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El niño héroe

miércoles, 21 de agosto de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

En julio de 1819 llega Bolívar a Belén, Boyacá, y se entrevista con Juan José Leiva, amigo de la causa libertadora. Allí conoce a Pedro Pascasio Martínez, joven campesino que aún no ha cumplido los doce años de edad y tiene el oficio de cuidar los caballos del hacendado. Enrolado en las filas patriotas, el Libertador le asigna la tarea de cuidar su propio caballo.

En el Pantano de Vargas, Bolívar recibe el obsequio que le hace Casilda Zafra, natural de Santa Rosa de Viterbo, de “un hermoso caballo tordillo, radiante, espumoso y triunfal”, como se le describe, y que el nuevo dueño bautiza con el nombre de Palomo en honor a su blancura y bizarra estampa. Con él cabalgará triunfante por las batallas del Pantano de Vargas, Boyacá, Bomboná y Junín.

Con el tiempo, Palomo llega a ser tan famoso como Bucéfalo (el de Alejandro Magno), o Marengo (el de Napoleón Bonaparte), o Rocinante (el de don Quijote). El humilde campesino se vuelve el gran amigo del caballo predestinado para la gloria, al que da de comer, baña y consiente como no ha mimado a ningún otro caballo.

Como soldado del batallón Rifles, Pedro Pascasio aprende el arte de la guerra y persigue al enemigo con la valentía que le inspira el Libertador. Bolívar y Palomo son sus ídolos y de ellos recibe el vigor con que ataca a las fuerzas enemigas. Presencia los horrores de la guerra y su espíritu se llena de ardor patriótico para no desfallecer en su misión.

Cuando por todas partes resuena el triunfo en el Campo de Boyacá, y él ve el entorno  cubierto de sangre y tragedia, comprende lo que significa la libertad. La batalla ha sido ganada. El guerrero está exhausto y jubiloso a la vez. Ahora es libre, y volverá a su parcela como el leñador y carguero que ha sido. En pocos días ha madurado muchos años. Se siente todo un hombre.

Con hombría y valor se enfrenta al poderoso coronel José María Barreiro, comandante del ejército español, a quien descubre oculto en unas rocas próximas al río Teatinos. Pedro Pascasio le apunta con su arma, al tiempo que el militar le ofrece varias monedas de oro a cambio de su libertad. Y queda estupefacto cuando escucha esta orden del soldado intrépido: “Siga adelante, si no lo arriamos”. Y sin vacilación lo entrega a Bolívar. El 11 de octubre, Barreiro es fusilado en Bogotá junto con otros prisioneros.

El Libertador premia la acción del niño héroe con la suma de cien pesos, y lo asciende al grado de sargento. ¡Un sargento que no ha cumplido los doce años de edad! Caso único. Muchos historiadores lo consideran el prócer más joven del mundo. Cuando la independencia es ya una realidad, Pedro Pascasio regresa a sus faenas agrícolas.

En 1880, 61 años después de la Batalla de Boyacá, el Congreso de Colombia enaltece su proeza y le otorga una pensión vitalicia de veinticinco pesos, que solo cobra una vez debido a la dificultad de viajar a Bogotá por los pésimos caminos de entonces.

Muere en su tierra natal a los 77 años de edad, el 24 de marzo de 1885. Su heroísmo, coraje y pulcritud escriben una nota grandiosa en la historia de la patria. Tal vez su mensaje contra la ambición y la avaricia llegue a los días actuales, pero pronto se olvidará en medio de la disolución de valores que desquicia la vida nacional.

Desde las estatuas levantadas en varios lugares del país, la mirada del héroe se dirige hacia el Ejército de la nación y con dedo acusador señala a los autores de los actos de corrupción que han estallado en estos días, en plena celebración del bicentenario de la Independencia. Al mismo tiempo, mira a los miles de valerosos soldados –como él lo fue– que con abnegación, sacrificio y grandeza luchan en ciudades, pueblos, campos y selvas por conquistar para los colombianos una patria grande, tranquila y amable. Patria que no hemos logrado tener.

