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Archivo para lunes, 3 de octubre de 2011

La banda departamental

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Un periódico se refería en días pasados a la posible desin­tegración de la banda departamental en vista de las dificultades económicas por que atraviesa y de la falta de interés para conservarla. Parece que la institución de las bandas, que en otros tiempos era uno de los distintivos de los pueblos, va declinando porque no se aprecia su valor en esta época que más se preocupa por los sonidos estrafalarios que por la música culta.

Uno de los signos característicos del ayer que se fue era el concierto que se brindaba al pueblo en los parques o paseos públicos. La sociedad en pleno se congregaba a escuchar las notas acompasadas que interpretaban con igual maestría lo mismo el aire vernáculo que la pieza famosa de uno de los grandes compositores de la música universal.

El pueblo culto no puede prescindir de estas recreaciones. No solo es un espectáculo digno de amiración, sino que eleva el nivel cultural de los ciudadanos. Los instrumentos manejados por manos expertas arrancan sentimientos que la gente lleva ocultos y que se toman como recitales del alma cuando encuentra quien los motive.

Si por música se entiende el arte de las musas, es natural que su presencia en el mundo es el aleteo de los dioses que se encarnan en las notas del pentagrama para transmitir movimiento y emociones. Los músicos, que llevan por dentro extraña sensibilidad para expresar el idioma del corazón, son quienes más cerca están de la gente.

El poeta, o el cuentista, o el escritor podrán crear obras grandiosas que se recogerán en antologías y textos escolares, pero nunca llegan tan de repente y con tanta esponta­neidad a las masas como lo hace el músico.

Resulta irónico que mientras se pierde tanto tiempo en cosas inútiles y se malgastan dineros del tesoro público con largueza injustificable, se niegue a los músicos de nuestra banda una honesta contribución para que vivan con decoro. Irrita saber que un músico solo devenga la vergonzosa suma de $ 2.000 al mes, como lo anota el periódico de marras, o sea, sueldo de miseria. El instrumento musical que va a la prendería ante apremios inevitables se convierte en una denuncia que se formula a la sociedad.

Me niego a creer que la banda departamental está en liquidación. Sería, de ser cierto, una liquidación moral. No sería concebible que una ciudad culta no engrandezca estas expresiones del espíritu que no pueden apagarse por más que la época sea de gritos y frivolidades. Uno de los deberes de los gobernantes es el de llevar distracción al pueblo.

Si existe sensibilidad para entender el valor de las tradiciones, debemos esperar que esta institución, amenazada de muerte, no tenga necesidad en adelante de depositar los instrumentos en las prenderías y cada vez, por el contrario, penetre más en los afectos de la gente.

Satanás, Armenia, 20-VIII-1977.

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Alarmante inmoralidad

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La corrupción, con todos sus horrores, se apoderó de Colombia. Es una alimaña que penetra insensiblemente en la conciencia e invade todos los recodos. La gente se acostumbró a vivir en medio de impurezas, donde se trafica sin escrúpulo lo mismo con el grueso negociado que con la maniobra soterrada.

Empleados altos y pequeños y simples ciudadanos se dejan atrapar por esta atmósfera de degradación. Es contada la persona que se mantiene invulnerable. La rectitud es, hoy por hoy, un bien exótico que ha dejado de tener guías y menos seguidores. Antiguamente la virtud se transmitía de padres a hijos como un patrimonio inalienable. El niño aprendía bien pronto civismo y moralidad. Hoy hasta las buenas maneras se han olvidado.

En tiempos tormentosos como los presentes donde la moral ha sido relegada, los padres se olvidan de inculcar, desde la cuna, normas que quizás ellos mismos no practican y menos se preocupan por proteger, si piensan que el mundo torció su destino.

Los muchachos de hoy crecen sin una recta dirección que les haga distinguir el bien del mal y les trace pautas seguras de comporta­miento. Más tarde resultan presa fácil para la droga, el alcoho­lismo, la insolencia ciudadana, el libertinaje y el delito. Formados en ambientes livianos que se propagan sin correctivos, estos ciudadanos no pueden ser útiles a la sociedad.

Serán, con el paso de los días, quienes ocupen posiciones claves en la administración pública o en la actividad privada. Víctimas de su propia desorientación en la vida, no resistirán las tenta­ciones y claudicarán ante los halagos del mundo destructor de la conciencia. Solo una minoría logra preservar su conducta íntegra.

Los periódicos dan cuenta del bochornoso inventario de atrocidades que se cometen en todas las direcciones contra la moral pública. El soborno, el peculado, el abuso de autoridad, el enri­quecimiento fácil hacen carrera ante el asombro de una sociedad que todavía posee códigos éticos.

Con un billete se presiona la voluntad del empleado y como este, en el común de los casos, no está preparado para dejar de recibirlo, peca sin rubor y hasta con gusto. En esta época donde la «propina» se volvió una institución, nada quiere hacerse gratis. Desentona, por el contrario, la persona honesta que solo sabe cumplir con el deber sin pedir ni aceptar bonificaciones.

