una rifa que anuncia como premio mayor una «lujosa resi­dencia de dos plantas» y como segundo premio una casa de una planta, no menos lujosa. El aspirante a poseerlas bien puede sentirse en palacios, y para eso compró pasaporte a la suntuosidad, así fuera sacrificando el pan del desayuno y la carne del almuerzo. Los dise­ños de las mansiones están di­bujados con tentadoras líneas arquitectónicas, entre arbole­das y toda clase de vanidades, como para conquistar al más apático.

Los felices ganadores se encontraron, a la hora de las definiciones, con que no exis­tían casas. En ninguna parte de las boletas estaban especifica­dos ni el precio ni el sitio de localización de los inmuebles. Si se insistía demasiado, se llegaría al peor barrio de la ciu­dad. En tales condiciones, y esto se llama estafa, cualquier suma que se recibiera, como sucedió, sería buena.

Las autoridades que aprue­ban planes de esta naturaleza permiten engaños flagrantes. Parece que no hay tiempo para evitar el fraude. No sólo se autorizan sorteos a porrillo para cuenta obra pía o impía se inventan los parroquianos, y que no dejan la vida en paz, sino que ni siquiera se estudia la letra menuda de las estafas. Hay que dudar de que exista control alguno por el solo hecho de circular las boletas selladas por la alcaldía.

Los trucos abundan. Se en­tregan, en lugar del bus resplandeciente, un armatoste herrumbroso y en plan de extinción. En ninguna parte figu­raban ni el modelo ni el valor. Y vaya alguien a quejarse. También hay planes serios y que cumplen fines no­bles, como los de la Cruz Roja. Si se juega, hay que saber ele­gir.

Los engaños son posibles porque en la mente del colombiano iluso existe un recóndito anhelo de fortunas, de bienes secretos y sorpresivos, de capitales sin trabajar, de ocios y desquites. El gringo no juega loterías y es productivo. El colombiano es por lo general perezoso. Por eso vive no sólo frustrado, sino también en la inopia. Somos confiados. Soñamos mucho. Y los sueños, sueños son…

La Patria, Manizales, 20-VI-1979.
El Espectador, Bogotá, 25-VI-1979.

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Mercado extrabancario

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Los medios de pago, o sea, el dinero circulante, que llegan hoy a 132 mil millones de pesos, constituyen el mayor peligro para los gobiernos. Producen verdaderos cataclismos económicos si no se mantienen controlados. El exceso de dinero en poder del público atenta contra la seguridad de una nación. Es inevitable el alza de la vida cuando el incentivo del dinero hace crecer la demanda de los artículos.

Mientras más personas ofrezcan por un artículo, mayor tendencia existe a que ese artículo se encarezca. Este claro ejemplo ­lo vivimos durante la pasada bonanza  cafetera, cuando los trabajadores, por una parte, y los finqueros, por la otra, presionaron con sus billetes la vida regional. Esos billetes desencadenados hacían subir en horas y hasta límites increíbles el precio del vestido, de los zapatos, de la comida o la botella de aguardiente.

Eran pesos que se apoderaban de todo cuanto se pusiera a su alcance, hasta conquistarlo y arrasarlo. Por reflejo, todo subió. El tendero –la mayor brújula de la economía– elevó precios en un santiamén, y lógicamente no se durmieron ni el carnicero, ni el peluquero, ni el lustrabotas, ni el agiotista…. Así, todos nos quedamos inflados, o sea, victimas de la inflación.

Para evitar tales desbordes, las autoridades monetarias tienen encerrados los billetes. No sabemos cuándo los suelten. No han encontrado fórmulas para el desmonte del encaje marginal. Se dice, en buen castellano, que el dinero bancario se acabó. A golpes de encaje se ha manejado, bien que mal, una inflación que sería incontrolable de otra manera. Por imprevisión en el manejo de sus finanzas, países como Chile, Brasil y Argentina pasan momentos dramáticos.

Viene la otra cara de la moneda y es el mercado extrabancario. Al reducirse el dinero en los bancos, salen a la plaza los usureros. Hablar hoy de tres por ciento, siendo una tasa elevada, es algo normal. Los agiotistas, dueños del mercado, se ríen de los bancos, los miran de medio lado y los retan a sus anchas. Son amos absolutos que cobran el cuatro por ciento, el cinco, el seis… Viven a expensas de una economía que no encuentra armas para eliminarlos.

