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Archivo para lunes, 31 de octubre de 2011

Adel y sus cumbres manizaleñas

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Un amigo mío, que lo acaba de vi­sitar en Manizales, me dice que Adel López Gómez ya no escribe en el periódico La Patria. Se le acabó la tribuna; se la quitaron, me precisa. Compré el diario durante varios días y comprobé, en efecto, que el pe­riodista de toda la vida, a la par que cuentista, novelista y académico de renombre, se hallaba ausente de su periódico cotidiano.

El amigo me precisó que Adel, aunque sometido a los quebrantos de salud de sus 86 años de edad, man­tiene completa lucidez mental. Esa ha sido, por lo demás, su permanente disposición desde que se inició muy niño en los rigores del cuento, al lado de su maestro Eduardo Arias Suárez, y más tarde se dedicó de lleno al ejercicio de la escritura en los pe­riódicos, labor que ha sido sobresaliente en cuanto medio de co­municación ha acogido sus escritos (El Espectador, Magazín Dominical, El Tiempo, El Colombiano, El Co­rreo Liberal, El Gráfico, Cromos, Sábado, Horas, Revista de América, Revista de las Indias… y La Patria, esta última su casa más entrañable).

Para Adel López Gómez escribir es lo mismo que respirar. No lo concibo sino emborronando cuartillas infa­tigables, elaboradas en excelente prosa y fecunda imaginación costumbrista, que lo sitúan como uno de los grandes cronistas del país. Al igual que Gautier, morirá con la pluma en los dedos, no importan su edad ni los impedimentos que puedan surgir. Las letras, para quienes las llevamos en el cerebro, son el mejor oxígeno de la vida.

Autor de treinta libros pu­blicados y de innúmeros artículos dispersos en gran variedad de re­vistas colombianas y del exterior, es de nuestros escritores más prolíficos. Sus cuentos, muchos de ellos maes­tros, se hallan traducidos a varios idiomas. Maneja una prosa castiza y vigorosa, que ha sabido in­terpretar el alma del pueblo y tra­ducir las costumbres de su comarca cafetera, hasta el punto de dejar personajes que se confunden con la misma montaña de su Quindío natal o las cumbres de su Manizales hoga­reña. Es el auténtico escritor de provincia, personero del Gran Cal­das, cuya literatura le hace honor a Colombia.

Pero ahora no tiene tribuna pe­riodística… Fuimos colegas los dos, a lo largo de 15 años, en el periódico La Patria y allí nos integramos en co­munes propósitos y nos identificamos en los mismos ideales. Al quedarse Adel López sin su Patria manizaleña, si esa es la rea­lidad, algo sucede que no logro en­tender. Ni lo entenderán los lectores, habituados a sus diarias columnas y sus apuntes ingeniosos.

A menos que voluntariamente se haya retirado a su refugio de los li­bros y las memorias —que no es esa la noticia que recibo—, habría que esperar alguna explicación. No es fácil suponer a este trabajador laborioso en la quietud absoluta. Menos, desligado de su periódico, si esa es su vena sentimental. Adel López Gómez vive, desde lejanas épocas, en las cumbres manizaleñas. Allí ha escrito buena parte de su obra. La Universidad de Caldas le otorgó el doctorado honoris causa. No hay suceso cultural donde él no sea participante destacado.

Es caldense pertinaz.  Nunca aceptó la desmembración de Caldas, hasta llegar incluso a un grado inexplicable de obstinación que le criticaron sus paisanos. En sus datos biográficos siempre se declara hijo de Armenia, Caldas, y no de Armenia, Quindío. Sería injusto que ahora Manizales le suprimiera el oxígeno espiritual de su casa periodística.

El Espectador, Bogotá, 7-VII-1987.

* * *

Comentarios:

Gustavo Páez Escobar sabe que La Patria ha sido mi casa espiritual durante cerca de medio siglo y por largos trechos de manera casi cotidiana. Supone ahora, cuan­do mi silencio aparece evidente en todas y cada una de las ediciones de cada día, que esas páginas que en to­do tiempo me fueron francas con manifiesta predilección, me han sido cerradas por algún antojadizo designio.

