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Un artista colosal (1895-1963)

martes, 19 de julio de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Puede decirse que nadie es ajeno en Bogotá al monumento de la Virgen María, o Virgen de Guadalupe, que se erige en el cerro que lleva ese nombre, a más de 3.300 metros de altura. La obra mide 15 metros y puede divisarse desde distintos puntos de la ciudad. Está apoyada en la pequeña capilla que ya existía en el cerro, e impresiona cómo se ve flotar en esa cumbre, como si se tratara de una figura volátil que se mueve entre la niebla. Esa es la impresión que causa.

El monumento, elaborado en 4 años, se inauguró en 1946 en medio de gigantesca romería. Se convirtió en uno de los íconos más destacados de la capital. La patrona tutelar cumple 76 años en ese balcón de la cordillera, y desde allí ha presenciado las mayores convulsiones y evoluciones de la vida local y nacional, comenzando por la hecatombe del 9 de abril.

Lo que la gente por lo general ignora es el nombre del autor de la escultura. Se llama Gustavo Arcila Uribe. Nació en Rionegro, Antioquia, en marzo de 1895, y falleció en Bogotá en 1963, ciudad a la que su familia se había desplazado en 1909. Terminó sus estudios en el colegio de San Bartolomé y luego se inició en la carrera del arte. En su sangre llevaba marcada esa impronta, y pronto comenzó a sobresalir, por su talento, disciplina y convicción, como aventajado cultor del mundo artístico.

De ahí en adelante conquistó los niveles más altos de la realización y el prestigio. En los años 20 obtuvo en Chicago el Premio Shaffer por El sermón del monte, obra calificada como “la mejor composición escultórica ideal”. Era la primera escultura de un colombiano que lograba un premio internacional en los inicios del siglo XX. De la misma época son El interrogante y La voluntad.  

En 1928 viajó a Roma y luego pasó a París y Sevilla. En 1930 regresó a Colombia y comenzó la época de su mayor producción, plasmada en bocetos, bustos y monumentos dedicados a grandes personalidades y aspectos de la vida nacional. Maravillan la expresividad del rostro, la profundidad de la mirada y la autenticidad de otros aspectos del cuerpo humano esculpidos por el artista.

En la etapa final se consagró al arte religioso. En el monasterio del Santo Ecce Homo de Villa de Leiva dejó las imágenes de Jesús Crucificado. En la iglesia de Valmaría, en Usaquén, Bogotá, fueron talladas 4 estatuas y las 14 estaciones del Vía Crucis. En el seminario aledaño, de los sacerdotes eudistas, se localizan 52 obras suyas.

El recorrido de este artista magistral fue documentado por su hijo Eduardo Arcila Rivera, con la colaboración del arquitecto e investigador Óscar Posada Correa, en maravilloso libro –que tuve el placer de leer y admirar en estos días– editado por la Alcaldía Mayor de Bogotá, en el 2010, y que lleva por título Gustavo Arcila Uribe: armonía plástica de un pensamiento. 

El Espectador, Bogotá, 16-VII-2022.
Eje 32, Manizales, 15-VII-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 17-VII-2022.

Comentarios 

Hoy me enviaron desde Alemania tu columna de El Espectador sobre la Virgen de Gustavo Arcila en Guadalupe. Te agradezco mucho este lindo artículo que honra la memoria de mi papá y enseña a las nuevas generaciones quién es el autor de este maravilloso monumento. Sólo imaginar el andamio que tuvieron que construir en las ventiscas del páramo del Verjón produce escalofrío. Eduardo Arcila Rivera.

Gustavo Arcila Uribe dejó un maravilloso legado, obras que vemos y no sabemos que son de él, como la Virgen de Guadalupe que nos cuida a todos los que vivimos en Bogotá y no sabíamos ni siquiera quién la dejó allí para semejante tarea. Debe vivir con mucho trabajo en una ciudad donde a diario se viven tantas angustias por la inseguridad y la injusticia social. Cuando vayamos a Villa de Leiva sería buenísimo ir a visitar al Jesús Crucificado y conocer de cerca esta otra obra. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Como sucede con muchos habitantes de Bogotá, nunca he visitado el cerro de Guadalupe. Y por supuesto, ignoraba el nombre del artista que elaboró la estatua de la Virgen que lo domina. Por tu artículo me entero de Gustavo Arcila Uribe y de su inmensa obra. Como te lo he dicho anteriormente, alabo tu empeño en destacar a figuras de la cultura que son desconocidas por el grueso de la gente, pero que han dejado obras literarias, musicales, arquitectónicas, etc. de mucho mérito. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Todos los honores y agradecimientos y admiración para el genio escultor de Gustavo Arcila Uribe. Personaje que ha dejado una huella monumental en el silencio de su magnífica creación. Su hijo Eduardo heredó, por un camino diverso, el de la palabra, esa madera que se talla en la sangre. Me recordó, de igual manera, al escultor Rómulo Rozo, boyacense, quien también vivió y murió en México, dejando en Mérida otra obra digna de reconocimiento. Inés Blanco, Bogotá.