Las cargas del interés se trasladan a los artículos, o sea, al consumidor final. El comerciante paga más por conseguir el dinero y cobra más por vender el artículo. Todo este proceso multiplicador está accionado por la regla más seria y más complicada del mundo económico: la oferta y la demanda. Quienes no logran sostenerse en pie, se quiebran. El mercado de los negocios está poblado de cruces. Estas muertes civiles son desastrosas para un país que necesita una economía fuerte que conjure tanto malestar social.

La paradoja es grande. Se restringe el crédito para evitar la inflación y al mismo tiempo se incentiva el mercado extrabancario, el de las altas tasas y las duras calamidades. ¿Realmente se han reducido los aumentos inmoderados de precios? ¿El país está produciendo?

El encaje marginal lleva más de dos años de estable­cido, tiempo demasiado largo para una medida de emergencia. El país debe regresar al encaje ordinario. La inflación debe, naturalmente, atacarse con medidas fuertes. Pero si al propio tiempo se fomenta la usura de los capitales subterráneos, nunca se llegará a la desea­ble economía de producción, cuyo mayor distintivo es el de los costos moderados. Todo un rompecabezas que no logran desatar nuestros inquietos economistas.

La Patria, Manizales, 14-VI-1979.

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Eduardo Arias Suárez

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

La vigencia de un escritor olvidado

 Por: Gustavo Páez Escobar

Nació en Armenia el 5 de febrero de 1897 y murió en Cali el 19 de octubre de 1958. El tiempo, destructor o protector de famas, ha demostrado en el caso de Eduardo Arias Suárez que su obra literaria resiste el rigor de los años, porque se escribió con suficiente aliento para traspasar los límites de la caducidad y de la gloria efímera.

Las nuevas generaciones, empero, no conocen a Eduardo Arias Suárez. No lo conocen por no estudiarlo. Y es que las humanidades perdieron enjundia y hoy se va por las ramas, sin demasiados afanes, buscando más lo novedoso que lo estructural. Hasta personas de otros calendarios y otra formación, que se suponen cultas, van desentendiéndose de nuestros literatos. Habrá que recordarles que este creador fantástico, acaso el mejor cuentista de Colombia y de Hispanoamérica, se quedó en el tiempo como intérprete de las costumbres y los sentimientos del hombre.

Las telarañas del olvido

Los pueblos se olvidan de sus humanistas. Es signo característico de la naturaleza humana. Nada nuevo, por consiguiente, se descubre cuando las juventudes actuales, movidas más por las fantasías de lo superfluo y, por eso, cada vez menos interesadas en los valores del espíritu, ignoran el acervo de nuestra idiosincrasia.

Y no se piense que la literatura de Arias Suárez está dirigida a un círculo reducido. Es, por el contrario, escritor para todos los públicos, de fácil y agradable erudición. Digamos, más bien, que hoy los jóvenes no leen ni disciplinan la inteligencia, enredados en las sutilezas de un mundo ligero. Mas la literatura, don inapreciable que se transmite de generación en generación, jamás se detendrá.

Es preciso rescatar de entre las telarañas del olvido los nombres de quienes fueron superiores al destino fugaz. Arias Suárez, mente inquieta, descubrió la versatilidad del hombre y escribió en grande para que se le escuchara en todos los tiempos. Su obra, ausente de las librerías, debe llegar a las juventudes de este mundo contemporáneo tan necesitado de guías formativas.

Marco estrecho

Si bien Arias Suárez sobresale con luz propia, es necesario que se le conozca con mayor profundidad para que no sea personaje inmóvil. Conforme en su Armenia nativa ningún colegio, ninguna avenida o parque llevan su nombre, es lícito reclamar a los críticos del país su omisión o su demora en ocuparse con mayor interés de este valor representativo de la literatura colombiana. Los prototipos de las letras deben fijar un sitial permanente en la conciencia de los pueblos para que sean orientadores y no simples fichas de antología, apergaminadas e inexpresivas.

La nación está en deuda con Arias Suárez. Podemos salimos del marco estrecho de quienes no estudian a los humanistas, para llegar al propio corazón del país y decirle que está en mora de difundir en las épocas actuales la personalidad de quien hizo brillar el nombre de Colombia más allá de los mares. Su primer libro, Cuentos espirituales, vio la luz en París gracias al empeño del doctor Eduardo Santos, convencido de las calidades literarias del oculto odontólogo de provincia que un día, deseoso de mundo y de experiencias, se fue en pos de otras culturas. Allí volvió famoso el seudónimo de Constantino Pla y es posible que muchas de sus producciones se encuentren perdidas en revistas y periódicos europeos. Sus cuentos –el género en el que más se distinguió– están traducidos al ruso, portugués, francés, inglés e italiano. Como ironía, esos mismos cuentos desaparecieron de la circulación en nuestro país.