Cuando no es la «mordida», es el tráfico de influencias que se ofrece y se acepta sin cortapisas y con desfachatez. Volumi­nosos contrabandos salen o entran por las puertas anchas de Colombia ante la mirada protectora de guardas que ya han sido preparados para permitir el ilícito. Avio­netas cargadas de cocaína y otras hierbas desafían los códigos y se evaporan, con todo y tripulantes, de las manos de las autoridades que permanecen cortas ante la piratería. Los delincuentes exhiben desvergonzadas impunidades al amparo de leyes que se dicen obsoletas para establecer plenas pruebas.

Horrendo estado de pobreza moral el que está destronando la virtud. Esta epidemia acabará por destruirnos a todos si no reaccionamos con valor. Nos quedan todavía, por ventura, reservas morales para salvar a la patria del naufragio. Las conciencias sanas del país no pueden conformarse con esta alarmante inmoralidad.

El Espectador, Bogotá, 24-VIII-1977.  

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Verdades dolorosas

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Es importante insistir en los males que aquejan a nuestra urbe capitalina, como una contribución al desarrollo de este conglomerado sometido a duras dificultades en razón de no pocas circunstancias que frenan hasta los mejores optimismos, como el de nuestro distinguido burgomaestre y cordial amigo, el doctor Alberto Gómez Mejía.

Bien merece destacarse la labor tesonera que el señor Alcalde cumple al frente de los destinos municipales. No resulta, por cierto, nada cómoda su posición cuando tiene que encarar agudos defectos de la administración, agravados por la crítica estrechez presupuestal, la inoperancia o lentitud de los sistemas de recaudación, la desidia de la burocracia improductiva, la falta de mayor conciencia pública tanto de los políticos como de la ciudadanía en general y, en síntesis, el abandono de una maquinaria obsoleta.

Los mecanismos de la Alcaldía se resienten de graves fallas para que puedan ser eficaces. Los sistemas contables no solo registran atrasos considerables, que son crónicos, sino que no corresponden a técnicas modernas que hagan confiable su desempeño. Terreno que se presta para cometer abusos y actos delictuosos contra los bienes públicos.

Los empleados no poseen la capacitación suficiente y tampoco la paciencia y la vocación necesarias para que su papel de servidores de la comunidad signifique algo más que ocupar una casilla del presupuesto y contestar a lista al tutor político.

Dentro de este panorama de deficiencias y limitaciones suele fracasar el mejor empeño. La gestión pública no puede cumplir programas de envergadura si no cuenta con razonables recursos económicos, amplio respaldo de las fuerzas políticas y ciudadanas y un engranaje administrativo de alta eficacia.

Bien hace el señor Alcalde en recordar que el municipio ha perdido su eficacia, y no solo el de Armenia, sino el municipio colombiano. Pero no por eso debemos cruzarnos de brazos ante los problemas. Nuestra ciudad, todos los días más populosa, no puede resignarse a la suerte de los engranajes trabados. Es necesario destrabarlos. Los males trascienden, como es natural, a los servicios públicos y tienden a convertirse en reales amenazas para el futuro cuando no se remedian a tiempo.

Las verdades dolorosas que pesan sobre el momento actual reclaman ingentes esfuerzos para buscar la transformación que se espera. Nos duelen las adversidades de Armenia. Por eso, desde esta columna se han venido y se seguirán señalando los infortunios públicos, como una manera de ser constructivos, así los enfoques resulten amargos en ocasiones.

El señor Alcalde, refiriéndose a comentario de semanas pasadas, precisa importantes planteamientos que hacen pensar en toda una situación compleja que no lo deja avanzar como lo desea. Encuentra inexactos algunos de los puntos de vista anotados por el columnista, aunque no los especifica.

Lo importante, de todas maneras, es tomar conciencia de que Armenia necesita el concurso de todos para salir de los apuros actuales. Nadie podrá negar que la ciudad atraviesa por enormes escollos.

Satanás, Armenia, 13-VIII-1977.

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El periodista Héctor Moreno

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Héctor Moreno es, ante todo, profesional del periodismo. Dedicado a enriquecer su formación humanística con el estudio del hombre y su ambiente, atesora hoy profunda experiencia que lo sitúa  entre los más destacados periodistas del país. Sin embargo, decir periodista en este momento donde tantos valores se han subvertido a merced de la deformación de esta carrera que tenía en otras épocas mayor prestancia, no parece cabal reconocimiento, a menos que quien lo sea, lo sea de verdad.

El periodista de antaño, moldeado en la tarea ardua del oficio que comenzaba a practicar al pie de las máquinas y entre tintas y lingotes, era el auténtico nervio del periódico, con enfoque acendrado para convertirse en el profesional que hoy pretenden graduar las universidades a marchas aceleradas.