Debo decir, ante todo, que mi amistad con La Patria, incluye la memoria perdurablemente grata de quienes fueron mis mejores amigos en el terreno íntimo de los grandes afectos. Si alguna vez en el tránsito vital hubo eventuales desacuerdos, ni si­quiera vale la pena de recordarlos. Todo ello corresponde, mi que­rido y admirado Gustavo Páez Escobar –compañero que fuiste de tantas luchas por una tierra que los dos hemos amado entrañable­mente– a tiempos de fervor y batalla que en ti perduran vivos y fuertes y en mí languidecen a medida que decrece el aceite de mi lámpara.

Mi silencio cotidiano y absolutamente voluntario –aunque con­trario a mi voluntad, valga la paradoja– obedece ante todo a mi es­tado físico de este último tiempo que ha perdido –espero que tem­poralmente– sus ritmos interiores, ha desteñido mi paisaje y ha cancelado muchas de las mejores armonías.  Adel López Gómez, La Patria, Manizales, 9-VII-1987.

Leí, con deleite, primero en El Espectador y luego, en La Patria, dos hermosas notas de carácter amistoso y li­terario. Bonitas notas. Finas. Delicadas. De excelente estilo. Y, una y otra, no carentes, por supuesto, de ciertos dones –muy escasos hoy por hoy– de aprecio mutuo. De sinceridad. De merecidos elogios recípro­cos. De lealtad. La nota de El Espectador la escribió Gustavo Páez Escobar para lamentar la ausencia, de la cuarta página de La Patria, de la cotidiana columna del maestro Adel López Gómez. En efecto, cómo hace de falta, día a día, la vieja columna del autor de El fugitivo. La que­ja del experto columnista Páez Escobar es noble y justa. Humberto Jaramillo Ángel, La Patria, Manizales.

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Descrédito del cheque

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El cheque, por falta de verdade­ros correctivos, tiene en nuestro país diversos sinónimos: iliquidez, mala fe, falsificación, trampa, estafa. Poco es lo que hacen las autoridades, llámense bancos, Superintendencia Bancaria o jueces, para restituir a este papel indispensable en la vida comercial la seriedad que merece.

Debido a la tole­rancia y a la ausencia de mecanismos severos, es un papel que cada vez se hunde más y genera mayor desconfianza. Avisos como el de «No se reciben cheques», tan frecuentes en los establecimientos de comercio o de consumo, revelan este temor general.

En épocas lejanas, cuando la moral en los negocios y en las costumbres era la orden del día, una chequera daba distinción y acreditaba hono­rabilidad. La honradez caminaba en estos talonarios y nadie dudaba de que el cheque era tan efectivo como el billete de banco. Con la meta­morfosis de los tiempos y a medida que la ética y la responsabilidad se cambiaron por la indelicadeza y el engaño, el cheque se volvió una vergüenza nacional.

Hoy cualquier persona tiene chequera. También los pícaros. Los bancos, en sus políticas de proliferación de ofici­nas y en sus carreras desaforadas por la conquista de depósitos, perdieron los resortes de control y selección de la clientela. Una persona de pocos re­cursos monetarios no se conforma con una o dos chequeras sino que le echa mano a cuanta oportunidad se le presenta, sin importarle su incapa­cidad para alimentar cuentas sin sentido.

Si le falla un banco pasará al si­guiente, después de haber dejado un rimero de cheques sin fondos e incluso de haberle sido suspendido el servicio. Así se man­tiene en constante prevención de futuros engranajes para su carrera de abusos. Este tipo de clientes no piensa, claro está, que es él quien falla, sino el banco de turno. Y como también encuentra complicidad de algunos gerentes de banco tole­rantes del mal manejo de las chequeras y que incluso permiten que se salden las cuentas en lugar de san­cionarlas, la cadena de atropellos continúa campante.