* * *

Academia Boyacense de Historia. El escritor Vicente Pérez Silva ha dirigido una carta de adhesión a esta prestigiosa entidad con motivo de la omisión que tanto el presidente de la república como la vicepresidenta y el gobernador del departamento tuvieron al dejar de mencionar en sus discursos en el Puente de Boyacá el nombre del principal organismo cultural de la región. De esta manera, pasaron por alto el papel fundamental que este ha ejercido en la preservación de la memoria de grandes sucesos históricos, como el que acaba de evocarse. Inaudita esta falta de reconocimiento. Me solidarizo con la nota de Pérez Silva.

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El Espectador, Bogotá, 17-VIII-2019.
Eje 21, Manizales, 16-VIII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 18-VIII-2019.

Juan José Rondón: de lancero a prócer

martes, 6 de agosto de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

El 25 de julio de 1819 se libraba en el Pantano de Vargas feroz lucha entre las tropas patriotas y realistas dentro del propósito de independencia de la Nueva Granada. Bolívar buscaba cerrarle el paso a José María Barreiro, que se dirigía a Bogotá. La desventaja era ostensible para el Libertador. Su ejército cumplía extenuantes horas de combate causadas por la fatiga y la confusión que se derivaban del ascenso al páramo de Pisba.

Bolívar había nombrado a Santander jefe de la Vanguardia del Ejército Libertador, y bajo su mando, los valientes guerreros habían avanzado por abruptos caminos, ríos torrentosos y montañas glaciales, hasta llegar a Tame y Pore tras un mes de travesía. Su   aspecto era lastimoso. Algunos se habían vuelto para su tierra y otros habían fallecido en el viaje.

Barreiro empleaba toda su capacidad bélica, y Bolívar pensaba que hacía otro tanto. Pero se había olvidado de la caballería. Mientras las tropas realistas masacraban al enemigo en forma salvaje, Barreiro lanzó este grito triunfal: “Ni Dios me quita la victoria”. Presa del desconcierto, Bolívar manifestó que todo estaba perdido.

Rondón le refutó: “¿Por qué dice eso, general, si todavía los llaneros de Rondón no han peleado?”. Volviendo en sí, el Libertador pronunció su histórica frase: “¡Coronel Rondón, salve usted la patria!”. Y el lancero pronunció estas palabras que sonaron como un trueno en el campo de batalla: “¡Que los valientes me sigan!”.

Y saltaron a la pelea los 14 centauros que él comandaba. Los llaneros todos salieron del estupor y, con una carga de caballería, como jamás se había visto en la campaña libertadora, derrotaron al enemigo. Apabullados, los realistas se dieron a la fuga.

Vemos hoy, dos siglos después, que la figura cumbre de aquella epopeya fue Rondón. ¿Qué le habría pasado a la libertad si se pierde la batalla del Pantano de Vargas? Quizás  Bolívar habría muerto en la contienda, o habría sido capturado y pasado por las armas. Por supuesto, no hubiera tenido lugar la Batalla de Boyacá y la historia habría cambiado de rumbo por completo.

Rondón está hoy exaltado en varios sitios y entidades del país: el soberbio Monumento a los Lancero, de Rodrigo Arenas Betancourt, en el Pantano de Varga; el aeropuerto de Paipa; el municipio Rondón, en Boyacá; la unidad de caballería del Ejército denominada “Coronel Juan José Rondón”, y varios colegios. En Soatá, mi patria chica, un parque lleva su nombre y allí se erige una estatua con esta inscripción: “Juan José Rondón, héroe entre los héroes. Queseras del Medio, Pantano de Vargas, Boyacá. Nacido en Soatá y muerto en Valencia (Venezuela)”. Y tiene esta fecha: 1922 (conmemorativa del centenario de su muerte, a los 32 años de edad). Sus restos reposan en el Panteón Nacional de Venezuela.

El canónigo Peñuela aseveró, basado en una partida de bautismo aparecida en la parroquia con el mismo nombre, que el prócer era soatense y no venezolano. La versión ha sido refutada por notables historiadores, entre ellos S. T. Forzán Dagger en artículo publicado en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República (vol. 12, núm. 5, de 1969). ¿Llegará a mi pueblo algún alcalde que con valentía –y en honor a la verdad– rectifique esta falsedad histórica?