Héctor Moreno, que aprendió el periodismo con reflexión, a golpes de sólidas experiencias, y que luego ascendió por sus propios méritos a posiciones claves de importantes diarios del país, ostenta el título de batallador de su noble profesión. Hay que rendirle, por lo tanto, honor a quien con el esfuerzo cotidiano ha sabido conquistar sitio de privilegio en el periodismo nacional.

Su carrera se ha afianzado paso a paso, desde niveles moderados hasta la jefatura de redacción de tres diarios, habiendo pasado por el oficio de reportero, que le brinda visión penetrante sobre el hombre y sus problemas. Fino catador de la noticia y atento observador de la evolución social, cosecha en su vida reporteril vivencias que fortalecen su personalidad y lo llevan a crear páginas de dimensión humana, donde sobresalen el enfoque certero y el análisis detenido sobre los temas y los personajes.

El periodista, testigo de su tiempo, solo lo será en la medida que logre transmitir diáfanas las imágenes que lo circundan. La crónica, la entrevista, el reportaje, unidos y vertebrados entre sí, guardan la común coincidencia de ir en busca del hombre. Quien penetra con acierto en las honduras del mundo y es capaz de descubrir facetas ocultas, contornearlas e imprimirles brillo y sabiduría, será maestro de la palabra.

Héctor Moreno mide la dimensión del tiempo y del hombre en doce crónicas que brotan espontáneas, trabajadas con lenguaje descriptivo y la necesaria nitidez de pensamiento para definir ámbitos que solo el escritor idóneo consigue rescatar para el futuro. Enfoques certeros, por ejemplo, como el que describe una faceta de Lino Gil Jaramillo a través de su socialismo humanista, pintan el estado del alma que no todos logran identificar. La muerte de Gardel, escrita con nervio y sensibilidad, se convierte en materia viva sobre aquel acontecimiento que perdura en la memoria pública, y que a pesar del transcurso del tiempo recuerda al ídolo de multitudes.

La crónica, con su característica de ensayo, es afortunado género literario para retratar el paso de los días. Este libro de Héctor Moreno, que acaba de salir con prólogo de Otto Morales Benítez, y que condensa perfiles vigorosos sobre hombres y hechos, constituye, a más de valioso aporte a las letras del país, el testimonio del periodista que se detiene con reflexión sobre el alma del tiempo en busca del hombre.

La Patria, Manizales, 17-VIII-1977.

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Atropellos callejeros

lunes, 3 de octubre de 2011 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

La ciudad se vuelve peligrosa. Existe ahora un exceso de población callejera, a la espera de la cosecha que se anuncia muy abundante. Entre esas corrientes pulula el vicio.

A cada momento se escucha el grito de la dama que fue ultrajada por el demente, o se presencia la carrera del gamín que acaba de birlar el reloj o la billetera. La policía trata, en ocasiones, de capturar al ladronzuelo, pero por lo general este se escapa por entre los nudos de peatones que siguen, con algo de interés y muy poca solidaridad, esta persecución con ribetes de opereta.

De pronto el asaltante queda reducido a la impotencia. Una procesión de curiosos acompaña el desfile del policía y su presa, pero nadie, a la hora de la verdad, confesará nada. El pillo quedará libre y volverá a ejercer su actividad. Si el inspector de policía ordena la cárcel, esta se niega a recibir al delincuente porque el municipio debe unas cuantas mensualidades alimenticias. Es un lamentable círculo vicioso donde el ciudadano es el único perjudicado. La comunidad tiene derecho a mayor protección, pero esta se hace esperar.

En sitios dominados por el alcohol y la vida libertina, los problemas adquieren mayores proporciones. Riñas, ultrajes, forcejeos con la autoridad, disparos, cuchilladas y hasta muertos son el epílogo de ciertos excesos etílicos. La damisela se trenza a cuchillo con su contrincante, por celos incontrolados. Alguna cae en la lucha, a tiempo que la otra pagará larga condena. La pelea entre hombres tiene parecidos contornos. Estos se ofenden por cosas baladíes, y hasta se matan al calor de las copas.

Hospitales y clínicas dan cuenta de esta degradación. Sábados y domingos, sobre todo, son días de enormes desastres. La ciudad, triste es admitirlo, se  ha convertido en una inmensa cantina. No solo hay quema de dinero, de reputaciones y composturas, sino verdaderos holocaustos de la dignidad.

Se requiere depurar el ambiente. Armenia necesita mayor control de su vida nocturna. También de su vida diurna, que no es ningún ejemplo. Las cantinas públicas, lo mismo que los negocios clandestinos, crecen y se reproducen como la mala hierba. Las zonas negras son enjambres de corrupción y enfermedades.

La fuerza pública no alcanza para tanta proliferación del vicio. Los ciudadanos viven alarmados con la ola de inseguridad, atracos e indecencia que se respira por doquier. Radie se explica cómo es posible que unos vulgares dementes continúen cometiendo toda clase de abusos.

Es un cuadro general de pequeñas y grandes afrentas a las buenas maneras y de atropellos a la seguridad personal, que reclama medidas efectivas.

Satanás, Armenia, 6-VIII-1977.

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