Como el llamado cheque chimbo es en los momentos actuales un per­sonaje desvergonzado, que hasta los comerciantes estimulan como medio de ventas, hay que definirlo como un esquema de nuestras cos­tumbres en bancarrota. El cheque sin fondos es, hoy por hoy, una peste comercial.

El país debería verse re­tratado en estos estados de quiebra moral y reaccionar. Corresponde a las autoridades, como defensoras de la ciudadanía, levantar el clima de la credibilidad pública, que anda tan de capa caída. El  cheque es uno de los canales más propios de esa expre­sión.

*

Lo que este comentario busca es que se tome conciencia sobre tan afrentosa desviación pública. Que se emprenda una vigorosa campaña bancaria para taponar esta hemo­rragia social. Que se adopten normas legislativas de rigor suficiente, como sucede en los Estados Unidos y otros países avanzados, para reprimir el crónico vicio colombiano de engañar a la gente y seguir impunes. Todo un cuadro clínico este del cheque irresponsable, que entraña uno de los mayores reflejos de la descomposi­ción a que hemos llegado.

El Espectador, Bogotá, 26-VI-1987.

 

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Las zonas olvidadas

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Las recientes alteraciones del or­den público en varios sitios del país, donde la ciudadanía se puso en pie de lucha por derechos elementales de la vida, dejan de manifiesto el estado de abandono en que permanecen al­gunos territorios. A las zonas dis­tantes y marginadas los recursos del presupuesto nacional llegan por cuentagotas y las obras de beneficio común, por eso mismo, caminan a paso de tortuga. De sus comarcas se acuerdan con afán los políticos en las campañas electorales, y se desen­tienden después de asegurada la curul.

En el Chocó, por ejemplo, se en­cuentra uno de los mayores índices de pobreza absoluta del país, término muy en boga en el presente Gobierno. Allí se carece de servicios públicos tan básicos como el agua, la electricidad y el alcantarillado, y no es extraño localizar los mayores fo­cos de enfermedades, desnutrición y analfabetismo. Sus habitantes, por resignados y desprotegidos, parece que hubieran perdido la capacidad de protestar.

Cuando sectores indigentes se levantan en paro, como ha ocurrido en varios departamentos, su clamor adquiere mayor resonancia. Es como si sus pobladores se quitaran de en­cima murallas de esclavitud, y en­tonces sus gritos de inconformidad se oyen en toda la nación. Los co­lombianos reaccionamos con presteza ante los desequilibrios sociales. Y cuando estas desproporciones se acentúan en la periferia, es mayor la solidaridad que cuando provienen de las grandes ciudades.

Colombia, que desde tiempos le­janos es un país con vocación cen­tralista, mantiene relegada a la  provincia, y sobre todo a la provincia de remota geografía. Se olvida fá­cilmente de los indígenas, los negros, los habitantes ribereños. El hambre de estas latitudes parece que no fuera colombiana. Las enfermedades, que son allí más dramáticas, se ignoran o se remedian con tardanza.

La carencia de servi­cios hospitalarios, centros de educación,  sistemas de recreación y mínimas condiciones de como­didad determina un permanente ánimo de insatisfacción hacia la patria y las autoridades, por parte de sufridos compatriotas que no se re­signan al maltrato sempiterno.

Estos episodios degeneran en pedreas, incendios y a veces en muertos. Epílogo doloroso cuando las súplicas se rubrican con sangre. Los paros cívicos, que se han vuelto recurrentes y en los que en ocasiones se nota la presencia de fuerzas ex­tremistas, terminan levantándose con la mediación oficial que ofrece soluciones para los diversos pro­blemas comunitarios. Cabe preguntar: ¿Por qué se dejan avanzar los conflictos hasta estos extremos? ¿Sí será fácil arreglar de un momento a otro esta acumulación de necesida­des?

Para prevenir tales desbordes ciudadanos, que representan sin embargo actos de legítima defensa, el poder central debe volver con mayor frecuencia sus ojos a las zonas olvi­dadas. Allí palpita el alma de la patria. El estilo general es dejar que las cosas se agraven, para luego tomar medidas.