En el soneto Los caballos de Rondón, de José Umaña Bernal, se siente el palpitar de la patria y el arrojo de los lanceros fantásticos: “Eran potros aquellos de la pampa, corceles / de hirsutas crines largas y rudo galopar; / para luchar traían sus pechos por broqueles / y toda la locura del nervio en el ijar…”

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El Espectador, Bogotá, 3-VIII-2019.
Eje 21, Manizales, 2-VIII-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 4-VIII-2019.

Comentarios 

Muy bueno y oportuno artículo sobre Juan José Rondón. Su acción fue definitiva en esa y otras batallas. Alberto Gómez Aristizábal, Cali.

Oportuno y magnífico el artículo. Como ya no se enseña historia patria, les toca a los escritores volver a escribirla. Josué López Jaramillo, Bogotá.

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Ignorancia sobre los próceres

EL TIEMPO – Bogotá, 7 de agosto de 2019

Señor director:

Me cuenta el escritor e historiador Eduardo Lozano Torres que se le ocurrió, por simple curiosidad, hacer una pequeña encuesta entre amigos, parientes y conocidos con esta pregunta: ¿usted sabe en dónde nació Juan José Rondón? Los porcentajes de las respuestas fueron los siguientes: Boyacá (sin especificar el municipio), 46,7%; Soatá, 13,3%; Ecuador, 6,7%; Venezuela, 6,7%; no sabe, 26,6%. La inmensa mayoría se rajó. Solo acertó el 6,7% (Venezuela, sin especificar el municipio).

Trasladada esta muestra a escala nacional (como ocurre con las encuestas), no resulta desenfocado pensar que existe un abrumador índice de ignorancia sobre los próceres y los grandes sucesos de la patria.

La triste realidad es que hoy no se estudia en los centros educativos la materia Historia Patria. Gustavo Páez Escobar 

Comentarios 

Mi opinión personal acerca del conocimiento y de la cultura general hoy en día es que el internet y el fácil acceso a la información están acabando con la tarea de memorizar fecha, sitios y acontecimientos. Yo no culpo a nadie, simplemente creo que el mundo cambió y el fácil acceso a la información está eliminando esa capacidad de aprendizaje y memorización. Mauricio Guerrero, Miami.

Qué cierto es este panorama. Y como si fuera poco estamos olvidando el aporte sustancial de Anzoátegui en este proceso independentista. Jaime Lopera, Armenia.

Realmente, se abandonó la enseñanza de la Historia y más que todo no hay profesores bien capacitados, para  hacerla viva y amena, de modo que no solo informe. Por ejemplo, ¿qué tal dos años de Historia con alguien como Diana Uribe? Elvira Lozano Torres, Tunja.

Michelle Obama

jueves, 7 de febrero de 2019 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Formidable el libro Mi historia, de Michelle Obama. A los pocos días de su salida, en noviembre pasado, lo habían comprado más de 2 millones de lectores en Estados Unidos, y hoy continúa ocupando el número uno en ventas en ese y otros países. Ha sido traducido a 31 idiomas.

De manera auténtica y desprovista de toda ostentación, la autora cuenta sus primeros años de pobreza hasta llegar a ser la primera dama de los Estados Unidos. No se trataba de una ciudadana común y corriente, sino de algo mucho más restrictivo: de una mujer de raza negra que al lado de su novio y luego esposo, Barack Obama, del mismo color, se abría campo en medio de enormes aprietos, tanto para entrar a universidades en las que la gran mayoría de estudiantes eran blancos, como para hacerse valer en los círculos del trabajo, de la sociedad y la política.

Su mundo se circunscribía a un barrio de clase pobre en las afueras de Chicago. Desde entonces, sus padres le inculcaron la regla de que tenía que ser mujer fuerte, de carácter y principios. Robbie, su tía abuela, le mostró caminos de superación, le dio clases de piano y a su muerte dejó de herencia a sus padres la casa donde vivía. Fueron propietarios por primera vez de un inmueble.