Caudalosa sensibilidad

Su mérito en el cuento reside en la fuerza interior de sus personajes. Fue ante todo un explorador de lo sicológico, que se valía de figuras tan características del pueblo como la solterona, el peluquero, el billarista, la comadrona o el maestro de escuela para tratar los problemas sociales. Dueño de grandes recursos estilísticos, supo llegar a la gente sin complicaciones ni mentiras, y en cada producción ponía algo de su caudalosa sensibilidad y encontraba salidas espontáneas a su emotividad en pasajes tan maravillosos como Guardián y yo –su mejor cuento– o La balada de ensueño, soneto que le hizo ganar en Bogotá la Violeta de Oro en los Juegos Florales de 1936, al lado de Andrés Holguín, el otro galardonado.

Su obra literaria permanece no sólo oculta, sino además inédita en gran parte. Aprendió a traducir los temas sociales a lo Balzac, y sin embargo, las nuevas épocas no se han preocupado por recoger su pensamiento. Hoy sus libros no se consiguen porque no volvió a editársele. No es de extrañar, entonces, que las juventudes vivan distantes de él.

El periodista

A la par que en el cuento, la novela y la poesía, también cosechó triunfos en el periodismo. Fundó y dirigió en Armenia El Pequeño Liberal y El Quindío, periódicos de tenaz empeño provincial. Fue colaborador de El Gráfico y El Tiempo entre 1921 y 1923, y más tarde corresponsal de este último en España, Francia e Italia. En el Carabobeño de Venezuela tuvo participación activa, y la ciudad de Valencia de aquel país le otorgó el título de presidente del Colegio de Odontólogos.

Quienes lo trataron comentan su permanente afán de cultura que lo mantenía en pugna con su profesión de odontólogo, no siempre generosa para depararle una subsistencia reposada. Es la eterna lucha del cerebro superior que trata de no depender de lo material, por lo general infructuosamente y con serios choques sobre la personalidad.

Alma sentimental

Pocas figuras de las letras tan polifacéticas y extrañas como la suya. Hablan sus biógrafos de un ser enigmático. Ensimismado en su mundo interior, mundo inquieto y a veces atormentado, no era persona fácil para el trato corriente y solo las personas de su confianza conseguían disfrutarlo. Situado, sin duda, frente al planeta conflictivo que él pretendía reformar con su pluma, lo asaltaban los diablos de su inteligencia para producirle desazón espiritual. No todos, por eso, lograban penetrar al maravilloso universo que escondía su alma sentimental, capaz de volcarse en relatos de tanta emoción como el de La vaca sarda. Su hija Rosario se conmueve hoy recordando al padre romántico que le enseñó a dialogar con la luna.

Este, a grandes rasgos, es Eduardo Arias Juárez. Su obra es patrimonio nacional. Fue escritor que le huía a lo efímero para merecer la inmortalidad.

Cuando el Comité de Cafeteros del Quindío, entidad vigilante de la cultura regional, acomete la empresa de rescatar sus escritos, hay que repetir que la literatura no se detiene. Sale en defensa del talento quindiano esta institución representativa, no dispuesta a permitir que se dilapide un patrimonio común.

Obras inéditas

La novela inédita Bajo la luna negra, prologada por Baldomero Sanín Cano, se convertirá en suceso editorial del país gracias al interés del Comité  de Cafeteros del Quindío, que entiende su compromiso con los escritores de la comarca. Al propio tiempo aparecerá una selección de los mejores cuentos –la mayoría inéditos, y vaya uno a saber por qué– de este viajero pertinaz por los caminos del mundo que regresa ahora a su comarca, 21 años después de muerto, con la cosecha de su inteligencia. Con todo esto confirmamos que el escritor no muere.

La obra de Eduardo Arias Suárez, oculta pero no perdida, verá la luz que a veces se le niega a la cultura cuando no hay sensibilidad para apreciar la estética, y que como paradoja es la única luz que redime al hombre de su angustia espiritual.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 17-VI-1979.
La Patria, Revista Dominical, Manizales, 17-VI-1979.
Revista Manizales, No. 669, febrero de 1997.

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Misiva:

Conocidos los resultados de la conversación sostenida por el doctor Tirado con la familia Arias y teniendo en cuenta tus experiencias como hombre de letras y autor de varias obras de indudable valor literario, el Comité quiere abusar de tu amistad pidiéndote el favor de que seas tú quien dirija la edición de las obras de Eduardo Arias Suárez.

Hernán Palacio Jaramillo, presidente del Comité de Cafeteros del Quindío.

