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Junco: palabra mágica

miércoles, 23 de marzo de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar

¿Cuántos millones de veces habrá sido escrita o pronunciada la palabra junco después de que Irene Vallejo publicó en septiembre de 2019 El infinito en un junco? Pocas veces una sola palabra –tan poco corriente como la que aquí menciono– ha producido semejante explosión en el universo bibliográfico. Esta obra ha resonado en el mundo como un fenómeno literario que ha vendido 400.000 ejemplares en 2 años y medio, de las 41 ediciones que se han elaborado en 32 idiomas.

¿Qué es un junco? Una planta de los pantanos, cuyas hojas se emplean en diversas labores, como la cestería y las techumbres. Su historia se remonta a seis milenios, cuando los egipcios descubrieron su utilidad para escribir en ellas. De ahí proviene el papiro. Este hecho fue el que inspiró a Irene Vallejo para llegar al alma de los libros a través del junco. Doctorada en filología clásica y amante de la cultura grecolatina, se sumergió en las aguas de Mesopotamia y comenzó a extraer la materia para escribir su obra monumental: la historia del libro. Esta historia ha sido escrita como si fuera una novela o una fábula, y acaso un sueño, en 452 páginas de deslumbrante belleza y sabiduría.

La autora transitó por todas las épocas de la humanidad. Se enfrentó a todos los retos. Penetró en todas las bibliotecas. Quedó, por supuesto, obnubilada con la de Alejandría, un universo inabarcable. Y supo que cada biblioteca, por sencilla que sea, es un templo del saber, de la paz y del espíritu. Así definió este recinto: “Toda biblioteca es un viaje; todo libro es un pasaporte sin caducidad”.

Descripción esta que me hace recordar la nota que dejé en la solapa de Caminos (1982): “La vida está cruzada por caminos. Cada idea es un camino. Un libro es un camino abierto y no siempre bien transitado”. Han pasado los siglos, y hoy la escritura original que los egipcios crearon en hojas extraídas de la planta se volvió el mayor progreso de la civilización. Sin la palabra, el mundo sería un caos. Lo es en otros sentidos, pero si no existiera la palabra, el hombre, por su incapacidad para comunicarse con sus congéneres, amar y buscar fórmulas de vida, sería un monstruo sin pies ni cabeza.

Irene Vallejo hizo del junco una palabra mágica, que será una identificación, un rótulo de sí misma, como lo es Macondo de García Márquez, o Comala de Juan Rulfo, o Tipacoque de Caballero Calderón. Sacó el junco de la oscuridad de las aguas, lo brilló y le dio realce. El vocablo apareció en el siglo XI y pasó a ser un apellido vasco. Hoy lo llevan 25.000 personas en el mundo. En Colombia son más de 3.000.

Con prosa brillante, deliciosa amenidad, mente erudita y admirable capacidad como narradora y catedrática, Irene llega hasta el nacimiento de la escritura y, de mano con los grandes pensadores del mundo, recorre paso a paso toda la evolución del libro hasta plasmar esta obra portentosa.

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El Espectador, Bogotá, 12-III-2022,  Eje 21, Manizales, 11-III-2022, La Crónica del Quindío, Armenia, 13-III-2022.

Comentarios

Agradezco inmensamente que hayas escrito este artículo, y que esté escrito con admiración, con gratitud y con el conocimiento profundo y amoroso que tienes por los libros. Esas son parte de las razones por las cuales te pedí que escribieras sobre él. Sabía bien que apreciarías su belleza, su erudición, lo gratamente que está escrito y lo mucho que enseña. Diana López de Zumaya, Ciudad de Méjico.

En efecto, El infinito en un junco es un libro extraordinario y muy acertada la referencia que haces a tus palabras en Caminos:  «Un libro es un camino abierto». De allí la maravilla de los libros. Esperanza Jaramillo, Armenia.