Estudió en las universidades de Princeton y Harvard. Y se vinculó a prestante firma de abogados en Chicago. Allí conoció a Barack Obama, con quien se casó en 1992. La empatía con el futuro mandatario, tanto en el campo afectivo como en el de los ideales, era evidente. Sin embargo, Michelle no se sentía atraída por la política, si bien se propuso –y logró– ser la mano derecha de su esposo en la vida pública.

La llegada de los cónyuges con sus dos hijas a la Casa Blanca marca un hito en la historia norteamericana. El libro describe a la perfección la atmósfera de luces y sombras que se respira en el dorado recinto de los presidentes, lleno esplendor y al mismo tiempo de limitaciones, sofocos y cosas extrañas. Ellos supieron acomodar este ámbito a su propio estilo como la primera pareja de raza negra que accedía al poder de la nación.

La Casa Blanca es un palacio desconcertante, con 132 habitaciones, 35 baños y 28 chimeneas. Comparada con la humilde vivienda donde Michelle y su familia residieron en convivencia con sus tíos y primos, representaba un salto no tanto deslumbrador, como traumático. Pero se acostumbraron al cambio. De entrada, la nueva ama de casa informó al personal doméstico que sus hijas se harían la cama todas las mañanas, y a ellas les advirtió que debían mantener la educación y la amabilidad que habían aprendido en el hogar y abstenerse de solicitar lo que no necesitaran o que pudieran conseguir por sus propios medios.

Mientras Obama acometía grandes programas nacionales y mundiales, la primera dama se las ingeniaba para desarrollar ideas de menor entidad, pero benéficas y trascendentes en los campos de la salud infantil, la educación, la actividad física y la alimentación saludable. Concientizó a la opinión pública sobre los peligros que entraña la obesidad infantil, tan marcada en el país. Y dejó su huella personal en el huerto orgánico de la Casa Blanca.

Este es su mensaje final: “Hay cosas que nos hacen poderosos: darnos a conocer, hacernos oír, ser dueños de nuestro relato personal y único, expresarnos con nuestra auténtica voz. Y hay algo que nos confiere dignidad: estar dispuestos a conocer y escuchar a los demás. Para mí, así es como forjamos nuestra historia”.

El Espectador, Bogotá, 2-II-2019.
Eje 21, Manizales, 2-II-2019.
La Crónica del Quindío, Armenia, 3-II-2019.

Comentarios 

Michelle Obama y toda su familia son personas que no se dejan influenciar por la fama y el poder. De sencillez admirable, que los hace ser muy especiales en cualquier parte, sobre todo en Estados Unidos, país donde todo gira alrededor de lo material y el consumo. Este escrito induce  a leer su historia y conocer al detalle cómo surgió en medio de la pobreza y cómo llegó a ser la primera dama del país más poderoso del mundo. Liliana Páez Silva, Bogotá.

Estoy precisamente comenzando a leerla (15 páginas llevo) y estoy sorprendido del estilo, la sencillez y la sinceridad como se expresa en algunas partes. Hay Michelle para rato. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Todo un testimonio y ejemplo de vida para muchas generaciones. Jaime Vásquez Restrepo, Medellín.

Se trata de una pareja bonita, por decirlo de alguna manera, que se hizo querer a nivel mundial y que da a conocer sus historias con la sencillez, calidad y cualidad de personajes ni más ni menos que presidente y primera dama  de los Estados Unidos. Su carisma, inteligencia y origen son sellos de garantía. Inés Blanco, Bogotá.

Momentos con Belisario

miércoles, 26 de diciembre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar 

Mis encuentros con el presidente Belisario Betancur fueron siempre amables y efusivos. Ese era su talante. A veces una sola entrevista es suficiente para producir impacto. Hay momentos que nunca se olvidan. Desde mi época juvenil en Tunja, por los días de la dictadura de Rojas Pinilla, percibí su imagen como la de un político osado y valiente, de ideas avanzadas.

Mientras muchos colombianos se deshacían en elogios hacia el nuevo régimen y gozaban de sus prebendas, él seguía firme en la oposición. Lideraba el famoso Batallón Suicida, integrado por otras 6 figuras notables de su partido. Esa actitud equivalía a un suicidio. Colosal ejemplo de carácter, coraje y dignidad.