Muy ilustrativa columna. Nadie es ajeno al monumento, ¿pero quién se pregunta por el escultor? name last (correo a El Espectador). 

Qué maravilla conocer personajes olvidados de nuestra historia, del arte, la política, la ciencia, en fin, todo es historia nuestra. Picuto (El Espectador).

Maravillosa columna. Nuestro arte lleva gestándose mucho más tiempo del que somos conscientes. Mégas Aléxandros (correo a El Espectador).

Apreciado Eduardo: Te cuento que fui con mi familia a visitar el monasterio del Ecce Homo, donde está el yeso “Jesús en la cruz” pintado al óleo por tu papá. Preciosos tesoros. Conforta saber que el monasterio, la iglesia, el museo, el cementerio, los prados y lugares adyacentes se conservan con todo esplendor a pesar del transcurso de los siglos. Gustavo Páez Escobar (15-VIII-2022).

Ciudad de horror

martes, 10 de mayo de 2022 Comments off

Por Gustavo Páez Escobar 

Cada día se reportan en Bogotá alrededor de siete personas desaparecidas. Según información suministrada por el concejal Rolando González, en los dos primeros meses de este año fueron anunciadas 311 personas como desaparecidas, de las cuales 207 siguen en esa situación y tres se han reportado muertas. En el 2021, de acuerdo con datos suministrados por el Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres –SIRDEC–, 2.446 personas desaparecieron en Bogotá, lo que significa un aumento de 401 casos en relación con los 2.045 del 2020.

En el centro de Bogotá se descubrieron las llamadas “casas de pique”, que son copia de las establecidas en Buenaventura en el año 2014. A ellas van a dar los ciudadanos que caen en esta red tenebrosa bajo los efectos de la escopolamina, y luego son sometidos a los peores vejámenes, como el robo, la tortura y la violación.

El alcaloide consumido deja a la persona alucinada e indefensa, situación que permite apoderarse de sus objetos personales y tarjetas bancarias. Este es el paseo millonario, o secuestro exprés, en virtud del cual la persona retenida suministra las claves de sus tarjetas y estas son vaciadas de inmediato.

Las casas de pique son los sitios estratégicos buscados por los facinerosos para tener escondidas a las víctimas. Unas regresan a sus hogares con graves traumatismos, y las autoridades ni siquiera se enteran; otras mueren por el exceso de la escopolamina, que es el hecho frecuente denunciado a diario por los periódicos

Para deshacerse de ellas, son desmembradas y ocultadas en bolsas que se tiran a los basureros o a la calle, o sepultadas en fosas incógnitas de difícil localización. Esta es la macabra industria del crimen que hoy deja en Bogotá y otras poblaciones las mayores ganancias bajo la deficiencia y permisividad de las autoridades y la flagrante impunidad que estremece al país. Por eso mismo, el delito prolifera y atrae a más practicantes de este método diabólico.

¿En qué sociedad vivimos? ¿Hasta cuándo seguirá la comunidad muerta de miedo y expuesta a esta tortura abominable que guarda similitud con los campos de tortura de Hitler? El alma nacional está herida y sangrante. Ha perdido la fe en sus gobernantes y no acierta a explicarse semejante aberración en estos monstruos que andan por el territorio nacional sin Dios ni ley, y no solo por la hoy atemorizada y sacrificada área bogotana, a donde han venido a parar las mentes más siniestras de la delincuencia.

Se dirá que se han tomado medidas para reprimir el crimen cotidiano que se incuba en las casas de pique, lo cual no puede negarse. Sin embargo, al no detenerse esta ola criminal, e incrementarse todos los días según dan cuenta las redes sociales, hay que decir que nos hallamos ante un fracaso conturbador de los encargados de garantizar la vida y los bienes de los ciudadanos. Ojalá el país sepa elegir un buen presidente en la contienda que se avecina.