El libro es una joya. También un fenómeno literario para una mujer tan joven y sencilla: 42 años. He escuchado un sinnúmero de audios y conferencias hablando del libro y realmente es fascinante. El título inicialmente no era ese; sin embargo, quiso que tuviera un nombre poético y así lo logró. El junco milenario es, en mi concepto, abrigo, agua, textura, hilo, tejido, papiro, escritura, vuelo, metáfora… una bella palabra. Inés Blanco, Bogotá.

A Benjamín Villegas le preguntaron: ¿Qué es un libro? Respondió: Es el camino a la felicidad. Jeff Bezos inició Amazon con sus libros digitales, pero con el paso del tiempo volvió a abrir tiendas de libros físicos, cuando algunas personas creían que los libros físicos se habían acabado. Con tu artículo aprendí muchas cosas que no sabía sobre mi pasión por los libros. José Miguel Páez Barón, Bogotá.

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Sólo Boyacá

sábado, 11 de febrero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La adhesión de Otto Morales Benítez al departamento de Boyacá viene desde sus albores estudiantiles, cuando comenzó a descifrar los hechos patrióticos y a comprender el sentido de la nacionalidad. Y más tarde, en su vida pública y en su carrera de escritor, cuando se compenetraba cada vez más con los símbolos y los valores vernáculos de que es tan rica la tierra boyacense. Ya desde 1950, en el capítulo Algunos aspectos de su cultura, que hace parte de su reciente libro Sólo Boyacá, dedicado con devoción a esta parcela grande de la patria, divagaba con hondura sobre la obra de Eduardo Caballero Calderón, que gira, casi toda, alrededor de Tipacoque y el alma campesina.

Los enfoques contenidos en esta obra de 514 páginas, publicada con el auspicio de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, indican que Morales Benítez conoce muy bien a Boyacá. Se dedicó a estudiarlo desde sus lejanas mocedades, lo visitó muchas veces en sus giras políticas, lo escudriñó en numerosos trabajos como escritor analítico, y hoy remata el concepto con este acopio de ensayos que le fueron brotando con espontaneidad al paso de los días, en más de medio siglo de fecunda indagación.

Nunca fue invitado de piedra, sino que aprovechó sus contactos con la tierra y con la gente para saber cómo piensan, escriben, actúan los boyacenses, y para detenerse en los monumentos y obras de arte que surgen como testimonio del  pasado glorioso. El escritor se escapa a Boyacá siempre que encuentra un resquicio para asistir a los sucesos comarcanos. Allí se dedica a husmear la historia, remover la piedra milenaria, pasear por los horizontes mágicos y aprender nuevas cosas.

Para decirlo de otra manera, Morales Benítez es un boyacense más. Este título tan bien ganado es el franco reconocimiento que le hace la región por su identidad con las tradiciones, las costumbres y los valores locales y por su asidua labor de divulgación de todo lo positivo que allí existe y le da hitos de grandeza a la comarca. Con esta consideración, la Academia Boyacense de Historia lo designó hace muchos años como socio honorario.

La historia y la cultura boyacenses, unidas a los paisajes y a la riqueza terrígena, constituyen dones inapreciables, de desconcertante magnitud. Nunca se terminará de interpretar el pasado histórico de Boyacá, ni abarcar la pléyade de hombres, ubicados en los campos del arte, la literatura, la política, la vocación religiosa o el ejercicio militar, que han sido las tendencias más marcadas de los pobladores de ayer y de hoy.

Por todas estas áreas pasea su pluma Morales Benítez, unas veces para exaltar las gestas patrióticas o admirar el patrimonio artístico, otras para estudiar la obra de los escritores y poetas. Y siempre para señalar a Boyacá como departamento de infinitos caminos y portentosas virtudes.

El tema del mestizaje, uno de los hechos indoamericanos más estudiados por el escritor caldense, encuentra aquí terreno fértil para elaborar planteamientos de interés para la cultura nacional. El folclor y la identidad cultural, que se expresan lo mismo en los caballitos de Ráquira, en el arte religioso o en la música autóctona, llevan de la mano al analista reflexivo que hay en Morales Benítez para resaltar la autenticidad de la raza aborigen.