Belisario se hizo a puro pulso. Campesino nato, salido de las breñas antioqueñas de Amagá, sus  primeros años fueron de pobreza absoluta. Con el pie al suelo asistió a la escuela pública. Luego  ingresó al seminario misional de Yarumal, de donde lo expulsaron por carecer de vocación para la vida religiosa. Mediante una beca para la gente pobre obtuvo el grado de abogado en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.

En 1945, de 22 años, se casó con Rosa Helena Álvarez. Ese mismo año inició su carrera política como diputado a la Asamblea de Antioquia. Fue el único diputado que no abandonó a Laureano Gómez como presidente constitucional. En 1950 ingresó a la Cámara de Representantes. Entre 1953 y 1957 fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente convocada por Rojas Pinilla. Carrera fulminante y admirable, producto de su aptitud y su ética en el campo de la política.

En el Frente Nacional fue ministro de Trabajo, senador y embajador ante España. En 1970 se postuló como candidato presidencial y perdió la contienda. En 1978 se enfrentó a Turbay Ayala, quien le ganó por estrecha diferencia. Y llegó el tercer intento, el de 1982, cuando  todo parecía indicar que el vencedor sería López Michelsen, que buscaba la reelección con fuerte maquinaria electoral. Pero Belisario, experto en derrotas, convenció al país de que él era la carta cabal para ese momento, y días después acarició las mieles del triunfo.

López Michelsen había puesto como símbolo de su campaña al gallo ‘colorao’, y ubicó en el otro extremo al gallo plebeyo. A la gente no le gustó la actitud arrogante de López, y la votación por el candidato de aparente minoría fue aplastante. De entrada, el día de la posesión pronunció estas palabras que se volverían la mayor enseña de su gobierno: “Ante el pueblo de Colombia levanto una alta y blanca bandera de paz: la levanto ante los oprimidos, la levanto ante los perseguidos, la levanto ante los alzados en armas, ante mis compatriotas de todos los partidos y de los de sin partido”.

Fue el gran abanderado de la paz, mucho antes que Juan Manuel Santos. Los guerrilleros acogieron la invitación a la concordia, y hubo avances significativos. Más tarde, se aprovecharon de la magnanimidad presidencial, y vino el rompimiento. La inmolación del ministro Lara Bonilla fue decisiva para que el presidente tomara medidas drásticas. Como respuesta, el M-19 se tomó el Palacio de Justicia y declaró al presidente objetivo militar. La recuperación del edificio por el Ejército implicó una dantesca operación de sangre y terror, que la Historia no podrá olvidar.

Todo fue confusión los días 6 y 7 de noviembre de 1985. Los hechos hacen pensar que en esa encrucijada hubo vacío de poder. Más tarde Belisario asumió toda la responsabilidad por lo que había sucedido y ofreció que dejaría su propio testimonio sobre la realidad, para que se conociera después de su muerte. Apenas habían pasado 6 días de sofocada la rebelión, cuando se presentó la catástrofe del Nevado del Ruiz que destruyó a Armero y dejó más de 20.000 muertos.

El 31 de marzo de 1983 un sismo había devastado la ciudad de Popayán y dejado un saldo de 300 muertos y 10.000 damnificados. Ningún otro presidente de Colombia ha afrontado tantas adversidades como las ocurridas en el gobierno de Belisario.

* * *

En agosto de 1990, 4 años después de que entregó el poder, publiqué en El Espectador el artículo titulado Presidente: ¡salve usted al poeta! Me refería a la crisis económica que atravesaba en Méjico el poeta Germán Pardo García. El recién posesionado presidente era César Gaviria, y quizás por eso el artículo no tuvo eco en su despacho. El que se apersonó de la situación fue Belisario, quien como presidente de la Casa de Poesía Silva consiguió un auxilio para el poeta en apuros.     

