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Las cosas que nos sobran

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La ciudad se está llenando de mafias. Para ser más exactos, ya está llena de mafias. Esta institución fantasma no se ve pero existe, y se está apoderan­do de Armenia. Bajo su imperio se transan negocios oscuros y se pervierten las sanas costumbres. Cuando el propósito es hacer dinero a como dé lugar, es porque no hay escrúpulos para atropellar la dig­nidad humana.

Las organizaciones ocultas avanzan con sigilo y ya tienen aceptación en los clubes, los bancos, la vida de los negocios. Están hacien­do una ciudad nueva. Lo importante no es la transformación material: hay que cuidar la decencia. Ahora se habla de urbanizaciones, de si­tios turísticos, de aviones misteriosos. Muchachos de ambos sexos se dejan deslumbrar por el boato, lo lisonjero, lo fácil. Destruyen su futuro para irse detrás de los halagos del dinero, ese dinero corruptor que cambia las costumbres tradicionales.

Alguien importante, residente en la capital del país, me averiguaba con interés por la existencia de aeropuer­tos privados, de flotillas de lujosos aviones,  de corruptelas refinadas. ¿Hacemos algo por evitar este falso prestigio?

Nos sobra la marihuana. Bien conocido es su con­sumo en sitios públicos. Con la marihuana llegan infinidad de barbitúricos. La juventud de hoy prefiere el escapismo a la realidad. Por ahí vemos a muchachos de hogares distinguidos dominados por la yerba maldita, mientras sus pa­dres ni se inmutan.

Nos sobran mendigos, locos y bobos. Dejamos cambiar al pintoresco bobo del pueblo por las remesas de idiotas que nos endosan los pueblos vecinos. Qué difícil es tomarse en paz el tinto o el refresco en la cafetería: estare­mos interceptados por los vendedores de loterías, de chance e infinidad de rifas y engaños.

Sobran cafetines y lugares de la sórdida vida. A pleno sol encontramos las cantinas olorosas a aguardiente y movidas por el traganíquel de­saforado y las mujerzuelas repugnantes. Por allí pasan los estudiantes y de pronto aceptan la insi­nuación de la copera.

Los muchachos volantones, mujeres y hombres, buscan un sitio de la época moderna que llaman discoteca. Quizás en algún descuido se tropiezan, en la penumbra, el estudiante calavera y el padre aventurero. Así se encuentran las generaciones, así se evitan y se esconden.

El ruido es uno de los peores verdugos de nues­tros días. Las autoridades no hacen nada, ni en Armenia ni en ciudad alguna, por controlar esta perturbación pública. Los buses, las motos, los automóviles, los taxis nos ensordecen a toda hora. Y hasta se permiten parlantes y sirenas desesperantes. ¿Será esto la ciudad moderna?

La Patria, Manizales, 9-XI-1980.

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