Cuando escarba en los veneros del arte y las letras, decanta grandes figuras reconocidas a lo largo de los años, como Eduardo Caballero Calderón, Armando Solano, José Mar, Gabriel Camargo Pérez, los hermanos Torres Quintero, Vicente Landínez Castro, Enrique Medina Flórez o Javier Ocampo López , y se detiene en nuevas revelaciones, como el escultor César Gustavo García Páez.

El libro de Otto Morales Benítez es un canto a Boyacá. En el juego de los amores mutuos faltaba esta declaración a la tierra que lo ha acogido, lo ha agasajado y lo distingue como personaje entrañable. El título de la obra es una expresión de exclusividad literaria, que hace más firme la unión espiritual: Sólo Boyacá.

El Espectador, Bogotá, 24-X-2002.

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Bocetos y vivencias

domingo, 29 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Desde la bella tierra de Barichara, donde reside embelesado hace largos años, el escritor y académico boyacense Vicente Landínez Castro pone en circulación su noveno libro: Bocetos y vivencias. Toda obra suya tiene un sello inconfundible: la pureza y elegancia del lenguaje, la poesía de las imágenes, la riqueza de las ideas y las altas miras de los enfoques humanísticos.

Maestro del ensayo, al que viene consagrado desde sus lejanas y fecundas jornadas culturales en la ciudad de Tunja, la mayor parte de su producción gira alrededor de este género. Ha hecho de sus escritos un venero de sapiencia y un jardín de floraciones estéticas. Es un intelectual puro y un trabajador incansable de la palabra, y vive en función constante de pensar y producir.

Cuando dirigió el departamento de publicaciones de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, creó una valiosa revista que circulaba en todo el país y que se queda con la impronta de su autor: Pensamiento y acción.

Su nuevo libro, procesado en San Gil con admirable técnica editorial, reúne sesudos estudios sobre personas y sucesos de la vida cultural colombiana, con algunos atisbos hacia escritores de otros países, y se convierte en manual de consulta que pueden envidiar las bibliotecas más exigentes. Páginas ya consagradas se trasladan de otros libros suyos de vieja data, como la manera de airear el pensamiento y renovar las ediciones.

Landínez Castro, enamorado entrañable de Boyacá y su gente, ha sido el gran cantor de las tradiciones y excelencias de la tierra que le nutrió el alma de ensueños y le enseñó a pensar y a querer en grande. Leyendo este acopio de exploraciones  sobre eminentes figuras comarcanas, es como si la voz del pasado reviviera en sus ensayos, marcados por la hondura del análisis, la destreza para calificar caracteres y el preciosismo de los juicios y de la expresión idiomática.

Figuras de nuestro Boyacá glorioso, preñado de grandeza intelectual, resurgen en los estudios dedicados, entre otros, a Eduardo Torres Quintero –su maestro y su álter ego–, Juan Clímaco Hernández, Armando Solano, Eduardo Mendoza Varela, Enrique Medina Flórez, Javier Ocampo López, Ramón C. Correa, Carlos Arturo Torres. Cuando se va por otras latitudes del país o del exterior, lo mismo sucede  con los nombres de Marco Fidel Suárez, Baldomero Sanín Cano, Otto Morales Benítez, Germán Arciniegas, Jorge Isaacs, Gabriela Mistral, Azorín,  Montaigne.

Rasgo imprescindible en el garbo de este ensayista, que acostumbra expresar en cartas privadas, es el de comentar los libros que le llegan a su corralito de piedra de Barichara. En el libro a que alude la presente nota hay alusiones, convertidas en  ensayos, sobre obras recientes que han ingresado a su vasta biblioteca. Engrandece a los hombres cuando los encuentra, como él, recorriendo y sufriendo los ásperos caminos de las letras.