En un acto cultural, 2 años después, lo saludé en un grupo de amigos. Acababa yo de escribir un artículo sobre la muerte de Pablo Echeverri, mi excolega de la banca en Armenia, víctima de un infarto en una calle de París. Narraba en esa nota la maravillosa atención que María Clara Betancur, cónsul general de Colombia en aquella ciudad, había prestado a la viuda. Belisario, con gran emoción, me presentó a su esposa Rosa Helena y me manifestó que el mismo día del artículo había llamado por teléfono a su hija a contarle el reconocimiento que se le hacía por su noble acción en la columna de El Espectador. Eso era él: emotivo, sincero, deferente. Dicho en otra forma, montañero puro.

Tengo otros recuerdos gratos sobre el hijo de Amagá que la brevedad del espacio no me permite incluir aquí. Cuando supe la noticia de su muerte, sentí que se había ido un gran colombiano. Entre tantos títulos conquistados está el de evangelista de la cultura. Desde antes de morir, ya había ingresado a la galería de los hombres ilustres. Saltó de los barrizales de su tierra al palacio de los presidentes.

El Espectador, Bogotá, 22-XII-2018.
Eje 21, Manizales, 21-XII-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 23-XII-2018.
Mirador del Suroeste, n.° 67, Medellín/2019.

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Magnífico artículo sobre nuestro admirado paisano. Amagá, su tierra natal, pertenece a la subregión del Suroeste Antioqueño, por lo que te pido autorización para publicarlo en la edición # 67. Considero a Belisario  el más importante personaje nacido en esta subregión. Jaime Vásquez Restrepo, fundador de la revista Mirador del Suroeste, Medellín.

Ha sido para mí el presidente más admirado, no por sus realizaciones políticas ni por su condición de gobernante, que también, sino por el talante humano y cultural que lo caracterizaba y que tanta falta le hace al político contemporáneo. Armando Rodríguez Jaramillo, Armenia.

Muy gratos los recuerdos y muy bien traído el breve, pero sentido, homenaje que en su amena prosa hace del presidente Belisario Betancur, prohombre salido de las breñas antioqueñas. Es justo y merecido el reconocimiento, pues fue un luchador denodado, un hombre sencillo y poseedor de una cultura superior. Gustavo Valencia García, Armenia.

La singular historia de Silfo Cifuentes

jueves, 15 de noviembre de 2018 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace años conocí La Guajira. Desde que hice la primera parada en Riohacha, comencé a sentir el aire del desierto, la soledad y el silencio, y conforme avanzaba por las llanuras infinitas aparecía el territorio mítico narrado por Eduardo Zalamea en Cuatro años a bordo de mí mismo. Esta novela no es un simple viaje por la geografía primitiva y los ásperos caminos, sino además una excursión por los paisajes y las emociones que alimentan la fascinación. Como lo dice Zalamea, su obra es “un diario de los cinco sentidos”. Un despertar, ante la belleza, del mundo sensible que todos llevamos en el interior del alma.

Es ahora mi nieta Valeria, de cinco años, quien de manos de sus padres y bajo su propio impulso se adentró en el alma de La Guajira, más allá de lo que yo lo hice. No sé si mañana se acordará de que en Palomino conoció a Silfo Cifuentes, el hombre de ciudad que se convirtió en indígena kogui, y puso esta dedicatoria en su libro El indio interior, editado en el 2016: “Valeria, eres una niña y alma hermosa. La vida te ama. ¡Ama la vida! Ama a tu familia. Ámate a ti misma”.

Voy a contar la historia de Silfo, tomada de su propio libro y de varios registros de internet. Nació en la hacienda que tenía su padre en Palmira, y en Cali cursó sus primeras letras y obtuvo el grado de artista plástico. Luego estudió arquitectura, que no terminó. Con el paso del tiempo, se desilusionó de la sociedad civilizada y se sintió atraído por las comunidades indígenas. Para tal fin recorrió varios países de Sudamérica, y a la postre se fue en busca del pueblo kogui, en la Sierra Nevada de Santa Marta. Corrían los años 70 del siglo pasado.

Ansiaba el contacto con la naturaleza, el aire puro, los ríos incontaminados, el cielo abierto, la sabiduría de los seres primitivos. Quería ser indígena, pero los koguis le negaban el acceso a su comunidad. Lo creían un aventurero, quizás un vago. Un año duró pidiendo que lo recibieran, o por lo menos le dieran la oportunidad de demostrarles su convicción. De hecho, su cruce racial venía de blanco español y americana afroindígena. Hasta que al fin, de tanto insistir, el mamo mayor autorizó su ingreso.