Las grandes nece­sidades del país se atienden casi siempre a la fuerza, cuando ya han hecho crisis, y es aquí donde los go­bernantes deben ejercer el sentido de anticipación que supone el ejercicio del mando.

El Espectador, Bogotá, 13-VI-1987.

 

El cafecito de Osuna

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que Cosas del Día del periódi­co El Tiempo encuentra como humor sombrío en algunas de las caricaturas de Osuna, se trata, en realidad, de la fibra más mordaz de su ironía in­vencible. El autor de la nota, que se deja dibujar en ella con calzonarias completas, elemento que ya no se usa pero que distingue a quien lo carga, admira sin embargo a su crí­tico contumaz y alcanzó a lamentar su retiro momentáneo de las páginas de El Espectador.

Osuna dijo que salió a tomarse un tinto para luego regresar. Hay en su disculpa, muy a la bogotana, algo más que una explicación de cortesía. Algo incomoda al maestro, y apenas lo deja deslizar entre líneas. Pienso, y me voy a tomar esa libertad de in­terpretación, que desde la muerte de Guillermo Cano —su oráculo y su álter ego— Osuna quedó partido en dos. Permanece perplejo, como por lo demás ha sido su posición ca­racterística ante el país en banca­rrota.

Creó a Lilín de una costilla suya para que le ayudara a soportar el desencanto, pero el hijo, rastrillado entre luces de bengala y lágrimas decembrinas de estupor, se mantiene ofuscado. Abortado en el fragor de la descarga alevosa, carece de completo equilibrio para estar en pie.

Lo hemos visto merodeando entre escombros, con ojo confuso y paso vacilante, como queriendo zafarse de los pantalones de su papá, pero no se atreve. Algún día será hombre. Ahora es sólo un pichón, y el país, con sus monstruosidades, le queda grande. Lo asusta, y él todavía no está hecho para espantos.

Por eso, Osuna salió a tomarse su taza de café, que en Bogotá llamamos el cafecito, con Lilín de la mano. A él apenas ha comen­zado a enseñarle el lenguaje nacional. A mostrarle cómo es Colombia, país de fantasías infantiles y fan­tasmas nocturnos. Lo llevó hasta la curva del arrebato y entre los dos rezaron un padrenuestro por el abuelo.

Por el abuelo de Lilín, porque la criatura no vino al mundo tan desprotegida, a pesar de haber nacido de una bala. Es posible que en aquella vuelta en U, donde nadie logrará borrar la sangre más igno­miniosa de la libre expresión, el pe­queño se vuelva grande. Abra los ojos a lo insospechado. Por ahora su padre,  compadecido de la pequeñez, tiene temor de que su retoño crezca más de la cuenta. Le duele herir los sueños infantiles.

Tanto el cafecito de los ejecutivos como el de los caricaturistas esconde algo recóndito, a veces de difícil descubrimiento. También los nego­cios se mueven con olor a tinto, y no siempre salimos bien librados de una gerencia comercial. Muchas veces las ilusiones se esfuman entre aromas de cafetal y sorbos calurosos. El cafecito de Osuna ha sido de frustración.

Pero ya regresó a marcar tarjeta en la empresa nacional. Está bien que lo hubiera hecho antes de que ésta, de pronto, se acabara. Hay una protesta egoísta del público cuando el maestro de 25 años de fogueos nutridos se va de descanso: es el temor de que se queme el rancho en su ausencia.

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Nunca la misión del caricaturista está concluida. La guerra de Marte no terminará jamás en el mundo. Seguimos siendo egoístas. Tal vez por aquello de que Osuna sólo hay uno. Creo que Hersán llegó a sufrir cierta desolación durante la ausencia al alcanzar a presentir que le haría falta aquel cosquilleo entre delicioso y sombrío que le causaban las punzadas ponzoñosas. Y hasta es posible que hubiera pensado colgar, ya por innecesarias, sus calzonarias geniales.

El Espectador, Bogotá, 16-VI-1987.