Sabe que el estímulo, como el pan, se hicieron para alimentar el espíritu y recuperar las fuerzas, y no ignora que el hombre de letras es un ser ignorado  por la sociedad, cuando no por sus propios colegas encumbrados, y que por eso mismo necesita una voz de aliento en su andar solitario.

La carátula de Bocetos y vivencias es un viejo dibujo que el maestro David Parra Carranza elaboró para ilustrar el cuento La ventana de la hermana Lucía, publicado en Tunja –¿cuántos años hará?– por el personaje de Barichara. Primera noticia que tengo, a pesar de mi estrecha amistad con el autor, sobre su incursión en el género del cuento. Pienso que ese trabajo, perdido en el tráfago de los días, hoy sería una novedad, como lo fue el cuento de Julio Mario Santo Domingo que reveló en días pasados Juan Gossaín en edición dominical de El Espectador, o como el único cuento que, en 1925, escribió el poeta Luis Vidales con el título Tragedia de un rostro.

Quiero resaltar la virtud cardinal que he mencionado en otras ocasiones sobre el estilo de Vicente Landínez Castro: la brevedad luminosa de su escritura. Mide las palabras después de someterlas a la purga implacable de la corrección idiomática y el brillo de las ideas. Sus escritos son modelo de claridad, donosura y belleza. Ya lo dijo el maestro Arciniegas: “Hasta donde yo conozco no hay otro colombiano que escriba un castellano más perfecto, expresivo, elegante y jugoso que el suyo».

El Espectador, Bogotá, 27-XII-2001
Repertorio Boyacense, No. 338, Tunja, abril de 2002

 

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Vigencia de Gaitán

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando Horacio Gómez Aristizábal tenía 14 años de edad conoció a Gaitán. Aquella vez, en una manifes­tación que se realizaba en la plaza de Armenia, se sintió deslumbrado con la presencia del hombre público que enardecía multitudes con su talante de caudillo y su oratoria estremecedora. La sola noticia de que Gaitán llegaba a la capital quindiana en una de sus giras políticas por el país, mantuvo durante varios días, en ardorosa ex­pectativa, al joven estudiante que en secreto había creado un ídolo en la persona del tribuno del pueblo.

El magnetismo ejercido por Gaitán se venía incrementando al paso de los días, y cuando Gómez Aristizábal gozó del privilegio de escucharlo y presenciar de cerca sus ademanes oratorios, sintió que algo fulminante había ocu­rrido en su vida. El ídolo, ahora de carne y hueso en la plaza de Armenia, no sólo avivaba su entusiasmo juvenil sino que lo impulsaba a seguirlo.

Es posible que aquel día Gómez Aristizábal se hubiera decidido por el derecho penal. No hay duda: la admiración despierta el deseo de imi­tación. Hace surgir una envidia sana por poseer las mismas virtudes del maestro. Tal fue la irradiación que produjo el líder social en el menudo estudiante quindiano, que de ahí en adelante, y a pesar de que éste milita­ría en el partido contrario, las ideas del caudillo serían fuente de estudio y orientación para el brillante penalista que es hoy Gómez Aristizábal.

Leyendo el libro que éste escribe sobre Gaitán, acabado de salir al pú­blico en nueva reedición, no me cabe duda de que dicha obra comenzó a escribirse en la mente del escritor el día que el jefe de multitudes pasó por la plaza de Armenia e hirió con su elo­cuencia la sensibilidad de su futuro admirador.

Obra que recoge y analiza el pen­samiento de Gaitán, no hasta el extre­mo de la idolatría, sino como faro de un ideario político de avanzada, que ha ejercido papel esencial en la vida del país. Las posiciones vertica­les del caudillo revolucionario cuando embestía contra los oligarcas y defen­día la causa de los humildes, que otros han tratado de imitar sin convicción, y sobre todo sin la fuerza del intelectual y el dirigente que era Gaitán, se echan hoy de menos en esta Colombia mar­cada como nunca por las desigualda­des sociales.