El Espectador, Bogotá, 7-V-2022.
Eje 21, Manizales, 6-V-2022.
La Crónica del Quindío, Armenia, 8-V-2022.

Comentarios 

Excelente artículo que retrata con realismo la situación que se está presentando en Bogotá. Esto realmente me parece insólito, y lo peor es que uno ya no pueda ni siquiera salir a la calle. Ojalá que esto llegue a las autoridades y hagan algo para evitar el horror que vivimos los ciudadanos cada día por cuenta de la delincuencia. Pedro Galvis Castillo, Bogotá.

Ahora da miedo salir a caminar por cualquier sector de nuestra querida Bogotá. Abrigo la esperanza de que esto cambie. Es posible. New York dejó de ser, en su momento, uno de los lugares más peligrosos del mundo cuando en 1994 nombraron de jefe de la policía de La Gran Manzana a William Bratton, quien redujo el crimen de manera sustancial. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.

Es un verdadero horror que nuestra capital llegue a ese extremo de descomposición social y de pérdida de valores. La inseguridad rampante carece de límites. Gustavo Valencia García, Armenia.

Increíble que Bogotá terminara como Buenaventura. Leí la nota, y aterra. Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

Los habitantes de Bogotá nos sentimos acorralados y en estado de pánico por los horrores que a diario se divulgan en los medios de comunicación. Hemos llegado a insospechados territorios de crueldad, odio, ambición y deshumanización. Ya no vivimos sino que sobrevivimos a los tenebrosos designios de los grupos de maleantes descuartizadores, ladrones y depravados. ¿En dónde podrá el hombre de bien ocultarse ante la ignominia y el dolor y el miedo? No sabemos. Inés Blanco, Bogotá.

Yo creo que Colombia toda fue convertida en un país de pique. Y que quienes más pican son los que están arriba, por acción y por omisión. Somos un país de vergüenza humana. Jorge Rafael Mora Forero (escritor colombiano residente en Estados Unidos).

Nota estremecedora. No nos explicamos los ciudadanos pacíficos cómo el hampa se ha tomado la ciudad sin que los dirigentes gubernamentales, de presidente para abajo, tomen el toro por los cachos y adopten medidas fuertes para garantizarnos la tranquilidad y volver a los caminos de la concordia. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Bogotá, y en general Colombia, están sitiadas por el horror de la inseguridad y la violencia. A muchos nos ha encerrado más esta situación que la misma pandemia. Flor (correo a El Espectador).

Colombia está sumida en la criminalidad, corrupción, negligencia, impunidad. Es un Estado fallido, sin esperanza, donde ser criminal paga. Andrés (en El Espectador).

Furia contra las canecas

lunes, 28 de octubre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando Enrique Peñalosa fue por segunda vez alcalde de Bogotá, solo había en la ciudad 6.000 canecas, la mayoría en pésimo estado. Cuatro años después, deja cerca de 81.000, de las que ya se han instalado más de 23.000. Además, el programa comprende cerca de 11.000 contenedores que se fijarán en todas las localidades. Es uno de los grandes legados de su administración, que representa un evidente logro en el aseo y ornato de la capital.

En mi sector, que colinda con el deprimido de la calle 94, el desaseo era deplorable,  causado en parte por la construcción de la obra. Esta fue presupuestada en $45 mil millones y ocho años después terminó en $186 mil millones, o sea, cuatro veces más. Esta es una radiografía de lo que sucede en el país con las obras públicas, tanto por las conocidas trabas y atrasos, como por los sobrecostos impuestos por los corruptos.

Si se gastaron ocho años para construir el deprimido, el que abarca una mínima porción de terreno, ¿cuántos se gastarían para el metro subterráneo? En este caso, hubo por fortuna sensatez, y es hora de reconocerle al alcalde Peñalosa su tesón, paciencia y destreza para sacar adelante el metro elevado, tras los 77 años que han corrido desde que se pensó por primera vez en esta idea.

Un día me encontré con una serie de relucientes canecas colocadas en el sendero por donde salgo a caminar. No eran cualquier clase de artefactos, sino que estaban elaborados con alta técnica y material sólido para que tuvieran larga duración. Por cierto, me asombró el hecho de hallar un número considerable de ellos durante el recorrido. Sabría después que están fabricados con acero inoxidable y polietileno inyectado, y que en los sitios de mayor tránsito se instala una caneca cada 25 metros.