 

 

 

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El café y el hombre

miércoles, 5 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Nos hemos acostumbrado a mirar la prosperidad del café, pero pocas veces nos detenemos en las penurias de quienes hacen posible ese bienestar. El trabajador campesino, no pro­pietario, resulta un deshereda­do en medio de la abundancia de predios que él mismo cultiva con sudores y angustias.

El desnivel social, el mayor lastre de la humanidad, ha provocado siempre grandes conflictos. La desigualdad de clases es el mayor acicate para las revoluciones y peligroso reto para los gobiernos. Por eso los postulados de la Iglesia, en esta hora dramá­tica del mundo, claman por la protección del rico hacia el pobre; por el salario justo; por la seguridad de la familia y el razonable equilibrio humano.

La vida en los campos cafete­ros es sufrida. Las familias se acostumbraron a ser numero­sas y por eso crecen apiñadas y rodeadas de estrecheces. Hay que distinguir entre el obrero ocasional perteneciente a la población trashumante que re­corre el país sin arraigo a ningún medio, y el que perma­nece y muere en su tierra, y no en la suya propia, sino en la de sus amos. Es este el tenaz hacedor de riquezas ajenas, fiel con la parcela que nunca será suya y quien a duras penas consigue formar a la prole en la misma severa condición de eternos jornaleros.

Vistas así las circunstancias extremas del campesino, es preciso hacer un alto para pregonar algunas de las realizaciones del Comité de Cafeteros del Quindío, entidad digna de ponderación. Y lo que se diga de este Comité tomado de modelo, por ser conocido en su espíritu de servicio por quien esto escribe, ojalá sea el común denominador de los otros comités del país.

Situados en el Quindío, ha de saberse que es la región colombiana que posee mayor electrificación rural. Los es­fuerzos del Gobierno departamental y del Comité de Cafete­ros se han complementado para crear reales obras de infraest­ructura campesina, como la apertura y sostenimiento de caminos veredales, la instala­ción de acueductos, la cons­trucción de puentes, escuelas, restaurantes, campos deporti­vos, centros de salud y todo un engranaje de higiene ambiental. Los hijos del campo, en otro tiempo huérfanos de todo miramiento, reciben hoy aten­ción médica en cualquier hospi­tal del Quindío y tienen acceso a una vasta red de escuelas.

Acaba ahora el Comité de fundar el «Centro de Servicios para el Trabajador Cafetero», en la ciudad de Armenia, empresa única en el país y en Latinoamérica, cuya mira exc­lusiva es el campesino cafetero no propietario. Tiene como finalidad la de satisfacer im­portantes necesidades del tra­bajador, al tiempo que le brinda esparcimiento y educación. En­cuentra allí el campesino consulta médica y odontológica, farmacia, cafetería, cine re­creativo y educativo, alfabeti­zación, servicio de correo, peluquería, biblioteca, teatro, televisión, deportes y todo un conjunto de beneficios que lo ponen en contac­to con la civilización y lo hacen sentir digno.

Las obras positivas merecen destacarse. Esta ojeada al pa­norama del Quindío, donde el café se suda y luego se inyecta a la economía del país, indica que hay preocupación por el cam­pesino cafetero. El primer obje­tivo de una sociedad culta debe ser el hombre. Romper los desequilibrios sociales con esta clase de proyecciones es una manera de engrandecer la exis­tencia.

Así lo entienden Hernán Pa­lacio Jaramillo, el dinámico y visionario presidente del Comi­té de Cafeteros del Quindío, empresario convencido de la bondad campesina, y el entu­siasta grupo que lo acompaña en estos programas altruistas.

Ojalá algún día fuera posible redimir por completo a aquel «siervo sin tierra» pisoteado por el hombre, lo mismo en los campos de Tipacoque que en los del Quindío –donde quiera que existan amos y peones–, del que no siempre, o casi nunca, nos acordamos en el diario trajín de otros afanes.

La Patria, Manizales, 29-V-1979.
El Espectador, Bogotá, 1-VI-1979.

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Misiva:

A nombre del Comité y mío propio te expreso sincera gratitud por el artículo que publicaste, lleno de generosos términos para nuestra entidad cafetera. Realmente la obra que se está adelantando en el campo de la salud rural es de grandes proporciones y benéficos resultados y constituye para el Comité su máximo orgullo. Esperamos seguir adelante y que personas de tu calidad humana y literaria nos colaboren llevando el mensaje a nuestros campesinos y cafeteros de la región. Hernán Palacio Jaramillo, presidente del Comité de Cafeteros del Quindío.

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