El repaso histórico que hace Gómez Aristizábal sobre la vida de Gaitán y la vigencia de su filosofía política, resul­ta aporte sustantivo para enaltecer la memoria del mártir, cincuenta años después de su holocausto. Jorge Eliécer Gaitán sigue vivo en Colombia. Su doctrina continúa incólume. Nadie ha logrado enarbolar sus mismas ideas, aunque muchos pretendan apa­recer como sus abanderados. ¿Dónde están los verdaderos luchadores de los intereses populares? A estas reflexio­nes convoca la lectura del ensayo del penalista y escritor quindiano.

La Crónica del Quindío, Armenia, 9-VII-1998

 

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Jaramillo Ángel y Vargas Vila

miércoles, 11 de enero de 2012 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Gracias al celo conyugal de Merce­des González Cifuentes se ha publicado la obra póstuma de de Humberto Jaramillo Ángel: Vargas Vila con otros escritores. Se trata de crónicas preparadas en los años 1990 y 1991, las que, frustradas por la muerte de su autor, quedaron bajo el cuidado de su fiel compañera.

Otto Morales Benítez, en el prólogo del libro, traza un esbozo certero sobre la personalidad literaria y humana de Jaramillo Ángel, sobre quien dice que “su peregrinaje no obedecía sino a un mandato: el arte y, en especial, la literatura». Toda su vida, en efecto, estuvo dedicada al noble ejercicio de las letras, bien como ensayista de limpia pluma, bien como vehemente crítico social y li­terario, bien como poeta y cuentista de castiza imaginación.

Uno de los personajes que más admiró en el mundo de las letras fue Vargas Vila. Lo leyó, lo estudió y lo asimiló. Sobre él publicó escritos diversos a lo largo del tiempo, y le dispensó el trato deferente de maestro.

Mejor: de su maestro. El demo­ledor panfletario y polemista que arremetía por igual contra el clero desubicado que contra los gobier­nos despóticos, lo mismo que con­tra los falsos ídolos de la sociedad, tenía por qué ser maestro de Jaramillo Ángel, otro espíritu rebel­de que hizo de la pluma un ele­mento de ataque y censura cuan­do de reprobar a la gente y sobre todo a los escritores se trataba.

Jaramillo Ángel manejaba, al igual que Vargas Vila, una prosa vigorosa y una mordacidad inna­ta. Les venía de la cuna la insatis­facción social. Estaban hermana­dos dentro del mismo estilo y el mismo temperamento. Nunca des­falleció la ferviente adhesión del escritor calarqueño a su maestro, y puede decirse que llegó más allá de la muerte con su libro póstu­mo.

Estas crónicas presentan a Vargas Vila en su trato personal y literario con grandes figuras de las letras, tanto colombianas como de otras latitudes.  Afloran allí amores y odios, afinidades y diver­gencias. Útil, sin duda,  este escrutinio que hizo el escritor quindiano sobre las andanzas de su maestro por los caminos de la inteligencia. A los genios se les entiende mejor cuando se les ubica en su mundo cotidiano, y esto es lo que hace Jaramillo Ángel en los ensayos que por fortuna ha rescatado su espo­sa Mercedes.

Vargas Vila es uno de los escri­tores más fecundos del país, y de los más densos en ideas y de mayor expresividad idiomática. Creador de metáforas refulgentes y de original y castigado estilo li­terario –que por lo general iba en contravía de las reglas aca­démicas–, sus libros, que llegaron al centenar, hacían estremecer a sus innumerables lectores de Amé­rica y de Europa. Era ídolo de multitudes, genio del talento. El maestro Valencia lo llamó «el divino».

Hoy vuelven a aparecer sus obras en las librerías, editadas por la editorial Panamericana. Regre­sa otra vez a su patria el ilustre desterrado que hizo grande el nom­bre de Colombia por los aires del mundo.

La Crónica del Quindío, Armenia, 26-V-1998

 

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