El programa contempla una caneca por cada 90 habitantes (antes había una por cada 1.200 habitantes). Este privilegio no lo tienen otras ciudades del mundo, como Nueva York (una por cada 318 habitantes). Las nuestras, fuera de su estructura resistente a la par que estética y ornamental, han sido concebidas para hacer más grata la vida urbana e infundir conciencia ambiental.

Se ha pensado con proyección futurista y con la mira puesta en la urbe que crece a ritmo acelerado en medio de la confusión y el gigantismo, y que debe, por eso mismo, controlar el desorden e impulsar el desarrollo humano y el ambiente armónico. Esa es la Bogotá que queremos. Es la Bogotá en la que el alcalde Peñalosa ha puesto una alta  cuota de urbanismo, que se verá con mayor claridad en el futuro.

Otro día quedé perplejo ante el brutal atropello que mostraba una de las canecas: esta había sido golpeada con una piedra, un hierro o algo similar, al pretenderse arrancarla de su base. Y no era una sola, sino tres o cuatro en el mismo lugar, sometidas a igual acto de vandalismo. Este año han sido robadas más de 100 canecas nuevas, y en el barrio Galán fue detenido un camión que transportaba cuatro pares. Como cada par cuesta $1’839.000, el robo asciende a $7’356.000. Por supuesto, detrás de esta piratería existen compradores ocultos que incentivan el hurto.

Los vándalos llevan en la sangre fermentos dañinos que buscan la destrucción de la sociedad y utilizan  cuanto sistema encuentran para atentar contra el mobiliario urbano y la propiedad ajena. Son resentidos sociales que desafían las normas sin dárseles nada, y hoy andan campantes por las calles atacando las útiles y preciadas canecas –símbolo de cultura y progreso– que debemos consentir y proteger.

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El Espectador, Bogotá, 26-X-2019.
Eje 21, Manizales, 25-X-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 27-X-2019.

Comentarios 

No hay conciencia de estos pícaros que solo piensan en lucrarse y dañar cuanto beneficio se establezca por parte de la Alcaldía para el bienestar general. En el sector de La Colina norte y ahora aquí en El Batán, la situación es idéntica a la descrita en el artículo. Es como si siempre tuviéramos que vivir en medio de la basura: no hay quién detenga a los vándalos. Inés Blanco, Bogotá.

Mi punto de vista consiste en que esta gran inversión (algo así como $150 mil millones) va a ser en parte perdida debido al vandalismo ya conocido de muchos desadaptados que creen que con destruirlas o dañarlas sientan una protesta de su inconformidad con la sociedad, mientras que otros las robarán para conseguir algún dinero. Yo hubiera preferido que esa inversión, o al menos parte de ella, se hubiese dirigido a realizar una campaña de educación (televisión, radio, prensa, etc.) para que la gente aprenda a no tirar desechos a la calle. Aquí lo que falta es cultura cívica y hay que enseñarla. Está el caso de Japón en donde no existen canecas para basura en las calles y estas permanecen limpias. También el de ciudades y poblaciones pequeñas de Europa en las que no se ve basura en las calles. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

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El drama de Aura Lucy

miércoles, 16 de octubre de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Aura Lucy Garzón, de 49 años y madre de dos hijas, se levanta muy temprano para cumplir su labor como mensajera de una empresa del norte de Bogotá. Es la típica mujer trabajadora que se gana la vida en un oficio modesto y se siente contenta por tener empleo.

En estos días, ella se volvió noticia. El suceso tuvo lugar cuando se abría paso, por entre una multitud de gente vociferante, para llegar al cajero de Davivienda. Allí se realizaba una manifestación de estudiantes frente a la Universidad Pedagógica situada en el sector, dentro de un movimiento integrado por alumnos de varias universidades que denunciaban graves actos de corrupción en la Universidad Distrital.

El movimiento llevaba varios días de agitación callejera y había causado problemas en la movilización vehicular y cometido desmanes con la ciudadanía. Las imágenes mostraban a jóvenes con carteles que lanzaban consignas en relativo orden. Mezclados con ellos, aparecía buena cantidad de encapuchados que se enfrentaban a la policía con artefactos incendiarios en medio de furiosos denuestos.