El primer paso fue vestir como ellos. Después aprendió a cultivar la tierra, pescar, tejer, hilar,  fabricar chinchorros y los productos autóctonos. La lengua la fue asimilando poco a poco. Al correr de los días, se familiarizaba con las costumbres y las creencias de su nueva sociedad. Mascaba la hoja de coca tostada, que da energía, y consumía los alimentos hechos con fórmulas naturistas, que protegen la salud y alargan la vida. Desencantado de su propia religión, que para él era sinónimo de inquisición y sumisión, comulgaba ahora con la espiritualidad que buscaba en otros caminos. Y la había encontrado.

Así pasaron cuarenta años. Su alma se purificó en la rusticidad de los montes y en la limpieza de las tradiciones aborígenes. “La sabiduría –dice en su libro– viene de adentro; el conocimiento y la información se adquieren, se aprenden, se reciben de afuera”. El alcohol y los vicios tóxicos los considera letales: están acabando con la humanidad. Solo los estados espirituales –afirma–  mantienen la paz del ser humano.

Silfo es un sabio, pero la gente que pasa a su lado no lo nota. He aquí algunos de los principios plasmados en su libro: “Cuando tenemos un problema emocional hay dolor, y el dolor es un crisol apto para purificar”. “La verdad ha sido perseguida, eclipsada, sacrificada por la oscuridad; este es el mejor termómetro para saber cuándo algo es verdad”. “Uno de los enemigos más esclavizantes que nos impiden ‘nacer de nuevo’ es la ignorancia”. “No podemos decir que el dinero sea bueno ni malo, depende del manejo; si lo usas como poder, te corrompe; si lo metes en tu corazón, te esclaviza”.

Silfo tuvo que descender de la Sierra Nevada cuando los grupos guerrilleros crearon inseguridad en la zona. Ahora vive en Palomino, en el hotel Playa La Roca, que construyó junto con su hija Samila y su yerno Mario. Allí lo encontraron mi nieta Valeria, sus papás y su tía Liliana, los excursionistas de esta crónica que se fueron a descubrir mundos nuevos en el remoto y embrujado mapa de La Guajira. Silfo viste el traje de los koguis y lleva, sobre todo, el alma pura que le otorgó la convivencia con la naturaleza.

Su nombre de pila es Luis Alfonso (Cifuentes), pero un compañero de estudios lo bautizó Silfo. Apelativo perfecto, ya que silfo, según los cabalistas, es un “ser fantástico o espíritu elemental del aire”.

El Espectador, Bogotá, 10-XI-2018.
Eje 21, Manizales, 9-XI-2018.
La Crónica del Quindío, Armenia, 11-XI-2018.

Comentarios 

Muy bella la historia de Silfo Cifuentes y muy exótica, pues no espera uno que un hombre «civilizado» quiera volverse indígena. Pero estas culturas tienen su sabiduría y no están contaminadas de modernidad y por ello se hacen atrayentes. Qué bueno que la nietecita esté empezando a llenarse de » mundo». Eduardo Lozano Torres, Bogotá.

El pueblo kogui es hermético, y si Silfo Cifuentes logró adentrarse, es toda una hazaña. La Guajira  no la conozco. Loretta van Iterson, Ámsterdam (ciudadana holandesa que vivió varios años en Colombia).

Bella crónica del personaje Silfo Cifuentes. Su historia es salida del aire, del espacio, de la arena y del corazón de La Guajira. Qué alegría para Valeria, quien va acumulando esta riqueza espiritual. Inés Blanco, Bogotá.

Dedicatoria a Silfo en la novela Ráfagas de silencio: “A Silfo, en su paraíso ecológico. Por allá pasó mi nieta Valeria, de 5 años, y me trajo el libro El indio interior que usted le obsequió con bella dedicatoria. Con mucho agrado lo hago partícipe de esta novela de mi autoría en la que se mueven los indígenas del Putumayo. Admiro su sabiduría, Silfo. GPE”.