 

 

La lenta agonía de Pardo García

lunes, 31 de octubre de 2011 Comments off

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

“No tiene salvación mi vida que se consume lentamente como un cirio mortuorio», me dice en una de sus últimas cartas. Nuestro excelso poeta, postulado al Premio Nóbel de Literatura, que pronto cumplirá 85 años de edad y que reside en Méjico desde el año de 1931, presiente que su fin se encuentra cercano.

Agobiado de dolores físicos y pavorosa angustia, casi paralizado y con pocos deseos de vivir, se sostiene con el recuerdo de su patria lejana y de los amigos que se comunican con él. Se extingue como una llama al viento, y Colombia ignora sus padecimientos. Es un ser solitario y amargado a quien nuestro país le debe la gloria de una de las poesías más bellas que se han escrito en el mundo.

Para que se tome conciencia de esta realidad dolorosa, quiero hacer pública mi ultima carta al poeta:

«Me pide usted que no le escriba más. Y agrega que su vida es ya una lenta agonía. Su corazón se encuentra traspasado por mil espadas de dolor, y al borde de la muerte.

«Precisamente por eso no voy a obedecerle. Deseo que mi voz colombiana, de amigo entrañable, penetre hasta su lecho de dolor y le diga: usted no morirá solo. Aquí está Colombia, aquí está este solícito vigilante de sus horas turbias, de sus negras noches de agonías inenarrables, con una palabra de aliento. Usted morirá, como Prometeo, con el vientre devorado por un buitre. Y siendo, al igual que él, inmortal como el fuego, no será devorado por la ingratitud humana.

«Usted es el Prometeo moderno que deja pirámides de civilización para que el orbe aprenda de su estro iluminado. Sufre en su potro de tormento, frente a una parca luju­riosa que lo asedia con respeto, y un día habrá de vencerla con estas pa­labras: Yo no soy materia. Mi cons­titución es el espíritu, mi universo el cosmos…»

La patria, con su paisaje, sus pá­ramos, sus ríos, sus montañas, su alma campesina, representa para Pardo García una de las entrañas más profundas de su esencia poética. Me cabe el honor de haber sido gestor ante él de la hermosísima página que escribió para la edición extraordi­naria, en noviembre pasado, de la revista Diners, y que luego repro­dujo Lecturas Dominicales de El Tiempo, titulada Imagen vegetal y dolorida de Colombia. Quienes la leyeron saben que se trata de su despedida de la tierra colombiana. El maestro sufre, y no hay dolor más grande que el de los poetas.

Más que de apoyo material, ne­cesita de la presencia espiritual de sus compatriotas. Hay que emprender una campaña nacional para que no muera como un desterrado. De este sentimiento se harán eco nobles colombianos como los si­guientes: Belisario Betancur, Otto Morales Benítez, Octavio Arismendi Posada, Maruja Vieira, José Chalarca, Horacio Gómez Aristizábal, Héctor Ocampo Marín, Juan Gossaín…

El Espectador, Bogotá, 5-VI-1987.

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Misiva:

Sí, ciertamente, como lo he dicho tantas veces, es la última voz de la poesía universal que hizo de este bello instrumento del espíritu humano un conjunto sinfónico que todo lo abarca. Desde las lacerantes palpitaciones de los sentidos en busca de la temporalidad de los placeres dionisíacos, hasta la formulación casi metafísica de los enormes misterios ante los cuales se opaca la pupila de los seres humanos, Pardo se eleva a las estrellas para interrogar y buscar las formas de la gran armonía universal (…) Es por esto que el versátil poeta ha de ser considerado como un gran cantor del Universo, al igual que Einstein lo fue desde las frías cifras de las ecuaciones.

Plenamente conscientes de la edad avanzada de nuestro coterráneo, de la desolación atenazante de la soledad que carcome sus últimos días, nos reunimos un grupo muy prestante de intelectuales para organizarle un homenaje en la ciudad de Cali en el cual los colombianos hagamos el reconocimiento de su gloria (…) Armando Barona Mesa, Occidente, Cali, 10-VIII-1987.