Al entrar al cajero, Aura Lucy escuchó una explosión y quiso abandonar el lugar. Pero no pudo hacerlo, ya que otro artefacto estalló en la puerta de la entidad bancaria. Las terribles ‘papas bomba’ accionadas por bazucas están elaboradas con pólvora y otros elementos lesivos. Pueden mutilar y desfigurar, e incluso causar la muerte. La diligente mensajera, humilde mujer de pueblo ajena a lo que ocurría, sintió cerca un fogonazo,  al tiempo que las esquirlas de los vidrios rotos se insertaban en su cuerpo.

Cubierta de sangre y con serias heridas en la cara, yo la vi, atribulado, en algún video  pasado por la televisión. Presa del shock y sufriendo intenso dolor, la nueva víctima de la violencia se sentía morir. Por fortuna, un joven que por allí pasaba –su ángel de la guarda– le prestó auxilio en medio de la revuelta, mientras otros huían en desbandada. No la dejó un momento sola, hasta que llegó la ambulancia y la transportó a la clínica. Aura Lucy, que había recibido heridas en el 90% de la cara, fue sometida a una cirugía de reconstrucción de los tejidos.

Convulsionada y presa del dolor y la angustia, la laboriosa trabajadora no sabe qué pensar: la fatalidad la tiene consternada. El mundo se le vino encima en el preciso instante en que ingresaba a la cabina bancaria, como tantas veces lo había hecho, a retirar un dinero dentro de su oficio de todos los días. Más tarde, en medio de sollozos y palabras sobrecogedoras, le contó su drama al periodista que la interrogaba.

Yo vi en ese rostro sangrante, y en esa mirada lánguida, y en esa voz entrecortada, la imagen del país. Es el país que no logra contener la demencia de las calles ni la locura humana. Es el país de la violencia incrustada en todas partes, del atropello callejero, de la injusticia perenne, de la inequidad y la infamia. Mientras tanto, los corruptos y los usufructuarios del poder y el dinero hacen de las suyas a la vista de todos, sin que los políticos y los gobernantes consigan fórmulas de salvación.

Nadie ignora que estos encapuchados pertenecen a grupos anarquistas que buscan, mediante pedreas, explosivos, ataques a la policía, daños a las instituciones, los edificios y los vehículos, sembrar el caos y perturbar la tranquilidad pública. Embisten con rabia contra personas inocentes y cometen toda clase de actos vandálicos. Quizás Aura Lucy se cure de las heridas. Pero el alma nunca dejará de sangrarle. Esa es la propia cara de la Colombia doliente que gime entre las tinieblas de los odios y la barbarie.

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El Espectador, Bogotá, 12-X-2019.
Eje 21, Manizales, 11-X-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-X-2019.

Comentarios 

Conmovedor. Pobre mujer. Pobre Colombia. Pobre mundo. Muy linda esta crónica. La compartiré. Los encapuchados son terroristas urbanos de profesión. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York.

Es a esa gleba de anarquistas, vándalos y criminales en curso que forman parte de las milicias guerrilleras urbanas a quienes se les debe dar, como a las víboras, en la cabeza. E igual que las tales marchas pacíficas de estudiantes enredados en sofismas de justos reclamos tienen que someterse al orden legal. El derecho a la sana protesta está establecido, mas no en esas condiciones que propician actos criminales. Carlosmoralej (correo a El Espectador).

Drama es drama y dolor es dolor. Pienso que como sociedad es bueno que nos sensibilicemos con el dolor de los demás. Debemos a toda costa evitarlo. Hherazo (correo a El Espectador).

El hombre del puente

miércoles, 6 de marzo de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Dos años cumple, este 22 de marzo, el deprimido de la calle 94, luego de 12 años de atrasos causados por la falta de planeación, la corrupción, los contratos caducados, los cambios de precios, la desidia oficial. El costo inicial fue fijado en 46.000 millones de pesos, pagados por  cuotas de valorización en el 2008, y la cifra final ascendió a 170.000 millones, reajuste que se quería volver a cobrar a los contribuyentes, hasta que el alcalde Peñalosa destrabó el problema con recursos del distrito. Lo que en este caso ocurre en Bogotá es similar a lo que pasa con la mayoría de obras públicas en el país.

El deprimido de la 94 es el mayor símbolo del carrusel de la contratación, el vergonzoso cartel que tiene en la cárcel al exalcalde Samuel Moreno. El ingenio popular dice que el nombre de “deprimido” está muy bien puesto al reflejar la depresión del ánimo colectivo. Dibuja el abatimiento, la desesperanza, el cansancio, la postración, la humillación que han tenido que sufrir los ciudadanos por culpa de los corruptos y los malos gobiernos.

