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Cartas de amor

domingo, 22 de diciembre de 2013

Gustavo Páez Escobar

Bajo la dirección de los hermanos Alberto y Lucía Donadío –propietaria en Medellín de Sílaba Editores–, se publicó en dicha editorial el libro que lleva por título Me he traído tu alma. Se trata del epistolario amoroso de Alejandro Galvis Galvis con su novia, y luego su esposa, Alicia Ramírez Nava, que ella guardaba en el cofre secreto que por casualidad fue encontrado por sus hijas Hortensia y Silvia durante los días en que la destinataria de las cartas estaba muy enferma (moriría en octubre de 2008, a los 86 años de edad).

Alejandro Galvis fundó en Bucaramanga, en 1919, el periódico Vanguardia Liberal; en 1938 se casó en Méjico con Tita Baroni, y meses después quedó viudo. A su regreso a Bucaramanga luego de desempeñar su misión diplomática, se recogió en su finca Galvisia y desde allí se desplazaba a cumplir su oficio periodístico.

En junio de 1940, a la edad de 49 años, conoció a Alicia Ramírez, linda joven de 19 años que apenas acababa de salir del colegio, y de inmediato se enamoró de ella. Amor a primera vista. “Un corazón apenas entreabierto, como un botón de rosa, una chiquilla sin casi malicia, ni conocimiento de la vida y los hombres (…) un alma blanca”, así la define el pretendiente. El amor se tornó mutuo, y la amada hizo caso omiso de la diferencia de treinta años de edad que había entre ellos.

La mayor intensidad de este amor súbito, cumplido en noviazgo de siete meses, se realizó por cartas entre Bogotá, donde Alejandro Galvis desarrollaba su actividad política en el Senado, y Santander, donde residía su novia. La primera carta que a ella dirigió está fechada el 14 de agosto de 1940. El matrimonio tuvo lugar en Curití, en enero de 1941, y duró cuarenta años en absoluta armonía. Así se vivía el amor de entonces.

Las cartas eran el canal más genuino, más delicado y entrañable para que los enamorados se expresaran sus sentimientos. Hoy la correspondencia afectiva ha desaparecido de las costumbres, y es preciso hacer un réquiem sentido, frente a este recobrado tesoro sentimental, por el idilio tierno y fantástico, inexistente en nuestros días, que nos dejan ver los herederos de Alejandro Galvis en estas cartas íntimas. Una nota gallarda que engalanaba la vida social de hace siete décadas. El amor será siempre el cemento más sólido que une a la humanidad. En el lado opuesto están el odio y la destrucción.

Se trata, cómo no, de una curiosidad doméstica que dejó perder nuestra época deshumanizada. Y retrata muy bien los finos hábitos del ayer, tan contrarios a la frivolidad y la ligereza –por no decir la tosquedad o la rudeza– que suelen mover las relaciones de pareja en la actualidad. Son pocos los epistolarios amorosos editados  en el país. Otro es el de Silvio Villegas con Carlota, recogido en la obra El hada Melusina (Panamericana, 1996). En España está el de Antonio Machado con Guiomar, hoy de difícil consecución, y muy apetecido en el mundo de las letras.

Gracias a la gentileza del escritor y periodista investigativo Alberto Donadío, yerno de los esposos Alejandro Galvis Galvis y Alicia Ramírez Nava (y cuya esposa Silvia Galvis, directora que fue de Vanguardia Liberal, murió hace cuatro años), me he deleitado con esta preciosa edición. Con ella, Sílaba Editores inicia la colección  En voz baja, dedicada a epistolarios, biografías, diarios, memorias, libretas de apuntes y otros textos similares. Maravillosa idea.

Coincide esta columna con la celebración del Día Mundial del Correo, este 9 de octubre. La ocasión no puede ser más propicia para rendir honores a las cartas de antaño representadas en el bello epistolario que da lugar a estas líneas.

El Espectador, Bogotá, 11-X-2013.
Eje 21, Manizales, 11-X-2013.
La Crónica del Quindío, Armenia, 12-X-2013.

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Comentarios:

Es imposible describir la ansiedad que nos despertaba el recibir una carta. Ese lapso mientras buscábamos con qué abrir el sobre, o si tocaba romperlo, hacerlo con mucho cuidado para no ir a dañar el texto. Si la misiva era de la novia, olerla, tocarla, mimarla… Pablo Mejía Arango, Manizales.

Muy acertadas reflexiones sobre el amor de ayer y el de doy, «tan pagano», quiero decir, tan poco espiritualizado y romántico, como los concebimos nosotros los viejos amantes de la poesía en carne de espíritu y en espejos de perfumados donaires. Ramiro Lagos, Greenboro (USA).

Me apasiona el género epistolar. Muy interesante que en medio de tanto silencio se haya publicado esta obra; casi nunca es posible hacerlo, y se pierden en el olvido estas  cartas de amor por el secreto implícito que conllevan. Inés Blanco, Bogotá.

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