Al poco tiempo de inaugurada la obra, un hombre de unos 50 años, con cara de buena gente, hizo su aparición en el puente peatonal construido al lado del deprimido. Venía atraído por la posibilidad de ganarse unos pesos en el oficio de barrer el puente. Desde entonces se dedica a recoger con su escoba solidaria la basura que cae en el lugar, que él empuja poco a poco, de manera pausada y eficiente, para que los transeúntes se den cuenta de su trabajo y le aporten alguna ayuda.

La gente lo mira con indiferencia, a veces con fastidio, y sigue adelante. Son pocos los que le dan algún dinero. Nicanor –supongamos que ese es su nombre– es un desplazado de la violencia. Vivía con su mujer y sus hijos en un predio rural del Tolima, y la guerrilla lo obligó a salir de la propiedad. De esta manera, llegó a Bogotá, la ciudad monstruo, la ciudad indolente, donde los desheredados creen que encontrarán oportunidades para trabajar, y se equivocan.

Nicanor sujeta en la baranda del puente la cartelera donde exhibe la certificación del alcalde del pueblo sobre su condición de desplazado. Es la misma suerte de miles de colombianos que deambulan por las ciudades rebuscándose los medios para vivir.

Nicanor “trabaja” los jueves en el puente de la 94. El resto de la semana está en otros puentes. Un día hablé buen rato con él y me contó sus penurias. Supe que su mujer está inválida y que su hijo sufre una enfermedad degenerativa. Él mismo –Nicanor– tiene disminución auditiva y sus fuerzas vienen en decadencia. Aun así, se levanta todos los días, muy de mañana, para conseguir los pesos que le permitan pagar el arriendo en Soacha y subsistir con su familia en medio de la pobreza. Yo creí su historia, porque no había razón para dudar de su infortunio.

Es un ser decente, de mirada franca y triste. Le he cogido aprecio. Cuando lo veo ejecutando su oficio pordiosero, es como si viera al país entero: el país de los pobres, los desamparados, los arruinados, los que huyen del Tolima, y del Chocó, y del Cauca… y de buena parte de Colombia. Prófugos en la propia tierra.

Hace varias semanas no he vuelto a encontrarme con Nicanor. No sé si se enfermó, o se murió, o dejó de serle rentable el puente de la 94 y se fue con su escoba a otra parte.

El Espectador, Bogotá, 2-III-2019. Eje 21, Manizales, 1-III-2019.  La Crónica del Quindío, Armenia, 3-III-2019.

Comentarios 

Qué sensible artículo. Gracias por ponerles la cara y las palabras a esa rabia y a esa impotencia que la desigualdad y la indiferencia estatal causan en Colombia. Rodrigo E. Ordóñez (colombiano residente en La Florida, Estados Unidos).

Plenamente justificadas estas críticas sobre el deprimido de la calle 94, obra emblemática de la ineptitud, corrupción e impunidad que está caracterizando tristemente a la dirigencia colombiana en muchas de sus áreas. Y muy sentido el relato sobre Nicanor, que también puede ser el emblema del desaliño y carencia de las políticas sociales de nuestro aguantador país. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

Es verdad lo que dice el artículo: Nicanor es el país. En el puente de la 146 del Transmilenio hay otro Nicanor, este más joven que el de la historia narrada, con las mismas características, barriendo la mugre que la mala educación y la indolencia de las gentes deja abandonada a merced de nadie. Inés Blanco, Bogotá.

¡Cuántos Nicanores hay en este país! Gustavo Álvarez Gardeazábal, Tuluá.

El artículo es el reflejo de lo que sucede en el país. Duele Colombia, por diversas causas, que parecen inamovibles: nos rodea la inercia ante lo verdaderamente humano e importante. Elvira Lozano Torres, Tunja.

Dolorosa y pequeña historia que bien recoge todo el drama de cientos de miles de compatriotas que año tras año han de abandonar sus terruños por cuenta del eterno abandono y negligencia del Estado en aquello que tenga el tinte de provincia. El lamentable caso de Nicanor al menos tiene el toque de bondad natural propia de nuestros desplazados que buscan cómo rehacer sus lastimeras vidas en la capital. Carlosmoralej (correo a El Espectador).